Am

Am 1, 1-15. Conminaciones contra las naciones paganas circunvecinas

En los c.1-2 encontramos una serie de oráculos conminatorios contra las naciones paganas que rodeaban a Israel; después el profeta lanza un vaticinio amenazador contra el propio Israel por sus especiales pecados de injusticia social e ingratitud para con Yahvé. Amos supone que Yahvé gobierna no sólo sobre Israel, sino sobre todos los otros pueblos paganos, y, como Señor de todos los pueblos, pide cuenta de los pecados contra el derecho natural cometidos por los gentiles. Por otra parte, supone que Israel y Judá, como pueblos elegidos por Dios, tienen obligaciones especiales, por las que se les ha de pedir estrecha cuenta.

Am 1, 1-2. Presentación introductoria

La sincronización cronológica es clara para determinar el tiempo en que Amos desarrolló su ministerio profético. El título parece ser adición posterior de un redactor. Amos desarrolló su actividad profética entre los años 760 a.C. y 750 a.C., ya que Ozías (Azarías) reinó en Judá del 768 al 740-39, y Jeroboam II en Israel desde el 787 al 740. Por eso parece que es cronológicamente el primer profeta escritor de la Biblia, ligeramente anterior a Oseas. La frase antes del terremoto indica claramente que esta nota cronológica es posterior al mismo, cuando aún permanecía vivo el famoso terremoto. En Za 14, 5 se habla de un terremoto ocurrido en tiempos del rey Ozías de Judá, pero este dato parece depender del libro de Amos. Por otra parte, la Biblia no nos suministra ninguna indicación sobre este terremoto, que se había hecho famoso y le servía al redactor para datar el principio de la actividad profética de Amos.
A la indicación cronológica, el redactor añade la condición social del profeta, que era pastor de una localidad meridional llamada Tecoa, a unos nueve kilómetros al sudeste de Belén, en plena zona desértica.
La introducción de los oráculos de Amos es solemne y enfática: Yahvé rugirá desde Sión, y desde Jerusalén emitirá su voz. (v.2). Es la síntesis de la predicación del profeta, el cual levantará su voz como un rugido de león contra los abusos de Israel y de Judá. Por otra parte, afirma enfáticamente que la morada permanente de Yahvé está en Sión, la capital verdadera y única de la teocracia hebrea. Sus mensajes contra el reino de Samaría serán una constante invitación a volver a la unidad primera con el reino de Judá. Ese Yahvé que habita en Jerusalén se levanta ahora como Juez para castigar los pecados reiterados de una sociedad que ha olvidado su vocación de pueblo elegido.
Por eso, ante el rugido de león de Yahvé están en duelo los pastizales del desierto (v.2). Como pastor, Amos anuncia que los oasis de la estepa, únicos lugares de pastos para los ganados, se enlutarán al secarse por falta de lluvia. Esta sequía afectará al reino del sur con sus pastizales del desierto y al reino del norte con su orgullosa cima del Carmelo, tradicionalmente verde y poblada de numerosos rebaños. Su mismo nombre de Carmelo ("huerto feraz") indica la abundancia de pastos; y en la literatura bíblica aparece como lugar tradicional de fertilidad. El profeta, pues, abre sus oráculos anunciando un castigo general para Judá e Israel, pues ambos reinos serán sometidos a un largo período de extenuante sequía.

Am 1, 3-5. Oráculo contra Siria

Después de anunciar de modo general que Yahvé castigará a Judá e Israel, antes de concretar más su oráculo punitivo contra ellos, pasa revista a las naciones circunvecinas de Palestina para anunciarles también a ellas el castigo merecido por sus crímenes contra los postulados elementales de la ética natural. Implícitamente, el profeta supone que Yahvé tiene dominio también sobre estos pueblos, a los que castiga por sus transgresiones. La serie de amenazas comienza por Siria, con Damasco por capital. El reino sirio había llegado a su punto culminante político en el siglo IX, y durante un siglo había luchado contra Israel, obteniendo resonantes victorias; finalmente, fue vencido por Jeroboam II en el siglo VIII, poco antes del vaticinio de Amos.
Los oyentes de la predicación de Amos eran vecinos del que había sido poderoso reino de Damasco, y, como tales, guardaban particular animosidad contra él. Siria iba a ser la primera víctima de la invasión asiría bajo Teglatfalasar III, que estaba ya amenazando hacia la costa siró-fenicia del Mediterráneo. Amos anuncia el castigo contra Siria, porque han cometido muchos pecados, que están reclamando la venganza divina. La expresión por tres crímenes de Damasco y por cuatro. (v.3), que se repite machaconamente en este capítulo, indica la multiplicidad de pecados, por los que se hace acreedor al castigo divino.
El crimen específico de Siria, citado expresamente por el profeta, es haber triturado con trillos de hierro a Galaad, provincia israelita del reino del norte, situada al otro lado del Jordán, la cual había sufrido mucho de las incursiones sirias en tiempos de Hazael contra Jehú de Israel. Quizá la frase sea sólo metafórica, para indicar la terrible opresión a que sometieron los sirios a los habitantes de Galaad; pero de hecho parece que David pasó materialmente a los habitantes de Rabbat-Amón bajo los trillos, y, dada la crueldad con que los enemigos vencidos eran tratados, no es de extrañar que los sirios hayan hecho ese crimen contra naturaleza.
Yahvé destruirá la casa de Hazael, es decir, la dinastía inaugurada por este rey sirio, que usurpó el poder en tiempos del rey Joram de Israel (850-843), hijo de Acab. Mantuvo una serie de guerras contra Israel y aun contra Judá, lo mismo que su hijo Ben-Hadad III, el cual fue derrotado por Jeroboam II de Israel (787-747?). Sus atropellos e incursiones injustas van a ser castigadas ahora, pues Yahvé consumirá los palacios de Ben-Hadad (v.4). El exterminio alcanzará no sólo a Damasco, la capital, cuyas barras o puertas serán rotas por Yahvé, sino a todo el territorio del reino, como Biqat-Awen, que parece ser la actual El-Biqa'a, o depresión entre el Líbano y Antilíbano, la Celesiria de los escritores clásicos. La palabra Awen ("vanidad"), que se añade a Biqat, puede ser un juego de palabras despectivo del profeta, en vez de la vocalización On que transcriben los LXX, y que es el nombre de Heliópolis, la actual Baalbek, donde se daba culto a un dios solar de Egipto. Bet-Eden parece ser el Bit-Adini de las inscripciones cuneiformes, junto al Éufrates medio. En este supuesto, Amos nombraba estas dos localidades como los dos extremos (sudoeste y nordeste) del reino de Siria, para indicar que todo el reino sería devastado por los invasores asirios.
La devastación irá acompañada de la deportación del pueblo de Arara a Quir (v.5), localidad desconocida, de donde supone Amos que procedían los arameos. Se supone que Quir está en la Alta Mesopotamia, pues en Is 22, 6 es nombrada junto a Elam.

Am 1, 6-8. Oráculo contra Filistea

La acusación contra la Pentápolis filistea está literariamente concebida en los mismos términos que la anterior, y el molde se repetirá en los oráculos siguientes. También Gaza, la principal ciudad de los filisteos, ha colmado la iniquidad con multitud de crímenes contra la naturaleza (Por tres crímenes de Gaza y por cuatro., v.6). El crimen específico de esta ciudad es el dedicarse a vender cautivos como esclavos a Edom, región transjordana por la que pasaba la ruta caravanera con Arabia, y se dedicaba al tráfico de esclavos entre las ciudades costeras de Palestina y la península de Arabia. No se especifica de dónde son los prisioneros. En Joel se acusa a Tiro y Sidón de vender esclavos a los griegos. El tráfico de prisioneros de guerra para esclavos era uno de los grandes negocios de la antigüedad pagana.
Los filisteos eran oriundos de Greta, o mejor de Panfilia, en el Asia Menor, de raza indoeuropea, y se establecieron en la costa cananea (de ahí el nombre de Palestina dado por los griegos a esta región), después de haber sido rechazados por Ramsés III en el siglo XI cuando quisieron invadir Egipto. Son llamados por los hebreos despectivamente incircuncisos, porque no practicaban la circuncisión, muy extendida en Egipto y entre algunos pueblos semíticos. Aquí Amos anuncia la ruina de las ciudades filisteas confederadas, Gaza, Asdod, Ecrón. Falta Get, que probablemente en aquel tiempo formaba parte del reino de Judá.

Am 1, 9-10. Oráculo contra Tiro

A Tiro se le hace el mismo reproche, pero con la agravante de que la gran metrópoli ha hecho tráfico con gentes que tenían una alianza fraternal. ¿De qué alianza fraternal se trata? Algunos autores han supuesto que se aludiría aquí a la ruptura de la antigua alianza entre Fenicia e Israel en tiempos de David. Y así se le reprocharía aquí el que Tiro se dedicara a traficar con cautivos hebreos en detrimento de la antigua alianza.
Pero no es verosímil que el profeta llamara a esta alianza fraternal. Por eso otros han preferido ver una alusión al hecho de que Tiro se dedicara a vender como esclavos a cautivos israelitas a Edom, que étnicamente tenía un origen de sangre común con Israel, ya que los edomitas provenían, según la Biblia, de Esaú, hermano de Jacob, padre de los israelitas. Pero debemos notar que en el contexto nada indica que se trate de tráfico de cautivos "hebreos," y por tanto esa alusión a la alianza fraterna más bien habría que entenderla en el sentido de que Tiro traficaba con esclavos de ciudades fenicias o filiales de ella en el Mediterráneo, lo que no es inverosímil dado el espíritu esencialmente comercial de los fenicios, a los que Joel les echa en cara la venta de esclavos a los griegos.

Am 1, 11-12. Oráculo contra Edom

El profeta echa en cara a Edom, como crimen específico, que no haya cejado en su odio ancestral contra su hermano Israel. Ya su antepasado Esaú persiguió a Jacob, y después sus sucesores se opusieron a sus hermanos los israelitas, primero no permitiéndoles pasar con Moisés cuando subían del Sinaí hacia Canaán, y después en las hostilidades constantes que mantuvieron a través de la historia.
Israel llegó a someterlos bajo Amasias (800-791), pero después otra vez los edomitas se independizaron, haciendo todo el daño posible a los israelitas, sobre todo después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Yahvé castigará este odio inveterado con la destrucción de su país, representado en sus principales ciudades, Teman y Bosra.

Am 1, 13-15. Oráculo contra Amón

El crimen característico de los amonitas (población de Transjordania, al norte de Moab) es similar al que hemos visto en el oráculo contra Damasco (v.3), pues en su crueldad han llegado a abrir en canal a las mujeres encinta (?.13). Es un crimen refinado contra naturaleza, que pide divina venganza. El reino, simbolizado en su capital, Rabbá (la actual Aman), será arrasado totalmente como consecuencia de una guerra. Su rey será llevado cautivo, y el reino desaparecerá como tal.

Am 2, 1-16. Nuevos Vaticinios Conminatorios

Am 2, 1-3. Oráculo contra Moab

El crimen especial imputado a los moabitas es haber extremado su crueldad, quemando los huesos del rey de Edom (v.1). Una vez más Yahvé castiga los crímenes cometidos contra naturaleza. No sabemos a qué hecho concreto alude el profeta, pero tampoco esta crueldad era insólita en la antigüedad. Yahvé vela por los postulados éticos primordiales de la sociedad humana, y por eso, en calidad de Juez supremo, envía el castigo merecido a los habitantes de Moab, que verán abrasados por el fuego los palacios de Queriyot (v.2). Esta localidad aparece citada en la famosa estela del rey moabita Mesa, aunque no ha logrado ser localizada con certeza. Moab desaparecerá como nación en el fragor de la guerra, siendo su juez o rey extirpado, y sus príncipes entregados a la muerte.

Am 2, 4-5. Oráculo contra Jada

Los crímenes antes imputados a las naciones paganas eran transgresiones de la ley natural. Ahora la perspectiva de las acusaciones cambia al enfrentarse con las responsabilidades de Judá e Israel. Como pueblos elegidos que se han comprometido a cumplir las condiciones de un pacto, plasmado en la Ley, se les reprocha su infidelidad a lo pactado (no han guardado sus mandamientos, v.4). Dios tenía derecho a exigir más de ellos que de los otros pueblos, y por eso no los juzga conforme al código amplio del derecho natural, sino conforme a las estipulaciones positivas del Sinaí. Han abandonado a Yahvé, yéndose tras de las mentiras (?.6) ? idolos, siguiendo la conducta extraviada de sus antepasados. Por eso Yahvé los castigará también como a las naciones gentiles. Su calidad de pueblo elegido, lejos de garantizar la impunidad, reclamará más severidad en el castigo divino.

Am 2, 6-8. Oráculo contra Israel

Después de pasar revista a los pueblos de alrededor, Amos centra su predicación conminatoria en torno a Israel, o reino de Samaría. Y le echa en cara los atropellos sociales, cuya fustigación será la característica de este profeta, llamado el "profeta socialista del A.T.", precisamente por sus reivindicaciones sociales en favor de los humildes y los desvalidos. Las clases dirigentes de Israel son tan inconsideradas con éstos, que venden al justo por un par de sandalias (v.6), es decir, conculcan los derechos de los humildes por causas fútiles.
Estorban en lo que pueden el camino o proyectos de los humildes, haciéndoles la vida imposible, y tienen relaciones sexuales incestuosas el hijo y el padre con la misma doncella, quizá la esclava de servicio en la casa, conculcando de este modo las leyes elementales de Dios, con lo que estos actos adquieren el carácter de una profanación del nombre santo de Yahvé. Algunos autores ven en estas prácticas una alusión a las aberraciones sexuales que tenían lugar en los lugares de culto cananeo. En ese caso, la doncella sería la hieródula del templo que se ofrecía a los devotos, y entonces se comprende mejor que tal práctica, denunciada por Amos, tuviera el carácter de una profanación del nombre de Yahvé (?.7), ya que se le daba un carácter religioso, y, en consecuencia, el pecado revestía una mayor gravedad. El contexto del v.8 parece avalar esta interpretación, pues se supone que los abusos en los lugares de culto estaban a la orden del día.
Según la ley mosaica, si un pobre había empeñado su manto por no poder cubrir una deuda, debía devolvérsele antes de la puesta del sol para que pudiera pasar la noche. Los ricos de Samaria, según Amos, en vez de cumplir esta ley, utilizaban las ropas tomadas en prenda como alfombras para sus orgías religiosas junto a un altar cualquiera (v.8), bebiendo el vino de los multados, es decir, el vino conseguido con las multas que imponían, en nombre de la supuesta justicia, a los pobres desvalidos que por necesidad tenían que vivir fuera de la ley. La frase la casa de su dios se refiere a los lugares de culto de los dioses cananeos.

Am 2, 9-16. Ingratitud de los israelitas.

La conducta infiel de Israel es incomprensible, puesto que Yahvé le ha protegido siempre de un modo particular cuando se afirmaba como nación, exterminando a los amorreos o cananeos, que se oponían a su penetración en Canaán; y de nada les sirvió su vigor y desmesurada estatura. Son comparados a un árbol al que se le han quitado sus frutos y raíces, de modo que no puede volver a reverdecer. Yahvé los ha exterminado para entregar a los israelitas la tierra de Ganaán como culminación de la protección que los dispensó al sacarlos de Egipto y conducirlos paternalmente por el desierto.
Es más, en su voluntad de ayudarles suscitó profetas para que los adoctrinaran y fueran como los intérpretes de la voluntad divina en las vicisitudes difíciles de la vida, y escogió israelitas que se le consagraran con particulares votos como los nazareos (v.13), que debían abstenerse de bebidas alcohólicas; pero el pueblo israelita obligó a los nazareos a romper sus votos sagrados (v.13).
El voto de nazareato era como una consagración a Dios. El ser infiel a los votos suponía, pues, una ofensa contra El. De ahí la gravedad de los israelitas, que obligaron a los nazareas a no cumplir sus votos.
Por otra parte, lejos de reconocer la gracia que suponía el que Yahvé les enviara profetas, no quieren oír su predicación y los rechazan como importunos: no profeticéis (v.12). En el fondo, pues, hay en estos recalcitrantes una rebeldía contra su Dios, ya que no quieren guiarse por sus preceptos y sus mensajeros los profetas. Por eso el castigo no tardará en llegar: he aquí que haré crujir (el suelo) bajo vuestros pies. (?.13), es decir, Yahve va a intervenir como un terremoto enviando la espada y la guerra; y todos se verán envueltos en el torbellino, sin que nadie pueda sentirse seguro; y hasta el mismo suelo se tambaleará y crujirá como el carro sobrecargado de gavillas hace crujir (el suelo).
Nadie se librará cuando llegue la hora del castigo, pues hasta los más ágiles y fuertes caerán a la espada. Los mismos guerreros armados de arcos huirán despavoridos, dejando sus mantos (desnudos) al enemigo.

Am 3, 1-15. Crímenes de Israel

Am 3, 1-8. Anuncio del castigo

El oráculo se refiere a Israel, si bien puede aplicarse también al reino de Judá, ya que la recriminación se basa en la falta de fidelidad a Yahvé, que los sacó de Egipto con toda liberalidad. El pueblo israelita es un pueblo excepcional, pues es el único que ha sido elegido entre todos los pueblos para ser amigo y aliado de Yahvé: sólo a vosotros conocí de entre todas las estirpes de la tierra. (v.2). Pero este honor fuera de serie suponía obligaciones; de ahí que las iniquidades de Israel revistan la particular malicia de ingratitud e infidelidad; por ello que el castigo para ellos será duro e inexorable.
La culpabilidad reiterada de Israel ha roto las relaciones con su Dios; por eso no es posible que caminen de acuerdo en adelante: ¿Podrán caminar dos juntos sin estar de acuerdo? (?.3). Israel, pues, no puede pretender gozar de la protección divina mientras siga sus perversos caminos. Es más, como pueblo rebelde, que no ha cumplido sus compromisos, debe sufrir los rigores de la justicia divina. El castigo es inminente, e Israel puede ya columbrar su trágico destino por las amenazas que Yahvé lanza por sus profetas; como el león no ruge sino cuando tiene la presa delante (¿rugirá el león no habiendo presa? v.4), así, cuando Yahvé lanza sus rugidos y amenazas, es que la presa (Israel) está ya al alcance de su mano.
Con una nueva comparación expresa el profeta la inminencia del castigo. Yahvé ha extendido una red para que caiga en ella Israel, y no levantará el lazo hasta que haya hecho presa, como el cazador no quita la trampa hasta que haya logrado cazar: ¿se levantará del suelo la red sin haber cazado nada? (v.5). Un nuevo símil recalca la inminencia del castigo: cuando se toca la trompeta en la ciudad, es que el peligro es inminente, y, en consecuencia, el pueblo se alarma y se apresta a la defensa (v.6). Amos, como profeta, es el centinela de su pueblo, que anuncia la inminencia del castigo enviado por Yahvé, y todos deben aprestarse al arrepentimiento, alarmados ante la próxima manifestación de la inexorable justicia divina.
La calamidad que se abate sobre la ciudad no es de un enemigo cualquiera, del cual puedan librarse: ¿Habrá en la ciudad calamidad cuyo autor no sea Yahvé? (v.6b). Los que desprecian al profeta y sus amenazas deben pensar que los castigos y calamidades que anuncia vienen, en definitiva, de Dios, y, por tanto, no deben burlarse de ellos, porque la venganza será inexorable. La idea está expresada en sentido interrogativo para dar un carácter enigmático al enunciado. No deben, pues, los israelitas jugar con sus amenazas, porque, en definitiva, están jugando con la justicia divina.
Deben tener en cuenta que los profetas son los mensajeros de los designios divinos, pues Dios les comunica de antemano sus planes de destrucción y de bendición: Porque no hace nada Yahvé sin revelar sus designios a sus siervos los profetas (?.7). Amos, pues, se presenta como enviado de Yahvé y siente una fuerza secreta interior que le obliga a anunciar estas amenazas: Rugiendo el león, ¿quién no temerá? hablando Yahvé, ¿quién no profetizará? (v.8). Como es inevitable sentir escalofríos de temblor al oír el rugido de un león enfurecido, así el profeta, al oír los vaticinios conminatorios de Yahvé, no puede menos de profetizar, comunicándolos a sus destinatarios.

Am 3, 9-15. La ruina de Samaria

El profeta, con énfasis, convoca a las naciones paganas (Asdod y Egipto) para que sean testigos de los desórdenes y abusos que se cometen en Samaria, de forma que quede justificada la intervención punitiva de Yahvé (v.9). Las opresiones sociales se acumulan, como lo prueban las rapiñas y despojos que han atesorado oprimiendo al débil (v.10). Por tales abusos son merecedores del máximo castigo, y por eso Yahvé les enviará un enemigo que les robará sus fuerzas, destruyendo sus fortalezas, y después saqueara sus palacios (v.11). El exterminio será de tales proporciones, que apenas se salvarán algunos de la catástrofe (como rescata el pastor de las fauces del león un par de patas, v.12). Amos, como pastor, había tenido que luchar más de una vez con las fieras para rescatar sus ovejas de sus garras. La imagen es expresiva para describir la situación de angustia en que se hallarán los hijos de Israel cuando llegue el invasor asirio.
El profeta, en un arranque oratorio, invita a los ricos (sentados en el diván) de Ascalón y de Damasco a que den testimonio del castigo a que ha sido sometido Jacob (Israel) por sus pecados (v.15). La destrucción del reino de Israel alcanzará a los altares de los ídolos de Bet-El (v.14) y a los palacios de invierno y de verano de las clases dirigentes y opulentas (v.15). Los palacios de marfil, o construcciones con decoraciones en marfil, han sido encontrados en las excavaciones recientes de Samaría, precisamente en los estratos arqueológicos correspondientes a esta época del profeta Amos.
Algunos autores creen que la mención de los altares de Betel (v.14) se debe a una glosa, o está fuera de lugar, pues no se ha hecho mención de este lugar de culto en estos tres capítulos primeros. Parece que su lugar propio debiera ser después de 4, 4. Los cuernos del altar son los ángulos del mismo, que eran ungidos con la sangre de las víctimas y tenían un carácter propiciatorio, de forma que los perseguidos que se acogían a dichos cuernos o ángulos del altar debían ser preservados de la muerte.

Am 4, 1-13. La Corrupción de la alta sociedad de Samaria

Am 4, 1-5. Lujo y desenfreno de las Mujeres

El profeta se encara con las mujeres disolutas y lascivas de Samaría, a las que despectivamente llama vacas de Basan (v.1), la región fértil de TransJordania, famosa por sus pastos y ganados bien alimentados. Estas mujeres opulentas de Samaría oprimen a los débiles y se entregan ininterrumpidamente a la bebida con sus señores o amantes: ¡Traed que bebamos! Este estado de cosas no puede continuar indefinidamente, pues se colma la copa de la ira divina y se acercan días en que serán enterradas entre las ruinas de sus palacios, de donde tendrán que sacarlas con bicheros y arpones (v.2). Tendrán que salir por las brechas de los muros de la ciudad o de su casa cada una delante de sí (v.3), es decir, sin poder volverse ni a derecha ni a izquierda. Y después no les quedará otro camino que el cautiverio en Asiría (seréis arrojadas hacia el Hermón). El monte Hermón se hallaba en la ruta caravanera que por Damasco se dirigía hacia Mesopotamia.
Irónicamente, el profeta les invita a asistir a los tradicionales lugares de culto cismáticos del reino del norte: Id a Betel., a Guilgal. (v.4). Esas mujeres son tan cumplidoras de sus deberes religiosos en esos lugares de culto, que ofrecen sacrificios matinales, es decir, todos los días, cuando sólo estaban obligadas a hacerlo algunas veces al año, y lo mismo presentan sus diezmos cada tres días (v.4), cuando sólo les obligaba hacerlo cada tres años. Irónicamente les dice que proclamen los sacrificios de alabanza y ofrendas voluntarias que prescribía la Ley, puesto que son muy propensos a guardar los actos de culto: pues que así lo queréis (v.5).

Am 4, 6-13. Ceguera del pueblo israelita

Yahvé ha probado con diversas adversidades a su pueblo para hacerle volver al buen camino, pero ha sido todo en vano. Les ha enviado la sequía y el hambre (v.6-8); y los moradores de una ciudad han tenido que ir a otra en busca del agua, que se les acabó en las propias cisternas. Además, les envió toda clase de plagas: el añublo, el tizón, las langostas (v.9), y por fin los sometió a la terrible prueba de la guerra (v.10). Y aún les envió terremotos (Am 1, 1), trastornando el país, como en otro tiempo lo hizo con Sodoma y Gomorra (v.10).
Israel se ha escapado de la ruina total a duras penas, como un tizón sacado del fuego (v.11). Todo ha sido en vano, y por eso Yahvé va a someter a Israel a un castigo definitivo y supremo: apréstate a comparecer ante tu Dios, Israel (v.12). El Dios de los ejércitos, cuyo poder es sin límites, es el mismo que formó los montes y los vientos y que dirige el curso de la naturaleza (hace del alba tinieblas, v.13) y en su majestad se pasea sobre las alturas de la tierra. El profeta describe enfáticamente a Yahvé como Señor del universo para infundir mayor terror a Israel, que debe presentarse ante el juicio divino. Yahvé es Dios de los ejércitos, es decir, Señor de las constelaciones celestiales, que avanzan como un ejército en orden, y el Señor de las batallas, cuya victoria está garantizada por mil gestas de la historia del pueblo hebreo. La expresión les recordaba a los israelitas la protección que en otro tiempo les había dispensado Yahvé frente a los enemigos tradicionales del pueblo elegido. Amos acumula los epítetos y los títulos de la grandeza divina para impresionar al auditorio, que sigue impenitente. La ira divina será terrible, pues proviene del Señor de todo lo creado; por tanto, es una locura desafiarla insolentemente con una conducta depravada.

Am 5, 1-27. Las Prevaricaciones de Israel

Am 5, 1-6. Exhortación a la conversión sincera

Después de invitar a Israel a comparecer ante la majestad cegadora de Yahvé, el profeta presenta la catástrofe del pueblo elegido cumplida el día de la manifestación de la ira divina desencadenada. Conmovido ante tanta desgracia, entona una elegía sobre la suerte de Israel. La nación castigada (reino del norte: Samaría) es personificada en una virgen que yace en tierra abandonada de todos, sin poder levantarse (v.2).
Israel se sentía orgullosa de su fuerza militar, pero no debe estar confiado en ella, porque va a ser diezmada su población, de forma que sus ciudades no podrán aportar el censo de soldados normal para el alistamiento: La ciudad que salía en campaña con mil (guerreros) se quedara con ciento. (v.3). Y todo ello como consecuencia del castigo enviado por Yahvé por su infidelidad. Por tanto, si quiere librarse de la catástrofe total, debe volver a su Dios: Buscadme y viviréis (v.4).
Se han ido tras de los ídolos en los dos lugares de culto tradicionales en el reino del norte: en Betel y Guilgal. Pero es inútil que frecuenten estos lugares, porque llega la hora en que desaparecerán, sin que sus ídolos les puedan librar del turbión de la guerra y de la cautividad: Guilgal será llevado al cautiverio. (v.5). El profeta juega con la palabra Guilgal y cautiverio (en hebreo galah) para anunciar el exilio a la población de Israel, que se irá con sus ídolos, en los que confió. Y de nuevo les invita al retorno a Yahvé como único medio de librarse del incendio en que sería abrasado José (v.6), es decir, Efraím (hijo de José), la principal tribu del reino del norte.

Am 5, 7-13. Torcida conducta de Israel

La invectiva contra los habitantes del reino del norte es mordaz y despiadada. La injusticia está a la orden del día: Tornan el juicio en ajenjo (?.7), es decir, con sus inicuos juicios y decisiones, en vez de ser equitativos y con ello sembrar la paz social y el bienestar, fomentan el malestar general, y así, sus decisiones o juicios se convierten en veneno corrosivo y amargo como el ajenjo. La situación social está tan pervertida, que no toleran en las puertas (lugares tradicionales de juicio) al censor que sale por los fueros de la verdad: aborrecen al que habla rectamente (v.10). Las exacciones se multiplican, y los tributos sobre los pobres (cargas de trigo) resultan insoportables para quienes tienen que vivir de su modesto trabajo (v.11).
Por eso, Dios enviará el castigo sobre las altas clases sociales que viven del soborno, de la injusticia y de las exacciones. Se han enriquecido indebidamente, fabricándose casas de piedras talladas y plantando deleitosas viñas; pero no las podrán usufructuar, porque se está colmando la copa de la ira divina. Dios no puede dejar impunes tanta prevaricación y opresión, sobre todo las arbitrariedades en las puertas o lugares de juicio, donde el pobre es condenado sin defensa (v.12). La situación de injusticia y opresión ha llegado a tal estado, que el hombre prudente (o astuto y calculador) tiene que callarse, porque son malos los tiempos. En el v.10 se decía que se odiaba al que levantase la voz de censura sobre el injusto estado de cosas social; de ahí que nadie se atreva ya a protestar, pues cada uno mira a su interés y nadie mantiene los derechos de Dios y de los pobres.
Los v.8-9 parecen desplazados, y generalmente son trasladados al final del capítulo anterior, donde se habla del poder de Dios sobre los elementos de la naturaleza: señorea sobre las montañas, rige la marcha de las constelaciones celestes y hace que la aurora y las tinieblas se sucedan intermitentemente. Es una especie de doxología oratoria para encarecer el poder de Yahvé, a quien nadie puede oponerse. Por eso, cuando llega el caso, desencadena la ruina sobre la fortaleza y la ciudadela. (v.8), pulverizando toda resistencia humana, basada en las ciudades amuralladas y fortalezas. Nada puede hacer frente al enojo divino desencadenado cuando se trata de reivindicar los derechos de la justicia.

Am 5, 14-20. El día de Yahvé

Después de una exhortación al arrepentimiento, como único medio de librarse de los rigores de la justicia divina (v.15), el profeta describe dramáticamente el duelo general por la ruina y devastación del país (v.16). El duelo será tan universal, que hasta los labradores, y no sólo las plañideras de oficio, tomarán parte en él. Hasta en las viñas, donde reina habitualmente la alegría por la vendimia, habrá manifestaciones de llanto (?.17). Tan terrible será el día de Yahvé, en que se desencadenará la cólera de Dios.
Muchos esperaban, presuntuosos, en el día de Yahvé como un día de triunfo sobre los enemigos. Pero, lejos de ser un día de radiante esperanza y alegría, será un día de tinieblas (v.18), porque Yahvé sembrará la destrucción y la ruina en la sociedad israelita pecadora. Serán tantas las calamidades que en ese día se darán cita, que será difícil escapar de ellas: como quien, huyendo del león, diera con el oso. (v.18). Las calamidades se sucederán unas a otras y no será fácil huir de una sin caer en otra: quien se salve de la ruina material caerá a la espada, y quien se salve de ésta irá a parar al cautiverio. El profeta piensa en la invasión asiría que se cierne sobre el reino de Samaría.

Am 5, 21-27. Los sacrificios no bastarán para apartar la ira de Dios.

El profeta quiere dejar bien asentado que sólo una conversión sincera del corazón puede conjurar los peligros que se ciernen sobre la sociedad israelita, y de nada servirán las manifestaciones de culto en los lugares no reconocidos por Yahvé como legítimos. Las puras manifestaciones externas de culto, lejos de agradar a Yahvé, le enojan, pues no tolera la doblez de corazón. Ni los sacrificios (holocaustos en los que se quemaba toda la víctima en honor de Yahvé) ni los dones u ofrendas (de harina y otras sustancias vegetales) servirán para aplacar a Dios. Los pacíficos son los sacrificios en que no se quemaba toda la víctima, sino sólo sus partes grasas, sobre el altar; el resto era consumido por los sacerdotes y los oferentes. Amos enumera las distintas clases de sacrificios y de ofrendas según el orden en que están en el Levítico, lo que indica que conocía la legislación mosaica.
Todo el sonoro esplendor de las manifestaciones religiosas no es sino un ruido molesto a Yahvé. Ni los cantos ni las citaras podían agradar a un Dios que busca ante todo la entrega del corazón. Por consiguiente, estas manifestaciones de culto puramente externas no pueden aplacarle; de ahí que como agua impetuosa se precipitará el juicio; como torrente que no se seca, la justicia (v.24). Se trata del juicio vindicativo de Dios y de su justicia inexorable, que se desbordará como un torrente impetuoso, que lo arrastrará todo consigo. El profeta vuelve a indicar que los sacrificios solos, sin conversión sincera, no sirven para hacer frente a la manifestación de la ira divina, como no sirvieron los sacrificios de los padres en el desierto durante cuarenta años para acelerar la entrada en la tierra de promisión: ¿Me ofrecisteis sacrificios y oblaciones en el desierto en cuarenta años, casa de Israel? (v.25). La respuesta no es negativa, sino concesiva: a pesar de los sacrificios ofrecidos durante tanto tiempo, la entrada en Canaán se retrasó por la pésima conducta de los israelitas.
En la situación actual tampoco los sacrificios servirán para liberarlos de la ruina y de la cautividad más vergonzosa.
Se han entregado a la idolatría más crasa, admitiendo dioses extranjeros; por eso Yahvé les hará ir al cautiverio con sus dioses queridos: Mas llevaréis a Sakkut, vuestro rey, y a Kewan, la estrella de vuestro dios que os habéis fabricado (v.26). El profeta alude a los cultos astrales, que por influencia asiría habían penetrado en el reino del norte. Sakkut es un epíteto del dios asirio Kewan (en asirio ka-ai-va-nu), que no es otro que el planeta Saturno (la estrella de vuestro dios). Los israelitas irán con sus dioses postizos más allá de Damasco (?.17), es decir, a Mesopotamia.

Am 6, 1-14. Anuncio de la invasión Asiria

Am 6, 1-6. Conducta disoluta e insolente de los ricos

El profeta se encara resueltamente con los principales responsables de la catástrofe, las clases dirigentes de Samaría y de Jerusalén: ¡Ay de los descuidados en Sión! ¡Ay de los confiados en Samaría! (v.1). En su inconsciencia y fatuidad, se entregan, sin preocupaciones, a gozar de sus riquezas, suponiendo que su situación privilegiada ha de durar siempre. Deben tener en cuenta la suerte que han sufrido otros pueblos más antiguos que Israel, y que ahora se hallan en la miseria: Atended a las más antiguas naciones. (v.1). Calne debe de ser la Kullanu de los textos cuneiformes, en el nordeste de Siria. Jamat es la conocida ciudad junto al Orontes, en la Alta Siria, tomada por Jeroboam II poco antes de la predicación de Amos. Qatt p.Geth, es una de las cinco ciudades de los filisteos, no mencionada en el c.1 quizá por estar anexionada a Judá.
El profeta parece que cita estas tres localidades para advertir a Samaría que no debe confiarse demasiado, pues aunque ahora es fuerte, como lo fueron estas ciudades, le puede ocurrir lo que les acaeció a ellas: ¿Son mejores que estos reinos, o su territorio es más vasto que vuestro territorio? (v.2); en estos reinos, que en otro tiempo han sido grandes pueblos, han quedado reducidos a una situación inferior a la de Israel en cuanto a delimitación de sus fronteras y a independencia política. Son, pues, una advertencia para el confiado Israel, que se cree suficientemente fuerte para hacer frente al porvenir. Su situación próspera actual es inestable y efímera.
Las clases adineradas se creen seguras en su situación social, y no esperan que les amenace ninguna desgracia (Pretendéis lejano el día de la calamidad., v.5), siguiendo confiados en un reposo pernicioso, por las consecuencias que les traerá esta inconsciencia buscada. Llevan una vida apoltronada y lasciva, en marfileños divanes (v.4), entregándose a la bebida y a la frivolidad, y aun pretenden rivalizar con el mismo David al querer inventar instrumentos músicos (v.5). La frase es irónica y despectiva: los ricos de Samaría quieren emular las fiestas cortesanas del tiempo de David, el gran rey músico y poeta de Israel.

Am 6, 7-15. Anuncio de la invasión y de la cautividad

Las orgías y desenfrenos de los ricos de Samaría van a terminar trágicamente, ya que éstos tendrán que encabezar las filas de los deportados al exilio (v.7). Yahvé no puede tolerar más la insolencia y orgullo de Jacob (Israel) y los palacios fastuosos de Samaría (v.8); por eso va a entregar al enemigo la ciudad con cuanto encierra.
La destrucción será general, de forma que morirán todos (v.9). La expresión del profeta es radical e hiperbólica, y no ha de entenderse al pie de la letra, ya que a continuación habla de un corto número de escapados de la catástrofe (v.10).
El profeta dramatiza la situación para dar una impresión de la ruina. Supone que la casa de diez hombres se ha desmoronado con los que en ella había y que se acercan algunos supervivientes amigos a buscar entre las ruinas por si alguno queda con vida; y finge un diálogo: uno preguntará si aún hay supervivientes. Ante la respuesta negativa del que se halla indagando entre las ruinas, el que está afuera le dice taxativamente: ¡Calla, que no ha de mencionarse el nombre de Yahvé! (v.11). Esta frase misteriosa e incoherente parece suponer que el que había dicho que no quedaba ninguno vivo, iba a iniciar manifestaciones de duelo invocando el nombre de Yahvé. Pero el que está fuera le dice que se calle, pues la ciudad está como maldita bajo el peso del castigo divino, y, por tanto, no debe recordarse el nombre de Yahvé, ya que es El quien ha causado la ruina, pues por orden suya se abrirá brecha en las casas grandes. (v.12).
La devastación será general, y esto es una exigencia de la justicia, pues el estado social actual de Israel es tan caótico, que no puede continuar, como no es posible caminar rápidamente sobre una superficie rocosa: ¿Galopan los caballos por las rocas? tampoco es posible abrir surcos permanentes en el mar: ¿Se ara el mar con bueyes? (v.13). No puede, pues, continuar el estado actual de Samaría, ya que se pisotean los derechos más elementales: Vosotros hacéis del juicio veneno, y del fruto de la justicia, ajenjo (v.14). La justicia, por definición, está destinada a mantener el equilibrio y los respectivos derechos de cada uno, fomentando así una paz saludable; pero han corrompido la justicia, administrándola caprichosamente, conforme a sus intereses y caprichos, y así se convierte en veneno corrosivo que destruye el mismo orden social. Querer, pues, que las cosas continúen mucho tiempo así, es pretender arar en el mar o galopar por las rocas con caballos.
Se creen los israelitas seguros porque han reportado ciertas victorias políticas contra Siria (Os envanecéis por lo de Lodebar y decís: Hemos tomado Qarnayim, v.14); pero ¿qué es eso en comparación con el desastre general que les espera? En efecto, Yahvé suscitará un pueblo que les oprimirá (v.15); es la nación asiría, que con sus ejércitos los aplastará, dominando toda Siria y Palestina de norte a sur: desde la entrada de Jamat (en la Alta Siria) hasta el torrente del Araba, en los confines de Egipto. Es el territorio que se atribuye (con evidente exageración) a Israel durante el reinado de Jeroboam II, contemporáneo de Amos.

Am 7, 1-17. Visiones Proféticas

Am 7, 1-9. Inminencia del castigo

Los c.7-9 incluyen una serie de visiones simbólicas en las que se destaca la longanimidad y paciencia de Yahvé para con su pueblo y el castigo que infaliblemente vendrá sobre Israel como consecuencia de su obstinación en el pecado.
En la primera visión, el profeta contempla un enjambre de langostas, criado por Dios para enviarlo sobre el país de Israel, precisamente cuando comenzaba a brotar la hierba primaveral (v.1), de cuyas reservas habían de vivir los ganados durante el estío. La amenaza de invasión de langostas para consumir esta preciosa reserva queda agravada por el hecho de que este año la recolección de heno seguía a un año en que se había hecho la corta del rey, es decir, se había dado como tributo real la última cosecha de heno. Así, la situación deficiente del pueblo era mayor, y, en consecuencia, la desaparición de la nueva hierba primaveral revestía los caracteres de una verdadera catástrofe.
El profeta intercede ante Yahvé para que no envíe tan gran castigo, ya que entonces no podría sostenerse como nación Jacob-Israel, pues es pequeño o débil, incapaz de sufrir grandes pruebas. Yahvé accede a su ruego y no envía el castigo que tenía preparado, esperando que Israel cambie de conducta.
La segunda visión es paralela a la primera. Yahvé quiere enviar una sequía general como castigo para consumir su heredad, la tierra de Israel. Llama al fuego como instrumento de su justicia para litigar con el pueblo pecador. Yahvé, pues, quiere enviar el fuego sobre el abismo, o depósito de aguas subterráneas, de donde provenían los ríos y las fuentes, para secarlo y así privar de agua a la heredad o tierra de Palestina (v.4). Amos, aterrado por el castigo, suplica en los mismos términos compasión para su pueblo, que es pequeño e incapaz de subsistir a tal prueba. Yahvé accede de nuevo a las súplicas del profeta en un último arranque de longanimidad (v.6).
En una tercera visión, Yahvé estaba junto a un muro con una plomada en la mano, como si fuera un constructor que cuidadosamente mide las proporciones del muro, que parece ser Israel (v.8). El pueblo de Dios ha sido edificado como nación por Yahvé, pero ahora su edificio está desnivelado, y Yahvé está comprobando con su plomada lo defectuoso del mismo. Descontento por su situación, decide destruirlo totalmente con el cuidado con que antes lo había hecho, tomando las medidas a plomada: He aquí que yo pongo la plomada en medio de mi pueblo, Israel (v.8); pero ahora, para destruirlo sistemáticamente hasta los cimientos, con el cuidado con que un constructor mide y ajusta los niveles del edificio a levantar.
En efecto, Yahvé va a enviar la devastación y la ruina contra la casa de Jeroboam (v.9), fundador del reino cismático del norte después de la muerte de Salomón. Los altos de Isaac son santuarios de Israel o lugares de culto en el reino cismático de Samaría. Isaac aquí está en vez de Jacob. Sólo en este verso y en el v.16 se encuentra la designación casa de Isaac en vez del usual casa de Jacob, equivalente a la de pueblo de Israel.

Am 7, 10-17. Disputa con Amasias, sacerdote de Betel

Amos acaba de anunciar la ruina de Israel y de la dinastía de Jeroboam. Es una denuncia valiente, que se atrae las iras de los que gozaban de los privilegios de la situación. Un sacerdote de Betel llamado Amasias le acusa al rey de conspirador contra la casa real, pues la tierra no puede soportar sus palabras (v.10). Los vaticinios del profeta de Tecoa resultaban una insolencia y un desafío para los poderes constituidos, ya que sembraban el derrotismo en el pueblo. Después de denunciarle ante el rey, Amasias habla personalmente a Amos para convencerle por las buenas de que no debe continuar su predicación. A su entender, es un intruso que ha querido venir al reino de Samaría a ganar su pan dándoselas de profeta. Lo mejor que puede hacer es volver a Judá y allí continuar su labor de profeta: Vidente (término entonces despectivo), escapa a tu tierra y come allí tu pan haciendo de profeta (v. 12).
La insinuación es injuriosa, pues Amasias considera a Amos como uno de tantos ganapanes que se presentaban como profetas al pueblo, embaucándolos con sus promesas y lucrándose de su profesión. Ya en tiempos de Elíseo se habían organizado unas asociaciones de profetas (los hijos de los profetas), con vida común, los cuales se reunían para vivir mejor los postulados del yahvismo, conforme a la predicación de los grandes profetas, como Elías y Elíseo; pero estas asociaciones degeneraron, y así, no pocos vagos se alistaban en ellas para vivir sin trabajar. De ahí que el término hijo de profeta llegó a tener un sentido despectivo e injurioso. En este sentido se expresa el sacerdote de Betel, que ve comprometidas sus ganancias en los ricos santuarios de Betel, considerado como santuario nacional (santuario del rey, v.15), y, como tal, tenía pingües ingresos pecuniarios. Por otra parte, su culto es el oficial del Estado de Israel, y atentar contra el santuario es atentar contra los intereses del Estado.
Las palabras de Amasias indignaron al celoso profeta de Dios, Amos, que había venido a predicar sin buscar ningún provecho de su ministerio. Amasias debe tener en cuenta que él no es un profeta de profesión ni hijo de profeta (v.14), es decir, perteneciente a las asociaciones de profetas. El tenía su modo de vivir asegurado como boyero y cultivador de higos de sicómoros, especie de higuera salvaje, que abunda en las zonas semidesérticas. Amos, pues, al mismo tiempo que cuidaba de sus rebaños, se dedicaba a recoger y preparar los higos de los sicómoros para venderlos después en las localidades inmediatas, como Belén y Hebrón. Pero por inspiración divina dejó su negocio y se fue a predicar al reino del norte, en contra de sus intereses materiales: Yahvé me tomo detrás del ganado y me dijo: Ve a profetizar a mi pueblo, Israel (v.16). Su vocación profética, pues, procede exclusivamente de Dios, y se siente revestido de una autoridad especial para predicar donde Dios le manda.
Es el representante de los intereses de Yahvé, y, por tanto, oponerse a su predicación es oponerse a los designios divinos.
Y precisamente por no haberle reconocido como enviado de Dios, Amasias será el primero en sentir la prueba de la autenticidad de que Amos es profeta, ya que en nombre de Yahvé le anuncia la ruina de su posición y familia: su mujer será deshonrada; sus hijos, pasados a la espada, y sus posesiones, repartidas a cordel a manos de los invasores asirios, y él será llevado cautivo a tierra contaminada (v.17), es decir, al país idolátrico de Asiría. En efecto, sabemos que Teglatfalasar III inició la deportación de los habitantes del reino del norte antes del 734, y, finalmente, con la ocupación de Samaría por Sargón en 721, lo más escogido de la población de Israel fue camino del destierro mesopotámico. Es el cumplimiento de la profecía de Amos.

Am 8, 1-14. Nuevos anuncios de castigo

Am 8, 1-3. Israel, maduro para el castigo.

Esta visión sigue la línea de las anteriores del c.7. En éstas se había hecho resaltar la longanimidad de Yahvé, que pacientemente perdona a su pueblo; pero la medida de la prevaricación de Israel se ha colmado, y, por tanto, no puede tardar la intervención de la justicia divina, ya que Israel está maduro para su castigo. La suerte de Israel es expresada en un juego de palabras en hebreo. El profeta ve un cestillo de fruta (qayis), que simbolizará el fin (qés) de Israel: Ha llegado el fin a mi pueblo (v.2). Que pudiéramos parafrasear con un juego aproximado en nuestra lengua: el profeta ve un cestillo de frutas maduras (es la significación exacta de qayis), porque maduro está Israel para el castigo.
Yahvé no puede soportar más sus reiterados pecados: No le perdonaré ya mas tiempo. Es el anuncio de la venganza divina, que se manifestará trayendo la ruina al pueblo de Israel. Días de duelo esperan a Israel por sus continuas transgresiones: se trocaran en lamentaciones los cantos del templo (?.3). Desaparecerán las solemnidades gozosas, porque por doquier se encontrará el macabro espectáculo de los cadáveres arrojados en silencio en cualquier lugar. La consternación será general, y aun faltarán los tradicionales lamentos de las plañideras. Un silencio trágico sustituirá las ruidosas solemnidades de los entierros, pues los cadáveres serán arrojados en cualquier lugar por el invasor asirio.

Am 8, 4-7. Voracidad insaciable de los ricos

El profeta vuelve de nuevo a la carga contra las injusticias sociales, como en los primeros capítulos, y presenta a los ricos insaciables de Israel nerviosos por adquirir nuevas ganancias. En su impaciencia por acumular riquezas, se les hacen largos los días feriados del novilunio (primero de mes) y del sábado, en que estaban prohibidas las transacciones. Además, procuraban hacer todos los fraudes posibles: achicaremos el "efá" (medida de áridos, equivalente a unos 39 litros), para dar menos de lo debido, y agrandaremos el siclo (unos 13 gramos), para exigir más a los compradores (dar menos cantidad a más precio); además se proponen falsear las balanzas (v.5).
No se puede reflejar mejor la avaricia sin conciencia de las clases pudientes. Abusando de su situación privilegiada, trafican con las conciencias de los pobres, comprándoles por un par de sandalias (v.6). Aprovechándose de la situación angustiosa de los desheredados por deudas mínimas, les embargan los pocos bienes que tienen y aun los someten a la esclavitud: compraremos por dinero a los débiles. En contraste con este crimen de pisar la personalidad de los demás comprándola al precio mínimo, se atreven a vender hasta las ahechaduras del trigo. Todo esto está clamando por la intervención de la mano justiciera de Dios. Por eso ha jurado por el orgullo de Jacob, es decir, a causa de la insolencia y obstinación pecadora de Israel, que no echará en olvido sus obras pecaminosas. Su paciencia se está agotando, y aunque aparentemente parece que olvida las transgresiones de Jacob-Israel, sin embargo, todo, es tenido en cuenta para el día de la ira"

Am 8, 8-14. El día del duelo nacional

Los crímenes de Samaría están clamando justicia, y por eso no puede estar lejano el día de Yahvé en que se manifieste la ira divina: ¿No ha de estremecerse por esto la tierra? (v.8). Antes había aludido a un terremoto, y ahora afirma que esto es lo menos que puede suceder por tanta iniquidad. El profeta compara a la tierra conmocionada por el terremoto a las ondulaciones del Nilo, que sube y baja en tiempo de las crecidas anuales. Estas convulsiones de la tierra irán acompañadas de otras conmociones cósmicas, como eclipses de sol. Los autores recuerdan a este propósito un eclipse total de sol visible en Palestina en el 784 a.C., poco antes de la predicación de Amos, que pudo sugerir la descripción del profeta. Según Driver, hubo también un eclipse de sol visible en Jerusalén en 763 a.C.
En todo caso, la descripción de Amos puede ser meramente literaria, presentando las cosas al estilo apocalíptico, sin que ello suponga necesariamente alusión a hechos reales históricos. El profeta lo que quiere destacar es el duelo general, del que participará hasta la misma naturaleza. Desaparecerán las solemnidades o fiestas bullangueras y todos los signos de alegría, que serán sustituidos por externas manifestaciones de duelo: todos se vestirán de saco y se rasurarán la cabeza, ritos externos tradicionales expresivos de máximo dolor. Todos los habitantes se sentirán abandonados de Yahvé en medio de una orfandad glacial, y, al verse solos, andarán ansiosos buscando a su Dios: habrá no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahvé (v.11). Ahora rehúsan escuchar a los mensajeros de Dios, los profetas; pero llegarán días que se pondrán en busca de un enviado de Yahvé que les comunique algo en su nombre, y no lo encontrarán;
Como en tiempos de sequía las gentes andan sedientas en busca, de agua, de un lugar a otro así entonces andarán errantes de mar a mar (del Mediterráneo al mar Muerto: de oeste a este) y del norte al oriente (v.12). Hasta las nuevas generaciones, que constituyen la esperanza de la nación (las hermosas doncellas y los mancebos, v.13), sentirán la necesidad de la palabra de Yahvé, y, al no encontrarla, desfallecerán de sed. En estos términos, Amos anuncia que llegarán días muy críticos para la nación, y entonces buscarán consejos y aliento en algún profeta, que les transmita la palabra de Yahvé, pero no la hallarán.
Es la hora de la invasión del ejército asirio, escogido por Dios como instrumento de castigo sobre el reino infiel de Israel. Sobre todo, los pecados de idolatría reclaman el castigo divino; por eso, los que juran por el pecado de Samaría (v.14), es decir, el ídolo llamado en Os 8, 6 el becerro de Samaría, y los que en general frecuentan los lugares de culto, como Dan (vive tu Dios, ¡oh Dan!), en el extremo norte, y de Bersabé (vive tu protector, ¡oh Bersabé!), en el sur de Palestina, sucumbirán para no levantarse jamás. Es el anuncio de la ruina total a los habitantes de Israel.

Am 9, 1-15 Intervención justiciera de Yahvé

Am 9, 1-6. Imposibilidad de huir del castigo inexorable divino

El profeta describe la realización del castigo divino. Ve a Yahvé junto al altar (v.1), dispuesto a dar la orden de destrucción del templo de Betel mientras los adoradores de los ídolos están reunidos en su recinto. Yahvé da la orden de destrucción: Rompe los capiteles y abátelos sobre las cabezas de todos ellos. ¿Quién recibe la orden destructora? ¿Un ángel, o agente de Yahvé, o el mismo profeta? En este caso, Amos sería el instrumento de la destrucción como mensajero de la voluntad divina, que decide traer la ruina sobre el lugar de culto idolátrico. Nadie podrá salvarse de la catástrofe, pues los que se libren en el primer momento caerán a la espada del invasor asirio.
Es inútil que quieran buscar refugio, pues aunque se vayan a los lugares más lejanos y recónditos, como el seol, morada subterránea de los muertos, o suban a los cielos, allí los alcanzaría la mano vengadora de Yahvé. La hipérbole es expresiva para indicar la imposibilidad de salvación. Ni la cumbre del Carmelo, con sus numerosas cavernas frente al mar, podría dar asilo a los escapados, pues hasta allí llegaría la mirada inquisidora de Yahvé. Ni siquiera el fondo del mar (en contraste con la cima del Carmelo, que se destaca sobre el Mediterráneo) podría dar albergue tranquilo a los fugitivos, ya que allí mismo mandaría Yahvé a la serpiente que les mordiera (v.3). Sin duda que el profeta alude aquí al monstruo marino Leviatán, el cual, según la imaginación popular, se paseaba en las profundidades del abismo. Amos, pues, como Isaías se acomoda aquí al folklore mitológico del ambiente para expresar la imposibilidad de salvación para los fugitivos.
Tampoco la última alternativa del cautiverio podrá librarlos de la persecución divina, ya que Yahvé pondrá sobre los cautivos sus ojos para mal y no para bien (v.4); es decir, en lugar de mirarlos con ojos benevolentes y protectores 2, los perseguirá hasta hacerlos morir a la espada. Naturalmente, en todas estas expresiones hay mucho de hipérbole, y, por tanto, no han de entenderse en el radicalismo en que aparecen, sino que simplemente quieren encarecer la universalidad de la ruina.
La razón de ello es la omnipotencia y majestad divina; nadie puede enfrentarse con Yahvé, que es el Rey majestuoso, a cuyo paso tiembla la tierra, se disuelve como cera y se conmueve como el Nilo en sus crecidas y resacas (v.5). Yahvé tiene su morada en lo alto de los cielos, y domina majestuosamente la tierra, sobre cuya bóveda o firmamento extiende su trono (v.6). Esta doxología, similar a la de Am 4, 13, no tiene otra finalidad que encarecer la indefectible acción punitiva de Dios sobre los pecadores como Señor del universo: Yahvé es su nombre. Es la gran garantía de todo lo que el profeta anuncia. Su palabra no se basa en cálculos humanos, sino en la del que dirige el curso de los elementos de la naturaleza: llama las aguas y las derrama sobre la haz de la tierra.

Am 9, 7-10. Israel, por ser pueblo elegido, no está inmune de la destrucción

Israel se creía al abrigo de la destrucción porque se consideraba el pueblo elegido entre las naciones, sobre el que Yahvé tenía que tener una providencia particular en orden a su conservación como nación. Esta presunción era totalmente gratuita, ya que no existían vínculos naturales necesarios entre Yahvé e Israel. Había sido elegido libérrimamente por Dios, que dirige el curso de la historia de todos los pueblos, y hubiera podido escoger cualquier otro pueblo. En este sentido, los israelitas están en el mismo plan que los despreciados etíopes: Hijos de Israel, ¿no sois para mí como hijos de etíopes? (?.7). Y si bien es cierto que Yahvé hizo subir a Israel de la tierra de Egipto, también lo es que trajo a los filisteos de Caftor y a los arameos de Quir.
Todos los pueblos están igualmente sometidos a Yahvé, Señor de la historia universal. Por eso, si no hubiera intervenido una elección gratuita de Israel por parte de Yahvé, los israelitas estarían en el mismo plano que los etíopes, considerados de raza inferior, y los arameos, tradicionales enemigos de Israel. La elección de Israel por parte de Yahvé, lejos de garantizarles inmunidad contra sus transgresiones, crea nuevas obligaciones y vínculos. La justicia divina tiene sus exigencias, y de ahí que Yahvé tenga puestos sus ojos sobre el reino pecador (Israel) para castigarlo debidamente y aun exterminarlos, si bien no destruirá del todo a la casa de Jacob (Israel), precisamente porque le hizo objeto de una particular elección.
Pero le someterá a una prueba para purificarlo, zarandeándolo entre las naciones como se zarandea (la arena) en la criba. (v.10). Israel será cribado en el destierro para probar lo que hay de bueno y de malo en él. Y como al cribar la arena sólo pasa ésta, quedando en la criba las piedrecillas, así, al probar Yahvé a Israel, hará que sólo subsistan los fieles, mientras que los pecadores quedarán en la prueba, sin que caiga una chinita (los pecadores indignos) en tierra (v.8). Los que prefieren ver en la comparación una alusión a la labor que se hace en la era con el trigo, suponen que el buen grano (los israelitas fieles) quedarán en el harnero, de forma que ningún grano (chinita) caiga en el suelo para perderse.
Yahvé tendrá especial providencia de los justos, pero los pecadores, obstinados en su presunción de inmunidad (no se acercará. la desdicha, v.10), perecerán a la espada. Sólo, pues, un resto se salvará para constituir el núcleo de restauración del pueblo elegido. Los profetas nunca pierden de vista, al anunciar sus vaticinios conminatorios, el destino glorioso de Israel como nación en los tiempos mesiánicos; por eso nunca anuncian la destrucción total del pueblo escogido.

Am 9, 11-15. Promesa de restauración

Después de anunciar que en la catástrofe perecerán sólo los pecadores, el profeta se proyecta directamente hacia la realidad del futuro venturoso de los tiempos mesiánicos. Después de la destrucción de Israel vendrá la restauración, vinculada al resurgimiento de la casa de David, que ha sido convertida en un tugurio o choza de campaña, expuesto a todas las rapiñas. Volverán los días gloriosos de la dinastía davídica y de nuevo las doce tribus se reunirán en torno a la colina de Sión. Oseas, profeta oriundo del reino del norte, anunció la restauración de Israel (reino del norte), retornando a David. Amos había dicho que Yahvé ruge como un león desde Sión, y ahora termina con la atención puesta de nuevo en la colina de Sión, donde debía asentarse de nuevo el futuro trono de David.
Algunos autores creen que la frase restauraré las brechas y ruinas del tugurio de David alude a la derrota infligida a Judá por Joás de Israel; pero es mejor suponer que el profeta, conociendo por revelación la ruina futura del reino de Judá (casi dos siglos más tarde), la asociara a la de su hermano Israel, que había de perecer pronto bajo la invasión asiría, para resurgir ambos reinos, unificados de nuevo, bajo la égida de un descendiente de David. Será entonces cuando el pueblo elegido tomará la revancha sobre las naciones paganas, particularmente Edom (v.12), que se aprovecharon de su ruina. Todas las naciones serán patrimonio de Yahvé (sobre las cuales sea invocado mi nombre), y el pueblo israelita, como representante de los derechos de su Dios, tendrá el dominio sobre todas ellas.
Los últimos versos nos presentan el idilio de los tiempos mesiánicos conforme a la desbordada imaginación oriental. Será tal la fertilidad de la tierra, que el que siega seguirá al que ara, y el que vendimia al que siembra; los montes destilarán mosto. (v.15). Son las expresiones de abundancia y prosperidad material que encontramos en otros profetas de los cuales, para levantar los ánimos de los oyentes en tiempos de tribulación, presentan la felicidad de los tiempos mesiánicos con los colores más vivos. De hecho, todas estas descripciones se han quedado cortas al querer reflejar la realidad de la felicidad espiritual del nuevo Israel de los tiempos mesiánicos. Las realidades de la vida de la gracia, vividas con la intensidad que exige la vocación cristiana, superan a todo lo que podían soñar los profetas del A.T.