Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
PROVIDENCIA Y LIBERTAD DEL HOMBRE
(21.V.86)
1. En nuestro camino de profundización en el misterio de Dios como Providencia, con frecuencia tenemos que afrontar esta pregunta: si Dios está presente y operante en todo, ¿cómo puede ser libre el hombre?. Y sobre todo: ¿qué significa y qué misión tiene su libertad?. Y el amargo fruto del pecado, que procede de una libertad equivocada, ¿cómo ha de comprenderse a la luz de la Divina Providencia?. Volvamos una vez más a la afirmación solemne del Vaticano I: "Todo lo que ha creado Dios lo conserva y dirige con su Providencia, extendiéndose de uno a otro confín con fuerza y gobernando todo con bondad, las cosas todas están desnudas y manifiestas a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta, hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas". El misterio de la Providencia Divina está profundamente inscrito en toda la obra de la creación. Como expresión de la sabiduría eterna de Dios, el plan de la Providencia precede a la obra de la creación: como expresión de su eterno poder, la preside, la realiza y, en cierto sentido, puede decirse que ella misma se realiza en sí. Es una Providencia transcendente, pero al propio tiempo, inmanente a las cosas, a toda la realidad. Esto vale, según el texto del Concilio que hemos leído, sobre todo, en orden a las criaturas dotadas de inteligencia y libre voluntad.
2. Pese a abarcar "fortiter et suaviter" todo lo creado, la Providencia abraza de modo especial a las criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, las cuales gozan, por la libertad que el Creador les ha concedido, "de la autonomía de los seres creados", en el sentido en que lo entiende el Conc. Vaticano II (Cfr. Gaudium et spes 36). En el ámbito de estas criaturas deben contarse los seres creados de naturaleza puramente espiritual, de los que hablaremos más adelante. Ellos constituyen el mundo de lo invisible. En el mundo visible, objeto de las especiales atenciones de la Divina Providencia, está el hombre, "el cual como enseña el Conc. Vaticano II es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma" (Gaudium et spes 24) y precisamente por esto "no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Ib.).
3. El hecho de que el mundo visible se corone con la creación del hombre, nos abre perspectivas completamente nuevas sobre el misterio de la Providencia Divina. Lo destaca la afirmación del Conc Vaticano I cuando subraya que, a los ojos de la sabiduría y de la ciencia de Dios, todo permanece "abierto" ("aperta"), en cierto modo "desnudo" ("nuda"), incluso aquello que la criatura racional realiza por obra de su libertad: lo que será resultado de una elección razonable y de una libre decisión del hombre. También en relación a esta esfera, la Providencia Divina conserva su superior causalidad creadora y ordenadora. Es la transcendente superioridad de la Sabiduría que ama, y, por amor, actúa con poder y suavidad y, por tanto, es Providencia que con solicitud y paternalmente guía, sostiene, conduce a su fin a la propia criatura tan ricamente dotada, respetando su libertad.
4. En este punto de encuentro del plan eterno de la creación de Dios con la libertad del hombre se perfila, sin duda, un misterio tan inescrutable como digno de adoración. El misterio consiste en la íntima relación, más ontológica que psicológica entre la acción divina y la autodecisión humana. Sabemos que esta libertad de decisión pertenece al dinamismo natural de la criatura racional. Conocemos también por experiencia el hecho de la libertad humana, auténtica, aunque herida y débil. En cuanto a su relación con la causalidad divina, es oportuno recordar el acento puesto por Santo Tomás de Aquino en aquella concepción de la Providencia como expresión de la Sabiduría divina que todo lo ordena al propio fin: "ratio ordinis rerum in finem", "la ordenación racional de las cosas hacia su fin" (Cfr. S.Th. I q.22, a.1). Todo lo que Dios crea recibe esta finalidad y se convierte, por tanto, en objeto de la Providencia Divina (Cfr. Ib. a.2). En el hombre creado a imagen de Dios toda la creación visible debe acercarse a Dios, encontrando el camino de su plenitud definitiva. De este pensamiento, ya expresado, entre otros, por S. Ireneo (Ad Haereses 4,38; 1105-1109), se hace eco la enseñanza del Conc. Vaticano II sobre el desarrollo del mundo por la acción del hombre (Cfr. Gaudium et spes 7). El verdadero desarrollo esto es, el progreso que el hombre está llamado a realizar en el mundo, no debe tener sólo un carácter "técnico", sino, sobre todo, "ético", para llevar a la plenitud en el mundo creado el reino de Dios (Cfr. Ib. 35, 43, 57, 62).
5. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es la única criatura visible que el Creador ha querido "por sí misma" (Gaudium et spes 24). En el mundo, sometido a la transcendente sabiduría y poder de Dios, el hombre, aunque tiene como fin a Dios, es, sin embargo, un ser que es fin en sí mismo; posee una finalidad propia (auto-teleología), por la cual tiende a autorrealizarse. Enriquecido por un don, que es también una misión, el hombre está sumido en el misterio de la Providencia Divina. Leamos en el libro del Sirácida: "El Señor formó al hombre de la tierra/ le dio el dominio sobre ella/ Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos/ y corazón para entender./ Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio / a conocer el bien y el mal./ Iluminó sus corazones para mostrales / la grandeza de sus obras/ Y añadióle ciencia, dándole en posesión / una ley de vida. (Si 17, 1-2. 5-7, 9)
6. Dotado de tal, podríamos decir, equipamiento "existencial", el hombre parte para su viaje por el mundo. Comienza a escribir la propia historia. La Providencia Divina lo acompaña todo el camino. Leemos también en el libro del Sirácida: "El mira siempre sus caminos y / nada se esconde a sus ojos / Todas sus obras están ante El / como está el sol y sus ojos observan / siempre su conducta" (Si 17, 13.16) El Salmista da a esta misma verdad una expresión conmovedora: "Si tomará las alas de la aurora / y quisiera habitar al extremo del mar, / también allí me tomaría tu mano y / me tendría tu diestra" (Sal 139, 9-10) "Del todo conoces mi alma. / Mis huesos no te eran ocultos" (Sal 139, 14-15)
7. La Providencia de Dios se hace, por tanto, presente en la historia del hombre, en la historia de su pensamiento y de su libertad, en la historia de los corazones y de las conciencias. En el hombre y con el hombre, la acción de la Providencia alcanza una dimensión "histórica", en el sentido de que sigue el ritmo y se adapta a las leyes del desarrollo de la naturaleza humana, permaneciendo inmutada e inmutable en la soberana transcendencia de su ser que no experimenta mutaciones. La Providencia es una presencia eterna en la historia del hombre: de cada uno y de las comunidades. La historia de las naciones y de todo el género humano se desarrolla bajo el "ojo" de Dios y bajo su omnipotente acción. Si todo lo creado es "custodiado" y gobernado por la Providencia, la autoridad de Dios, llena de paternal solicitud, comporta, en relación a los seres racionales y libres, el pleno respeto a la libertad, que es expresión en el mundo creado de la imagen y semejanza con el mismo Ser divino, con la misma Libertad divina.
8. El respeto de la libertad creada es tan esencial que Dios permite en su Providencia incluso el pecado del hombre (y del ángel). La criatura racional, excelsa entre todas, pero siempre limitada e imperfecta, puede hacer mal uso de la libertad, la puede emplear contra Dios, su Creador. Es un tema que turba la mente humana, sobre el cual el libro del Sirácida reflexionó ya con palabras muy profundas: "Dios hizo al hombre desde el principio / y lo dejo en manos de su albedrío. / Si tu quieres puedes guardar sus mandamientos / y es de sabios hacer su voluntad. / Ante ti puso el fuego y el agua; / a lo que tu quieras tenderás la mano. / Ante el hombre están la vida y la muerte; / lo que cada uno quiere le será dado. / Porque grande es la sabiduría del Señor; / es fuerte, poderoso y todo lo ve. / Sus ojos se posan sobre los que le temen / y conoce todas las obras del hombre. Pues a nadie ha mandado ser impío ni le ha dado permiso para pecar" (Si 15, 14-20)
9. Se pregunta el Salmista: "¿Quién será capaz de conocer el pecado?" (Sal 18, 13). Y sin embargo, también sobre este inaudito rechazo del hombre, da luz la Providencia de Dios para que aprendamos a no cometerlo. En el mundo, en el cual el hombre ha sido creado como ser racional y libre, el pecado no sólo era una posibilidad, se ha confirmado también como un hecho real "desde el comienzo". El pecado es oposición radical a Dios, es aquello que Dios de modo decidido y absoluto no quiere. No obstante, lo ha permitido creado los seres libres, creando al hombre. Ha permitido el pecado que es consecuencia del mal uso de la libertad creada. De este hecho, conocido en la Revelación y experimentado en sus consecuencias, podemos deducir que, a los ojos de la sabiduría transcendente de Dios, en la perspectiva de la finalidad de toda la creación, era más importante que en el mundo creado hubiera libertad, aun con el riesgo de su mal empleo, que privar de ella al mundo para excluir de raíz la posibilidad del pecado. Dios providente, si, por una parte ha permitido el pecado, por otra, en cambio, con amorosa solicitud de Padre ha previsto desde siempre el camino de la reparación, de la redención, de la justificación y de la salvación mediante el Amor. Realmente, la libertad se ordena al amor. Y en la lucha entre el bien y el mal, entre el pecado y la redención, la última palabra la tendrá el amor.