Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 19 de febrero de 2003

Que la creación entera alabe al Señor

1. "Los tres jóvenes, a coro, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno" (Dn 3, 51). Esta frase introduce el célebre cántico que acabamos de escuchar en uno de sus fragmentos fundamentales. Se encuentra en el libro de Daniel, en la parte que nos ha llegado sólo en lengua griega, y lo entonan unos testigos valientes de la fe, que no quisieron doblegarse a adorar la estatua del rey y prefirieron afrontar una muerte trágica, el martirio en el horno ardiente.

Son tres jóvenes judíos, que el autor sagrado sitúa en el marco histórico del reino de Nabucodonosor, el terrible soberano babilonio que aniquiló la ciudad santa de Jerusalén en el año 586 a.C. y deportó a los israelitas "junto a los canales de Babilonia" (Sal 136, 1). En un momento de peligro supremo, cuando ya las llamas lamían su cuerpo, encuentran la fuerza para "alabar, glorificar y bendecir a Dios", con la certeza de que el Señor del cosmos y de la historia no los abandonará a la muerte y a la nada.

2. El autor bíblico, que escribía algunos siglos más tarde, evoca ese gesto heroico para estimular a sus contemporáneos a mantener en alto el estandarte de la fe durante las persecuciones de los reyes siro-helenísticos del siglo II a.C. Precisamente entonces se produce la valiente reacción de los Macabeos, que combatieron por la libertad de la fe y de la tradición judía.

El cántico, tradicionalmente llamado "de los tres jóvenes", se asemeja a una antorcha que ilumina la oscuridad del tiempo de la opresión y de la persecución, un tiempo que se ha repetido con frecuencia en la historia de Israel y también en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el perseguidor no siempre asume el rostro violento y macabro del opresor, sino que a menudo se complace en aislar al justo, con la burla y la ironía, preguntándole con sarcasmo: "¿Dónde está tu Dios?" (Sal 41, 4. 11).

3. En la bendición que los tres jóvenes elevan desde el crisol de su prueba al Señor todopoderoso se ven implicadas todas las criaturas. Tejen una especie de tapiz multicolor, en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se mueven los animales, se asoman los ángeles y, sobre todo, cantan los "siervos del Señor", los "santos" y los "humildes de corazón" (cf. Dn 3, 85. 87).

El pasaje que se acaba de proclamar precede a esta magnífica evocación de todas las criaturas. Constituye la primera parte del cántico, la cual evoca en cambio la presencia gloriosa del Señor, trascendente pero cercana. Sí, porque Dios está en los cielos, desde donde "sondea los abismos" (cf. Dn 3, 55), pero también "en el templo de su santa gloria" de Sión (cf. Dn 3, 53). Se halla sentado "en el trono de su reino" eterno e infinito (cf. Dn 3, 54), pero también "está sentado sobre querubines" (cf. Dn 3, 55), en el arca de la alianza colocada en el Santo de los santos del templo de Jerusalén.

4. Un Dios por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su poder; pero también un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido habitar "en el templo de su santa gloria", manifestando así su amor. Un amor que revelará en plenitud al hacer que su Hijo, Jesucristo, "habitara entre nosotros, lleno de gracia y de verdad" (cf. Jn 1, 14). Dios revelará plenamente su amor al mandar a su Hijo en medio de nosotros a compartir en todo, menos en el pecado, nuestra condición marcada por pruebas, opresiones, soledad y muerte.

La alabanza de los tres jóvenes al Dios salvador prosigue, de diversas maneras, en la Iglesia. Por ejemplo, san Clemente Romano, al final de su primera carta a los Corintios, inserta una larga oración de alabanza y de confianza, llena de reminiscencias bíblicas, que tal vez es un eco de la antigua liturgia romana. Se trata de una oración de acción de gracias al Señor que, a pesar del aparente triunfo del mal, dirige la historia hacia un buen fin.

5. He aquí una parte de dicha oración:

"Abriste los ojos de nuestro corazón (cf. Ef 1, 18),
para conocerte a ti (cf. Jn 17, 3),
el solo Altísimo en las alturas,
el santo que reposa entre los santos.
A ti, que abates la altivez
de los soberbios (cf. Is 13, 11)
deshaces los pensamientos
de las naciones (cf. Sal 32, 10),
levantas a los humildes
y abates a los que se exaltan (cf. Jb 5, 11).
Tú enriqueces y tú empobreces.
Tú matas y tú das vida (cf. Dt 32, 39).
Tú solo eres bienhechor de los espíritus
y Dios de toda carne.
Tú miras a los abismos (cf. Dn 3, 55)
y observas las obras de los hombres;
ayudador de los que peligran,
salvador de los que desesperan (cf. Jdt 9, 11),
criador y vigilante de todo espíritu.
Tú multiplicas las naciones sobre la tierra,
y de entre todas escogiste a los que te aman,
por Jesucristo, tu siervo amado,
por el que nos enseñaste,
santificaste y honraste"

(San Clemente Romano, Primera carta a los Corintios 59, 3: Padres Apostólicos, BAC 1993, p. 232).

(L'Osservatore Romano - 21 de febrero de 2003)

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