Gn 1, 1-2, 4a Primer relato de la creación del cielo y de la tierra; tiene siete partes, siguiendo los días de la semana. En los cuatro primeros días destaca el motivo de la separación: luz y tinieblas, aguas inferiores y superiores, agua y tierra, día y noche. Son divisiones elementales, igual que la clasificación de los animales en acuáticos, volátiles y terrestres. La división es principio de orden. Entre las criaturas descuella el ser humano, cumbre de toda la creación; creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a representar al Creador en la tierra. Varón y mujer poseen la misma dignidad ante Dios.
Gn 2, 4b-3, 24 El segundo relato de la creación se centra en la tierra y de modo especial en la primera pareja humana. Aunque Gn 2, 4-25 es propiamente un relato de creación y Gn 3, 1-24 un relato de pecado-castigo, ambas piezas forman una sola composición, que comienza con la creación del hombre y su colocación en el jardín, y termina con su expulsión del mismo jardín. Entre ambos extremos se inserta todo lo demás: el árbol, la serpiente, la mujer, el pecado y el castigo.
Gn 3, 1-24 A partir de Gn 3, 1 se muestra cómo el pecado rompe la solidaridad y la armonía, introduciendo una serie de desequilibrios, expresados mediante la vergüenza, el temor, el dolor y la fatiga. En la historia de Adán y Eva se condensa la de toda la humanidad. El drama de la primera pareja representa, en cierto modo, el de todos los seres humanos.
Gn 6, 9-9, 28 «Historia de Noé». Noé es presentado como el hombre más justo y honrado, en una tierra corrompida y llena de crímenes. Esto último justifica el castigo divino del diluvio. Su figura, rodeada de animales en el arca, evoca la de Adán en el paraíso. El diluvio supone una vuelta al estado caótico primordial; tras él se abre una era nueva. La bondad de Dios triunfa sobre la perversidad del hombre. El sacrificio de Noé reconcilia a Dios con la nueva humanidad, purificada por las aguas del diluvio. Con ello, se restablece el orden y la armonía de la creación, aunque no se vuelve al estado paradisíaco.
Gn 11, 1-9 El fenómeno cultural de la distinción de lenguas y de la dispersión de los pueblos se presenta aquí en el contexto de un nuevo intento de la humanidad de superar sus límites y de ser como Dios. El proyecto de la torre, tan grandioso a los ojos de los hombres como insignificante a los de Dios, muestra que no se puede construir el mundo sin contar con Dios y menos aún en contra de sus planes.
Gn 12, 1-25, 18 Abrahán es el gran antepasado de Israel. Con él comienza una nueva etapa en la historia de la salvación. Desde los primeros pasos de la humanidad, la historia avanza hacia Abrahán, de quien Dios hará una gran nación (Gn 12, 2). Abrahán es el padre de todo Israel, como Adán lo es de toda la humanidad. Lo que hace de Abrahán un personaje realmente distinto y singular es la llamada de Dios a romper con su pasado (Gn 12, 1) y a emprender una nueva aventura (12, 2ss), a la par que su fe y obediencia al mandato divino (Gn 12, 4).
Gn 15 Las promesas de Gn 15 replantean y profundizan las de Gn 12. La fe de Abrahán, no exenta de dudas (Gn 15, 2. 8), denota su confianza en unas promesas humanamente irrealizables. La alianza se corona con una promesa incondicional de Dios a Abrahán.
Gn 17 Nueva versión de la alianza de Dios con Abrahán (anteriores: Gn 12 y Gn 15), que sienta las bases sobre las que se asentará la nación. Las promesas son una vez más el centro de la alianza. El cambio de nombre de Abrán/Abrahán expresa su nuevo destino. Como signo externo de la alianza se propone la circuncisión, símbolo de la pertenencia al pueblo elegido. Por medio de ella, Abrahán manifiesta su aceptación de la alianza y su fidelidad a la palabra de Dios.
Gn 18, 16-33 Como contrapunto a la promesa de Gn 16, 1-15, el Señor anuncia a Abrahán su intención de destruir la ciudad de Sodoma. Esto suscita un animado diálogo entre ambos, con dos problemas de fondo: ¿Se puede castigar al inocente junto con el culpable? ¿Puede la inocencia de unos pocos salvar a todo un pueblo? A lo largo del diálogo se pone de relieve la misericordia divina: Dios escucha las peticiones del hombre y juzga el mundo con equidad. Se apunta ya la idea de que un justo puede salvar a todos (véase Is 53; Rm 5).
Gn 22, 1-19 Con la prueba del «sacrificio de Isaac», culmina el itinerario espiritual de Abrahán. Lo mismo que un día Dios le pidió que renunciara a su pasado (Gn 12, 1-3), ahora le pide que renuncie a su futuro: al hijo de la promesa. Como cualquier padre, Abrahán está tentado de aferrarse a su hijo y no sacrificarlo. De haberlo hecho así, habría manifestado que el apoyo de su fe no estaba en Dios, sino en su hijo. Pero Abrahán pone el temor/amor a Dios por delante del amor a su propio hijo, superando la prueba y dejando abierta la vía de la promesa. En la tradición cristiana, el sacrificio de Isaac prefigura el de Cristo, el Hijo único de Dios.
Gn 25, 19-37, 1 Esaú y, sobre todo, Jacob son los principales protagonistas de esta sección. Mientras que la historia de Abrahán gravita en torno a las relaciones padre-hijo, la de Esaú-Jacob tiene como eje las relaciones entre hermanos. El motivo dominante de esta historia es el de la bendición: mientras que al comienzo y al final (Gn 27-28; Gn 32-33) está en juego su obtención, en la parte central (Gn 29-31) se destaca su eficacia.
Gn 27, 1-40 La bendición de Isaac a sus hijos tiene cierto carácter ritual: llamada del padre, identificación del que va a ser bendecido, aportación de comida para fortalecer al que bendice, acercamiento y beso del padre al hijo, y, finalmente, palabras de bendición.
Gn 28, 10-22 El sueño de Jacob en Betel es un episodio trascendental en la vida del patriarca. La escalinata por la que suben y bajan los ángeles de Dios comunica el cielo con la tierra, mostrando la accesibilidad de la presencia y ayuda divinas.
Gn 29, 31-30, 24 Este relato ocupa el centro de la sección consagrada a Jacob-Labán. Los doce hijos de Jacob (véase también Gn 35, 16-20) proceden de cuatro madres diferentes. Ello explica las semejanzas y diferencias entre las doce tribus de Israel (Jacob = Israel: Gn 32, 29). Las explicaciones de los nombres permiten apreciar tanto las rivalidades familiares y sociales como la presencia protectora y cercana de Dios, dador de la fecundidad y de la vida.
Gn 32, 23-33 El encuentro misterioso con un «hombre» extraño, que acaba por identificarse con el mismo «Dios», lleva a pensar en una antigua leyenda, adaptada a Jacob. Posiblemente sea esta la respuesta divina a la plegaria de Jacob (Gn 32, 9-12). El relato sorprende por su carácter paradigmático: en medio de la noche oscura, tras un largo exilio y una dura peregrinación, que evocan la historia del pueblo elegido, Jacob descubre el rostro luminoso de Dios. El cambio de nombre por Israel expresa la transformación operada en su mismo ser. El destino de Israel será luchar con los hombres y con Dios. De tal lucha, Israel saldrá herido, pero vencerá.
Gn 37, 2-50, 26 Esta última parte del Génesis gira en torno a Jacob y sus descendientes, entre los que destacan José, Judá y Rubén. Se pueden distinguir dos componentes básicos: primero, la «Historia de José», cuyo núcleo (Gn 37 y Gn 39-45) constituye esencialmente una unidad literaria (Gn 38 encaja mal en su lugar actual); segundo, la «Historia de Jacob y de sus hijos» (Gn 46-50). Evidentemente, no cabe establecer una separación neta entre ambas; al contrario, convergen en muchos puntos. Es más, en cierto modo la historia de José no es más que un episodio de la historia de Jacob. En esta perspectiva, se comprende más fácilmente la inserción de la historia de Judá y Tamar (Gn 38).
Gn 40 Los relatos que siguen a la desgracia que acarreó a José su fidelidad al Señor muestran una vez más que este no lo ha abandonado: intérprete extraordinario de sueños, uno de los campos más enigmáticos de la mente humana, alcanza el puesto más elevado de Egipto, después del faraón.
Gn 42, 6-24 La prueba de José a sus hermanos les llevará a reconocer y confesar su culpa (42, 21ss). Pero, a diferencia de lo que hicieron ellos con él, José los trata con justicia y generosidad. Indirectamente, el relato ofrece un modelo de conducta para cuantos poseen autoridad y ejercen una tarea de gobierno.
Gn 44-45 La trama narrativa del final del segundo encuentro con José se corresponde sustancialmente con la del primero (véase Gn 44, 1ss y Gn 42, 25). Judá reconoce su culpa ante José y propone cargar él mismo con el castigo. José, por su parte, decide reconciliarse con sus hermanos. Con el perdón, llega de nuevo la paz a la familia de Jacob. En todo este proceso, Dios aparece como el motor secreto. La clave teológica de la historia de José está en Gn 45, 5-8. Al darse a conocer a sus hermanos, José proyecta nueva luz sobre los problemas familiares, que quedan definitivamente superados cuando se contemplan desde la perspectiva de Dios.
Gn 48-49 La ceguera de Jacob y el cambio de primogénitos recuerdan lo sucedido al final de la historia de Isaac (Gn 27). Su bendición a los hijos de José comienza con la invocación del nombre de Dios, de quien depende en última instancia la eficacia de la bendición. Las bendiciones-oráculos de Gn 49 predicen y deciden el destino de las doce tribus de Israel. En ellas se refleja la diversidad de las tribus. Sobresalen las de Judá y José (Efraín y Manasés). Judá es la tribu de David, de la que saldrá el Mesías. La «casa de José» tuvo un papel destacado durante cierto tiempo.
Gn 50, 22-26 Los últimos versículos del Génesis invitan a una doble mirada: una hacia atrás, a las historias patriarcales, y otra hacia adelante, a la historia del éxodo.