– Sb 18, 14-16; Sb 19, 6-9: El Paso del Mar Rojo. Aquel día la creación obedeció al Creador. La gran primavera de Israel es aquella en la que Dios lo libra del yugo egipcio, mediante una serie de intervenciones providenciales, la más asombrosa de las cuales se afirma en la plaga décima: el exterminio de los primogénitos de los egipcios. El Ángel exterminador " pasó " de largo por las casas de los hebreos, y el libro de la Sabiduría en la lectura de hoy lo expresa así: " un silencio lo envolvía todo y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra poderosa se abalanzó como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado ".
Lo más importante en la celebración de la pascua judía es esto, la liberación, el "paso" de Yahvé, el " paso " del Mar Rojo... Y de modo semejante, en nuestra Pascua cristiana lo más decisivo es la liberación del pecado por el bautismo, el " paso " de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
– Con el Salmo 104 recordamos las maravillas del Señor. Le cantamos al son de instrumentos, hablamos de sus maravillas, nos gloriamos de su nombre santo... Y recordamos que " hirió de muerte a los primogénitos del país "... Sacó a su pueblo cargado de oro y plata, y entre sus tribus nadie tropezaba. Y todo esto lo hizo así el Señor " porque se acordaba de la palabra sagrada que había dado a su siervo Abrahán; sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo ".
– 3Jn 1, 5-8: Debemos sostener a los hermanos, colaborando así a la propagación de la verdad. El problema de la remuneración de los predicadores es abordado más de una vez en el Nuevo Testamento. El ministro de la Palabra es un testigo de la gratuidad de Dios, por tanto debe reflejarla en su comportamiento. Pero no se pone en duda que el obrero del Evangelio " merece su salario ". Él da gratuitamente la palabra de salvación y los que la reciben deben, en conciencia, dar gratuitamente a quienes les da gratuitamente tan precioso don.
San Pablo, en general, no quiso seguir esa pauta, y apenas aceptó algunas ayudas. Los apóstoles de la Palabra divina dan gratuitamente y solo gratuitamente han de recibir. La palabra que ellos proclaman mueve el agradecimiento de los fieles. Siempre ha sido así. Los fieles son agradecidos a quienes les entregan bienes espirituales que les ayudan a vivir la vida presente y a conseguir la vida eterna.
– Por eso decimos con el Salmo 111: " Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos... En su casa habrá riqueza y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como luz, el que es justo, clemente, compasivo... Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo ". Dios es providente. Él suscita en el hombre los buenos sentimientos para con los que dirigen sus pasos a la Casa de Dios, a una vida buena, santa y comprometida con el Evangelio.
– Lc 18, 1-8: Dios hará justicia a sus elegidos, que le suplican día y noche. Ésta es la maravillosa eficacia de la oración. Comenta San Agustín:
" ¿Pensáis, hermanos, que no sabe Dios lo que os es necesario? Lo sabe y se adelanta a vuestros deseos, Él que conoce nuestra pobreza. Por eso, al enseñar la oración y exhortar a sus discípulos a que no hablen demasiado en la oración, les dice: "no empleéis muchas palabras"... (Mt 6, 7-8). Si sabe nuestro Padre lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿para qué las palabras aunque sean pocas?... Porque Él también dijo: "pedid y se os dará". Y para que no pienses que se trata de algo incidentalmente dicho, añade: "buscad y hallaréis". Y para que ni siquiera esto lo consideres como dicho de paso, advierte lo que añade, mira cómo concluye: "llamad y se os abrirá"... Él quiso, pues, que pidieras para recibir, que buscases para hallar y que llamases para entrar " (Sermón 80, 2).
Debemos aceptar en nuestra oración los tiempos y plazos que Dios tenga determinado para todas las circunstancias de nuestra vida. Oremos sin descanso, sin decaimiento, constantemente. Oremos confiadamente, con humildad, a ejemplo de la Virgen, que conserva lo que ve en su Hijo, meditándolo en su corazón, y lo exalta en el Magnificat.