Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
61. EL PRESBITERO, HOMBRE DE ORACION
(2.VI.93)
1. Volvemos hoy a abordar algunos conceptos ya tratados en la catequesis anterior, para subrayar una vez más las exigencias y las consecuencias que se siguen de la realidad de honlbre consagrado a Dios, que hemos explicado. En una palabra, podemos decir que, por estar consagrado a imagen de Cristo, el presbítero debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. En esta definición sintética se encierra toda la vida espiritual, que da al presbítero una verdadera identidad cristiana, lo caracteriza como sacerdote y es el principio animador de su apostolado.
El Evangelio nos presenta a Jesús haciendo oración en todos los momentos importantes de su misión. Su vida pública, que se inaugura con el Bautismo, comienza con la oración (cfr Lc 3, 21). Incluso en los períodos de más intensa predicación a las muchedumbres, Cristo se concede largos ratos de oración (Mc 1, 35; Lc 5, 16). Antes de elegir a los Doce, pasa la noche en oración (Lc 6, 12). Ora antes de exigir a sus Apóstoles una profesión de fe (Lc 9, 18); ora después del milagro de los panes, Él solo, en el monte (Mt 14, 23; Mc 6, 46); ora antes de enseñar a sus discípulos a orar (Lc 11, 1); ora antes de la excepcional revelación de la transfiguración, después de haber subido a la montaña precisamente para orar (Lc 9, 28); ora antes de realizar cualquier milagro (Jn 11, 41-42); y ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia (Jn 17). En Getsemaní eleva al Padre la oración doliente de su alma afligida y casi horrorizada (Mc 14, 35-39 y paralelos), y en la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia (Mt 27, 46), pero también de abandono confiado (Lc 23, 46). Se puede decir que toda la misión de Cristo está animada por la oración, desde el inicio de su ministerio mesiánico hasta el acto sacerdotal supremo: el sacrificio de la cruz que se realizó en la oración.
2. Los que han sido llamados a participar en la misión y el sacrificio de Cristo encuentran en la comparación con su ejemplo el impulso para dar a la oración el lugar que le corresponde en su vida, como fundamento, raíz y garantía de santidad en la acción. Más aún, Jesús nos enseña que no es posible un ejercicio fecundo del sacerdocio sin la oración, que protege al presbítero del peligro de descuidar la vida interior dando la primacía a la acción, y de la tentación de lanzarse a la actividad hasta perderse en ella.
También el Sínodo de los obispos de 1971, después de haber afirmado que la norma de la vida sacerdotal se encuentra en la consagración a Cristo, fuente de la consagración de sus Apóstoles, aplica la norma a la oración con estas palabras: "A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos Abbá, Padre, los presbíteros deben entregarse a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una ocasión favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes fieles y atentos del Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y, sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico" (Documento conclusivo de la 11 Asamblea general del Sinodo de los obispos sobre el sacerdocio ministerial, n. 3; L"Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4).
3. El Concilio Vaticano II, por su parte, había recordado al presbítero la necesidad de que se encuentre habitualmente unido a Cristo, y para ese fin le había recomendado la oración frecuente: "De muchos modos, especialmente por la alabada oración mental y por las varias formas de preces que libremente eligen, los presbíteros buscan y fervorosamente piden a Dios aquel espíritu de verdadera adoración por el que... se unan íntimamente con Cristo, mediador del Nuevo Testamento" (Presbyterorum ordinis, 18). Como se puede comprobar, entre las diversas formas de oración el Concilio subraya la oración mental, que es un modo de oración libre de fórmulas rígidas, no requiere pronunciar palabras y responde a la guía del Espíritu Santo en la contemplación del misterio divino.
4. El Sínodo de los obispos de 1971 insiste, de forma especial, en "la contemplación de la palabra de Dios" (cfr L"Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4). No nos debe impresionar la palabra contemplación a causa de la carga de compromiso espiritual que encierra. Se puede decir que, independientemente de las formas y estilos de vida, entre los que la vida contemplativa sigue siendo siempre la joya más preciosa de la Esposa de Cristo, la Iglesia, vale para todos la invitación a escuchar y meditar la palabra de Dios con espíritu contemplativo, a fin de alimentar con ella tanto la inteligencia como el corazón. Eso favorece en el sacerdote la formación de una mentalidad, de un modo de contemplar el mundo con sabiduría, en la perspectiva del fin supremo: Dios y su plan de salvación.
El Sínodo dice: "Juzgar los acontecimientos a la luz del Evangelio" (cfr ibid.). En eso estriba la sabiduría sobrenatural, sobre todo como don del Espíritu Santo, que permite juzgar bien a la luz de las razones últimas, de las cosas eternas. La sabiduría se convierte así en la principal ayuda para pensar, juzgar y valorar como Cristo todas las cosas, tanto las grandes como las pequeñas, de forma que el sacerdote -al igual e incluso más que cualquier otro cristiano- refleje en sí la luz, la adhesión al Padre, el celo por el apostolado, el ritmo de oración y de acción, e incluso el aliento espiritual de Cristo. A esa meta se puede llegar dejándose guiar por el Espíritu Santo en la meditación del Evangelio, que favorece la profundización de la unión con Cristo, ayuda a entrar cada vez más en el pensamiento del Maestro y afianza la adhesión a Él de persona a persona.
Si el sacerdote es asiduo en esa meditación, permanece más fácilmente en un estado de gozo consciente, que brota de la percepción de la íntima realización personal de la palabra de Dios, que él debe enseñar a los demás. En efecto, como dice el Concilio, los presbíteros, "buscando cómo pueden enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente las irrastreables riquezas de Cristo (Ef 3, 8) y la multiforme sabiduría de Dios" (Presbyterorum ordinis, 13). Pidamos al Señor que nos conceda un gran número de sacerdotes que en la vida de oración descubran, asimilen y gusten la sabiduría de Dios y, como el apóstol Pablo (cfr ibid. ), sientan una inclinación sobrenatural a anunciarla y difundirla como verdadera razón de su apostolado (cfr Pastores dabo vobis, 47).
5. Hablando de la oración de los presbíteros, el Concilio recuerda y recomienda también la liturgia de las Horas, que une la oración personal del sacerdote a la de la Iglesia. "En la recitación del Oficio divino prestan su voz a la Iglesia, que, en nombre de todo el género humano, persevera en la oración, juntamente con Cristo, que vive siempre para interceder por todos nosotros (Hb 7, 25)" (Presbyterorum ordinis, 13).
En virtud de la misión de representación e intercesión que se le ha confiado, el presbítero está obligado a realizar esta forma de oración oficial, hecha por delegación de la Iglesia no sólo en nombre de los creyentes, sino también de todos los hombres, e incluso de todas las realizaciones del universo (cfr Código de Derecho Canónico, can. 1174, & 1). Por ser partícipe del sacerdocio de Cristo, intercede por las necesidades de la Iglesia, del mundo y de todo ser humano, consciente de ser intérprete y vehículo de la voz universal que canta la gloria de Dios y pide la salvación del hombre.
6. Conviene recordar que, para asegurar mejor la vida de oración, así como para afianzarla y renovarla acudiendo a sus fuentes, el Concilio invita a los sacerdotes a dedicar -además del tiempo necesario para la práctica diaria de la oración- períodos más largos a la intimidad con Cristo: "Dediquen de buen grado tiempo al retiro espiritual" (Presbyterorum ordinis, 18). Y también les recomienda: "Estimen altamente la dirección espiritual" (ibid.), que será para ellos como la mano de un amigo y de un padre que les ayuda en su camino. Atesorando la experiencia de las ventajas de esta guía, los presbíteros estarán mucho más dispuestos a ofrecer, a su vez, esa ayuda a las personas con quienes deben ejercer su ministerio pastoral. Ese será un gran recurso para muchos hombres de hoy, especialmente para los jóvenes, y constituirá un factor decisivo en la solución del problema de las vocaciones, como muestra la experiencia de muchas generaciones de sacerdotes y religiosos.
En la catequesis anterior aludimos ya a la importancia del sacramento de la penitencia. El Concilio, al respecto, recomienda al presbítero su recepción frecuente. Es evidente que quien ejerce el ministerio de reconciliar a los cristianos con el Señor por medio del sacramento del perdón, deba recurrir también a él. Debe ser el primero en reconocerse pecador y en creer en el perdón divino que se manifiesta con la absolución sacramental. Al administrar el sacramento del perdón, esta conciencia de ser pecador le ayudará a comprender mejor a los pecadores. ¿No dice, acaso, la Carta a los Hebreos, a propósito del sacerdote: tomado de entre los hombres, "puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza" (Hb 5, 2)? Además, si recurre personalmente al sacramento de la penitencia, el presbítero se sentirá impulsado a una mayor disponibilidad a administrar este sacramento a los fieles que lo soliciten. Se trata también de una gran urgencia en la pastoral de nuestro tiempo.
7. Pero la oración de los presbíteros alcanza su cima en la celebración eucarística "su principal ministerio" (Presbyterorum ordinis, 13). Es un aspecto tan importante para la vida de oración del sacerdote, que quiero dedicarle la próxima catequesis.