Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 18 de junio de 2003
Alegría del profeta
ante la nueva Jerusalén
1. El admirable cántico que nos ha propuesto la Liturgia de Laudes, y que se acaba de proclamar, comienza como un Magníficat: "Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios" (Is 61, 10). El texto se halla situado en la tercera parte del libro del profeta Isaías, una sección que según los estudiosos es de una época más tardía, cuando Israel, al volver del exilio en Babilonia (siglo VI a.C.), reanudó su vida de pueblo libre en la tierra de sus padres y reconstruyó Jerusalén y el templo. No por nada la ciudad santa, como veremos, ocupa el centro del cántico, y el horizonte que se está abriendo es luminoso y lleno de esperanza.
2. El profeta inicia su canto describiendo al pueblo renacido, vestido con traje de gala, como una pareja de novios ataviada para el gran día de la celebración nupcial (cf. v. 10). Inmediatamente después, se evoca otro símbolo, expresión de vida, de alegría y de novedad: el brote de una planta (cf. v. 11).
Los profetas recurren a la imagen del brote, con formas diversas, para referirse al rey mesiánico (cf. Is 11, 1; 53, 2; Jr 23, 5; Zc 3, 8; 6, 12). El Mesías es un retoño fecundo que renueva al mundo, y el profeta explica el sentido profundo de esta vitalidad: "El Señor hará brotar la justicia" (v. 11), por lo cual la ciudad santa se convertirá en un jardín de justicia, es decir, de fidelidad y verdad, de derecho y amor. Como decía poco antes el profeta, "llamarás a tus murallas "Salvación" y a tus puertas "Alabanza"" (Is 60, 18).
3. El profeta sigue clamando con fuerza: el canto es incansable y quiere aludir al renacimiento de Jerusalén, ante la cual está a punto de abrirse una nueva era (cf. Is 62, 1). La ciudad se presenta como una novia a punto de celebrar su boda.
En la Biblia, el simbolismo nupcial, que aparece con fuerza en este pasaje (cf. vv. 4-5), es una de las imágenes más intensas para exaltar el vínculo de intimidad y el pacto de amor que existe entre el Señor y el pueblo elegido. Su belleza, hecha de "salvación", de "justicia" y de "gloria" (cf. vv. 1-2), será tan admirable que podrá ser "una magnífica corona en la mano del Señor" (cf. v. 3).
El elemento decisivo será el cambio de nombre, como sucede también en nuestros días cuando una joven se casa. Tomar un "nuevo nombre" (cf. v. 2) significa casi asumir una nueva identidad, emprender una misión, cambiar radicalmente de vida (cf. Gn 32, 25-33).
4. El nuevo nombre que tomará la esposa Jerusalén, destinada a representar a todo el pueblo de Dios, se ilustra mediante el contraste que el profeta especifica: "Ya no te llamarán "Abandonada", ni a tu tierra, "Devastada"; a ti te llamarán "Mi favorita" y a tu tierra "Desposada"" (Is 62, 4). Los nombres que indicaban la situación anterior de abandono y desolación, es decir, la devastación de la ciudad por obra de los babilonios y el drama del exilio, son sustituidos ahora por nombres de renacimiento, y son términos de amor y ternura, de fiesta y felicidad.
En este punto toda la atención se concentra en el esposo. Y he aquí la gran sorpresa: el Señor mismo asigna a Sión el nuevo nombre nupcial. Es estupenda, sobre todo, la declaración final, que resume el hilo temático del canto de amor que el pueblo ha entonado: "Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo" (v. 5).
5. El canto no se refiere ya a las bodas entre un rey y una reina, sino que celebra el amor profundo que une para siempre a Dios con Jerusalén. En su esposa terrena, que es la nación santa, el Señor encuentra la misma felicidad que el marido experimenta con su mujer amada. En vez del Dios distante y trascendente, justo juez, tenemos al Dios cercano y enamorado. Este simbolismo nupcial se encuentra también en el Nuevo Testamento (cf. Ef 5, 21-32) y luego lo recogen y desarrollan los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, san Ambrosio recuerda que, desde esta perspectiva, "el esposo es Cristo, la esposa es la Iglesia, que es esposa por su amor y virgen por su pureza inmaculada" (Esposizione del Vangelo secondo Luca: Opere esegetiche X/II, Milán-Roma 1978, p. 289).
Y, en otra de sus obras, prosigue: "La Iglesia es hermosa. Por eso, el Verbo de Dios le dice: "¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti!" (Ct 4, 7), porque la culpa ha sido borrada... Por tanto, el Señor Jesús -impulsado por el deseo de un amor tan grande, por la belleza de sus atavíos y por su gracia, dado que en los que han sido purificados ya no hay ninguna mancha de culpa- dice a la Iglesia: "Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo" (Ct 8, 6), es decir: estás engalanada, alma mía, eres muy bella, no te falta nada. "Ponme cual sello sobre tu corazón", para que por él tu fe brille en la plenitud del sacramento. También tus obras resplandezcan y muestren la imagen de Dios, a imagen del cual has sido hecha" (I misteri, n. 49.41: Opere dogmatiche, III, Milán-Roma 1982, pp. 156-157).
(L'Osservatore Romano - 20 de junio de 2003)
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