34ª semana del Tiempo Ordinario, sábado

Años impares

Dn 7, 15-27: El poder real y el dominio será entregado al pueblo de los santos del Altísimo. No obstante las persecuciones del mundo, la victoria es de nuestro Señor. Al fin se les hará justicia a los fieles, ya que la irresistible Autoridad divina arrebatará el dominio al perseguidor y lo dará a los santos para siempre. El desquite de éstos será total, y llegará como fruto de una gran paciencia. Oigamos a San Cipriano:

" Esta virtud de la paciencia derrama sus frutos con profusión y exuberancia por todas partes. La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pesar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres... Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, y levanta en alto nuestra esperanza... Ella nos lleva a perseverar como hijos de Dios, imitando la paciencia del Padre " (Tratado de la paciencia 20).

– Sigue como canto responsorial el de los tres jóvenes, en Daniel 3: " Hijos de los hombres, bendecid al Señor. Bendiga Israel al Señor. Sacerdotes del Señor, siervos del Señor, almas y espíritu justos, santos y humildes de corazón... bendecid al Señor ". Así hemos de proceder en nuestros días, de modo que toda nuestra vida sea una alabanza continuada al Señor. Y cuando nuestros labios no puedan manifestar nuestro júbilo, que venga expresado en todo por nuestras obras, y que eleve nuestro pensamiento al Señor, alzando hacia Él constantemente breves oraciones o jaculatorias.

Años pares

Ap 22, 1-7: Ya no habrá más noche, porque el Señor irradiará luz sobre ellos. Se describe la gloria de la nueva Jerusalén. Dios unitrino y la misma humanidad de Cristo resplandecen en medio de la ciudad y son su única Luz. Comenta San Cesáreo de Arlés:

" El monte elevado, al cual San Juan dijo que había ascendido, representa el Espíritu. La ciudad de Jerusalén, que él dijo haber visto allí, es figura de la Iglesia; es la que el mismo Señor mostró en el Evangelio cuando dijo: "no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte" (Mt 5, 14). Y cuando dice que ella tiene una luz semejante a una piedra preciosísima, ved en ella la gloria de Cristo. En las doce puertas y en los doce ángeles reconoced a los apóstoles y a los profetas...

" Y puesto que esta ciudad que es descrita representa a la Iglesia, que está extendida por toda la tierra, se dice que ella tiene tres puertas en cada una de las cuatro partes a causa del misterio de la Trinidad. En la vara de oro mostró a los hombres de la Iglesia, frágiles en la carne, pero que tienen por fundamento una fe luminosa... Lo que dice de la ciudad de oro, el altar de oro y las copas de oro, se trata de la Iglesia por su recta fe. Y el recipiente muestra la pureza de esta fe "... (Comentario al Apocalipsis 22).

– Con el Salmo 94 decimos: " Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva, entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses. Tiene en sus manos las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes, suyo es el mar, porque Él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos. Entremos, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía ". Dejémonos guiar por Él y así llegaremos a la Jerusalén celeste, llamada visión de paz.

Evangelio

Lc 21, 34-36: Vigilancia y oración son las actitudes necesarias para esperar la venida del Señor. Jesucristo nos anuncia en cada página del Evangelio un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra única esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. Él nos muestra cuál debe ser el objeto principal de nuestra esperanza: el tesoro de la herencia incorruptible, la felicidad suprema de la posesión eterna de Dios. Escribe San Basilio:

" El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo " (Homilía 20 sobre la humildad).

Pero la esperanza no es posible, como dice San Agustín, si no hay amor (Sobre la fe, la esperanza y la caridad 117). Y en el atardecer de nuestra vida, como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados sobre el amor.