34ª semana del Tiempo Ordinario, martes

Años impares

Dn 2, 31-45: Dios suscitará un Reino eterno. Interpreta Daniel el sueño de la estatua colosal, construida con diversos materiales. Su explicación muestra la historia como colisión de fuerzas simbolizadas en los diversos imperios, que se oponen a la instauración del Reino por excelencia, el Reino de Dios, el de Cristo, el de los Santos. La piedra que cae y destruye la estatua es para algunos el monoteísmo yavista, sublimado en Cristo, opuesto a la idolatría -la estatua- de los grandes imperios. Es un Reino nuevo, llamado a extenderse rápidamente sobre toda la tierra. Por lo mismo hay que dar a esa piedra un significado mesiánico, en su sentido pleno. Cristo es la piedra angular, que desecharon los constructores, pero que ha venido a ser el punto clave del Reino espiritual de Dios.

– Sigue como Salmo responsorial el cántico de los tres jóvenes, en Daniel 3: " Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor; ángeles del Señor, bendecid al Señor; aguas del espacio, ejércitos del Señor, bendecid al Señor ". Toda la naturaleza debe ser un canto de alabanza al Dios providente y eterno que, no obstante haberse manifestado a los patriarcas y profetas de Israel, sigue Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines, que penetra con su mirada lo más profundo de los abismos. Su trono real es el firmamento de los cielos. Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso toda la naturaleza, desde los ángeles hasta las bestias, y los mismos seres inanimados, deben alabarlo sin fin. Nosotros, los hombres cristianos, con mayor razón, pues tenemos más dones que los que recibieron los justos en el Antiguo Testamento: tenemos a Cristo, sus sacramentos, su Iglesia y su mensaje de santidad.

Años pares

Ap 14, 14-19: Llega la hora de la siega. Se acerca la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, que ya en su primera venida logró la victoria sobre las fuerzas del mal. El juicio de Dios es tan grande y perfecto, tan justo y misericordioso, como Dios mismo. Comenta San Cesáreo de Arlés:

" Describe, pues, a la Iglesia en su gloria, que se hace blanca especialmente después de las llamas de la persecución. Tenía en su cabeza una corona de oro fino. Éstos son los ancianos con las coronas de oro. Y en su mano una hoz afilada. En efecto, esta hoz separa a los católicos de los herejes, a los santos de los pecadores, tal como dice el Señor de los segadores. Pero hay que pensar que el segador visto en la nube blanca es especialmente Cristo en persona. ¿Quién es el vendimiador que viene detrás de Él, si no es el mismo Cristo, pero en su cuerpo que es la Iglesia? Quizá no nos equivocamos si vemos en estos tres ángeles que salieron el triple sentido de las Escrituras: histórico, moral y espiritual; pero en cuanto a la hoz hay desacuerdo. Y arrojó al grande en el lagar de la cólera de Dios. No en el gran lagar, sino que Él arroja al mismo grande en el lagar, es decir, a todo orgulloso " (Comentario al Apocalipsis 14, 14-19).

– Con el Salmo 95 aclamamos al Señor, que llega a regir la tierra. " Decid a los pueblos: "el Señor es Rey, Él afianzó el orbe y no se moverá; Él gobierna a los pueblos rectamente". Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra, regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad ". En nuestro Señor Jesucristo confiamos, pues a Él le ha sido dado " todo poder en el cielo y en la tierra " (Mt 28, 18). Nos abandonamos a su inmensa misericordia y bondad.

Evangelio

Lc 21, 5-11: No quedará piedra sobre piedra. Jesús anuncia la destrucción del templo de Jerusalén. Comenta San Ambrosio:

" Existe, sin embargo, otro templo, construido con piedras preciosas y adornado con ofrendas... Él hace referencia a la sinagoga de los judíos, cuya vieja construcción se disolvió cuando surgió la Iglesia. Pero en verdad, también en cada hombre existe un templo, que se derrumba cuando falla la fe y, especialmente, cuando se lleva hipócrita-mente el nombre de Cristo, sin que un afecto interior corresponda a tal nombre.

" Quizás sea ésta la exposición que mayores bienes me reporta a mí. Porque, ¿de qué me sirve saber el día del juicio? Y puesto que tengo conciencia de tantos pecados, ¿de qué me aprovecha el que Dios venga si no viene a mi alma ni a mi espíritu, si no vive en mí Cristo, ni Él habla en mí? Por esta razón Cristo debe venir a mí, su venida tiene que llevarse a cabo en mi persona. La segunda venida del Señor tendrá lugar al fin del mundo, cuando podamos decir: "el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Ga 6, 14)" (Tratado Sobre el Evangelio de San Lucas lib.X, 6 y 7).