Padre misericordioso, te pedimos humildemente
por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que aceptes
y bendigas estos + dones,
este sacrificio santo y puro que te ofrecemos,
ante todo, por tu Iglesia santa y católica,
para que le concedas la paz, la protejas,
la congregues en la unidad
y la gobiernes en el mundo entero,
con tu servidor el Papa N.
con nuestro obispo N.,
y todos los demás obispos que, fieles a la verdad,
promueven la fe católica y apostólica.
Acuérdate, Señor, de tus hijos (N. y N.)
y de todos los aquí reunidos,
cuya fe y entrega bien conoces;
por ellos y todos los suyos,
por el perdón de sus pecados
y la salvación que esperan,
te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen,
este sacrificio de alabanza,
a ti, eterno Dios,
vivo y verdadero.
Reunidos en comunión con toda la Iglesia,
veneramos la memoria,
ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María,
Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor;
la de su esposo, San José;
la de los santos apóstoles y mártires
Pedro y Pablo, Andrés,
Santiago y Juan,
Tomás, Santiago y Felipe,
Bartolomé, Mateo,
Simón y Tadeo;
Lino, Cleto, Clemente, Sixto,
Cornelio, Cipriano,
Lorenzo, Crisógono,
Juan y Pablo,
Cosme y Damián,
y la de todos los santos;
por sus méritos y oraciones
concédenos en todo tu protección.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Acepta, Señor, en tu bondad,
esta ofrenda de tus siervos
y de toda tu familia santa;
ordena en tu paz nuestros días,
líbranos de la condenación eterna
y cuéntanos entre tus elegidos.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Bendice y santifica esta ofrenda, Padre,
haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti;
que se convierta para nosotros
en el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo amado,
Jesucristo, nuestro Señor.
El cual, la víspera de su Pasión,
tomó pan en sus santas y venerables manos y,
elevando los ojos al cielo,
hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso,
dando gracias te bendijo,
lo partió,
y lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó este cáliz glorioso
en sus santas y venerables manos;
dando gracias te bendijo,
y lo dio a sus discípulos diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Por eso, Padre,
nosotros, tus siervos,
y todo tu pueblo santo,
al celebrar este memorial
de la muerte gloriosa de Jesucristo,
tu Hijo, nuestro Señor;
de su santa resurrección del lugar de los muertos
y de su admirable ascensión a los cielos,
te ofrecemos, Dios de gloria y majestad,
de los mismos bienes que nos has dado,
el sacrificio puro, inmaculado y santo;
pan de vida eterna
y cáliz de eterna salvación.
Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala,
como aceptaste los dones del justo Abel,
el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe,
y la oblación pura
de tu sumo sacerdote Melquisedec.
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso,
que esta ofrenda sea llevada a tu presencia,
hasta el altar del cielo,
por manos de tu ángel,
para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición.
Por Cristo nuestro Señor. Amén
Acuérdate también, Señor,
de tus hijos (N. y N.),
que nos han precedido con el signo de la fe
y duermen ya el sueño de la paz.
A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo,
concédeles el lugar del consuelo,
de la luz y de la paz.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos,
que confiamos en tu infinita misericordia,
admítenos en la asamblea
de los santos apóstoles y mártires
Juan el Bautista, Esteban,
Matías y Bernabé,
Ignacio, Alejandro,
Marcelino y Pedro,
Felicidad y Perpetua,
Águeda, Lucía,
Inés, Cecilia y Anastasia
y de todos los santos;
y acéptanos en su compañía,
no por nuestros méritos,
sino conforme a tu bondad.
Por Cristo, Señor nuestro.
Por quien sigues creando todos los bienes,
los santificas, los llenas de vida, los bendices
y los repartes entre nosotros.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar,
por Jesucristo, tu Hijo amado.
Por él, que es tu Verbo, hiciste todas las cosas;
tú nos lo enviaste
para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo
y nacido de María, la Virgen,
fuera nuestro Salvador y Redentor.
Él, en cumplimiento de tu voluntad,
para destruir la muerte y manifestar la resurrección,
extendió sus brazos en la cruz,
y así adquirió para ti un pueblo santo.
Por eso,
con los ángeles y con todos los santos,
proclamamos tu gloria, diciendo a una sola voz:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad, Señor,
fuente de toda santidad;
por eso te pedimos que santifiques estos dones
con la efusión de tu Espíritu,
de manera que se conviertan para nosotros
en el Cuerpo y + la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.
El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión,
voluntariamente aceptada,
tomó pan, dándote gracias, lo partió
y lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
y, dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo,
te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación,
y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.
Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra;
y con el Papa N., con nuestro Obispo N.
y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de nuestros hermanos
que durmieron en la esperanza de la resurrección,
y de todos los que han muerto en tu misericordia;
admítelos a contemplar la luz de tu rostro.
Ten misericordia de todos nosotros,
y así, con María, la Virgen Madre de Dios,
su esposo san José,
los apóstoles
y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,
compartir la vida eterna
y cantar tus alabanzas.
Santo eres en verdad, Padre,
y con razón te alaban todas tus criaturas,
ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro,
con la fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo,
y congregas a tu pueblo sin cesar,
para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso.
Por eso, Padre, te suplicamos
que santifiques por el mismo Espíritu
estos dones que hemos separado para ti,
de manera que se conviertan
en el Cuerpo y + la Sangre de Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro,
que nos mandó celebrar estos misterios.
Porque él mismo,
la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan,
y dando gracias te bendijo,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
dando gracias te bendijo,
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial
de la pasión salvadora de tu Hijo,
de su admirable resurrección y ascensión al cielo,
mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos, en esta acción de gracias,
el sacrificio vivo y santo.
Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia,
y reconoce en ella la Víctima
por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad,
para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo
y llenos de su Espíritu Santo,
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.
Que él nos transforme en ofrenda permanente,
para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos:
con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José,
los apóstoles y los mártires, (san N.)
y todos los santos,
por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación
traiga la paz y la salvación al mundo entero.
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor, el Papa N., a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia
que has congregado en tu presencia .
Reúne en torno a ti, Padre misericordioso,
a todos tus hijos dispersos por el mundo.
A nuestros hermanos difuntos
y a cuantos murieron en tu amistad
recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria,
por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
En verdad es justo darte gracias,
y deber nuestro glorificarte, Padre santo,
porque tú eres el único Dios vivo y verdadero
que existes desde siempre
y vives para siempre;
luz sobre toda luz.
Porque tú sólo eres bueno y la fuente de la vida,
hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones
y alegrar su multitud con la claridad de tu gloria.
Por eso, innumerables ángeles en tu presencia,
contemplando la gloria de tu rostro,
te sirven siempre y te glorifican sin cesar.
Y con ellos también nosotros, llenos de alegría,
y por nuestra voz las demás criaturas,
aclamamos tu nombre cantando:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Te alabamos, Padre santo,
porque eres grande
y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor.
A imagen tuya creaste al hombre
y le encomendaste el universo entero,
para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador,
dominara todo lo creado.
Y cuando por desobediencia perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que, compadecido, tendiste la mano a todos,
para que te encuentre el que te busca.
Reiteraste, además, tu alianza a los hombres;
por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación.
Y tanto amaste al mundo, Padre santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador a tu único Hijo.
El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo.
Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida.
Y porque no vivamos ya para nosotros mismos,
sino para él, que por nosotros murió y resucitó,
envió, Padre, al Espíritu Santo
como primicia para los creyentes,
a fin de santificar todas las cosas,
llevando a plenitud su obra en el mundo.
Por eso, Padre, te rogamos
que este mismo Espíritu
santifique estas ofrendas,
para que se conviertan
en el Cuerpo y + la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor,
Y así celebremos el gran misterio
que nos dejó como alianza eterna.
Porque él mismo,
llegada la hora
en que había de ser glorificado
por ti, Padre santo,
habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo.
Y, mientras cenaba con sus discípulos,
tomó pan, te bendijo, lo partió
y se lo dio diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo,
tomó el cáliz lleno del fruto de la vid,
te dio gracias, y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Por eso, Padre,
al celebrar ahora el memorial de nuestra redención,
recordamos la muerte de Cristo
y su descenso al lugar de los muertos,
proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha;
y, mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre,
sacrificio agradable a ti
y salvación para todo el mundo.
Dirige tu mirada sobre esta Víctima
que tú mismo has preparado a tu Iglesia,
y concede a cuantos compartimos
este pan y este cáliz,
que, congregados en un solo cuerpo
por el Espíritu Santo,
seamos en Cristo
víctima viva para alabanza de tu gloria.
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el Papa N.,
de nuestro Obispo N.,
del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos,
de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
Acuérdate también
de los que murieron en la paz de Cristo
y de todos los difuntos,
cuya fe sólo tú conociste.
Padre de bondad,
que todos tus hijos nos reunamos
en la heredad de tu reino,
con María, la Virgen Madre de Dios,
con su esposo san José,
con los apóstoles y los santos;
y allí, junto con toda la creación
libre ya del pecado y de la muerte,
te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro,
por quien concedes al mundo todos los bienes.
La siguiente forma de esta Plegaria eucarística puede usarse convenientemente con los formularios de las Misas, por ejemplo, por la Iglesia, por el Papa, por el Obispo, para elegir a un Papa o a un Obispo, por el Concilio o Sínodo, por los sacerdotes, por el propio sacerdote, por los ministros de la Iglesia, en una reunión espiritual o pastoral.
En verdad es justo y necesario darte gracias,
y cantarte un himno de gloria y de alabanza,
Señor, Padre de infinita bondad.
Porque has reunido por medio del Evangelio de tu Hijo
a los hombres de todo pueblo, lengua y nación,
en una única Iglesia,
y por ella, vivificada por la fuerza de tu Espíritu,
no dejas de congregar a todos los hombres en la unidad.
Ella manifiesta la alianza de tu amor,
ofrece incesantemente la gozosa esperanza del reino,
y resplandece como signo de la fidelidad
que nos prometiste para siempre
en Jesucristo, Señor nuestro.
Por eso, con los ángeles del cielo
y con toda la iglesia, te aclamamos en la tierra,
diciendo a una sola voz:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad y digno de gloria,
Dios que amas a los hombres,
que siempre estás con ellos en el camino de la vida.
Bendito es, en verdad, tu Hijo,
que está presente en medio de nosotros
cuando somos congregados por su amor,
y como hizo en otro tiempo con sus discípulos,
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.
Por eso te rogamos, Padre misericordioso,
que envíes tu Espíritu Santo
para que santifique estos dones de pan y vino,
de manera que se conviertan para nosotros
en el Cuerpo y + la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.
Él mismo, la víspera de su Pasión,
en la noche de la Última Cena,
tomó pan, te bendijo, lo partió
y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
te dio gracias
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Por eso, Padre Santo,
al celebrar el memorial de Cristo, tu Hijo, nuestro Salvador,
a quien por su pasión y muerte en cruz
llevaste a la gloria de la resurrección y lo sentaste a tu derecha,
anunciamos la obra de tu amor, hasta que él venga,
y te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de bendición.
Mira con bondad la ofrenda de tu Iglesia,
en la que se hace presente el sacrificio pascual de Cristo
que se nos ha confiado,
y concédenos, por la fuerza del Espíritu de tu amor,
ser contados ahora y por siempre
entre el número de los miembros de tu Hijo,
cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos.
Renueva, Señor, a tu Iglesia (que está en N.),
con la luz del Evangelio.
Consolida el vínculo de unidad
entre los fieles y los pastores de tu pueblo,
con nuestro Papa N., nuestro Obispo N.
y todo el orden episcopal,
para que tu pueblo brille,
en este mundo dividido por las discordias,
como signo profético de unidad y de paz.
Acuérdate de nuestros hermanos (N. y N.),
que se durmieron en la paz de Cristo
y de todos los difuntos,
cuya fe sólo tú conociste:
admítelos a contemplar la luz de tu rostro
y dales la plenitud de la vida en la resurrección.
Y, terminada nuestra peregrinación por este mundo,
concédenos, también,
llegar a la morada eterna
donde viviremos siempre contigo
y allí, con santa María, la Virgen Madre de Dios,
con los apóstoles y los mártires,
(con san N. santo del día o patrono)
y en comunión con todos los santos,
te alabaremos y te glorificaremos
por Jesucristo, Señor nuestro.
La siguiente forma de esta Plegaria eucarística puede usarse convenientemente con los formularios de las Misas, por ejemplo, por la Iglesia, por las vocaciones a las sagradas Órdenes, por los laicos, por la familia, por los religiosos, por las vocaciones a la vida religiosa, para pedir la caridad, por los familiares y amigos, para dar gracias a Dios.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
creador del mundo y fuente de toda vida:
Porque no abandonas nunca la obra de tu sabiduría
sino que obras con tu providencia en medio de nosotros.
Guiaste a tu pueblo Israel por el desierto
con mano poderosa y brazo extendido;
ahora acompañas a tu Iglesia, peregrina en el mundo,
con la fuerza constante del Espíritu Santo
y la conduces por el camino de la vida temporal
hacia el gozo eterno de tu reino,
por Cristo, Señor nuestro.
Por eso, también nosotros con los ángeles y los santos,
cantamos el himno de tu gloria,
diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad y digno de gloria,
Dios que amas a los hombres,
que siempre estás con ellos en el camino de la vida.
Bendito es, en verdad, tu Hijo,
que está presente en medio de nosotros
cuando somos congregados por su amor,
y como hizo en otro tiempo con sus discípulos,
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.
Por eso te rogamos, Padre misericordioso,
que envíes tu Espíritu Santo
para que santifique estos dones de pan y vino,
de manera que se conviertan para nosotros
en el Cuerpo y + la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.
Él mismo, la víspera de su Pasión,
en la noche de la Última Cena,
tomó pan, te bendijo, lo partió
y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
te dio gracias
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Por eso, Padre Santo,
al celebrar el memorial de Cristo, tu Hijo, nuestro Salvador,
a quien por su pasión y muerte en cruz
llevaste a la gloria de la resurrección y lo sentaste a tu derecha,
anunciamos la obra de tu amor, hasta que él venga,
y te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de bendición.
Mira con bondad la ofrenda de tu Iglesia,
en la que se hace presente el sacrificio pascual de Cristo
que se nos ha confiado,
y concédenos, por la fuerza del Espíritu de tu amor,
ser contados ahora y por siempre
entre en número de los miembros de tu Hijo,
cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos.
Fortalécenos en la unidad, Señor,
a los que hemos sido invitados a tu mesa:
para que con nuestro Papa N., y nuestro Obispo N.
con los demás obispos, presbíteros y diáconos,
y todo tu pueblo,
caminemos por tus sendas en al fe y la esperanza,
y manifestemos al mundo la alegría y la confianza.
Acuérdate de nuestros hermanos (N. y N.),
que se durmieron en la paz de Cristo
y de todos los difuntos,
cuya fe sólo tú conociste:
admítelos a contemplar la luz de tu rostro
y dales la plenitud de la vida en la resurrección.
Y, terminada nuestra peregrinación por este mundo,
concédenos, también,
llegar a la morada eterna
donde viviremos siempre contigo
y allí, con santa María, la Virgen Madre de Dios,
con los apóstoles y los mártires,
(con san N. santo del día o patrono)
y en comunión con todos los santos,
te alabaremos y te glorificaremos
por Jesucristo, Señor nuestro.
La siguiente forma de esta Plegaria eucarística puede usarse convenientemente con los formularios de las Misas, por ejemplo, por la evangelización de los pueblos, por los cristianos perseguidos, por la patria o por la ciudad, por los que gobiernan, por la reunión de los gobernantes, al comienzo del año civil, por el progreso de los pueblos.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Padre santo, Señor del cielo y de la tierra,
por Cristo, Señor nuestro,
Porque creaste el mundo por medio de tu Palabra
y lo gobiernas todo con justicia.
Nos diste como mediador a tu Hijo, hecho carne,
que nos comunicó tus palabras
y nos llamó para que lo siguiéramos;
él es el camino que nos conduce a ti,
la verdad que nos hace libres,
la vida que nos colma de alegría.
Por medio de tu Hijo
reúnes en una sola familia a los hombres,
creados para gloria de tu nombre,
redimidos por su sangre en la cruz
y marcados con el sello del Espíritu.
Por eso, ahora y siempre,
con todos los ángeles proclamamos tu gloria,
aclamándote llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad y digno de gloria,
Dios que amas a los hombres,
que siempre estás con ellos en el camino de la vida.
Bendito es, en verdad, tu Hijo,
que está presente en medio de nosotros
cuando somos congregados por su amor,
y como hizo en otro tiempo con sus discípulos,
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.
Por eso te rogamos, Padre misericordioso,
que envíes tu Espíritu Santo
para que santifique estos dones de pan y vino,
de manera que se conviertan para nosotros
en el Cuerpo y + la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.
Él mismo, la víspera de su pasión,
en la noche de la Última Cena,
tomó pan, te bendijo, lo partió
y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
te dio gracias
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Por eso, Padre Santo,
al celebrar el memorial de Cristo, tu Hijo, nuestro Salvador,
a quien por su pasión y muerte en cruz
llevaste a la gloria de la resurrección y lo sentaste a tu derecha,
anunciamos la obra de tu amor, hasta que él venga,
y te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de bendición.
Mira con bondad la ofrenda de tu Iglesia,
en la que se hace presente el sacrificio pascual de Cristo
que se nos ha confiado,
y concédenos, por la fuerza del Espíritu de tu amor,
ser contados ahora y por siempre
entre en número de los miembros de tu Hijo,
cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos.
Vivifícanos con tu Espíritu, Padre omnipotente,
por la participación en estos misterios,
y haz que nos configuremos a imagen de Jesús;
consolídanos en el vínculo de la comunión
con nuestro Papa N., y nuestro Obispo N.
con los demás obispos, presbíteros y diáconos,
y todo tu pueblo.
Haz que los fieles de la Iglesia
sepan discernir los signos de los tiempos a la luz de la fe
y se consagren plenamente al servicio del Evangelio.
Concédenos estar atentos a las necesidades de todos los hombres
para que participando en sus penas y angustias,
en sus alegrías y esperanzas,
les mostremos fielmente el camino de la salvación,
y con ellos avancemos en el camino de tu reino.
Acuérdate de nuestros hermanos (N. y N.),
que se durmieron en la paz de Cristo
y de todos los difuntos,
cuya fe sólo tú conociste:
admítelos a contemplar la luz de tu rostro
y dales la plenitud de la vida en la resurrección.
Y, terminada nuestra peregrinación por este mundo,
concédenos, también,
llegar a la morada eterna
donde viviremos siempre contigo
y allí, con santa María, la Virgen Madre de Dios,
con los apóstoles y los mártires,
(con san N. santo del día o patrono)
y en comunión con todos los santos,
te alabaremos y te glorificaremos
por Jesucristo, Señor nuestro.
La siguiente forma de esta Plegaria eucarística puede usarse convenientemente con los formularios de las Misas, por ejemplo, por los prófugos y exiliados, en tiempo de hambre o por los que padecen hambre, por los que nos afligen, por los cautivos, por los encarcelados, por los enfermos, por los moribundos, para pedir la gracia de una buena muerte, en cualquier necesidad.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Padre misericordioso y Dios fiel:
Porque nos diste como Señor y redentor nuestro
a tu Hijo Jesucristo.
Él siempre se mostró misericordioso
con los pequeños y los pobres
con los enfermos y los pecadores,
y se hizo cercano a los oprimidos y afligidos.
Él anunció al mundo, con palabras y obras,
que tú eres Padre
y que cuidas de todos tus hijos.
Por eso, con los Ángeles y todos los Santos,
te alabamos, te bendecimos,
y cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad y digno de gloria,
Dios que amas a los hombres,
que siempre estás con ellos en el camino de la vida.
Bendito es, en verdad, tu Hijo,
que está presente en medio de nosotros
cuando somos congregados por su amor,
y como hizo en otro tiempo con sus discípulos,
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.
Por eso te rogamos, Padre misericordioso,
que envíes tu Espíritu Santo
para que santifique estos dones de pan y vino,
de manera que se conviertan para nosotros
en el Cuerpo y + la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.
Él mismo, la víspera de su Pasión,
en la noche de la Última Cena,
tomó pan, te bendijo, lo partió
y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
te dio gracias
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Por eso, Padre Santo,
al celebrar el memorial de Cristo, tu Hijo, nuestro Salvador,
a quien por su pasión y muerte en cruz
llevaste a la gloria de la resurrección y lo sentaste a tu derecha,
anunciamos la obra de tu amor, hasta que él venga
y te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de bendición.
Mira con bondad la ofrenda de tu Iglesia,
en la que se hace presente el sacrificio pascual de Cristo
que se nos ha confiado,
y concédenos, por la fuerza del Espíritu de tu amor,
ser contados ahora y por siempre
entre en número de los miembros de tu Hijo,
cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos.
Lleva a tu Iglesia, Señor,
a la perfección en la fe y en la caridad,
con nuestro Papa N., y nuestro Obispo N.
con los demás obispos, presbíteros y diáconos,
y todo tu pueblo.
Abre nuestros ojos
para que conozcamos las necesidades de los hermanos;
inspíranoslas palabras y las obras
para confortar a los que están cansados y agobiados;
haz que podamos servirlos con sinceridad,
siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo.
Que tu Iglesia sea un vivo testimonio
de verdad y libertad,
de paz y justicia,
para que todos los hombres se animen con una nueva esperanza.
Acuérdate de nuestros hermanos (N. y N.),
que se durmieron en la paz de Cristo
y de todos los difuntos,
cuya fe sólo tú conociste:
admítelos a contemplar la luz de tu rostro
y dales la plenitud de la vida en la resurrección.
Y, terminada nuestra peregrinación por este mundo,
concédenos, también,
llegar a la morada eterna
donde viviremos siempre contigo
y allí, con santa María, la Virgen Madre de Dios,
con los apóstoles y los mártires,
(con san N. santo del día o patrono)
y en comunión con todos los santos,
te alabaremos y te glorificaremos
por Jesucristo, Señor nuestro.
Las plegarias eucarísticas de la Reconciliación pueden usarse en las misas en las que se presenta a los fieles, de un modo particular, el misterio de la reconciliación, por ejemplo en las misas para fomentar la concordia, por la reconciliación, por la paz y la justicia, en tiempo de guerra o desorden, por el perdón de los pecados, para pedir la caridad, del misterio de la santa Cruz, de la santísima Eucaristía, de la preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y en las misas del tiempo de Cuaresma, Aunque disponen de prefacio propio, sin embargo, pueden usarse también con otros prefacios que hagan referencia a la penitencia y a la conversión, como por ejemplo, con los prefacios de Cuaresma.
En verdad es justo y necesario
darte gracias siempre,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno:
Porque no dejas de alentarnos a tener una vida más plena,
y, como eres rico en misericordia,
ofreces siempre tu perdón
e invitas a los pecadores a confiar sólo en tu indulgencia.
Nunca te has apartado de nosotros,
que muchas veces hemos quebrantado tu alianza,
y por Jesucristo tu Hijo, nuestro Redentor,
tan estrechamente te has unido a la familia humana
con un nuevo vínculo de amor,
que ya nada lo podrá romper.
Y ahora, mientras le ofreces a tu pueblo
un tiempo de gracia y reconciliación,
alientas a esperar en Cristo Jesús
a quien se convierte a ti
y le concedes ponerse al servicio de todos los hombres,
confiando más plenamente en el Espíritu Santo.
Por eso, llenos de admiración, ensalzamos la fuerza de tu amor
y proclamando la alegría de nuestra salvación,
con todos los coros celestiales,
cantemos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad, Señor,
que desde el principio del mundo
obras siempre para que el hombre sea santo,
como tú mismo eres santo.
Te pedimos que mires los dones de tu pueblo,
y derrames sobre ellos la fuerza de tu Espíritu
para que se conviertan en el Cuerpo y + la Sangre
de tu amado Hijo, Jesucristo,
en quien nosotros también somos hijos tuyos.
Aunque en otro tiempo estábamos perdidos
y éramos incapaces de acercarnos a ti,
nos amaste hasta el extremo:
tu Hijo, que es el único Justo,
se entregó a sí mismo a la muerte,
aceptando ser clavado en la cruz por nosotros.
Pero antes de que sus brazos,
extendidos entre el cielo y la tierra
trazasen el signo indeleble de tu alianza,
él mismo quiso celebrar la Pascua con sus discípulos.
Mientras comía con ellos,
tomó pan
y dando gracias te bendijo,
lo partió y se lo dio, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, acabada la cena,
sabiendo que iba a reconciliar todas las cosas en sí mismo,
por su sangre derramada en la cruz,
tomó el cáliz, lleno del fruto de la vid,
y, dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Así, al celebrar el memorial de tu Hijo Jesucristo,
nuestra Pascua y nuestra paz verdadera,
hacemos presente su muerte y resurrección de entre los muertos,
y, mientras esperamos la venida gloriosa,
te ofrecemos, Dios fiel y misericordioso,
la víctima que reconcilia a los hombres contigo.
Mira bondadosamente, Padre,
a quienes unes a ti por el sacrificio te tu Hijo,
y concédeles, por la fuerza del Espíritu Santo,
que, participando de un mismo pan y de un mismo cáliz,
formen en Cristo un solo cuerpo,
en el que no haya ninguna división.
Guárdanos siempre
en comunión de fe y amor
con nuestro Papa N., y con nuestro Obispo N.
Ayúdanos a esperar la venida de tu reino
hasta la hora en que nos presentemos a ti,
santos entre los santos del cielo,
con María, la Virgen Madre de Dios,
con los apóstoles y con todos los santos,
y con nuestros hermanos difuntos,
que confiamos humildemente a tu misericordia.
Entonces, liberados por fin de toda corrupción
y constituidos plenamente en nuevas criaturas,
te cantaremos gozosos la acción de gracias
de tu Ungido, que vive eternamente.
En verdad es justo y necesario
darte gracias y alabarte,
Dios, Padre todopoderoso,
por todo lo que haces en este mundo,
por Jesucristo, Señor nuestro.
Pues en una humanidad dividida
por las enemistades y las discordias,
sabemos que tú diriges los ánimos
para que se dispongan a la reconciliación.
Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres
para que los enemigos vuelvan a la amistad,
los adversarios se den la mano,
y los pueblos busquen la concordia.
Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor,
que el amor venza al odio,
la venganza deje paso a la indulgencia,
y la discordia se convierta en amor mutuo.
Por eso, con los coros celestiales
te damos gracias continuamente
y en la tierra cantemos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
A ti, Padre omnipotente,
te bendecimos por Jesucristo, tu Hijo,
que ha venido en tu nombre.
Él es la Palabra de salvación para los hombres,
la mano que tiendes a los pecadores,
el camino que nos conduce a tu paz.
Cuando nos habíamos apartado de ti
por nuestros pecados, Señor,
nos reconciliaste contigo,
para que, convertidos a ti, nos amáramos unos a otros
por tu Hijo, a quien entregaste a la muerte por nosotros.
Y ahora, celebrando la reconciliación que Cristo nos trajo,
te suplicamos
que por las efusión de tu Espíritu santifiques estos dones
para que se conviertan en el Cuerpo y + la Sangre de tu Hijo,
que nos mandó a celebrar estos misterios.
Porque él mismo, cuando iba a entregar su vida
por nuestra liberación,
sentado a la mesa,
tomó pan en sus manos,
y dando gracias te bendijo,
lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, aquella noche,
tomó en sus manos el cáliz de la bendición,
y, proclamando tu misericordia,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada
por vosotros y por muchos
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Este es el Misterio de la fe.
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Así, al celebrar el memorial
de la muerte y resurrección de tu Hijo,
que nos dejó esta prenda de su amor,
te ofrecemos lo que tú nos entregaste,
el sacrificio de la reconciliación perfecta.
Te pedimos humildemente, Padre santo,
que nos aceptes también a nosotros, junto con tu Hijo,
en este banquete salvífico,
concédenos el mismo Espíritu,
que haga desaparecer toda enemistad entre nosotros.
Que este Espíritu haga de tu Iglesia signo de unidad
e instrumento de tu paz entre los hombres,
y nos guarde en comunión con el Papa N., con nuestro Obispo N.
con los demás Obispos y con todo tu pueblo.
Recibe en tu reino a nuestros hermanos
que se durmieron en el Señor
y a todos los difuntos cuya fe sólo tú conociste.
Así como nos has congregado ahora, en torno a la mesa de tu Hijo,
reúnenos con la gloriosa Virgen María, Madre de Dios,
con los apóstoles y con todos los santos.
Reúne también a los hombres
de toda raza y lengua,
en el banquete de la unidad eterna,
en los cielos y en la tierra nueva,
donde brille la plenitud de tu paz.
por Jesucristo, Señor nuestro.