Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 20 de octubre de 2004
Vanidad de las riquezas
1. Nuestra meditación sobre el salmo 48 se articulará en dos etapas, precisamente como hace la liturgia de las Vísperas, que nos lo propone en dos tiempos. Comentaremos ahora de modo esencial su primera parte, en la que la reflexión se inspira en una situación de malestar, como en el salmo 72. El justo debe afrontar "días aciagos", porque lo "cercan y lo acechan los malvados", quienes "se jactan de sus inmensas riquezas" (cf. Sal 48, 6-7).
La conclusión a la que llega el justo se formula como una especie de proverbio, que se encontrará también al final de todo el salmo. Sintetiza de modo límpido el mensaje dominante de la composición poética: "El hombre no comprende en la opulencia, sino que perece como los animales" (v. 13). En otros términos, las "inmensas riquezas" no son una ventaja, ¡al contrario! Es mejor ser pobre y estar unido a Dios.
2. En el proverbio parece resonar la voz austera de un antiguo sabio bíblico, el Eclesiastés o Qohélet, cuando describe el destino aparentemente igual de toda criatura viviente, el de la muerte, que hace completamente vano el aferrarse frenéticamente a las cosas terrenas: "Como salió del vientre de su madre, desnudo volverá, como ha venido; y nada podrá sacar de sus fatigas que pueda llevar en la mano... Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra... Todos caminan hacia una misma meta" (Qo 5, 14; 3, 19. 20).
3. Una torpeza profunda se apodera del hombre cuando se ilusiona con evitar la muerte afanándose en acumular bienes materiales: por ello el salmista habla de un "no comprender" de índole casi irracional.
Sea como fuere, todas las culturas y todas las espiritualidades han analizado este tema, que Jesús expone en su esencia de modo definitivo cuando declara: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes" (Lc 12, 15). Él narra también la famosa parábola del rico necio, que acumula bienes en exceso, sin imaginar que la muerte le está tendiendo una emboscada (cf. Lc 12, 16-21).
4. La primera parte del salmo está centrada por completo precisamente en esta ilusión que conquista el corazón del rico. Este está convencido de que puede "comprarse" también la muerte, casi intentando corromperla, un poco como ha hecho para obtener todas las demás cosas, o sea, el éxito, el triunfo sobre los demás en el ámbito social y político, la prevaricación impune, la saciedad, las comodidades, los placeres.
Pero el salmista no duda en considerar necia esta pretensión. Recurre a un vocablo que tiene un valor también financiero, "rescate": "Nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate. Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa" (vv. 8-10).
5. El rico, aferrado a su inmensa fortuna, está convencido de lograr dominar también la muerte, así como ha mandado en todo y a todos con el dinero. Pero por ingente que sea la suma que esté dispuesto a ofrecer, su destino último será inexorable. En efecto, al igual que todos los hombres y mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, deberá encaminarse a la tumba, lo mismo que les ha sucedido a los potentes, y deberá dejar en la tierra el oro tan amado, los bienes materiales tan idolatrados (cf. vv. 11-12).
Jesús dirigirá a sus oyentes esta pregunta inquietante: "¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?" (Mt 16, 26). Ningún cambio es posible, porque la vida es don de Dios, que "tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12, 10).
6. Entre los Padres que han comentado el salmo 48 merece una atención particular san Ambrosio, que ensancha su sentido según una visión más amplia, en concreto, a partir de la invitación inicial del salmista: "Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe".
El antiguo obispo de Milán comenta: "Reconocemos aquí, precisamente al inicio, la voz del Señor salvador que llama a los pueblos a la Iglesia, para que renuncien al pecado, se conviertan en seguidores de la verdad y reconozcan la ventaja de la fe". Por lo demás, "todos los corazones de las diversas generaciones humanas estaban contaminados por el veneno de la serpiente y la conciencia humana, esclava del pecado, no era capaz de apartarse de él". Por eso el Señor, "por iniciativa suya, promete el perdón en la generosidad de su misericordia, para que el culpable ya no tenga miedo, sino que, con plena conciencia, se alegre de ofrecer ahora sus servicios de siervo al Señor bueno, que ha sabido perdonar los pecados y premiar las virtudes" (Commento a dodici Salmi, n. 1: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 253).
7. En estas palabras del salmo se siente resonar la invitación evangélica: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo" (Mt 11, 28-29). San Ambrosio continúa: "Como uno que vendrá a visitar a los enfermos, como un médico que vendrá a curar nuestras llagas dolorosas, así él nos ofrece la curación, para que los hombres lo sientan bien y todos corran con confiada solicitud a recibir el remedio de la curación... Llama a todos los pueblos al manantial de la sabiduría y del conocimiento, promete a todos la redención, para que nadie viva en la angustia, nadie viva en la desesperación" (n. 2: ib pp. 253-255).