Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 1 de diciembre de 2004

Poder real del Mesías

1. La liturgia de las Vísperas, cuyos salmos y cánticos estamos comentando progresivamente, propone en dos etapas uno de los salmos más apreciados en la tradición judía y cristiana, el salmo 71, un canto real que los Padres de la Iglesia meditaron e interpretaron en clave mesiánica.

    Acabamos de escuchar el primer gran movimiento de esta solemne plegaria (cf. vv. 1-11).
Comienza con una intensa invocación coral a Dios para que conceda al soberano el don fundamental para el buen gobierno: la justicia. Esta se aplica sobre todo con respecto a los pobres, los cuales, por el contrario, de ordinario suelen ser las víctimas del poder.

    Conviene notar la particular insistencia con que el salmista pone de relieve el compromiso moral de regir al pueblo de acuerdo con la justicia y el derecho: "Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. (...) Que él defienda a los humildes del pueblo" (vv. 1-2. 4).

    Del mismo modo que el Señor rige el mundo con justicia (cf. Sal 35, 7), así también debe actuar el rey, que es su representante visible en la tierra -según la antigua concepción bíblica- siguiendo el modelo de su Dios.

  2. Si se violan los derechos de los pobres, no sólo se realiza un acto políticamente incorrecto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, porque el Señor es el tutor y el defensor de los pobres y de los oprimidos, de las viudas y de los huérfanos (cf. Sal 67, 6), es decir, de los que no tienen protectores humanos.

    Es fácil intuir la razón por la cual la tradición, ya desde la caída de la monarquía de Judá (siglo VI antes de Cristo), sustituyó la figura, con frecuencia decepcionante, del rey davídico con la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, en la línea de la esperanza profética manifestada por Isaías: "Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra" (Is 11, 4). O, según el anuncio de Jeremías: "Mirad que vienen días -oráculo de Yahveh- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra" (Jr 23, 5).

  3. Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo ensancha el horizonte y contempla el reino mesiánico-real, que se despliega a lo largo de las coordenadas del tiempo y del espacio. En efecto, por un lado, se exalta su larga duración en la historia (cf. Sal 71, 5. 7). Las imágenes de tipo cósmico son muy vivas: el paso de los días al ritmo del sol y de la luna, pero también el de las estaciones, con la lluvia y la floración.

    Por consiguiente, se habla de un reino fecundo y sereno, pero siempre marcado por dos valores fundamentales: la justicia y la paz (cf. v. 7). Estos son los signos del ingreso del Mesías en nuestra historia. Desde esta perspectiva, es iluminador el comentario de los Padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal.

  4. Así, san Cirilo de Alejandría, en su Explanatio in Psalmos, afirma que el juicio que Dios da al rey es el mismo del que habla san Pablo: "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef 1, 10). En efecto, "en sus días florecerá la justicia y la paz" equivale a decir: "en los días de Cristo, por medio de la fe, florecerá para nosotros la justicia, y al volvernos hacia Dios florecerá para nosotros la paz en abundancia". Por lo demás, precisamente nosotros somos los "pobres" y los "hijos de los pobres" a los que este rey socorre y salva. Y si ante todo "llama "pobres" a los santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, también a nosotros nos ha salvado en cuanto "hijos de los pobres", justificándonos y santificándonos en la fe por medio del Espíritu" (PG LXIX, 1180).

  5. Por otro lado, el salmista define también el ámbito espacial dentro del cual se sitúa la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías (cf. Sal 71, 8-11). Aquí entra en escena una dimensión universalista que va desde el Mar Rojo o desde el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, desde el Éufrates, el gran "río" oriental, hasta los últimos confines de la tierra (cf. v. 8), a los que se alude citando a Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según la antigua geografía bíblica (cf. v. 10). Es una mirada que se extiende sobre todo el mapa del mundo entonces conocido, que abarca a los árabes y a los nómadas, a los soberanos de Estados remotos e incluso a los enemigos, en un abrazo universal a menudo cantado por los salmos (cf. Sal 46, 10; 86, 1-7) y por los profetas (cf. Is 2, 1-5; 60, 1-22; Ml 1, 11).

    La culminación ideal de esta visión podría formularse precisamente con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey, que viene a ti justo (...). Destruirá los carros de Efraím, los caballos de Jerusalén; romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra" (Zc 9, 9-10; cf. Mt 21, 5).