Después del libro de Nehemías en las Biblias cristianas figuran los libros de Tobías, Judit y Ester. Los libros históricos incluyen también al primero y segundo de los Macabeos, que en algunas de esas Biblias suelen aparecer al final de todo el Antiguo Testamento. Este bloque está formado por libros heterogéneos entre sí, por lo que no se puede decir que formen un conjunto unitario. Tienen, sin embargo, algunas características que los diferencian de los demás textos históricos precedentes.
Coinciden todas estas obras en que han sido redactadas en una época más reciente que los demás libros históricos del Antiguo Testamento. Se compusieron cuando la cultura helenística llevaba ya bastante tiempo implantada en Palestina, en una época cercana a la que vivió Jesucristo. Aunque sus autores se mantienen fieles a la religión de Israel, en muchos casos adoptan una lengua y unos modos de expresar la historia en los que se aprecia el influjo cultural griego.
Sólo uno de estos libros, el de Ester, pasaría a formar parte del canon hebreo de las Escrituras y esto sucedió quizá ya en la era cristiana. Además, en el texto aceptado en ese canon sólo se incluyeron los capítulos compuestos en lengua hebrea, descartando otros pasajes que sólo se conocen en la versión griega. Los demás libros de esta época no pasaron a formar parte del canon judío, pero sí fueron recibidos como canónicos por la Iglesia primitiva.
En las anteriores introducciones a libros históricos del Antiguo Testamento se ha señalado el papel que tiene la historia para el pueblo de Israel. En esos libros no se conserva un simple recuerdo de hechos pasados, sino que los acontecimientos relatados son punto de referencia para la consideración religiosa, guiada por el Espíritu Santo, ante las distintas circunstancias en las que Israel se va encontrando. En concreto, la «historia deuteronomista» ofrece un planteamiento de la propia historia de Israel, atendiendo a la fidelidad o infidelidad de sus protagonistas a la Ley de Dios; en ella se explica el sentido de la cautividad de Babilonia, y su enseñanza suscitaba la esperanza en el Dios que les podría salvar. Y al final de la época persa, la reflexión religiosa de los autores de la «historia del cronista» proporcionaba luces para afrontar la nueva situación de modo coherente y para mantener la fidelidad y veneración debida al Dios de la Alianza.
Con el paso del tiempo, el helenismo acabó impregnando muchas expresiones culturales del pueblo de Dios. Ciertamente hubo algunos aspectos de la cultura helénica que no pudieron ser acogidos por los que se mantuvieron fieles a su religión, ya que implicaban la idolatría. Sin embargo, gran parte de las manifestaciones de esa nueva cultura eran perfectamente compatibles con la fidelidad requerida. Por ejemplo, algunos nuevos modos de expresión literaria resultaban adecuados para manifestar la fe y los sentimientos religiosos más profundos. La apertura a este nuevo modo de entender el mundo, de expresarse o de componer obras literarias no suponía una traición a la herencia religiosa recibida de sus antepasados, sino un enriquecimiento. Los mismos que estuvieron dispuestos a llegar hasta la muerte por mantener la circuncisión 1, por restaurar el culto 2, o por no comer carnes prohibidas por la Ley 3, no tuvieron inconveniente en escribir en griego la historia de sus héroes, ajustándose a nuevos géneros literarios de gran fuerza narrativa y retórica, que presentan características peculiares en el modo de contar los hechos y de transmitir enseñanzas por medio de relatos.
Por ejemplo, en el género literario de la «historia trágica», peculiar de esa época, los sucesos se narran subrayando el dramatismo de la expresión para perfilar con más nitidez los rasgos emocionales de las situaciones o de los personajes. A su vez, la persuasión retórica era una característica frecuente entre los historiadores helenistas, que buscaban influir en la actitud y conducta de sus lectores describiendo con trazos enérgicos a personas y acontecimientos como ejemplos de virtud o de vicio. Así sucede en el libro segundo de los Macabeos, donde la historia es narrada con una gran fuerza retórica. Se pretende persuadir al lector a que siga los admirables y heroicos ejemplos de coherencia con la propia fe que se le presentan.
También era frecuente en el ámbito helenístico la composición de narraciones ambientadas en escenarios geográficos o históricos creados a partir de elementos reales, para transmitir enseñanzas deleitando. En el canon de los libros sagrados se incluyen los de Tobías, Judit o Ester que, aunque de estilos y géneros diversos, reflejan algo de este nuevo modo de escribir. Dibujan con un rico ropaje narrativo ejemplos que arrastran a vivir en coherencia con la fe.
Los libros históricos más tardíos del Antiguo Testamento han sido escritos en ese contexto histórico y literario que es necesario conocer para entenderlos adecuadamente. Contemplan los hechos y las tradiciones patrias, y a partir de ahí expresan con gran maestría literaria lecciones admirables que reflejan la fidelidad a Dios en una época de cambios profundos.
Una lectura atenta de estos libros permite apreciar que las diferencias con respecto a los demás libros históricos del Antiguo Testamento no se limitan sólo a aspectos formales o de estilo literario. De hecho, hubo un progreso en la Revelación divina y en estas obras hay no pocos aspectos doctrinales que se perfilan con mayor claridad que en épocas anteriores. Se establece así un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento que hace presagiar que la «plenitud de los tiempos» 4, en que la manifestación de Dios alcanzaría su punto culminante en la historia humana con la encarnación del Hijo de Dios, ya estaba cerca.
Ese avance en contenidos y formas no fue consecuencia de una asimilación acrítica de las categorías culturales del entorno helenístico; por eso no supuso un distanciamiento del carácter propio del pueblo elegido ni de su religión. De hecho, el recuerdo de los antepasados siguió siendo punto de referencia ineludible que confortaba su fe y su confianza hasta el heroísmo 5. Ese progreso constituye, en cambio, una prueba de la vitalidad del pueblo de Dios, un desarrollo de las virtualidades que poseía.
Un ejemplo de este avance se puede encontrar en la doctrina sobre la retribución. Sigue vigente la enseñanza de que Dios retribuye a cada uno según sus obras, buenas o malas. Sin embargo, la retribución –se enseña ahora– no siempre se alcanza en esta vida. A veces los justos encuentran la muerte por permanecer fieles, y Dios no es injusto por eso, ya que los retribuirá después. Así se entienden las palabras que dirige a su verdugo uno de los hermanos que va a sufrir el martirio: «Tú, malvado, nos borras de la vida presente, pero el rey del mundo nos resucitará a una vida nueva y eterna a quienes hemos muerto por sus leyes» 6.
El paso adelante en el conocimiento de que hay una vida después de la muerte está ligado a las nuevas luces que el Espíritu fue proporcionando en la reflexión sobre la creación. En Tobías, por ejemplo, se proclama: «¡Que los cielos y tu creación entera te bendigan por siempre jamás!» 7. Es posible hacer estas afirmaciones porque existe el convencimiento de que todas las criaturas dependen totalmente de Dios, ya que Él hizo todas las cosas «a partir de la nada» 8. Precisamente la comprensión que se alcanzó del poder creador de Dios forma parte de los presupuestos de fe que hacen posible admitir la resurrección. Así lo atestigua otro de los hermanos que iban a ser martirizados: «De Dios he recibido estos miembros, y, por sus leyes, los desprecio; pero espero obtenerlos nuevamente de Él» 9.
La manifestación de que el horizonte de la vida humana no se cierra con la muerte abrió nuevas y sugerentes perspectivas para la antropología y permitió una mejor comprensión del problema del sufrimiento. Éste puede tener un sentido expiatorio y cabe aceptarlo de buen grado por el bien de los demás. Así lo manifiesta otro de los hermanos mártires: «Yo, como mis hermanos, entrego cuerpo y alma por las leyes de los padres, suplicando que Dios sea pronto misericordioso con la nación»10.
De este modo, poco a poco y de un modo gradual se fue recorriendo el camino de preparación necesario para que se pudiera entender la figura y la misión de Jesús. El desarrollo de la Revelación que testimonian estos libros permitió entender que los sufrimientos de un justo, Jesús, tenían un sentido para el bien de los hombres; hizo posible hablar de la resurrección, no sólo de Jesús sino también de todos los hombres; permitió que se pudiera alimentar el deseo de «estar con Cristo»11 antes de que llegue la resurrección universal.
1 cfr 1M 1, 60; 2M 6, 10.
2 cfr 1M 4, 44ss.; 2M 10, 1ss.
3 cfr 2M 6, 18; 2M 7, 1.
4 Ga 4, 4.
5 cfr 1M 2, 49-64.
6 2M 7, 9.
7 Tb 8, 5.
8 cfr 2M 7, 28.
9 2M 7, 11; cfr 2M 7, 22-23.
10 2M 7, 37.
11 Flp 1, 23.