En el Antiguo Testamento la «sabiduría» se expresa normalmente con formas didácticas, como máximas, sentencias, refranes, etc. En este libro, sin embargo, nos encontramos con una narración continuada: la de un personaje en el que se concentran paradójicamente la fidelidad de Dios y los sufrimientos humanamente injustificados.
El libro de Job toma su nombre del protagonista, un hombre íntegro, natural de Us, ciudad situada al sur de Edom, que sufre reveses inimaginables en sus posesiones, en su familia y en su propia salud. En esta situación lamentable intercambia sus opiniones y sinsabores con tres amigos que intentan darle lecciones de sabiduría y de recto proceder. Después de sus intervenciones recibe del mismo Dios unas palabras que le hacen recapacitar. Finalmente es reconocido como hombre justo, y recompensado con una nueva familia y con unos bienes más numerosos que los antiguos. Tras una larga vida de bienestar muere con el reconocimiento y honor que caracteriza a los antiguos patriarcas.
Dentro del canon de la Biblia la presente obra forma parte de los libros sapienciales. El Talmud lo menciona detrás de los Salmos, y así viene situado en el códice Alejandrino; en cambio, ya San Cirilo de Jerusalén, San Jerónimo y otros lo colocaron delante del salterio, y así fue aceptado por el Concilio de Trento y ha pasado al canon católico 1. Junto con los Salmos es el libro sapiencial más influyente. De hecho, es de los más comentados tanto entre los judíos como entre los cristianos. La carta de Santiago 2 propone a Job como modelo de paciencia, basándose quizás en la aceptación serena de las adversidades que refleja el prólogo 3. San Gregorio Magno escribió un amplio comentario con atinadas aplicaciones morales. Santo Tomás lo interpretó como una gran lección sobre la providencia divina y Fray Luis de León realizó una traducción de gran riqueza literaria acompañada de un comentario pormenorizado.
Este libro es considerado una obra genial tanto por los temas que aborda como por su altura literaria. Ahora bien, las dificultades que presenta son numerosas.
Desde el punto de vista textual es enormemente complicado y con frecuencia el propio texto resulta indescifrable. Se debe, en parte, a que posiblemente contiene expresiones arameas mal transcritas en hebreo, o a que incluye ecos de un antiguo dialecto poco conocido hoy, o a que se ha deteriorado en la transmisión manuscrita. Lo más probable es que se haya dado una combinación de todos estos factores. De hecho es considerado, junto con el libro de Oseas, uno de los más difíciles de la Biblia. La versión griega, bastante más breve que la hebrea, no es de gran ayuda a la hora de clarificar el texto, como tampoco lo son las otras versiones antiguas, la siríaca o latina, que lo traducen palabra por palabra; unas y otras presentan un texto difícil de entender.
También resulta muy complejo desde el punto de vista literario, pues contiene una parte en prosa y otra en verso muy diferentes entre sí. Muchas de las secciones que componen el libro pudieron haber existido como piezas independientes de un mismo autor o de autores distintos. No obstante, la obra en su conjunto forma un todo coherente. En su estructura pueden apreciarse cinco partes bien diferenciadas, tanto por la forma literaria que presentan como por la doctrina que contienen:
I. El prólogo en prosa (Jb 1, 1-Jb 2, 13), junto con el epílogo (Jb 42, 7-17), pudo tener su origen en un antiguo relato transmitido oralmente. Aunque se conocen narraciones egipcias y babilónicas que tratan de un justo que pierde sus bienes para recuperarlos más tarde, ésta de Job apenas coincide con ellas excepto en el núcleo de la historia. De hecho contiene elementos específicos que modifican la vieja anécdota y la reorientan hacia una enseñanza profunda sobre Dios. Así pues, la doble escena en el cielo (Jb 1, 6-22 y Jb 2, 1-10) indica que el tema del libro es más teológico que antropológico, es decir, que plantea el comportamiento de Dios ante el sufrimiento humano, y no tanto la actitud del hombre ante su propio dolor. Sólo en esta parte aparece el nombre del Dios de Israel (Yhwh), mientras que en las secciones poéticas se menciona el nombre genérico de Dios (’El) o el del Todopoderoso (Shadday). El personaje Satán es exclusivo del prólogo y no se vuelve a nombrar ni siquiera en el epílogo, señal de que el libro gira sobre todo en torno a Dios. El propio protagonista es presentado sucintamente: no se reseña su genealogía ni la época en que vivió. Únicamente se detallan sus características morales: en la primera parte en prosa 4 aparece como un hombre íntegro que aun en medio de sus desgracias permanece fiel; en cambio, en la sección de diálogos 5, se muestra inconformista y audaz. Job es un personaje literario que de alguna manera encarna al autor del libro y expresa sus dudas e inquietudes más íntimas.
II. Los discursos en verso (Jb 3, 1-Jb 31, 40) constituyen el elemento sapiencial de la obra y forman como una sesión académica en la que cada personaje va exponiendo sus ideas con cierto orden y siguiendo los modos de la época:
III. La intervención de Elihú (Jb 32, 1-Jb 37, 24) es inesperada y, de alguna manera, extraña a la trama del libro, puesto que este personaje no es mencionado ni siquiera en el epílogo cuando el Señor formula su veredicto sobre Elifaz y «sus dos amigos»10. Muchos comentaristas consideran esta parte como un añadido posterior, cuando el libro estaba ya terminado: vendría a completar la opinión de los amigos e incluso la de los discursos del Señor. En concreto, añade una interpretación nueva del dolor humano: Dios podría utilizarlo como castigo del impío, de acuerdo con la opinión de los interlocutores anteriores11, pero también como prueba y corrección del justo12. Estos discursos, en definitiva, aunque hayan sido añadidos cuando una primera redacción del libro ya estaba terminada, encajan en este lugar y preparan el camino para la intervención definitiva del Señor.
IV. Los discursos del Señor (Jb 38, 1-Jb 42, 6) son el punto culminante de la parte poética del libro. Van describiendo en estilo sapiencial y por orden los seres de la creación: primero los astros y los fenómenos atmosféricos conocidos hasta entonces, luego las aves y los animales de cualidades más sorprendentes, y finalmente dos monstruos, Behemot y Leviatán. Las descripciones son la ocasión para suscitar en los lectores la admiración y reconocimiento de la sabiduría y del poder divinos. La lección subyacente es clara: no sobra ninguna de las criaturas, como tampoco ninguno de los episodios positivos o negativos que éstas tienen que afrontar. Por tanto, tampoco el sufrimiento humano es inútil, puesto que forma parte de la armonía del universo. Job entiende esta lección y guarda silencio (cfr Jb 42, 1-6).
V. El Epílogo (Jb 42, 7-17), como se ha señalado ya, está estrechamente relacionado con el prólogo. El protagonismo de Dios en estos versículos subraya el carácter teológico de la obra y muestra que el Señor cuida de sus fieles con especial esmero.
Como ocurre frecuentemente con otras obras de la literatura sapiencial bíblica y extrabíblica, no se sabe quién fue el autor de este libro. Aunque Job era un personaje conocido como héroe y modelo de virtudes13, y el libro lleva su nombre, no fue él quien lo escribió. Por el estilo y por el conocimiento que demuestra de las tradiciones de Israel, quien lo compuso tuvo que ser un israelita docto. A veces se ha puesto en duda que el autor de Job hubiera pertenecido al pueblo escogido, pues llama la atención que apenas utilice el nombre del Señor (Yhwh). Sin embargo, este hecho probablemente es señal de que en los escritos sapienciales se buscaba un auditorio amplio que tuviera planteados los mismos problemas teológicos y antropológicos que presenta el libro.
Tampoco hay datos suficientes para datarlo con seguridad. El relato en prosa sitúa a Job en la época patriarcal cuando el paterfamilias cuidaba de los suyos y ofrecía sacrificios personalmente, a falta de sacerdotes y de templo. Por estas razones la antigua tradición rabínica –si bien con excepciones– hacía remontar la fecha de composición al siglo XX a.C. No obstante, los comentaristas cristianos más antiguos y muchos Santos Padres ya consideraban que no pudo ser escrito el libro antes del reinado de Salomón.
Modernamente se han ido señalando detalles que concuerdan mejor con una fecha más reciente, entre el siglo VII y el IV a.C., más probablemente en la época persa (siglos V-IV a.C.). Es entonces cuando, tras la experiencia del destierro de Babilonia, se agudiza el problema del sufrimiento: ¿cómo Dios puede permitir que un inocente, sea una persona individual sea el pueblo entero de Israel, soporte tan enorme aflicción? Por otro lado, también durante esos años se extiende el uso del arameo y es, en todo caso, cuando más florece la literatura sapiencial. Asimismo la figura de Satán como «tentador» sobrenatural aparece en otros libros de esta época14.
El mensaje del libro de Job no es uno solo. En términos generales puede afirmarse que aborda cuestiones sobre la sabiduría y la justicia de Dios, sobre la actitud del hombre ante el dolor y sobre la relación del hombre con Dios.
1. Los temas acerca de Dios son los más acuciantes. Ya Santo Tomás de Aquino vio en el libro una explicación detallada y profunda de la Providencia divina. Los comentaristas modernos entienden que el libro de Job plantea cómo compaginar la sabiduría divina en la creación y su justicia en lo que los hombres reciben de Él. Más en concreto, cómo explicar el sentido del sufrimiento de un inocente, es decir, cómo entender la justicia de Dios que al menos permite el dolor y la desgracia del inocente. A esta aporía el libro da tres respuestas:
a) En el prólogo, a partir del antiguo relato sobre Job, enseña que Dios pone a prueba la integridad de los justos: éstos han de demostrar que temen a Dios de balde15 –es decir, no por el provecho que puede reportarles la rectitud de su comportamiento– y que no llegarán a maldecir a Dios en la adversidad16. «Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba»17. Job superó la prueba, permaneció fiel bendiciendo a Dios18 y no llegó a pecar con sus labios19.
b) En el diálogo de Job con los amigos la respuesta es más ambigua: por una parte, Dios no castiga a los malos o premia a los buenos de forma mecánica: ni el dolor es señal indiscutible de pecado ni el bienestar lo es de rectitud, como lo demuestra la experiencia. «Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo»20. Sin embargo, quedando claro que la opinión de los amigos no resuelve el problema, no se llega a una conclusión convincente: los discursos de Job vienen a ser una apelación para que Dios mismo dé una respuesta al problema y aporte una solución satisfactoria.
c) Finalmente, los discursos del Señor incoan la explicación definitiva: dejan entrever que todos los elementos de la creación tienen una razón de ser, incluso los fenómenos atmosféricos que parecen inútiles, como la lluvia en lugar deshabitado o los animales aparentemente necios, como el avestruz que no cuida su propia nidada. No se llega a explicar a fondo el sentido del dolor, pero se abre el horizonte para encuadrarlo en el marco amplio de la creación. Esta respuesta típicamente sapiencial probablemente no aquieta la ansiedad del hombre concreto que sufre, pero supone un gran avance, pues, al contemplar la creación entera, se puede situar el sufrimiento como parte de los misteriosos designios de Dios.
2. Desde el punto de vista antropológico se enseña también la actitud que debe adoptar el hombre ante su propio sufrimiento, al comprenderse a sí mismo ante la grandeza de Dios creador. En el libro de Job no está en juego tan sólo su integridad moral o su fe, ni se describe en primer lugar la contienda constante entre la fidelidad del justo y las dificultades que el propio Dios envía. Más bien es una explicación de que ninguna criatura, y menos el ser humano, es ajena al Señor. De Dios depende su riqueza o su pobreza, su salud o su desgracia, la compañía de los amigos o su soledad. En todas estas circunstancias Dios cuenta con el hombre. No se dice mucho más, pero en el trasfondo queda la idea de que el hombre es una criatura privilegiada, capaz de admirar las cualidades y la finalidad de todos los seres creados, y también de descubrir que su propia existencia, con las circunstancias concretas, es parte del proyecto divino.
3. La relación del hombre con Dios es, sin duda, la enseñanza más clara. Job, a lo largo de la disputa con los amigos, invoca una y otra vez la presencia de Dios como árbitro de su situación. La tensión dramática de los diálogos desemboca en la teofanía del Señor que habla «desde el seno del torbellino»21. Job, que tantos discursos había pronunciado, reconoce haber hablado a la ligera y decide enmudecer22, no tanto por el contenido de lo que Dios le ha transmitido, cuanto por el mismo hecho de haber sido escuchado. El hombre, en definitiva, puede intercambiar ideas con los demás hombres, sus iguales, pero también puede comunicarse con Dios; no llegará a resolver todas sus dudas ni descubrirá la solución a todos sus problemas, pero encontrará la acogida y comprensión en Aquel que todo lo sabe y todo lo puede.
Sin duda, en el libro de Job el Antiguo Testamento presenta un atisbo de respuesta al sentido del dolor. Pero únicamente en el Nuevo, a la luz del sufrimiento vicario de Cristo, se entenderá que la justicia divina no sólo no queda empañada en el dolor humano, sino que resplandece en plenitud al poner de manifiesto los bienes que del sufrimiento se derivan: «Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto»23. En consecuencia, el libro de Job ha sido entendido como un anuncio de la Pasión de Cristo. En Job se plantea el sentido del sufrimiento desde el ámbito moral de la justicia y se enseña que esta explicación no es suficiente. En la Pasión de Cristo se descubre el sentido del sufrimiento desde el Amor de Dios «que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo unigénito»24. «Para percibir la verdadera respuesta al “porqué” del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente (…) Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el “porqué” del sufrimiento, en cuanto que somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino. Para hallar el sentido profundo del sufrimiento, siguiendo la Palabra revelada de Dios, hay que abrirse ampliamente al sujeto humano en sus múltiples potencialidades; sobre todo, hay que acoger la luz de la Revelación, no sólo en cuanto expresa el orden trascendente de la justicia, sino en cuanto ilumina este orden con el Amor como fuente definitiva de todo lo que existe. El amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en la Cruz de Jesucristo»25.
Por otra parte, en el Nuevo Testamento ni el libro de Job ni su protagonista están especialmente evocados. Únicamente la carta de Santiago, como se ha indicado al principio, alaba la paciencia de Job26. No obstante, la tradición cristiana entendió que Job hablaba del futuro y anunciaba la resurrección. Así la Vulgata latina tradujo en sentido mesiánico el texto que habla del «vengador de sangre»27: Scio quod Redemptor meus vivit et in novissimo die de terra surrecturus sum («Sé que mi Redentor vive y que en el último día resucitaré de la tierra»). La liturgia de difuntos cambió la primera palabra por credo haciendo del versículo un acto de fe en la resurrección de Jesucristo y en la de todos los difuntos28.
1 Ver Introducción a los libros poéticos y sapienciales.
2 St 5, 11.
3 cfr Jb 1, 21.
4 Jb 1, 20; Jb 2, 10.
5 Jb 3, 1-Jb 31, 40.
6 Jb 3, 26.
7 Jb 28, 28.
8 cfr Jb 3, 1-26.
9 Jb 31, 35.
10 cfr Jb 42, 7.
11 cfr Jb 34, 11.
12 cfr Jb 36, 15-16.
13 Ezequiel lo nombra, junto a Noé y Dan(i)el, como modelo de hombre justo (Ez 14, 14-20).
14 cfr Za 3, 1.
15 Jb 1, 9.
16 cfr Jb 2, 5.
17 Juan Pablo II, Salvifici doloris, 11.
18 Jb 1, 21.
19 Jb 2, 10.
20 Juan Pablo II, Salvifici doloris, 11.
21 Jb 38, 1.
22 cfr Jb 40, 3-4.
23 Jn 12, 24.
24 Jn 3, 16.
25 Juan Pablo II, Salvifici doloris, 13.
26 cfr St 5, 11.
27 Jb 19, 25.
28 Después de la última modificación litúrgica únicamente se leen algunas secciones del libro en la semana XXVI del tiempo ordinario, año par.