Za

Za 1, 1-6

Este primer oráculo, o exhortación a la penitencia, tuvo lugar entre octubre-noviembre del 520 a.C. (octavo mes del segundo año de Darío, v.1). Luego la iniciación del ministerio profético comenzó unos meses después de la de Ageo. Las circunstancias históricas son las mismas: Judá está bajo el dominio persa, y la vida de la comunidad se desenvuelve en la mayor penuria económica y política, pues los enemigos circunvecinos hacen todo lo posible por evitar que la comunidad de repatriados se organice con vigor. Zacarías es de la clase sacerdotal, pero se le llama enfáticamente el profeta por su misión excepcional de mensajero de Dios.
El discurso de exhortación a la penitencia (v.2-6) es como una introducción teológica a la colección de oráculos visionarios que contiene el libro. El profeta insiste en el castigo infligido a los antepasados como lección para los presentes. Para ello recalca que la sociedad organizada y aparentemente gloriosa antigua ha desaparecido: Vuestros padres, ¿donde están? (v.6). La situación ahora es bien triste, pues toda la grandeza, orgullo de las generaciones pasadas, ya no existe.
Por otra parte, no deben hacerse ilusiones, pues puede llegar el momento en que Dios abandone a su pueblo y le retire sus enviados los profetas: y los profetas, ¿viven siempre? Ciertamente que sus predicciones se cumplen infaliblemente, porque son mensajes de Dios; pero ellos mismos no son eternos. Zacarías recuerda que los antepasados reconocieron la mano de Dios en los castigos enviados, y ahora pide a sus contemporáneos que saquen las mismas consecuencias para que Yahvé vuelva a ellos.

Za 1, 7-17

La visión es complicada y oscura, pues parece retocada en el texto. El profeta en esta visión se hace eco de las inquietudes de sus contemporáneos, que están ansiosos de la manifestación de la anunciada era mesiánica, que debía ser precedida, según las profecías, de una gran conmoción de las naciones. Zacarías quiere salir al paso del desánimo general, y en esta serie de visiones anuncia la futura gloria de Jerusalén y del pueblo elegido después de un juicio punitivo sobre las naciones.
En la primera visión intervienen varios personajes, que complican la escena para después explicar el simbolismo de cada uno. Aparecen claramente en la escena el profeta que recibe la visión; el ángel intérprete, que explica al profeta el sentido de la visión (v.9.13.14), y Yahvé. Pero, además, aparece un ángel de Yahvé, que en los v. 11-12 se identifica con el caballero que está entre los montes. Detrás de él aparecen, según el texto hebreo, tres caballos: rojos, alazanes y blancos (v.8). Según los LXX, son cuatro caballos: rojos, alazanes, manchados y blancos. Y parece mejor este número cuádruple en paralelismo a los cuatro carros del c.6 que deben recorrer la tierra. Por otra parte, Zacarías en su simbolismo tiene preferencia por el número cuatro. También en nuestro capítulo los caballos deben recorrer la tierra (v.10).
En este supuesto, los cuatro caballos corresponderían a los cuatro puntos cardinales, que debían ser visitados por los emisarios de Dios para que se enterasen de la situación de toda la tierra y lo comunicaran al ángel de Yahvé que estaba entre los montes (v.11). Supuesta esta distribución, el simbolismo es fácil de captar. El ángel de Yahvé, o caballero entre los montes, es el valedor o ángel tutelar de los intereses del pueblo elegido. Los cuatro caballeros son cuatro mensajeros anónimos, que son una dramatización ideal de la Providencia divina, que alcanza a los cuatro confines del orbe (los colores de los caballos son convencionales, para distinguirlos entre sí. Los cuatro mensajeros divinos están a las órdenes del ángel tutelar (ángel de Yahvé o caballero entre los montes) para trasladarse a los cuatro confines del orbe con objeto de informarse de su situación y después entregar la información a su jefe ángel de Yahvé; y, en efecto, le dan cuenta de su misión (v.11).
La noticia que traen es poco confortadora para el ángel tutelar de los intereses de la comunidad judía: la tierra está quieta y tranquila; lo que equivalía a decir que las cosas continuarían como hasta ahora, e.d., no se vislumbraba la conmoción deseada entre las naciones como preludio de la era mesiánica. De ahí la angustiosa interrogación del ángel de Yahvé (encarnación de los intereses del pueblo elegido): ¿Hasta cuándo no vas a tener piedad de Jerusalén y de las ciudades de Judá? (v.12). La tranquilidad reinante bajo Darío parece indicar que la situación actual, en plan de inferioridad, de Jerusalén y de Judá va a continuar indefinidamente a pesar de las antiguas promesas de restauración gloriosa después del juicio sobre los pueblos paganos.
En realidad, el castigo sobre Judá sobrepasa ya la antigua profecía de Jeremías, que hablaba de setenta años de opresión y cautividad, pues Yahvé sigue airado contra Judá desde hace setenta años (v.12). El número setenta indica una amplia generación como en la profecía de Jeremías; pero los años pasan y la restauración gloriosa de Judá no se vislumbra cercana. Esta es la preocupación angustiosa del ángel de Yahvé (caballero entre las montañas), que representa los intereses de Judá. La respuesta de Yahvé es consoladora, y es dirigida directamente al ángel intérprete del profeta: Yahvé dirigió al ángel que conmigo hablaba palabras amables y consoladoras (v.13).
El mensaje de éste es en extremo esperanzador, pues Yahvé declara que siente un amor especial por Jerusalén (v.14), y, por otra parte, va a exigir justicia de las naciones que ahora están tranquilas en razón del enojo transitorio de Yahvé contra su pueblo, permitiendo dominen sobre ella por algún tiempo; pero se han excedido en su papel de instrumentos de su justicia (pero ellas agravaron el mal decretado por Dios contra Judá), y por eso llega la hora de la revancha. Se acerca la hora de la rehabilitación gloriosa de Judá como colectividad. El templo de Yahvé, símbolo de la protección a su pueblo, volverá a reedificarse (v.16), y en Jerusalén se tenderá el cordel para reconstruirla como en los tiempos gloriosos pasados. Y de nuevo rebosarán las ciudades (de Judá) de abundancia de bienes en una nueva teocracia gloriosa.
Estos dos pequeños oráculos desarrollan las ideas de la anterior visión sobre el castigo de las naciones y la resurrección de Judá. La ilación con la visión anterior es artificial, pues el profeta las presenta simplemente como un espectador que ve desfilar ante sus ojos diversos cuadros simbólicos. Naturalmente, en la concepción de estas visiones hay mucho de puro artificio literario. El sentido de ambas visiones es claro: el profeta ve primero cuatro cuernos o potencias, que simbolizan el conjunto de poderes o reinos que históricamente han oprimido a Judá. El número cuatro no tiene más misterio que designar los cuatro puntos cardinales, la totalidad de los reinos paganos opuestos al pueblo de Dios.
A ellos Dios les opone cuatro artesanos (o trabajadores en piedra, metal o madera) que van a destruir los cuatro cuernos, o potencias paganas opresoras de Judá. Estos cuatro artesanos son cuatro instrumentos de la justicia divina, que bien pueden ser angeles o personificación de fuerzas naturales o sobrenaturales utilizadas por Dios para cumplir su justicia sobre las naciones opresoras paganas.

Za 2, 1-9

Después de anunciar el castigo sobre las naciones paganas opresoras de Judá, el profeta nos presenta otra visión en la que se simboliza plásticamente la futura grandeza de Jerusalén. El profeta contempla en visión a un joven con un cordel de medir, pues quiere saber cuánta es la anchura y la longitud de Jerusalén (v.2/6). El profeta aquí le pregunta, sin intermediario, al joven qué es lo que pretende hacer. Después de oír su respuesta, entra en escena el ángel intérprete, dispuesto a citar explicaciones más amplias al profeta, aunque un nuevo ángel explica al intérprete el verdadero sentido simbólico de la acción del joven: Jerusalén será tan grande en el futuro, que no tendrá murallas, y, por tanto, es inútil querer medir su perímetro. Jerusalén será una inmensa ciudad abierta guardada por el mismo Yahvé, que formará en torno a ella como un muro de fuego infranqueable a los posibles invasores (v.5/8).
Zacarías no podía presentar a sus compatriotas, que se ocupaban penosamente en reconstruir su ciudad, un horizonte más optimista. Jerusalén superará el esplendor antiguo y estará bajo la especialísima y personal protección de su Dios. Como siempre, los profetas proyectan su mirada hacia los tiempos mesiánicos, conforme a las promesas recibidas. Su misión era sostener y fomentar el fuego de la esperanza en sus compatriotas para que no se dejaran llevar del desánimo y de la desesperación ante tantas pruebas y contrariedades. Los profetas anteriores al exilio anunciaban la era venturosa mesiánica después del cautiverio babilónico, pero la realidad en los tiempos de Zacarías era muy otra, y la perspectiva de una inmediata inauguración de los tiempos mesiánicos se alejaba indefinidamente a menos que hubiera una intervención súbita de Dios.

Za 2, 10-17

La exhortación a salir de Babilonia, la tierra del aquilón, tiene mucho de semejante con Is 48, 20: "Salid de Babilonia, huid de los caldeos con cantos de alegría..." Es frecuente la dependencia de Zacarías de oráculos proféticos anteriores. El profeta, por ficción literaria, se traslada a los tiempos de la cautividad, y anuncia la liberación gloriosa de sus compatriotas. En la visión anterior se hablaba del castigo que iban a infligir los cuatro artesanos (instrumentos de la justicia divina) a los cuatro cuernos, o conjunto de potencias enemigas del pueblo israelita. Ahora en los v.10-13 se concreta más el castigo sobre la gran potencia opresora, Babilonia.
Ha llegado la hora de la justicia divina para el opresor y de la liberación para los exilados, que van a abandonar en masa a la gran metrópoli: a los cuatro vientos os aventaré (v.6/10). Dios va a castigar a las gentes que despojaron a Israel, su pueblo predilecto, al que no se puede tocar impunemente: el que os toca a vosotros toca a la niña de mis ojos (v.8/12b). Es la hora de la revancha para los exilados, condenados hasta ahora a la esclavitud: serán presa de quienes fueron sus esclavos (v.9/13). Se abre la nueva era gloriosa para Judá, en la que Yahvé volverá a habitar en Sión (v. 10/14), y se formará la nueva teocracia de los tiempos mesiánicos, de la que participarán también los gentiles: aquel día se unirán a Yahvé muchas gentes, que serán mi pueblo (v. 11/15). Es el anuncio del universalismo mesiánico, característico de los grandes vaticinios mesiánicos.
Sin embargo, Judá conservará su rango de nación predilecta, pues en ella morará Yahvé como en su heredad en la tierra santa, la primogénita y predilecta de las naciones: será Jerusalén su elegida (v.12/16). Ante el gran acontecimiento que se avecina, el juicio sobre las naciones, el profeta invita a un silencio respetuoso: calle toda carne ante Yahvé, que se ha despertado de su santa morada (v.13/17). Yahvé estaba aparentemente dormido, y había permitido a las naciones opresoras que descargaran su rabia sobre Judá; pero de repente ha despertado de su santa morada, la ciudad de Jerusalén o los cielos superiores donde especialmente reside, desde donde dirige el curso de la historia humana.

Za 3, 1-5

Después de anunciar el castigo de los pueblos opresores de Judá y la rehabilitación gloriosa de ésta, el profeta concreta en esta visión cómo debe organizarse la sociedad. Tres personajes intervienen en esta escena: el ángel de Yahvé, que preside la escena; el Sumo sacerdote Josué, que es presentado como un tizón que acaba de ser arrebatado de la hoguera (v.2), rescatado del exilio. Al lado de él aparece Satán o el Adversario, pues éste es significado específico de la palabra hebrea, y su oficio es probar a los hombres, acusándolos ante Yahvé. En la escena que estudiamos parece que quiere oponerse a que se invista a Josué de nuevas vestiduras.
El sumo sacerdote simboliza aquí a la comunidad judía, que debe quitarse sus vestiduras inmundas, o vicios inveterados, y revestirse de otras nuevas, conforme a las exigencias de la nueva teocracia. Y particularmente, Josué simbolizaba la clase sacerdotal, cuya apostasía y olvido de sus deberes había sido causa principal del desvarío del pueblo y, en consecuencia, de la catástrofe nacional. En el nuevo estado de cosas, el sacerdocio debe aparecer purificado ante Yahvé, que se encargará de orillar las dificultades que puedan oponerse a la instauración del nuevo orden de cosas: Que Yahvé te reprima, ¡oh Satán! (símbolo de la oposición al pueblo elegido). (v.2). Es inútil que Satán se obstine en oponerse a la implantación de la nueva teocracia, pues Yahvé ha elegido a Jerusalén.
Pero esto exige un nivel de vida religiosamente incontaminado: por eso le quita las vestiduras inmundas, cambiándoselas por vestiduras de ceremonia (v.4). Es la investidura solemne de Josué como sumo sacerdote, con lo que se indicaba la restauración oficial y plena de la clase sacerdotal con sus derechos y privilegios. Contra esta resurrección plena del sacerdocio, como base de la nueva teocracia, lucha Satán, que simboliza aquí a los enemigos del pueblo elegido. No debemos perder de vista que nos hallamos ante dramatizaciones ideales creadas por el profeta en función de ideas a expresar.

Za 3, 6-10

Una, vez revestido de atuendos de ceremonia sacerdotales, el ángel de Yahvé invita a Josué a ser fiel a su vocación de sacerdote, administrando la casa o templo de Yahvé; y como premio se le da un puesto entre los que están con el ángel de Yahvé (v.7). ¿Quiénes son estos misteriosos asistentes? La frase es oscura y, dado el ambiente angeológico apocalíptico del fragmento, parece se insinúa que Josué, como sumo sacerdote, tendrá una misión análoga a la de los ángeles, que rodean a Dios en el sagrado ministerio. A continuación el ángel de Yahvé se dirige enfáticamente a Josué y a sus compañeros que se sientan delante (v.8), sus colegas de inferior grado en el sacerdocio, y les dice que serán varones de presagio, en cuanto que simbolizan ahora la restauración plena del culto sacerdotal.
Después la atención de la escena se fija en otro personaje misterioso: He aquí que yo hago venir a mi siervo "Germen" (v.8b). ¿Quién es este Germen que aparece en plan paralelo con la clase sacerdotal, simbolizada en Josué? El contexto parece sugerir que ese Germen es Zorobabel, representante de la autoridad civil y principal promotor de la reconstrucción del templo. Por el v.9 se ve que la preocupación del profeta es el remate de la obra del templo, pues se habla de una piedra puesta por Dios ante Josué; sobre esta única piedra hay siete ojos. Es la piedra cimera del templo, objeto de la especialísima solicitud de Yahvé (y labraré yo mismo su escultura). Esta piedra está bajo la protección de Dios. Los siete ojos simbolizan la atención extrema con que Yahvé la considera como objeto de su predilección.
Los anhelos del profeta eran la terminación del templo, lo que sería el preludio de los tiempos mesiánicos: aquel día quitaré de la tierra la iniquidad. Después sigue el consabido cuadro idílico de los tiempos mesiánicos: Aquel día convidaréis cada uno a su vecino bajo la parra y la higuera (v.10).
Se ha discutido el carácter mesiánico del fragmento. Unos autores entienden la palabra Germen en sentido estricto mesiánico directo, como si este vocablo designara expresamente al Mesías personal futuro. Estos autores alegan que la palabra Germen en otros textos proféticos designa al Mesías propiamente tal. Por otra parte, Zacarías parece que habla del futuro, mientras que Zorobabel ya existía cuando hablaba; y, además, supone que al aparecer el Mesías vendrá la inauguración mesiánica: desaparecerá la iniquidad de la tierra (v.9).
No obstante, los que sostienen que aquí Germen se aplica a Zorobabel observan legítimamente que en Za 6, 12 la palabra Germen se aplica ciertamente a Zorobabel, que tiene por misión reedificar el templo. Por otra parte, el que el profeta hable en futuro es un artificio literario apocalíptico, y el hecho de que se presente la inauguración mesiánica después de terminarse el templo se ha de explicar por la falta de perspectiva histórica que es característica de la revelación profética.
No obstante, los autores católicos que sostienen que Germen aquí designa primariamente a Zorobabel le consideran como tipo del Mesías y aun su antepasado real. En Za 6, 12 se dice: "He aquí que el varón cuyo nombre es Germen (Zorobabel) y del cual se producirá germinación.." Sin duda que el profeta consideraba a Zorobabel como el anillo de una cadena que había de desembocar en el Mesías. Zorobabel era uno de los grandes representantes de la dinastía davídica, y por su misión de reorganizador de la comunidad de repatriados del exilio era tipo del gran organizador de la nueva teocracia mesiánica definitiva.

Za 4, 1-14

La visión es complicada: un candelabro con siete brazos o lámparas, que comunican por tubos con un recipiente superior, y a la derecha e izquierda de éste, dos olivos que proveen de aceite el recipiente. Las siete lámparas son los siete ojos de Yahvé, que observan la tierra (v.10); la providencia minuciosa de Dios, que ahora se preocupa sobre todo del candelabro, que no es otro que el templo de Jerusalén en construcción. Los dos olivos que proveen de aceite al recipiente, que a su vez alimenta las lámparas del candelabro, son los dos protagonistas principales de la reconstrucción del templo: Josué y Zorobabel El candelabro con siete lámparas corresponde a la piedra sobre la que hay siete ojos de Za 3, 9. Es el símbolo del templo terminado. A Josué y a Zorobabel se les llama hijos del óleo, ungidos, porque representaban la doble autoridad religiosa y civil, y, como tales, son los ungidos del Señor.
Los v.6b-10a parecen desplazados, pues interrumpen la explicación de la visión del candelabro, mientras que encajan bien a continuación del c.3, donde se habla de la edificación del templo. Dios dice a Zorobabel que no son los medios humanos los que sólo cuentan para terminar la gran obra de la reconstrucción del templo, sino el espíritu de Yahvé (v.6b). En Za 3, 9 se decía que sería Yahvé quien remataría la obra, poniendo la piedra cimera sobre la que descansaban los siete ojos de su providencia. Ahora en Za 4, 6b se continúa normalmente la misma ilación lógica.
Sin duda que las dificultades que se presentan para terminar la magna obra de la reconstrucción de la casa de Dios son grandes, pero tendrán que allanarse ante la decisión de Zorobabel: ¿Qué eres tú, montaña grande? (v.7). Los obstáculos a primera vista se levantan como una montaña imponente infranqueable; pero, con la ayuda de Dios, todas las dificultades se desvanecerán: Allánate (o tendrás que allanarte) ante Zorobabel, instrumento de la Providencia omnipotente divina. Llegará el momento en que éste pondrá la piedra de remate y el pueblo prorrumpa en aclamaciones de alegría: ¡Qué hermosa es, qué hermosa es! (v.7).
De este modo, el mismo Zorobabel, que había puesto los cimientos inmediatamente después de la repatriación (año 538 a.C.), pondrá su piedra cimera (v.9). A pesar de los largos años de interrupción por las dificultades puestas por las poblaciones vecinas, la obra está en vías de inmediata terminación. Y entonces los que al principio de la reconstrucción se mostraban escépticos sobre el éxito de la obra, dados los medios modestos con que se contaba (los que han despreciado el día de las cosas o comienzos modestos, v.10), exultarán al ver en manos de Zorobabel la piedra reservada o cimera, tan ansiosamente deseada.

Za 5, 1-4

La visión, como conjunto, es clara en su simbolismo. El profeta ve en los aires un rollo volando de diez metros de largo por cinco de ancho (veinte codos de largo por diez de ancho era la extensión del recinto llamado santo en el templo). El número no parece tener ningún sentido alegórico. Zacarías escogió este número según las dimensiones conocidas del santo del antiguo templo. Como sacerdote, procura sacar sus símbolos de su ambiente cultual, como antes calcó la visión del candelabro sobre el famoso candelabro del templo con siete brazos. Las dimensiones, pues, del rollo volando se dan para indicar las grandes proporciones del mismo, lo suficientes para llamar la atención. Ese rollo volando simboliza la maldición que sale sobre la tierra (v.3).
El profeta, pues, concibe a la justicia divina como planeando sobre la tierra de Palestina para descargar sus maldiciones sobre los ladrones y perjuros. Entre los repatriados había muchos que vivían al margen de la Ley de Dios, a pesar de las pruebas pasadas. Y por eso Dios quiere purificar la tierra santa de todos los pecadores, que serán arrojados fuera. La maldición caerá sobre la casa del ladrón, (v.4) para arruinarla totalmente, consumiendo hasta sus maderas y piedras. Será como una polilla, que todo lo consume lentamente.

Za 5, 5-11

Nueva visión sobre la purificación del país de Yahvé. El profeta ve un efá en el aire (recipiente de áridos de unos 39 l.); en él, según la explicación del ángel, va la iniquidad, figurada en una mujer (v.7) que está acurrucada en ella. El ángel abre la tapadera de plomo para que el profeta la contemple. Como ella hace ademán de querer salir, el ángel cierra de nuevo. Después aparecen dos mujeres con alas como de cigüeña (v.9), que levantan el efá entre el cielo y la tierra y se lo llevan a la tierra de Senaar o Babilonia (v.11), donde será depositado para quedar allí de modo permanente. El simbolismo de la visión es claro, pues el mismo profeta nos da la clave para su significado. La iniquidad va a desaparecer de la tierra santa para habitar en el sitio tradicional del paganismo impuro, la Mesopotamia, de tristes recuerdos para los repatriados. La visión, pues, continúa el pensamiento de la anterior, en cuanto que se urge la pureza ideal en que va a quedar la tierra de Yahvé para que surja la nueva teocracia.

Za 6, 1-8

La visión es similar a la del c.1. El profeta ve cuatro carros con sus caballos respectivos que salían entre dos montes (v.1), que bien pueden ser el de Sión y el de los Olivos, entre los que se asentaba el santuario de Yahvé. Esos dos montes son de bronce, con lo que se indica su estabilidad inconmovible. Los cuatro carros con sus caballos simbolizan los cuatro vientos, que están al servicio del Señor de toda la tierra (v.6) como dóciles ministros. Son una personificación de los medios que tiene Dios para gobernar y controlar todos los confines del mundo. Como en el c.1 los caballos recorrían toda la tierra para informarse del estado de ella, aquí estos cuatro carros son mensajeros de Dios a los cuatro vientos para cumplir sus órdenes.
En el v.6 se especifica la misión de cada uno según las cuatro direcciones, aunque falta el grupo primero de los caballos rojos. Probablemente se perdió en el texto original, pues la construcción de la frase del texto actual en el v.6 es extraña desde el punto de vista sintáctico. Por otra parte, los colores de los caballos no tienen valor alegórico, sino que son para distinguir los distintos grupos, aunque el color negro, que se dirige al norte para llevar la mortandad y la ruina, haya podido ser escogido intencionalmente por la relación del color negro y la muerte. La tierra del aquilón es Mesopotamia, Babilonia, pues las invasiones asirías y babilónicas llegaron a Palestina por el norte.
Los emisarios, pues, de Yahvé se fueron a esta región, calmando así su alma o ansia de castigo. Babilonia aquí es el símbolo de las potencias enemigas del pueblo de Dios, que se oponen a su rehabilitación y, sobre todo, a su esplendor de los tiempos mesiánicos. El fragmento es apocalíptico y en él se halla en el fondo el juicio sobre las naciones que ha de preceder a la manifestación mesiánica.

Za 6, 9-15

El primer problema que se plantea al comentar esta perícopa es saber si lo que se refiere es una nueva visión o un hecho simbólico real al estilo de los de Jeremías y Ezequiel. Los autores difieren sobre el particular. Por nuestra parte, creemos que se trata, como en casos anteriores, de dramatizaciones ideales creadas por el profeta para expresar plásticamente sus ideas. Supuesto esto, el conjunto de la escena no es difícil de explicar: Zacarías, por orden de Dios, pide a tres de los repatriados -representación de la comunidad fiel venida del exilio- oro y plata para hacer una corona que ha de ser colocada sobre la cabeza del sumo sacerdote Josué (v.11).
Después Zacarías, en nombre de Yahvé, presenta a un personaje descollante, al que llama enfáticamente Germen, porque de él ha de surgir una germinación. Es Zorobabel, que tendrá por misión edificar el templo, participando de una dignidad real (se sentará y dominará en su trono, v.13). Junto a él se sentará el sumo sacerdote, manteniéndose entre ambas autoridades (civil y religiosa) un consejo de paz (v.13); será la plena armonización de las dos potestades. El sumo sacerdote, por su parte, depositará la corona que le ofrecieron en el templo como exvoto y recuerdo de sus tres donantes (v.14).
Tenemos, pues, en esta descripción detallada la exaltación del sumo sacerdote Josué, autoridad religiosa, y de Zorobabel, autoridad civil. El hecho de que se haya puesto la corona sobre la cabeza de aquél no quiere decir que se le atribuyera el carácter regio, ya que tiene que depositarla inmediatamente en el templo de Yahvé, como exvoto de los repatriados. Por otra parte, las prerrogativas que a continuación se atribuyen a Zorobabel indican que la autoridad civil quedaba en manos de éste. Con la coronación, pues, sólo se quiere insistir sobre la dignidad del sumo sacerdote dirigente de la vida religiosa de los repatriados y reorganizador del culto en el templo. Y, por otra parte, el profeta destaca a Zorobabel como el Germen del que saldrá un día el Mesías, esperanza de todos. En medio de las penurias de aquellos tiempos, estas visiones simbólicas de Zacarías tenían la virtud de resucitar esperanzas, conforme a los antiguos vaticinios proféticos en lo tocante al resurgir definitivo de la nación.

Za 7, 1-7

Los discursos de los c.7-8 están datados casi dos años después de las visiones de los capítulos anteriores: el año cuarto de Darío, día cuarto del mes noveno (v.1), hacia el 517 a.C., en los meses noviembre-diciembre. El c.7 se abre con una consulta que un judío hizo a los representantes de la vida religiosa (sacerdotes y profetas) sobre la obligatoriedad del ayuno del quinto mes (v.3), instituido para hacer luto por la destrucción de Jerusalén en 586 a.C. Como había terminado el exilio, parece que debían también darse por terminadas las manifestaciones de duelo.
Zacarías responde solemnemente al enviado en nombre de Dios, pero públicamente, para que lo oigan todo el pueblo y todos los sacerdotes. Y recuerda a los consultantes no sólo el ayuno que hacían setenta años atrás, el quinto mes, sino también el del séptimo mes, en memoria de la muerte de Godolías, gobernador de Judá, que había intentado reorganizar la nación bajo la tutela de los babilonios. La respuesta es un tanto despectiva para la práctica del ayuno como tal. En realidad, si en otro tiempo ayunaron los judíos, no era en beneficio de Yahvé, sino de ellos mismos, como, cuando comen y beben, para ellos es el provecho, no para Yahvé: Cuando ayunasteis, ¿ayunasteis para mí? Cuando coméis, ¿no coméis para vosotros? (v.6). La interrogación es una invitación a reflexionar a los solicitantes sobre si, dadas las circunstancias actuales, deben o no prescindir de los ayunos. Ya los profetas primeros habían hablado de la utilidad del ayuno para los que lo realizaban, y esto subsiste aún, si bien ellos daban más importancia a las disposiciones interiores del corazón respecto de Dios y del prójimo, como indica a continuación.

Za 7, 8-14

El profeta recuerda las causas de la gran catástrofe. Dios, por sus antiguos profetas, había dado a entender que lo que más interesaba eran los sentimientos de amor y comprensión para los pobres y desvalidos, y no las meras manifestaciones exteriores de culto y aun de penitencia. Pero las exhortaciones de los antiguos profetas fueron en vano, y por ello vino la ruina de la nación. Siempre los enviados de Dios urgieron el cumplimiento de los deberes ético-sociales en su mayor pureza. Zacarías, pues, al declarar esto a sus contemporáneos, no hace sino colocarse en la línea de los "primeros profetas," orgullo de la nación y admiración de todos. En nombre de ellos pide de nuevo que los caminos se dirijan hacia Dios y hacia el prójimo como mejor medio de propiciación, muy superior al de los ayunos y penitencia.

Za 8, 1-8

El profeta quiere insistir en el hecho de que los antiguos vaticinios punitivos han tenido ya su cumplimiento y que llega la hora de la manifestación de la misericordia de Yahvé para con su pueblo. En la formulación de estas promesas salvadoras, Zacarías depende de la literatura profética. Así anuncia la proximidad de una era de paz continuada, en la que los habitantes de Jerusalén podrán llegar a edad avanzada; y aunque esto parezca difícil en las actuales circunstancias (v.6), sin embargo, para Dios es muy fácil. Y recuerda a sus compatriotas las antiguas promesas de salvación formuladas por los profetas: Yo salvaré a mi pueblo de la tierra del levante y de la tierra del poniente (v.7). Ha llegado la hora de la protección divina, que se manifestará de un modo particular. De nuevo se formará el pueblo de Dios, con todo lo que esto implica en cuanto a un derecho especial a gozar de su protección.

Za 8, 9-17

El profeta proclama a sus compatriotas que las promesas de salud ya han comenzado a cumplirse. El hecho de que el templo haya comenzado a reconstruirse es una prueba de ello. Por eso los felicita y exhorta a continuar en el camino emprendido, recordándoles que no fueron fallidas las promesas de los profetas contemporáneos, cuando empezó a cimentarse la casa de Yahvé (v.9), alusión al primer intento de reconstrucción a raíz del retorno (537 a.C.). Ahora el templo de Yahvé surge de sus ruinas, lo que es un buen augurio para todos.
Los tiempos pasados han sido duros, pues no había nada con qué pagar los servicios de los hombres y de las bestias (v.10), y, sobre todo, no había tranquilidad para los trabajos. Ahora se abre una nueva etapa más próspera, pues Yahvé cambiará la antigua maldición en bendición: habrá abundancia de frutos de la tierra, y el pueblo podrá disfrutarlos en tranquilidad (v.13). Hubo un tiempo en que el pueblo escogido fue la maldición de las gentes (v.13). El castigo que cayó sobre él fue enviado por Dios para mantener las exigencias de su justicia; ahora llega la hora de la misericordia (v.15). Pero es preciso cumplir la justicia y la equidad con el prójimo, como habían predicado los antiguos profetas (v.16).

Za 8, 18-19

Propiamente ahora se da respuesta a la consulta de Za 5, 1-5. Ha pasado la hora del duelo y de los sufrimientos y se abre la de la reconciliación con Dios; por tanto, los ayunos deben cesar y ser sustituidos por muestras de gozosa alegría. El ayuno del cuarto mes recordaba la toma de Jerusalén por los caldeos; el del quinto, la destrucción por los mismos; el décimo, el principio del asedio, y el del séptimo, la muerte de Godolías. Todas esas efemérides de luto debían cambiarse en días de alegría por la restauración. La finalidad de las palabras del profeta era levantar los ánimos y exhortar a continuar las obras con ilusión.

Za 8, 20-23

La perspectiva del profeta se abre hacia un horizonte luminoso universalista. Viene la hora de la plena glorificación del Dios de los judíos. Como en Is 2, 1-4, Sión se convertirá en el centro de atracción de todos los pueblos. Los judíos serán envidiados por ser el pueblo escogido de Dios, y por eso los gentiles se acercarán a éstos como seres privilegiados, pidiendo participar del culto al verdadero Dios: Hemos oído que con vosotros está Dios (v.23). No se podía ofrecer vaticinio más consolador para aquellos pobres contemporáneos de Zacarías, que con la mayor penuria y con el desprecio y hostilidad de las poblaciones gentiles levantaban penosamente los muros del templo. El profeta quería hacerles ver que las antiguas promesas anunciadas por los grandes mensajeros de Dios tenían aún vigencia, y que, aunque el retorno y reconstrucción del país devastado no había ido al ritmo que idealmente aquéllos habían anunciado, sin embargo, la sustancia de sus vaticinios se realizará, y Jerusalén será realmente el centro y punto de convergencia de todos los pueblos.

Za 9, 1-8

Este oráculo se centra en torno a la realización mesiánica. Las fronteras del pueblo israelita se ampliarán hasta comprender territorios de Siria y Filistea. El profeta, en su formulación, se inspira en antiguos oráculos proféticos en los que se habla de la sumisión de los territorios de los tradicionales enemigos de Israel al Rey mesiánico. Zacarías, pues, se sitúa en la misma perspectiva mesiánica, y anuncia que Yahvé tendrá su morada en Damasco, pues todas las ciudades de Aram le pertenecen (v.1), juntamente con las tribus de Israel. Al mencionar las ciudades, el profeta desciende desde Damasco por Fenicia (Tiro y Sidón) hasta Filistea, según el itinerario normal de las invasiones asirías y caldeas.
El oráculo contra Tiro y Sidón está inspirado en Ez 27, 1-36. Las dos grandes metrópolis fenicias, a pesar de parecer inexpugnables por su posición geográfica y su poder comercial, caerán en manos de Yahvé omnipotente. Ante su ruina sentirán pavor las ciudades filisteas, Gaza, Ascalón, Ecrón y Asdod. La frase Ecrón tendrá la suerte del jebuseo (v.7) parece desplazada y encaja mejor en el v.5. Los jebuseos, habitantes de Jerusalén, fueron suplantados por David al ocupar la colina de Sión, donde estableció la capital de su reino. Aquí se anuncia que los filisteos serán vencidos, y el espúreo, o advenedizo, habitará en su territorio (v.6). Pero hasta los mismos filisteos, después de haber sido humillados, serán incorporados al pueblo de Dios, si bien antes deben ser purificados de su sangre (vertida de inocentes) y abominaciones (v.7), o prácticas idolátricas. De este modo constituirán también un resto perteneciente al Dios de Israel, pudiendo vivir como una familia de Judá. Es el anuncio de la nueva teocracia. Yahvé se encargará de que la nueva sociedad viva en perpetua tranquilidad: Yo pondré en mi casa guarnición de los que entran y salen (v.8). El templo de Jerusalén será custodiado por gentes del país que entran y salen, sin necesidad de guardia especial, ya que todos los ciudadanos del país se considerarán guardianes del recinto sagrado. Este estado de cosas durará indefinidamente, ya que no pasará opresor contra ellos (v.8), como en los tiempos antiguos, pues Jerusalén estará bajo la inmediata protección de Yahvé: Velaré yo con mis ojos.

Za 9, 9-10

En un momento de desbordado optimismo, el profeta contempla la gloria del futuro reino bajo la égida de un misterioso Caudillo: Alégrate sobremanera, hija de Sión, hija de Jerusalén (v.8). Como en otros casos, la expresión hija de Jerusalén, de Sión, designa, por metonimia, a los habitantes de la Ciudad Santa, morada de Yahvé. Aquí el profeta se dirige directamente a ella, invitándola a alegrarse sin medida, porque se han colmado todas sus esperanzas. A la vista está su Rey, justo y salvador; pero no viene jactancioso, como los grandes conquistadores guerreros, sino que avanza humilde, montado en un asno (v.8), en un supremo gesto de paz y mansedumbre.
Su entrada triunfal en la Ciudad Santa señala el término de las guerras: extirpará los carros de Efraim (tribu famosa por su carácter belicoso) y los caballos en Jerusalén (v.10). Los profetas habían aconsejado la confianza en Yahvé como medio de librarse de las guerras, y no aprobaban la política de acumular medios de guerra como las demás naciones. Ahora Zacarías anuncia la era mesiánica, en la que desaparecerá todo instrumento bélico: será roto el arco de guerra. Es el eco de la profecía de Is 9, 5: "Han sido echados al fuego y devorados por las llamas los zapatos jactanciosos del guerrero y el manto manchado en sangre." El Mesías establecerá su reinado en la paz total que promulgará a las gentes o naciones paganas. Su imperio se extenderá de mar a mar (del mar Muerto al Mediterráneo) y desde el río (Éufrates) hasta los confines de la tierra, o lejano occidente.
El fragmento es claramente mesiánico, y en él se nos presenta al Rey-Mesías de un modo insólito en el A.T., ya que, en lugar de manifestarse arrogante y dominador como un conquistador oriental, entra en su ciudad con el continente manso y modesto. Sólo en los vaticinios sobre el Siervo de Yahvé encontramos algo semejante. Es un nuevo rasgo profético que concreta mejor el carácter del Mesías. Las revelaciones mesiánicas del A.T. se van completando y aun corrigiendo sucesivamente, conforme al mayor o menor grado de luz profética recibida.
La tradición judía estaba desconcertada ante este vaticinio de Za 9, 9-10, pues los judíos, en su mentalidad materialista, no podían comprender a un Mesías venciendo y triunfando pacíficamente con su modestia y humildad; por eso, al entrar Jesús en Jerusalén en un asno, no supieron relacionar su misterioso acto con dicha profecía.
Los evangelistas son unánimes en ver en el acto de Jesús el cumplimiento literal del vaticinio de Zacarías. La tradición cristiana es unánime en el mismo sentido. Por otra parte, el universalismo del reino inaugurado por el Rey pacífico está en consonancia con las mejores profecías mesiánicas del A.T. Sólo en Jesucristo se cumplió esta profecía literalmente, pues con su humildad, modestia y mansedumbre puso los fundamentos de un reino basado en la paz y el amor. La Iglesia es la continuación de su obra, y su poder se extiende hasta los confines de la tierra.

Za 9, 11-17

En el fragmento anterior se proclamaba la paz universal inaugurada por el Rey pacífico. Aquí la atención se centra en torno al triunfo sobre los enemigos de Judá que ha de preceder a la inauguración mesiánica. Yahvé se presenta como libertador de los cautivos (v.11) e invita a los liberados a tomar posición en la fortaleza, Sión, desde la que se dirigirá la batalla contra los enemigos de Judá. Yahvé ha salvado a su pueblo porque se sentía obligado por la sangre de la alianza del Sinaí. Allí se habían ratificado las promesas hechas a Abraham, que habrían de tener su pleno cumplimiento en los tiempos mesiánicos.
Después de esta afirmación de principio, el profeta describe el combate de Yahvé y los suyos contra los enemigos de Sión: He tensado para mí a Judá (como un arco para el ataque) y he puesto en el arco a Efraím (como una flecha que va a ser lanzada al enemigo). Yahvé va a poner en tensión a Judá y Efraím, utilizando a todos sus habitantes como soldados de su ejército: y blandiré tus hijos, ¡oh Sión! y te convertiré en espada de héroe (v.13b). Los habitantes de Sión y Efraím son comparados a una espada de héroe invencible, que se revuelve y blande contra los enemigos sin descanso. La frase contra tus hijos, ¡oh Yaván! es considerada como glosa de un redactor posterior, que ha querido actualizar la antigua profecía aplicándola a los griegos. De hecho recarga el ritmo en el contexto.
La profecía está concebida en términos genéricos apocalípticos, sin concretar el enemigo. Yahvé sale valedor de los intereses de su pueblo, haciendo fulminar sus dardos como rayos y dirigiendo la batalla contra los enemigos de Judá en general. Es el juicio punitivo sobre las naciones que ha de preceder a la manifestación mesiánica. Yahvé, como un guerrero, lanzará las piedras de la honda, que harán mella en la carne del enemigo y se empaparán de sangre, como queda impregnado el vaso de libación y los cuernos del altar (v.15) ungidos con la sangre de la víctima. La batalla se termina con la victoria total sobre los enemigos; Judá quedará bajo el patronato inmediato de Yahvé, que lo guardará como a un rebaño y lo conservará como a piedras de diadema brillantes, objeto de suma predilección.
De este modo surgirá una nueva generación llena de juventud y vigor: Qué hermoso el trigo que nutre a los mancebos, y el vino que nutre a las doncellas! (v.17). Con la bendición divina, los campos redoblarán su fertilidad, y entonces la tierra sustentará a una nueva juventud, esperanza de la nación. El profeta desborda su optimismo al contemplar en espíritu a las nuevas generaciones, que crecen sin temor y en la abundancia bajo la protección de Yahvé.

Za 10, 1-5

El v.1 parece continuar la idea de Za 9, 17, donde se habla de la fertilidad de la tierra en los tiempos mesiánicos. Aquí el profeta quiere destacar que toda la feracidad de los campos se debe a Yahvé, que envía la lluvia a su tiempo y domina las fuerzas atmosféricas (v.1). En consecuencia, invita a que confiadamente se dirijan a Él, pidiéndole su bendición sobre los campos.
El v.2 parece un calco de oráculos proféticos preexílicos, pues no es probable que en tiempos de Zacarías los judíos tuvieran sus terafim, o dioses domésticos. El destierro había servido para purificar el alma israelita de su tendencia atávica a la idolatría. Ya hemos dicho antes que Zacarías depende mucho, en la formulación de sus oráculos, de los profetas anteriores.
También el v.3 parece un calco de vaticinios anteriores. Yahvé proclama que ha castigado a los principales responsables (pastores y machos cabríos) que descarriaron a su rebaño, el pueblo de Israel. Pero después vendrá la intervención de Yahvé, que recogerá a su rebaño (la casa de Judá) y se servirá de él como de un caballo de honor en la batalla para dirigir el gran combate contra los enemigos. El pueblo israelita se organizará como un ejército a las órdenes de Yahvé, que hará salir al combate a los portadores de estacas y los arcos de guerra (tropas selectas) con sus jefes, que saldrán a campaña. Y avanzarán victoriosos sobre los enemigos, pisándolos como el lodo de las calles (v.6), sin que de nada puedan servirles a aquéllos sus briosos caballos de guerra.

Za 10, 6-12

Este fragmento tiene mucho de parecido con antiguas profecías preexílicas, y por ello, no pocos autores sostienen que este vaticinio, como otros del libro de Zacarías, son oráculos antiguos recopilados por un redactor posterior, que los reunió con otros del profeta Zacarías. La mención de Asiria y de Egipto (v.11) da pie para esta suposición. No obstante, bien pudo Zacarías utilizar fragmentos anteriores proféticos, adaptándolos al auditorio y necesidades de su tiempo. En este caso, los nombres de Asiria y Egipto (los tradicionales enemigos de Israel) serían nombres ficticios para designar a los enemigos de Israel en general.
En todo caso, la idea central del vaticinio es que Yahvé resucitará a Judá como nación (v.6) y volverán todos los dispersos entre las naciones, conducidos por Yahvé como supremo Pastor: los silbaré y reuniré, porque los he rescatado (v.8). El recuerdo del exilio es un tópico en la literatura profética posterior. Es la hora del castigo purificador del pueblo elegido, pero también el preludio de su nueva era venturosa. Se acercan los tiempos mesiánicos, en que los repatriados no encontrarán cabida, no sólo en la tierra de Canaán, pero ni aun en los países vecinos de Galaad y Líbano (v.10); y, por tanto, tendrán que expandirse más allá del mar, que se secará a su paso, como en otro tiempo se secó el mar Rojo, y los grandes imperios, enemigos de Israel, dejarán de existir (v.11). Los israelitas triunfarán sobre todos sus enemigos, porque gozarán de la protección de su Dios (v.12).

Za 11, 1-3

La ruina de los grandes imperios es dramatizada de modo solemne en este bellísimo oráculo punitivo. Ha llegado la hora del castigo divino sobre los opresores que parecían omnipotentes. El Líbano es símbolo de las grandes potencias enemigas de Israel, porque con sus majestuosos cedros parecía simbolizar el orgullo y la insolencia entre los demás árboles modestos (pequeñas naciones). Ahora el profeta, en nombre de Yahvé, invita al llanto al Líbano, porque el fuego va a hacer presa de su colosal bosque. El mismo ciprés (hermano menor del cedro) debe sentirse amenazado al ver al rey de la selva (el cedro) caer abatido.
Las encinas de Basan (símbolo también de la robustez) deben sentirse amenazadas por el incendio que se va a declarar en el Líbano: Gemid, porque es destruido el bosque impenetrable (v.2). La ruina es general, y hasta la gloria del Jordán (v.3), la frondosidad exuberante que rodea al Jordán, sentirá el paso de la mano vengadora de Yahvé. Como consecuencia, los pastores entonan lamentos desoladores al ver perdidas sus praderías, fuente de sus riquezas. Y hasta los leones que viven en la tupida maleza del Jordán (gloria del Jordán) lanzarán rugidos desesperados al perder sus habituales guaridas.
Con todos estos símbolos (cedros del Líbano, encinas de Basan y leones del Jordán) parece que el autor quiere dar a entender la ruina de las naciones enemigas de Israel. No obstante, algunos autores prefieren ver en este fragmento una alusión al castigo que espera a los dirigentes responsables de la ruina de Judá, los pastores y machos cabríos a que se alude en Za 10, 3.

Za 11, 4-14

Esta profecía ha sido calificada por algún autor como la más "enigmática del A.T." El profeta debe hacer el papel de buen pastor representando a Yahvé; pero, en realidad, su misión, en vez de ser de benevolencia, es de justicia. El pueblo israelita es comparado a un rebaño destinado al matadero, sin que nadie tenga piedad de él: los compradores matan sus ovejas impunemente; los vendedores se alegran de su ganancia, y los mismos pastores no sienten compasión por ellas (v.4-5). El profeta debe presentarse como pastor de este rebaño destinado al matadero.
Yahvé entregará a las gentes del país en manos de pastores y reyes, que los tratarán como reses destinadas al degüello, sin compasión alguna (v.6). Y Yahvé no les prestará auxilio: no los libraré de sus manos. El profeta, como emisario de Yahvé, se presenta como el pastor del rebaño de la matanza (es decir, del pueblo judío, destinado al sacrificio). Como pastor, tomó dos cayados, que con sus nombres simbolizan la misión de benevolencia hacia las ovejas y de unión entre ellas que debiera en principio mantener. Yahvé le había establecido para ser pastor cuidadoso de su rebaño, que debe mantener unido; pero las circunstancias exigen que su misión de benevolencia y unión sea cambiada en una misión justiciera de castigo, como a continuación se indica.
El v. 8 es sumamente enigmático y ha sido muy diversamente interpretado. Los tres pastores que desaparecen en un mes en virtud de la intervención del pastor-profeta, representante de Dios, al castigar a su pueblo, parecen ser los dirigentes indignos de Judá en general. El número tres sería, pues, meramente simbólico. Quizá el hagiógrafo, al redactar esta profecía, haya pensado en la narración de Jr 22, 6ss, donde se habla de pastores que serán aventados a la cautividad. Justamente en este capítulo de Jeremías aparecen los símiles del Líbano, Galaad y Basan para designar a la clase directora, responsable de la catástrofe de Judá.
Por otra parte, se habla en este mismo capítulo de tres reyes de Judá que serán castigados por Yahvé: Joacaz, deportado a Egipto, donde morirá; Joaquim, que no tendrá sepultura real, y Jeconías, que será llevado en cautividad. Zacarías, pues, bien pudo calcar su profecía sobre la de Jeremías, de cuyo profeta depende frecuentemente en la formulación de sus oráculos. En ese caso, los tres pastores serían, pues, los dirigentes depravados de Judá, que no se preocupan de su grey y venden sus ovejas para el matadero. El término de un mes dado para la desaparición de los pastores hay que tomarlo también simbólicamente por un breve lapso de tiempo.
Por la mala conducta, el profeta-pastor, representante de Yahvé, sintió aversión hacia el rebaño, y a su vez el rebaño se desentendió de su verdadero Pastor (v.8b). Consecuencia de ello es que el profeta-pastor abandona el cuidado de su grey, dejándola a su suerte: la que muera, que muera (v.8), alusión a la ruina de Judá, que culminó en la cautividad babilónica. El autor está trabajando con datos históricos, adaptándolos a la situación presente. El profeta-pastor, que tenía por misión apacentar normalmente a su grey con los cayados de la benevolencia y de la unión para protegerla, los rompió (v.10), renunciando así a su misión de pastor, guardián, y convertirse en juez castigador de su grey.
Como profeta-pastor, debía atraer a sus ovejas (Judá e Israel) a Dios con la benevolencia y la unión o conciliación; pero ante la falta de correspondencia de los componentes de su grey, tan cuidadosamente guardada, se desentiende de ella y la abandona a su suerte, rompiendo el pacto sellado con los pueblos o naciones gentiles, en el que había concertado que no atacaran a Judá. Desde entonces el pastor se comporta como un mercenario, que pone en venta sus ovejas, diciendo a los mercaderes: si queréis, dadme mi salario, y si no, dejadlo (v.12). Es de notar el tono displicente del pastor-profeta. Sólo le interesa liquidar de cualquier modo para verse libre del oficio de pastor de su rebaño. Las deja a cualquier precio, sin apelar a estipulaciones anteriores.
Los mercaderes le dan lo equivalente al precio de un esclavo: treinta monedas de plata (v.12). El evangelista San Mateo ve en este número una semejanza con las treinta piezas de plata, o siclos, por los que Judas vendió a Jesús, y ve en ello el cumplimiento de una antigua profecía, que cita libremente juntamente con otra de Jeremías, al que atribuye todo el vaticinio. El texto es clásico para ver la libertad con que los autores del ?. ?. argumentan al aducir textos del A.T. En nuestro caso, la relación entre el texto de Zacarías y el del Evangelio puede establecerse apelando al sentido típico o al acomodaticio, que utiliza muchas veces San Mateo. El evangelista relaciona el campo del alfarero, comprado con las treinta piezas de plata de Judas, con lo que se dice en Za 11, 13: Tira al alfarero (según el TM) el rumboso precio en que te han apreciado. Es una mera relación de semejanza, basada en el nombre de alfarero, que en realidad en el contexto de Zacarías aparece totalmente extraño.
Creemos que debe adoptarse la lectura de tesoro, que encaja mejor con la casa de Yahvé del v.15b. El templo era también el depósito del peculio público y de los individuos en los tiempos posexílicos. En la frase de Yahvé al pastor-profeta hay un deje de ironía: Tira al tesoro (de la casa de Yahvé) el rumboso precio en que te han apreciado. La labor del pastor ha sido pagada con el bajo precio de un esclavo (treinta monedas de plata). No merece, pues, que conserve esa exigua e insultante cantidad, y, por tanto, debe entregarla al erario público. Naturalmente, todo esto es simbólico, y significa la ingratitud del pueblo israelita para con su pastor-profeta, que hacía las veces de su Dios.
Israel no ha querido ser gobernado con el cayado de la benevolencia, y lo será con el de la justicia. Por otra parte, la consecuencia de su defección de Yahvé ha sido la separación de las doce tribus en dos reinos, Israel y Judá. El pastor-profeta, para indicar esta separación, rompió su cayado llamado unión (v.14). Con esto se quiere decir contundentemente que Yahvé se desentiende de su pueblo como Pastor.

Za 11, 15-17

Como antes el profeta tuvo que hacer de pastor que quiso gobernar su grey con benevolencia y unión, pero al fin tuvo que abandonarla a la justicia y a la ruina por culpa de sus ovejas, así ahora el profeta debe encarnar simbólicamente al pastor insensato, que no se cuidará de sus ovejas, sino que se aprovechará de ellas, matando las más gordas.
¿Quién es este pastor insensato? Como para la identificación de los tres pastores que desaparecen de Za 11, 8, también aquí se proponen diversos nombres históricos. Se ha propuesto algún jefe político infiel de los tiempos posexílicos, y parece que en su descripción el profeta -dependiente de Jeremías- utilizó como modelo la figura histórica del desgraciado rey Sedecías (598-586 a.C.), el cual llevó una política suicida al enfrentarse con Babilonia. Al entrar los caldeos en Jerusalén huyó cobardemente, y fue apresado por las tropas de Nabucodonosor y trasladado al cuartel general de Ribla, donde le sacaron los ojos a presencia del conquistador babilonio. El v.17 puede ser una alusión a este lastimoso hecho.

Za 12, 1-9

El oráculo es enfático; procede de Yahvé, que extiende los cielos y funda la tierra. El profeta apela al Señor de la naturaleza para garantizar su palabra amenazadora contra todos los pueblos que se atrevan a hacer frente a Jerusalén. Todos se tambalearán cuando quieran probar la copa de vértigo, Jerusalén, piedra de toque de la omnipotencia divina. En los profetas es frecuente este símil del cáliz embriagador de la ira divina que Yahvé ofrece a los pueblos para hacerlos perder el sentido. Aquí Jerusalén, como capital del pueblo de Dios, es presentada como una copa de vértigo que se derramará sobre los que se atrevan a atacarla.
Judá y Jerusalén serán presas de angustia (v.2), pero se salvarán de la crisis por intervención divina. Todos los que la ataquen se harán cortaduras, como el que osa ponerse a levantar una piedra pesada (v.3). En efecto, cuando llegue el momento del ataque de todas las gentes de la tierra reunidas contra ella, Yahvé tendrá una especialísima protección de Jerusalén (abriré mis ojos sobre la casa de Judá, v.4), sembrando el terror y la locura (por efecto de la copa de vértigo) entre los caballos y jinetes enemigos. Será ése el momento del reconocimiento de la omnipotencia divina por parte de los jefes de Judá (v.6). Los jefes (o "familias" según otra posible versión) de Judá, con la ayuda de su Dios, se reavivarán y harán presa en los enemigos que los atacan, como el brasero encendido lo hace en la leña, y la antorcha en los haces o gavillas que le sirven de pábulo.
Jerusalén quedará intacta y volverá a ser habitada en su misma colina de Sión; pero no sólo participarán de la victoria la capital santa y la casa real de David, sino que también las ciudades del campo tendrán su preeminencia, como la tuvieron en otro tiempo (Hebrón y Belén) bajo el caudillaje de David; por eso Yahvé salvará primero las tiendas de Judá, es decir, a las localidades rurales de Judá, para que no se enorgullezcan contra Judá (como región) la casa de David (la corte) y los habitantes de Jerusalén (v.8). En estas palabras, el profeta fustiga el orgullo de los moradores de la capital, que se consideraban los únicos privilegiados.
Con todo, Jerusalén, como capital de la nueva teocracia, tendrá una especialísima protección de Yahvé; y la casa de David, o dinastía davídica, será como Dios, es decir, gozará de un prestigio superior, comparable al de su Dios, verdadero vencedor y organizador de la nueva sociedad judía. La frase como Dios queda atenuada en el contexto con la aclaración como el ángel de Yahvé, que bien puede ser explicación erudita teológica posterior para evitar el posible sentido irreverente de la frase como Dios. En realidad es Yahvé el que da la victoria a su pueblo contra todos sus enemigos.
En toda esta descripción encontramos la perspectiva del juicio divino sobre las naciones paganas que precederá a la inauguración mesiánica. Antes de la entrada en la nueva era definitiva habrá un gran combate sobre las naciones paganas que se impusieron al pueblo de Israel, y Yahvé les dará el merecido como compensación a los sufrimientos de su pueblo: Aquel día me pondré yo a destruir a todas las gentes que vinieron contra Jerusalén (v.9). La amenaza es esperanzadora para los judíos, que penosamente, después del exilio, tuvieron que levantar de las ruinas la Ciudad Santa y comunidad nacional en medio de la hostilidad de los pueblos gentiles circunvecinos.

Za 12, 10-14

Este fragmento es también sumamente enigmático y muy diversamente interpretado. El profeta habla de un misterioso duelo general de la nación por un crimen no menos misterioso. Una razón de la dificultad en la interpretación del texto estriba en la oscuridad del mismo en su original y versiones.
El profeta anuncia, después de la victoria sobre los enemigos de Judá, una efusión del espíritu de gracia y de oración. La nación, reconocida a los beneficios y protección de su Dios por la victoria total reportada, se volverá en masa hacia El; alzaran sus ojos a mí (v.10a). A continuación la mente del profeta se centra en torno a un enigmático duelo general de la nación sobre un sujeto nebuloso que no concreta.
Para esclarecer el sentido debemos primero buscar una lección aceptable en el confuso y ambiguo contexto. El TM dice literalmente: "y me contemplarán a mí, al que traspasaron". Según esta lectura, el objeto de esa contemplación es Yahvé, que es el que habla. Pero a continuación se dice: "Le llorarán." El cambio de primera a tercera persona es inexplicable lógicamente en el contexto gramatical, pues el llanto es sobre una persona distinta de Yahvé. Resulta difícil entender que hayan traspasado a Yahvé, y, por otra parte, que la lamentación recaiga sobre un sujeto diferente de Yahvé. La Vulgata sigue literalmente al TM. Los LXX, en cambio, traducen: "y mirarán a mí, porque (me) insultaron, y le llorarán".
Por otra parte, muchos comentaristas de nota creen que la construcción del texto hebreo no es regular, y así procuran corregir el texto. Unos creen encontrar la solución admitiendo la lección de algunos manuscritos, que traen: "contemplarán a él, al que traspasaron". Pero las versiones de los LXX, la Pcshitta, Vulgata, la de Aquila y Símaco y Teodoción leen unánimemente: "contemplarán a mí, al que traspasaron." La lección, pues, de esos manuscritos parece ser una corrección erudita para evitar la dificultad del texto. Por ello, muchos expositores prestigiosos prefieren mantener la lección actual del TM, si bien, siguiendo a San Cirilo Alejandrino, dividen el texto como hemos propuesto: "y alzarán sus ojos a mí. Y aquel a quien traspasaron, le llorarán".
Ahora bien, supuesta esta lectura, ¿quién es este sujeto misterioso al que llorarán como se llora al unigénito? Se ha propuesto que el duelo sería por un mártir desconocido de la época del profeta, por una víctima de la pasión ciega popular, sobre cuyo crimen reflexionarán más tarde los judíos, lamentándose de su torpe acción. Diversos nombres han sido propuestos para su identificación: Zacarías, hijo de Joyada, muerto por orden del rey Joás de Judá (798-782 a.C.); Urías, hijo de Semeyas, muerto bajo el rey Joaquim de Judá (609-598 a.C.); Godolías, el gobernador judío puesto por los babilonios después de la toma de Jerusalén en 586, muerto por el nacionalista Ismael. Se ha pensado incluso en el propio profeta Jeremías, que habría sido víctima de esta misma facción nacionalista. No faltan quienes proponen a Zorobabel, contemporáneo de Zacarías. No pocos comentaristas creen que hay que relacionar a este mártir incomprendido con el Siervo de Yahvé de los famosos cánticos de Is 52, 13-53.
Los Santos Padres y comentaristas católicos, siguiendo al evangelista San Juan Jn 19, 37 ("mirarán al que traspasaron"), ven en esta perícopa una alusión clara al Mesías-Jesús muriendo en la cruz, víctima de la ciega pasión popular. El contexto parece favorable a ello, ya que el profeta parece unir la perspectiva mesiánica con la compunción general por la víctima inocente. En efecto, después de hablar del triunfo del pueblo elegido sobre las naciones paganas, se anuncia la efusión del espíritu de gracia y de oración, como en Jl 3, 1. Consecuencia de ello será la íntima compunción y arrepentimiento por un atropello colectivo cometido contra una víctima inocente, cuya muerte parece tener relación con la misma salvación del pueblo.
En este supuesto, el fragmento sería paralelo a los cánticos sobre el Siervo de Yahvé de Is 52, 13-Is 53, 12, donde se habla de un Justo que sufre callado y que muere por los pecados de su pueblo. Todos estos detalles se cumplen literalmente en Jesús, condenado a muerte por el pueblo judío, que en su ceguera no comprendió su alto mensaje de redención.
El v.11 habla de la magnitud del duelo que tendrá lugar en la Ciudad Santa por ese misterioso mártir, y es comparado al llanto de una madre sobre el hijo unigénito perdido para siempre. Después el profeta añade un enigmático punto de comparación: habrá llanto en Jerusalén como el llanto de Hadad-Rimmón en el valle de Megiddo. La generalidad de los autores ve aquí asociados dos nombres geográficos del territorio donde se dio la batalla de Megiddo, en la que pereció el rey Josías (609 a.C.) en lucha desigual contra el faraón Necao II.
El duelo por esta catástrofe fue muy grande, ya que Josías había sido uno de los reyes más religiosos y piadosos de la dinastía davídica. Este duelo debió de hacer época, y a él puede hacer referencia como punto de comparación el profeta en este vaticinio. San Jerónimo dice que Hadad-Rimmón sería la localidad de su tiempo llamada Maximianópolis, en la llanura o valle de Megiddo.
En este duelo por la muerte del misterioso mártir participa toda la nación, y el profeta nombra a cuatro familias principales como símbolo de toda la comunidad.

Za 13, 1-6

En la nueva era mesiánica desaparecerá todo vestigio de idolatría en el pueblo, y también los falsos profetas. Los moradores de Jerusalén serán purificados de toda contaminación idolátrica y de todo pecado en una misteriosa fuente abierta para la casa de David (v.1). Naturalmente, esta fuente ha de tomarse metafóricamente como símbolo de la purificación. El texto puede estar inspirado en Ez 36, 25: "Os aspergeré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas vuestras idolatrías." La palabra inmundicia en Za 13, 1 puede tener el sentido técnico de impureza legal, o simplemente de contaminación moral por el pecado en general.
En la nueva teocracia desaparecerá totalmente el pecado y toda veleidad idolátrica, y también los falsos profetas, que están poseídos de espíritu impuro (v.2), que no procede de Yahvé. Los profetas de profesión estaban totalmente descalificados, porque utilizaban la religión como medio lucrativo y, para halagar al pueblo, presentaban como provenientes de Dios sus imaginaciones y caprichos. Ellos fueron en gran parte causa de la catástrofe nacional al prometer al pueblo cosas que no pudieron cumplirse, apoyando una política nacionalista en contra de los intereses religiosos de Judá.
Esta clase social de profetas desaparecerá en los tiempos mesiánicos, y si alguno se atreve a hablar a lo profeta, le considerarán como un sacrílego que osa apropiarse los oráculos divinos, y, como tal, será muerto por sus mismos padres (v.3). El oficio de profeta estará entonces tan desacreditado, que se avergonzará de sus visiones, de cuando se las daban de profeta, y nadie querrá llevar el atuendo característico del profeta: no vestirán más el manto peludo para mentir. Los que hasta ahora se presentaban como profetas preferirán ser considerados como labradores del campo, que no han hecho otra cosa desde su mocedad.
Pero tienen unas cicatrices que les traicionan como profetas (era costumbre entre los falsos profetas hacerse incisiones), y cuando, reparando en ellas, le digan: ¿Qué heridas son esas que llevas entre las manos? (v.6), contestará que son consecuencia de una reyerta que ha tenido entre amigos: Son las que recibí en la casa de mis amigos. No puede hacerse una descripción más irónica del descrédito en que se hallaban los profetas de "profesión," explotadores del pueblo. En los tiempos mesiánicos desaparecerá esta plaga social.

Za 13, 7-9

Generalmente se cree que esta perícopa debe ir unida a Za 11, 15-17, donde se habla del pastor insensato y de la espada que hiere al pastor en su brazo y ojo derecho por haber abandonado su rebaño. Ahora Yahvé invita y apostrofa a la espada para que cumpla su mandato de castigo contra su pastor. Aunque éste sea infiel, es considerado como asociado a Yahvé por razón de su cargo. En Is 44, 28, Yahvé llama a Ciro también su pastor. Aquí el pastor insensato es llamado por Yahvé hombre de mi compañía, su asociado en el poder.
Dios quiere castigar al pastor insensato por su mala conducta, e invita a la espada a cumplir su justicia: hiere al pastor y que se disperse el rebaño (v.7b). Su rebaño (Israel) va a ser sometido a una prueba de selección por el sufrimiento. Será dispersado para ser reunido por el mismo Yahvé, su verdadero Pastor. El oráculo está calcado sobre los de los profetas preexílicos que anunciaban la cautividad.
Los desvalidos o pequeños tendrán la predilección divina en la hora de la salvación. La mayor parte del pueblo (serán exterminados los dos tercios, v.8) desaparecerá en la catástrofe, pero se salvará un resto o tercio, si bien después de ser purificado por el fuego de la aflicción: lo fundiré como se funde la plata, como se acrisola el oro. La gran prueba servirá para que el pueblo elegido se vuelva a su Dios con toda confianza, declarándose pueblo suyo exclusivo. Se establecerá una nueva alianza entre Yahvé y su pueblo: él es mi pueblo y Yahvé es mi Dios (v.8).

Za 14, 1-5

La descripción es apocalíptica y escatológica. El profeta presenta a Jerusalén rodeada de las naciones gentiles que van a dar el último asalto a su fortaleza. Hay un momento en que parece que el triunfo de los asaltantes está asegurado, pues entran en la ciudad y la entregan al saqueo; pero Dios se reserva un resto de salvación, que será liberado mediante la intervención prodigiosa personal de Yahvé, que aparece majestuoso sobre el monte de los Olivos (v.4). A su presencia, éste se hiende y da paso a los fugitivos, que serán recogidos por Yahvé. El fragmento tiene muchas analogías con la descripción de la batalla contra Gog de Ez 38, 1-23, del que parece depender.
El carácter apocalíptico de la perícopa nos obliga a no insistir sobre los detalles de la descripción, que es fruto de una imaginación desbordada. El profeta quiere anunciar una gran prueba para Judá, que terminará con la manifestación victoriosa de Yahvé con sus santos, o ángeles de su servicio.

Za 14, 6-11

La descripción de la nueva Jerusalén es deslumbradora, conforme a los cánones de la literatura apocalíptica. Una gran luz dominará la Ciudad Santa, de forma que las piedras preciosas darán un brillo perpetuo. No habrá noche (v.7), y desaparecerá toda esterilidad, porque de Jerusalén manarán aguas vivas, no estancadas, regando en todo tiempo la parte oriental y occidental del país (v.8). Este cuadro maravilloso parece una adaptación de la descripción de Ezequiel, que habla de un río que parte hacia el mar Muerto, regando el desierto de Judá. Aquí el autor extiende el torrente de agua a la zona del mar Muerto (mar oriental) y del Mediterráneo (mar occidental).
Sobre este territorio paradisíaco reinará sólo Yahvé, sin compartir su imperio con ningún otro dios (v.9); y hasta la atormentada geografía montañosa de Judá se transformará, convirtiéndose en llano desde Guebá hasta Rimmón del sur. Son los límites del reino de Judá: desde la frontera de Benjamín hasta el Negueb. Y los límites de Jerusalén comprenderán desde la puerta de Benjamín, al norte del templo, hasta la puerta del Ángulo, que se supone al occidente de la ciudad; junto al "segundo muro" y desde la torre de Jananel, al noroeste del actual Haram, o explanada de la mezquita de Ornar, hasta los lagares del rey, que se suponen al sur, donde estaban los jardines reales, en la confluencia del Cedrón y el Er-Rabbaby. De aquí se infiere que el área señalada por el profeta es tan amplia como la de la ciudad amurallada actual, si bien extendiéndose un poco más hacia el sur y menos al norte. En esta Ciudad Santa reinará la paz y nunca será ya más objeto de anatema (v.11).

Za 14, 12-15

Después de anunciar la paz que reinará en Jerusalén una vez conseguida la victoria, el profeta detalla la destrucción de los enemigos que se reunieron para atacar a Jerusalén. La hecatombe será general, pues tanto los hombres como los animales perecerán y quedará un inmenso botín para los judíos vencedores. El cuadro belicista está dentro de las descripciones apocalípticas de los últimos profetas. Es el juicio sobre las naciones antes de la inauguración de la era mesiánica.
La descripción parece que está calcada en la destrucción del ejército de Gog, según Ez c.38-39. El gran profeta del exilio, como primer autor apocalíptico, fue fuente de inspiración para los autores apocalípticos posteriores. En este mosaico de fragmentos apocalípticos del libro de Zacarías encontramos, como ya hemos visto, mucha dependencia de Ezequiel.

Za 14, 16-21

Después de declarar el triunfo aplastante de Yahvé sobre el ejército de las naciones coligadas contra Jerusalén, el profeta deja abierta la puerta del universalismo religioso a todos los pueblos. Jerusalén será el centro religioso del orbe, y todas las gentes deberán reunirse en la Ciudad Santa en la fiesta de los Tabernáculos (en septiembre-octubre) (v.16), en que se daba gracias a Dios por los frutos y se pedía agua saludable para la futura siembra. El que no vaya a Jerusalén en esta festividad, se verá privado de esta agua bienhechora, incluso el mismo Egipto, cuyos campos y cosechas no viven de la lluvia, sino de las inundaciones periódicas del Nilo (v.18). Egipto era el granero de Oriente, y cuando fallaban las cosechas por falta de lluvias, los pueblos circunvecinos, como los cananeos, tenían que ir al país de los faraones a comprar el trigo a cualquier precio. De ello estaban orgullosos los egipcios.
Pero el profeta dice que en los nuevos tiempos de nada les servirá su río, pues, si no van a Jerusalén, se verán privados de la cosecha como los demás pueblos (v.18). Todos los pueblos deben congregarse en Jerusalén para la gran festividad de los Tabernáculos, a implorar la lluvia ofreciendo sacrificios; y para ello podrán utilizar las sartenes y ollas de uso común, a falta de las consagradas a Yahvé en el templo, porque todas aquel día llevarán la inscripción: Consagrado a Yahvé (v.20). Todas las ollas de las casas de Judá y de Jerusalén serían válidas en esta ocasión, y los peregrinos no tendrían necesidad de alquilar los servicios de los mercaderes que en el templo ofrecían los instrumentos necesarios para los sacrificios (v.21).