– Sb 1, 17: La Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres. El Espíritu del Señor llena la tierra. La Sabiduría consiste en buscar a Dios y huir del pecado. Está íntimamente ligada con el Espíritu de Dios, que instruye a cada fiel y llena el universo entero. El medio fundamental para alcanzar la bienaventuranza última es la Sabiduría, que el autor identifica con el Espíritu. Esta fuerza divina anima al hombre y al universo, al que confiere su cohesión y armonía, pero de distinto modo, ya que en el cosmos ese orden es mecánico y necesario, pero en el hombre se conjuga con su libertad y su voluntad de comunión con Dios. Se trata, pues, de una colaboración que reviste diversos aspectos, pero que implica una misma exigencia: ser conscientes de la presencia de Dios en el corazón y en las palabras, y dejarse llevar por Él sin resistirle.
A esto se llama amar la justicia, es decir, comulgar con la voluntad de Dios, tener un corazón sencillo, orientar la vida únicamente a la búsqueda de Dios. Esto significa también " prestar fe " a Dios, fiarse de Él, " tomar su mano ", la mano que Dios tiende para conducirnos en medio de los acontecimientos. Y renunciar al pecado con la ayuda de su gracia.
– Pedimos al Señor con el Salmo 138 que nos guíe por el camino recto. " Señor, tú nos sondeas y nos conoces, desde lejos penetras nuestros pensamientos y distingues nuestros caminos y descansos. Todas nuestras sendas te son familiares... Tu saber, Señor, nos sobrepasa ". Es sublime y no lo abarcamos. En todas partes estás, Señor. Estás en el cielo y en el abismo... en el confín de la tierra. Hagámonos conscientes de esa presencia continua de Dios. Todo lo llena el Señor, Él llena también nuestra vida, nuestras obras, nuestros pensamientos...
– Tt 1, 1-9: Guardemos el conocimiento de la verdad, según nuestra religión y la esperanza de la vida eterna. El Apóstol, al organizar la Iglesia en Creta, tiene como punto de mira " la esperanza de la vida eterna ". Escribe San Juan Crisóstomo:
" ¿Qué discurso podrá representar lo que luego [en el cielo] ha de seguirse: el placer, la dicha, el júbilo de la presencia y el trato con Cristo? No hay lengua que pueda explicar la bienaventuranza que goza, ni la ganancia de que es dueña, aquella alma que ha recuperado su propia nobleza y que puede en adelante contemplar a su Señor. Y no solo se goza de los bienes que tiene en sus manos, sino de saber con certidumbre que esos bienes no han de tener fin jamás " (A Teodoro 1, 13).
Señala también el Apóstol las virtudes que han de tener aquellos obispos y presbíteros que presiden la comunidad cristiana. Son las cualidades que resume el Concilio Vaticano II al decir: " abunden en todo bien espiritual y sean para todos un vivo testimonio de Dios " (LG 41).
– El Salmo 23 nos indica quiénes son los que buscan al Señor: " El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos ". Éstos recibirán la bendición del Señor, les hará justicia el Dios de salvación. Él los colmará de sus bienes, pues se han entregado a su amor, en el que siempre han creído, a pesar de las dificultades en que se han encontrado. Es una gran lección que todos hemos de aprender y vivir con plenitud. Ahí está nuestra verdadera felicidad.
– Lc 17, 1-4: Gravedad del escándalo y necesidad del perdón. Comenta San Agustín:
" Quien quiera que seas tú que tienes tu mente puesta en Cristo y deseas alcanzar lo que prometió, no sientas pereza en cumplir lo que ordenó. ¿Qué prometió? La vida eterna. ¿Y qué ordenó? Que concedas el perdón a tu hermano. Como si dijera: "tú, hombre, concede el perdón a otro hombre, para que también yo, Dios, me acerque a ti". Pero, omitamos, o mejor, pasemos por alto aquellas otras promesas divinas más sublimes, según las cuales nuestro Creador nos ha de hacer iguales a sus ángeles, para que vivamos eternamente en Él, con Él y de Él; dejemos de lado por el momento todo esto. ¿No quieres recibir de tu Dios eso mismo que se te ordena otorgar a tu hermano? Dime que no quieres y no se lo des. ¿Qué significa esto sino que perdones a quien te lo pide, si tú mismo pides que se te perdone?... Aunque nada tengas de qué ser perdonado, debes perdonar, porque también perdona Dios, que nada tiene que haya de serle perdonado" (Sermón 114, 1).