Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 25 de septiembre de 2002
Nuestra salvación está cerca
1. El salmo 84, que acabamos de proclamar, es un canto gozoso y lleno de esperanza en el futuro de la salvación. Refleja el momento entusiasmante del regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de sus padres. La vida nacional se reanuda en aquel amado hogar, que había sido apagado y destruido en la conquista de Jerusalén por obra del ejército del rey Nabucodonosor en el año 586 a.C.
En efecto, en el original hebreo del Salmo aparece varias veces el verbo shûb, que indica el regreso de los deportados, pero también significa un "regreso" espiritual, es decir, la "conversión". Por eso, el renacimiento no sólo afecta a la nación, sino también a la comunidad de los fieles, que habían considerado el exilio como un castigo por los pecados cometidos y que veían ahora el regreso y la nueva libertad como una bendición divina por la conversión realizada.
2. El Salmo se puede seguir en su desarrollo de acuerdo con dos etapas fundamentales. La primera está marcada por el tema del "regreso", con todos los matices a los que aludíamos.
Ante todo se celebra el regreso físico de Israel: "Señor (...), has restaurado la suerte de Jacob" (v. 2); "restáuranos, Dios salvador nuestro (...) ¿No vas a devolvernos la vida?" (vv. 5. 7). Se trata de un valioso don de Dios, el cual se preocupa de liberar a sus hijos de la opresión y se compromete en favor de su prosperidad: "Amas a todos los seres (...). Con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida" (Sb 11, 24. 26).
Ahora bien, además de este "regreso", que unifica concretamente a los dispersos, hay otro "regreso" más interior y espiritual. El salmista le da gran espacio, atribuyéndole un relieve especial, que no sólo vale para el antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos.
3. En este "regreso" actúa de forma eficaz el Señor, revelando su amor al perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir totalmente su cólera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4).
Precisamente la liberación del mal, el perdón de las culpas y la purificación de los pecados crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a través de una invocación que también ha llegado a formar parte de la liturgia cristiana: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (v. 8).
Pero a este "regreso" de Dios que perdona debe corresponder el "regreso", es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. En efecto, el Salmo declara que la paz y la salvación se ofrecen "a los que se convierten de corazón" (v. 9). Los que avanzan con decisión por el camino de la santidad reciben los dones de la alegría, la libertad y la paz.
Es sabido que a menudo los términos bíblicos relativos al pecado evocan un equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La conversión es, precisamente, un "regreso" al buen camino que lleva a la casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos felices (cf. Lc 15, 11-32).
4. Así llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar para la tradición cristiana. Allí se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo, también la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad brota como en una primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es también salvación y santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en medio de la humanidad.
Todas las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora vuelven a la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz. La misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los cuatro puntos cardinales de esta geografía del espíritu. También Isaías canta: "Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el Señor, lo he creado" (Is 45, 8).
5. Ya en el siglo II con san Ireneo de Lyon, las palabras del salmista se leían como anuncio de la "generación de Cristo en el seno de la Virgen" (Adversus haereses III, 5, 1). En efecto, la venida de Cristo es la fuente de la misericordia, el brotar de la verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz.
Por eso, la tradición cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en clave navideña. San Agustín lo interpreta así en uno de sus discursos para la Navidad. Dejemos que él concluya nuestra reflexión: ""La verdad ha brotado de la tierra": Cristo, el cual dijo: "Yo soy la verdad" (Jn 14, 6) nació de una Virgen. "La justicia ha mirado desde el cielo": quien cree en el que nació no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por Dios. "La verdad ha brotado de la tierra": porque "el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). "Y la justicia ha mirado desde el cielo": porque "toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto" (St 1, 17). "La verdad ha brotado de la tierra", es decir, ha tomado un cuerpo de María. "Y la justicia ha mirado desde el cielo": porque "nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo" (Jn 3, 27)" (Discorsi, IV/1, Roma 1984, p. 11).
(L'Osservatore Romano - 27 de septiembre de 2002)