Ml

Ml 1, 1-5

En el epígrafe inicial no se dice nada sobre la vida y marco histórico de Malaquías. Incluso su mismo nombre, que significa ángel de Yahvé, puede ser un seudónimo en consonancia con su calidad de mensajero de Dios a su pueblo. Muchos comentaristas modernos suponen que el primer verso es obra de un redactor posterior, y el nombre de Malaquías provendría, según ellos, de lo que se dice en Ml 3, 1: "enviaré a mi ángel" (en hebreo Mal'akí). Los LXX traducen el v.1: "palabra del Señor a Israel por mano de su ángel. En todo caso, no se dice nada de su persona, y, por tanto, bien puede ser un nombre simbólico inventado por un redactor posterior que no conociera al autor de estos oráculos.
Antes de centrar su atención contra los sacerdotes indignos, el profeta quiere declarar solemnemente que Yahvé ha amado de un modo particular a Israel, y prueba de ello es que ha enviado la devastación y la ruina sobre su enemigo tradicional, Esaú o Edom. Con ocasión de la destrucción de Jerusalén en 586 a.C. por los caldeos, los habitantes de Edom se ensañaron con los judíos vencidos, uniéndose a los vencedores. Con ello, la tradicional enemistad de los dos pueblos llegó al paroxismo.
De ahí que ahora el profeta, que habla un siglo después de la gran catástrofe, presente como un signo de amor particular para con el pueblo elegido la devastación de Edom. El profeta Abdías se hace eco de una destrucción masiva del país edomita, llevada a cabo probablemente por las tribus árabes que en el siglo V invadieron su territorio, estableciéndose allí de modo permanente y creando el reino nabateo.
Según la Biblia, Esaú (Edom) y Jacob eran hermanos uterinos, que estuvieron siempre en lucha, preludio y símbolo de las hostilidades que los pueblos israelita y edomita habían de mantener a través de la historia. Yahvé tuvo predilección por el hermano menor, Jacob, mientras que detestó a Esaú, en el sentido de que antepuso aquél a éste. El mismo territorio en que Esaú tuvo que establecerse parece estar bajo una maldición divina, porque sus montañas son el símbolo de la devastación aun en su contextura geográfica (v.3). Pero, además, en virtud de una invasión enemiga promovida por Yahvé, su heredad se ha convertido en pastizales del desierto.
Y es inútil que los edomitas quieran reconstruir sus ruinas, porque Yahvé se encargará de enviar de nuevo la devastación (v.4). En efecto, los edomitas fueron suplantados en su territorio por los nabateos, que crearon una brillante civilización al contacto con la cultura helénica. Los edomitas tuvieron que correrse hacia el occidente y penetrar en el territorio meridional de Judá para poder subsistir. En 125 a.C. fueron sometidos por Juan Hircano y obligados a circuncidarse. Edom, pues, no volverá a recuperar su poderío antiguo, y en ello deben ver los judíos la omnipotencia de Yahvé, que se extiende aun más allá de su territorio de Judá (v.5).

Ml 1, 6-10

Si Yahvé ha mostrado su especial predilección por Israel, ¿por qué no se le da el honor debido como Señor y Padre de su pueblo? En particular, los sacerdotes, por ser la porción selecta de Israel, están llamados a dar ejemplo y a dirigir al pueblo, y son los primeros prevaricadores de la Ley, ya que ofrecen a su Dios un pan inmundo o mancillado por las malas disposiciones interiores de los oferentes, y, por otra parte, ofrecen las víctimas defectuosas, reservándose para sí las mejores. Esto es un desprecio implícito a Dios. Irónicamente, el profeta les invita a presentar estas dádivas al gobernador o pejah persa (v.8). Esta indicación es preciosa para encuadrar históricamente el vaticinio en la época de la dominación persa.
Después el profeta recalca que con estas disposiciones de mezquindad de corazón respecto de su Señor y Dios es inútil aspirar a conseguir su benevolencia: Buscad el favor de Dios. (v.9). Ellos son responsables de sus malas acciones (por vuestra mano es hecho esto), y por eso no es fácil que consigan su gracia: ¿os concederá benevolencia? La respuesta implícita es negativa. Un culto en tales condiciones no puede agradar a Dios, y sería preferible que cerraran las puertas del templo y no encendieran en vano el fuego del altar (v.10).
Un culto sacrilego no puede agradar a Dios, sino más bien enojarle. Las ofrendas en estas condiciones no le son gratas. Tanto las oblaciones incruentas como los sacrificios cruentos llevaban el sello del desprecio hacia Dios, y, como tales, no son aceptables. Dios, por ello, establecerá un nuevo sacrificio puro y universal que no estará vinculado a los indignos descendientes de Leví.

Ml 1, 11-14

En contraposición a los sacrificios mezquinos ofrecidos en el templo de Jerusalén, el profeta anuncia un nuevo sacrificio humeante y una oblación pura en todo el orbe, desde el fondo del sol hasta el ocaso; y ese sacrificio es calificado de oblación pura, y, como tal, agradable a Dios. La perspectiva del profeta se ensancha desmesuradamente, y un vaticinio universalista es proclamado a todos los pueblos. Se ha discutido mucho el sentido preciso de las palabras de Malaquías. Los comentaristas han dado diversas opiniones.
Así, se ha propuesto que el profeta pensaba en los prosélitos judíos, que estaban extendidos por todos los lugares donde había comunidades judaicas en la diáspora. De hecho sabemos que en la época persa los judíos de la colonia militar de Elefantina, en el Alto Egipcio, tenían su templo y sus sacrificios, a pesar de la prohibición de la multiplicidad de los lugares de culto. No han faltado quienes, siguiendo a Teodoro de Mopsuestia, hayan propuesto que Malaquías se refería con sus misteriosas palabras a los sacrificios que los paganos ofrecían en todo el ámbito del orbe a sus dioses, como símbolo de sumisión al Dios supremo, que no era otro que el Yahvé de los judíos; pero es difícil suponer que Malaquías, que rechazaba como impuros los sacrificios del templo de Jerusalén, aceptara como puros los ofrecidos por los paganos de su tiempo en los templos idolátricos.
La interpretación más obvia en el contexto es suponer que el profeta piensa en un nuevo estado de cosas en los tiempos mesiánicos, pues habla de cerrar las puertas del templo y de la sustitución del sacrificio tradicional de Jerusalén por una oblación pura. En este supuesto, el vaticinio de Malaquías encuadra bien en el universalismo de otras profecías en las que se habla de la entrada de los gentiles en la comunidad judía para participar de la Ley y culto de Yahvé. El anuncio, pues, de Malaquías es mesiánico, ya que proclama un nuevo estado de cosas desde el punto de vista cultual. La ley de la unicidad del culto será abrogada, y un nuevo culto (el profeta no específica el modo) se extenderá por todo el universo.
La tradición cristiana ha visto el cumplimiento de esta profecía en el sacrificio de la Eucaristía y en la adoración en espíritu y en verdad" de todos los seguidores de Cristo.
Después de anunciar este sacrificio universalista y superior al actual del templo, el profeta vuelve a recriminar a los sacerdotes por sus mezquinos sacrificios y por la negligencia con que cumplen sus deberes rituales (aun decís: ¡Qué fastidio!).

Ml 2, 1-9

La infidelidad de la clase sacerdotal obligará a Dios a cambiarles su bendición, o situación privilegiada, en maldición (v.2). Puesto que las víctimas que le presentan son inaceptables, Yahvé les arrojará a su rostro la basura de sus solemnidades (v.5), e.d., los restos de las víctimas que se echaban al depósito de basura después de las solemnidades. Les anuncia el castigo decidido por un decreto que ha de poner de relieve el pacto con Leví (v.4). En otro tiempo Yahvé había hecho un pacto con la tribu de Leví con fines benevolentes: de vida y paz, para asegurar la protección sobre sus descendientes; y, por otra parte, el pacto que anunciaba promesas de vida y de paz incluía también amenazas de temor (v.5) en caso de que fueran infieles al pacto.
Y, de hecho, gran parte de los descendientes de Leví fueron fieles al pacto, imitando el celo del propio Leví por la gloria de Yahvé. Malaquías traza en los v.6-7 el ideal del sacerdocio como institución. El sacerdote debe ser un doctor de la Ley, teniendo en su boca doctrina de verdad y viviendo en rectitud e integridad, pues es un enviado de Dios. El profeta considera las funciones rituales como algo relacionado a estas exigencias fundamentales. Contra este programa ideal, los sacerdotes del tiempo del profeta han seguido otra conducta, basada en el egoísmo, y con su pésimo proceder han sido ocasión de que otros se desviaran de la Ley (v.8). En consecuencia, Yahvé se siente desligado del pacto que con los descendientes de Leví había sellado, y se desentiende de ellos, haciéndolos despreciables al pueblo (v.9).

Ml 2, 10-17

El profeta recuerda a sus conciudadanos la vinculación que todos tienen con Dios, su Padre, y, por tanto, de unos con otros entre sí, como hermanos (v.10). Esta afirmación general es como una introducción a lo que sigue, pues, supuesta ella, los crímenes que se fustigan adquieren mayor maldad a los ojos de Dios. Una de las abominaciones que el profeta denuncia es la práctica de muchos judíos de casarse con extranjeras. Sabemos por los libros de Esdras y Nehemías que éste fue un grave problema que obstaculizó mucho la formación de la nueva sociedad judía con plena conciencia religiosa.
Esta conducta es una profanación de lo consagrado a Yahvé, que no es otra cosa que el pueblo israelita como pueblo elegido. Por su vocación era algo aparte entre todos los pueblos, y por eso, al mezclarse con otros pueblos paganos, se profanaba y perdía su carácter de santo, o consagrado a Yahvé. El profeta lanza un duro anatema contra los que profanan el carácter santo de su pueblo: Quiera Yahvé, a quien tal hace, privarle de defensor y testigo en las tiendas de Jacob (v.12), sea excluido de todos los derechos civiles de la sociedad israelita. Es una verdadera excomunión, pues se le priva de la defensa jurídica. Pero, además, le desea que se le prive de sus derechos religiosos, de su derecho a ofrecer sacrificios: Quiera privarle Yahvé de que haga ofrenda de sacrificio a Yahvé de los ejércitos.
El profeta lanza un segundo reproche contra sus contemporáneos. Estos creen que Dios es injusto al no aceptar las ofrendas que le presentan con lágrimas en el altar. La razón de ello es su perversa conducta, ya que con demasiada facilidad repudian a la esposa de su juventud (v.14). Con estas palabras parece aludir al hecho de que los judíos procuraban buscarse segundas esposas entre los extranjeros, dejando a la de su raza, que era su legítima esposa anterior.
El v.15 es extremadamente oscuro y muy diversamente interpretado según la traducción que se adopte. Supuesta la versión que hemos seguido, parece que el profeta encarece la indisolubilidad del matrimonio; al menos reacciona contra la facilidad del divorcio de su tiempo. Por ello recuerda que Yahvé hizo a los que se casan para un solo ser que tiene su carne y su hálito (o vida) (v.15a), es decir, constituyen como una unidad carnal en orden a la procreación, como a continuación se indica: y este único (ser), ¿qué busca sino una posteridad de Dios? o consagrada a Dios.
Lo que es claro de toda esta argumentación es la preocupación del profeta por evitar la facilidad del repudio. Así, dice que el que injustamente repudia a su mujer se cubre de injusticia por encima de sus vestiduras (v.16), hace aparecer públicamente su injusticia ante la sociedad, como si la llevara recubriendo sus propios vestidos. En consecuencia, el profeta invita a sus contemporáneos a ser remisos en esto: Cuidad, pues, vuestro hálito (o vida) y no seáis desleales.
El v.17 parece debe considerarse como introducción a lo que se dice en el c.3 de consolación. El profeta se hace eco de las quejas de sus compatriotas respecto de la conducta de Dios, que permite que los impíos prosperen en esta vida, como si tuviera complacencia en ellos: Sois pesados en vuestras palabras, en decir: El que hace el mal es grato a Dios (v.17). Creen que Yahvé no es justo bendiciendo a los pecadores. Los tiempos parecen demasiado penosos para los fieles a la Ley de Dios, pues los prevaricadores que tienen relaciones con los extranjeros son los que triunfan en la vida, mientras que los buenos perecen de miseria. En efecto, después de la repatriación, la situación de los judíos fieles a su Dios fue en extremo penosa. El profeta en el c.3 les presentará a éstos un horizonte de triunfo y de gloria.

Ml 3, 1-5

A la pregunta de por qué los impíos prosperan, el profeta contesta que se acerca el día de la justicia divina. La manifestación del Señor será precedida de su mensajero o ángel, que en Ml 4, 23 es identificado con Elías. El Ángel de la alianza es el mismo Señor o Yahvé, que realizará el juicio discriminador sobre los pecadores. El título de Ángel de la alianza hay que relacionarlo con las expresiones del A.T., donde aparece un ángel como instrumento de la alianza del Sinaí. Por otra parte, la expresión es paralela a la de Ángel de Yahvé, que muchas veces equivale a Yahvé mismo, manifestándose en la historia. En nuestro texto de Ml 3, 1, la expresión Ángel de la alianza es paralela al Señor, y ha de entenderse como un epíteto explicativo aplicado a Yahvé, que va a hacer una nueva alianza con su pueblo.
El profeta anuncia la llegada de Dios, que viene a purificar a su pueblo para entrar de nuevo en relaciones más íntimas con él (v.2). Su obra depuradora se ejercerá, sobre todo, en la clase sacerdotal, los hijos de Leví (v.3), contra los que había lanzado los mayores reproches por su infidelidad. Yahvé va a actuar como fuego y como lejía para lavar y acrisolar los valores de la clase sacerdotal, de forma que subsistan sólo los que son dignos y fieles a su ministerio. Sólo así podrán presentar sus oblaciones en justicia, e.d., con las debidas disposiciones morales en consonancia con su misión. La purificación de la clase sacerdotal será seguida de la purificación de toda la sociedad judía, que estaba llena de hechiceros, adúlteros y perjuros y de opresores de los débiles y desvalidos. Es la contestación a las impaciencias de los fieles que se quejaban del triunfo de los pecadores e impíos.

Ml 3, 6-12

El profeta pone en boca de Dios su carácter inmutable respecto de su pueblo en cuanto a mantener las promesas y a castigar a los culpables. Yahvé es el mismo de las promesas antiguas, pero también el controlador de su justicia (Yo no he mudado); y prueba de que Yahvé no abandona sus promesas es que los israelitas, como nación, a pesar de las muchas prevaricaciones, no han fenecido (v.6). Toda su historia ha sido una historia de prevaricación; sin embargo, Yahvé los invita a la penitencia (v.7). Pero es necesario que cambien de conducta y no defrauden a su Dios, negándole los diezmos y primicias del templo. Las contribuciones obligatorias para el culto constituían la parte de Yahvé, y, por tanto, al no entregarlas, era defraudarle en sus derechos (v.8).
Es necesario que enmienden su conducta si aspiran a participar de las bendiciones de su Dios. Si de veras cumplen sus obligaciones cultuales, la tierra se verá favorecida con la lluvia y libre de las plagas de langostas, y todos los habitantes serán llamados dichosos por las gentes, ya que habitarán en una tierra de delicias (v. 10). En la nueva alianza en tiempos de Nehemías, la comunidad se comprometió a cumplir sus obligaciones de aportar los diezmos y primicias.

Ml 3, 13-18

De nuevo el profeta sale al paso de las consideraciones insultantes de los que se quejaban de la providencia de Dios al permitir la prosperidad de los impíos. Llegará pronto el día en que se hará justicia al bueno y justo, que será tratado por Dios como un hijo predilecto. La prosperidad actual de los pecadores es engañosa, porque no conocen lo que les espera. La situación actual tendrá pronto fin, y Dios retribuirá a cada uno según sus obras. Entonces los buenos mudarán de parecer sobre las permisiones de la providencia de Yahvé.

Ml 3, 19

El día del juicio es purificador para Judá, pero exterminador como horno ardiendo para los pecadores (v.1/19). Será el día de la gran separación entre justos y pecadores. Para los primeros, el día de Yahvé será un sol de justicia, e.d., una nueva aurora prometedora de justicia y equidad, pues traerá en sus alas la salud. El sol naciente de justicia es comparado a un ave de buen augurio que trae la salud a los justos. En Sal 139, 9 se habla de las alas de la aurora. El sol era representado en los monumentos como un disco alado. Los justos triunfarán plenamente, lo que supondrá la humillación de los pecadores (v.3/21).
El v.4/22 parece glosa posterior para encarecer la observancia de la Ley mosaica. La mención del monte Horeb como lugar donde se dio la Ley a Moisés, parece insinuar que el autor alude al Deuteronomio como conjunto legal.
El v.23 parece un eco de Ml 3, 1, donde se habla de un ángel de Yahvé que prepara el camino del día de Yahvé, su manifestación punitiva y discriminadora. Este ángel es Elías el profeta revivió, que será el precursor del día de Yahvé, grande y terrible. Según la tradición, Elías había sido trasladado vivo en un carro de fuego al cielo. Este hecho dio origen a una expectación en torno a Elías, que se refleja en la literatura apócrifa judía, de la que participaban los discípulos de Jesús y los judíos que iban a oír la predicación de Juan en el Jordán. Los evangelistas reiteradamente dicen que esta profecía de Malaquías se cumplió en Juan el Bautista.
En efecto, según Malaquías, una de las misiones de Elías será trabajar por la reconciliación de la sociedad: convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres (v.6/24). En la mente del profeta, la misión de Elías es preparar moralmente a la sociedad antes de la aparición del día de Yahvé, para aminorar las proporciones de la catástrofe como consecuencia de la intervención justiciera de Dios sobre los pecadores: no sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema o exterminio.
Los evangelistas han visto el cumplimiento de la profecía en la misión de Juan el Bautista, predicando la penitencia a orillas del Jordán. San Lucas es el que nos da la verdadera clave para interpretar la misión del Bautista: "caminará delante del Señor (son palabras del ángel a Zacarías) en el espíritu y poder de Elías, para reducir los corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a los sentimientos de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."
En Mt 11, 10, Cristo dice a propósito del Bautista: "Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti. "La cita es de Ml 3, 1. Por otra parte, en Mc 1, 2 se unen las profecías de Ml 3, 1 y de Is 40, 3: "He aquí que envío delante de mí a mi ángel, que preparará tu camino. Voz de quien grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos."
Según Mt 11, 14, Jesús declaró solemnemente que Juan "es Elías, que ha de venir." Más tarde, cuando los discípulos le ponen la cuestión concreta sobre el advenimiento de Elías, dice enigmáticamente: "Elías en verdad está para llegar y restablecerá todo. Sin embargo, yo os digo: Elías ha venido ya y no le reconocieron. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan Bautista." Jesucristo, pues, al explicarles el misterioso advenimiento de Elías, indica que, más que de su persona, se trata de su misión de precursor, como lo había anunciado Malaquías, y, en efecto, su misión era la de restablecer todas las cosas en orden a preparar la manifestación del Mesías. Y después recalca que el protagonista de esta misión, que encarnó en espíritu y fuerza de Elías, ya apareció; fue el propio Bautista, que preparó los caminos del Mesías, como culminación del profetismo.
Elías, pues, ya apareció encarnado en el Bautista, y no es necesario esperar su advenimiento. En el contexto de Ml 4, 5 no se trata del juicio final del mundo, sino del juicio discriminativo de Yahvé sobre justos y pecadores antes de la inauguración de la era mesiánica. Los profetas apocalípticos habían hablado de este juicio aparatoso contra las naciones paganas y contra los pecadores. El Bautista habló del bieldo en manos de Dios para purificar su era y Jesús habló del juicio que cada uno se otorga al tomar una actitud de aprobación o reprobación de la doctrina de Jesús: "El que cree en El, no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios."