Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 19 de abril de 2000
El Triduo sacro
1. El itinerario cuaresmal, que comenzamos el miércoles de Ceniza, llega a su culmen en esta Semana, muy oportunamente llamada "santa". En efecto, nos preparamos para revivir, en los próximos días, los acontecimientos más sagrados de nuestra salvación: la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.
Ante nosotros se encuentra en estos días, como símbolo elocuente del amor de Dios a la humanidad, la cruz. Al mismo tiempo, resuena en la liturgia la invocación del Redentor en agonía: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46, Mc 15, 34). A menudo hacemos "nuestro" ese grito de sufrimiento en las múltiples situaciones dolorosas de la existencia, que pueden causar una íntima desolación, y engendrar preocupaciones e incertidumbres. En los momentos de soledad y extravío, frecuentes en la vida del hombre, puede surgir en el alma del creyente la exclamación: ¡El Señor me ha abandonado!
Con todo, la pasión de Cristo y su glorificación en el árbol de la cruz brindan una clave de lectura de esos acontecimientos diversa. En el Gólgota, el Padre, en el culmen del sacrificio de su Hijo unigénito, no lo abandona; más aún, realiza el plan de salvación para la humanidad entera. En su pasión, muerte y resurrección se nos revela que, en la existencia, la última palabra no es la muerte, sino la victoria de Dios sobre la muerte. El amor divino, manifestado con plenitud en el misterio pascual, vence a la muerte y al pecado, que es su causa (cf. Rm 5, 12).
2. En estos días de la Semana santa entramos en el corazón del plan salvífico de Dios. La Iglesia, de modo particular durante este Año jubilar, quiere recordar a todos que Cristo murió por cada hombre y cada mujer, porque el don de la salvación es universal. La Iglesia muestra el rostro de un Dios crucificado, que no infunde miedo, sino que manifiesta únicamente amor y misericordia. ¡No es posible quedar indiferentes ante el sacrificio de Cristo! En el alma de quien se detiene a contemplar la pasión del Señor brotan espontáneamente sentimientos de profunda gratitud. Subiendo espiritualmente con él al Calvario, se llega a experimentar de alguna manera la luz y la alegría que brotan de su resurrección.
Esto lo reviviremos, con la ayuda de Dios, en el Triduo pascual. A través de la elocuencia de los ritos de la Semana santa, la liturgia nos mostrará la inseparable continuidad que existe entre la pasión y la resurrección. La muerte de Cristo encierra el germen de la resurrección.
3. El preludio del Triduo pascual será la celebración de la santa misa Crismal, mañana, Jueves santo, por la mañana, para la cual se reunirán en las catedrales diocesanas los presbíteros en torno a sus respectivos pastores. Se bendecirán el óleo de los enfermos, el de los catecúmenos y el crisma, para la administración de los sacramentos. Un rito denso de significado, acompañado por el gesto, también muy significativo, de la renovación de los compromisos y de las promesas sacerdotales por parte de los presbíteros. Es el día de los sacerdotes, que cada año nos impulsa a los ministros de la Iglesia a redescubrir el valor y el sentido de nuestro sacerdocio, don y misterio de amor.
Por la tarde, reviviremos el memorial de la institución de la Eucaristía, sacramento del amor infinito de Dios a la humanidad. Judas traiciona a Jesús; Pedro, a pesar de todas sus afirmaciones, lo niega; los demás Apóstoles huyen en el momento de la pasión. Son pocos los que permanecen a su lado. Y, sin embargo, a estos hombres frágiles es a quienes el Señor encomienda su testamento, ofreciéndose a sí mismo en el cuerpo entregado y en la sangre derramada para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51). ¡Misterio inconmensurable de condescendencia y bondad!
En el Viernes santo resonará el relato de la Pasión y se nos invitará a venerar la cruz, símbolo extraordinario de la misericordia divina. Al hombre, a menudo incierto a la hora de distinguir el bien del mal, Cristo crucificado señala el único camino que da sentido a la existencia humana. Es la senda de la total acogida de la voluntad de Dios y de la entrega generosa a los hermanos.
El Sábado santo, en un día de gran silencio litúrgico, nos detendremos a reflexionar en el sentido de estos acontecimientos. Velará solícita la Iglesia con María, Madre dolorosa, y con ella esperará el clarear del alba de la resurrección. En efecto, al inicio del "primer día después del sábado", el silencio se romperá con el alegre anuncio pascual, proclamado por el jubiloso canto del Exultet, durante la solemne liturgia de la Vigilia pascual. El triunfo de Cristo sobre la muerte vendrá a sacudir, con la piedra del sepulcro, el corazón y la mente de los fieles y a inundarlos del mismo gozo que experimentaron María Magdalena, las mujeres piadosas, los Apóstoles y aquellos a los que el Resucitado se manifestó el día de Pascua.
4. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongamos nuestro corazón a vivir intensamente este Triduo sacro. Dejémonos invadir por la gracia de estos días santos y, como exhortaba el santo obispo Atanasio, "sigamos también nosotros al Señor, es decir, imitémoslo; de esta forma, encontraremos el modo de celebrar la fiesta no sólo exteriormente, sino de una manera más eficaz: no sólo con palabras, sino también con obras" (Cartas pascuales, 14, 2).
Con estos sentimientos, os deseo a todos vosotros y a vuestros seres queridos un provechoso Triduo sacro y una alegre Pascua de resurrección.
(L'Osservatore Romano 21 de abril de 2000)
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