JONÁS

La restauración de Israel con la que termina el libro de Abdías se precisa en el libro de Jonás, el quinto de los Profetas Menores. Si Dios va a restaurar a su pueblo es porque éste tiene una misión universal que cumplir.

Dentro de la colección de los libros proféticos, el de Jonás es singular. Su extensión es muy breve –apenas si recoge dos lances de la vida del profeta–, pero más lacónico es todavía el registro de la predicación de Jonás ya que sólo anota una frase: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida» 1. En realidad, el mensaje de la obra no está en la predicación del profeta sino en el contenido de lo narrado: en las vicisitudes de los personajes y en los diálogos de Jonás con Dios. Lo mismo que en otros libros, como Rut o Job, la base histórica de la narración no es tan importante como el mensaje que se desprende de las acciones que se relatan.

Sin embargo, el libro es muy rico en matices: nos presenta una combinación muy sutil entre una visión universalista y una mentalidad cerradamente israelita. En efecto, Jonás es un profeta que tiene poco de ejemplar; de hecho, su conducta deja perplejo al lector. Pero al mismo tiempo, es el único personaje del relato que sabe quién es el verdadero Dios.

Jonás ha tenido gran resonancia en la tradición posterior, judía y cristiana. Entró sin dificultad en el canon de las Escrituras. En la liturgia judía el libro se lee en la fiesta del Yôm-Kippûr, el gran día de la Expiación; en la cristiana en los inicios de la Cuaresma. El profeta es una de las figuras más representadas en la primera iconografía cristiana, probablemente porque es un símbolo de la sepultura y resurrección del Señor 2.

1. ESTRUCTURA Y SÍNTESIS DEL CONTENIDO

La narración es muy sencilla. El Señor se dirige a Jonás para que predique en Nínive 3, pero el profeta desobedece y se embarca hacia Tarsis, es decir, a las antípodas del lugar al que era enviado. Esta circunstancia no es problema para Dios que, mediante una tormenta y un gran pez 4, hace que se conviertan los compañeros de navegación de Jonás y que éste sea depositado en tierra firme. Entonces, el Señor renueva su mandato de pregonar contra Nínive 5, y esta vez Jonás obedece. Ante la predicación de Jonás, los ninivitas hacen penitencia y Dios les perdona. El profeta no había contado con que las cosas acabaran así y se encara con el Señor por el perdón otorgado. Entonces, Dios le reprocha los sentimientos que alberga contra los gentiles, y le recuerda que también son criaturas suyas 6. En el diálogo con el que termina la obra el lector recibe una explicación de las razones por las que Dios obra de ese modo.

El libro se divide en dos partes, dedicadas respectivamente a la primera y la segunda misión de Jonás. Cada parte tiene una primera sección narrativa y una segunda de carácter más bien discursivo. Las secciones narrativas son también muy semejantes entre sí: la primera acaba con la conversión de los marineros con el capitán a la cabeza, y la segunda con la conversión de los ninivitas con el rey a la cabeza. Así las cosas, la estructura podría ser ésta:

I. MISIÓN DE DIOS A JONÁS (Jon 1, 1-Jon 2, 11). Comprende una sección que narra la desobediencia de Jonás y conversión de los marineros (Jon 1, 1-16), y una parte discursiva, que es el salmo de acción de gracias de Jonás desde el vientre del gran pez (Jon 2, 1-11).

II. JONÁS EN NÍNIVE (Jon 3, 1-Jon 4, 11). Comprende también una sección narrativa que es la predicación en Nínive y conversión de los ninivitas (Jon 3, 1-10), y una sección discursiva, en la que se exponen las razones de la misericordia de Dios (4, 1-11).

Ya se ha dicho que la enseñanza está en la narración. Por eso, aunque la estructura de la obra es perfectamente simétrica, todo el relato se dirige hacia la última sección, que presenta el diálogo entre el Señor y Jonás, o mejor, hacia el último versículo en el que Dios da razón de su conducta, una conducta que no entendía Jonás. Si seguimos el relato, quizá no nos extrañemos demasiado de la desobediencia de Jonás al mandato inicial de Dios 7: Nínive es el prototipo de la perversidad y el lector presume simplemente que Jonás no es un profeta de la talla de Elías o Jeremías, que se vieron ante retos de este calibre 8, pero no se acobardaron. Tampoco nos resulta inverosímil el siguiente curso de los acontecimientos 9: Dios es todopoderoso, y para el cumplimiento de sus designios es capaz de convocar al mar y a los peces. Es más, el Señor responde donde los falsos dioses no responden: de ahí la conversión de los marineros. Esta conversión anticipa, en cierta manera, la de los ninivitas narrada en el capítulo tercero10. Si el libro acabara aquí, no nos sorprendería. Estaríamos ante un relato, ciertamente un tanto irónico, que cuenta las tribulaciones de un profeta desobediente que no quiere cumplir la voluntad de Dios y que la cumple, a pesar de sí mismo.

Sin embargo, el comienzo del capítulo cuarto11 introduce un cambio en la acción que no se espera: Jonás se enfada con el Señor porque no confiaba en la conversión de los ninivitas y mucho menos en el perdón de Dios. Ahora ya sabemos que la primera desobediencia de Jonás no se debía a la cobardía, sino a su sospecha de que, siendo Dios clemente y misericordioso, acabaría por perdonar a los ninivitas, haciendo fallido su oráculo12. Sigue el diálogo entre Dios y Jonás, pero éste no se aviene a razones. De hecho, parece que la argumentación del Señor va dirigida más al lector que al mismo Jonás. Somos los lectores quienes debemos responder a la pregunta de Dios con la que se acaba el libro: «¿No he de apiadarme de Nínive, la gran ciudad, en la que hay mucho más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, e innumerables animales?»13. Es cada uno quien debe comprender lo que Jonás –y como él probablemente más de un israelita del tiempo en que se compuso la obra– no comprendió: que Dios es clemente y misericordioso con todos, y que si muchos oráculos de los profetas contra las naciones no se cumplen es porque esos hombres rectifican. Es como un relato ejemplar del oráculo que recoge el profeta Jeremías: «Unas veces, hablo de arrancar, destruir o aniquilar a propósito de una nación o un reino. Pero si esa nación, contra la que Yo había hablado, se convierte de su iniquidad, Yo también me arrepiento del mal que había pensado hacerle»14.

2. COMPOSICIÓN Y MARCO HISTÓRICO

Por lo que hemos visto, es fácil comprender que esta obra no tiene las mismas características históricas que la mayor parte de los libros proféticos. Ciertamente, el nombre del profeta, «Jonás, hijo de Amitay», es idéntico al de un profeta del reino del Norte en la época de Jeroboam II15, pero aquí acaban todas las coincidencias. El Jonás del libro de los Reyes es un profeta de la antigua usanza, que predicó la misericordia de Dios con Israel y el restablecimiento de las fronteras del pueblo; nuestro profeta es un hombre rebelde con Dios, encogido ante el peligro, testarudo en sus opiniones, y corto de miras. Es más, excepto Jonás, en la narración, todos los personajes –los marineros, los ninivitas, hasta el pez– parecen simpáticos. En la tradición profética Nínive es el prototipo de ciudad perversa16 y Tarsis el lugar más extremo de la tierra17. Por otra parte, faltan en el libro detalles topográficos o cronológicos verificables, y no se ahorran elementos hiperbólicos o inverosímiles, como que se necesiten tres días para cruzar Nínive18, o la historia del gran pez19, o el ricino que de pronto crece y en una noche se seca20. Es claro, por tanto, que se trata de un género literario peculiar. Su mensaje de llamada a la conversión coincide con el de los otros libros proféticos, pero la forma literaria es la de una narración sapiencial al estilo de Judit, Job o Rut. Probablemente, las palabras de Jesucristo a propósito del signo de Jonás21, aunque dichas en sentido genérico, se tomaron como signo de historicidad del profeta, pero ya muchos comentadores antiguos expresaron sus serias dudas al respecto.

Así las cosas, si la coincidencia entre el Jonás de nuestro libro y el del libro de los Reyes es meramente literaria, no hay por qué fijar su fecha de composición en el siglo VIII a.C. Si tenemos en cuenta que el narrador posee un buen estilo hebreo y que utiliza expresiones arameas, o desusadas en textos más antiguos –Dios de los cielos22, orden del Señor23, magnates24, etc.–, lo más lógico es situar su composición después del destierro de Babilonia, hacia el siglo V ó IV a.C. Esta fecha es también coherente con el mensaje del libro: frente al particularismo de algunos judíos –visible por ejemplo en muchos pasajes de los libros de Esdras o Joel– que negaban a los paganos el acceso a la salvación, otros –como el autor de este libro, o el que escribió Rut– reaccionaron enseñando la rectitud de muchos paganos y la grandeza de Dios, dos condiciones que hacían a esos hombres capaces de ser salvados.

3. ENSEÑANZA

Dentro de la brevedad del libro, y de su carácter narrativo, el mensaje que transmite es más complejo de lo que podría suponer una lectura superficial. En la base de la enseñanza está el dominio de Dios sobre todas las naciones. Lo mismo que puede condenar a cualquier nación, no sólo a Israel, también puede tener misericordia de ella y perdonarla. Estamos sólo a un paso de la universalidad de la salvación enseñada en el Nuevo Testamento25.

Pero esta doctrina tiene, al menos, tres consecuencias, presentes también en el libro. En primer lugar, la narración es una explicación de por qué algunos oráculos proféticos contra las naciones no se han cumplido. Si esos oráculos no se han consumado ha sido porque esas naciones hicieron penitencia. Es lo mismo que le ocurrió a Jonás: su oráculo no se cumplió porque los ninivitas se convirtieron, y porque el Señor es clemente y misericordioso. Por tanto, las amenazas del Señor no son producto de la cólera divina, sino pedagogía de Dios. En ese sentido el libro recuerda a muchos pasajes de Jeremías. En segundo lugar, la narración –como muchos pasajes de la tercera parte del libro de Isaías– enseña que el alcance de la acción de Dios, de su bendición a todos los pueblos, todavía no ha sido entendido por algunos en Israel, que permanecen cerrados en sí mismos, olvidados de su misión de testigos del Señor ante el mundo. El libro, en la figura de Jonás, ironiza a esas personas, que han de hacer oídos sordos a Dios para poder mantenerse en su posición. Finalmente, como la mayoría de los libros proféticos, Jonás es una llamada a la conversión y a la penitencia. Expone una teología del perdón, un perdón condicionado a la previa conversión del corazón.

4. EL LIBRO DE JONÁS A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO

En las palabras de Jesús recogidas en los Evangelios, Jonás aparece citado explícitamente como figura de Cristo en dos sentidos distintos: como signo para la penitencia y como signo de su sepultura y resurrección. A una insidia de los fariseos en la que le piden una señal, contesta el Señor: «Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. Igual que estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación en el Juicio y la condenarán: porque se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás»26.

Con todo, la doctrina del libro de Jonás resuena en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Los estudiosos han puesto de manifiesto el gran parecido que existe entre este libro y la parábola del hijo pródigo, ya que en ambos relatos se pone de relieve la misericordia de Dios, la conversión del descarriado y la incomprensión del que quería para sí la exclusividad de la elección.

1 Jon 3, 4.
2 cfr Mt 12, 40.
3 Jon 1, 2.
4 Jon 2, 1.
5 Jon 3, 2.
6 Jon 4, 1-3.
7 Jon 1, 1-3.
8 cfr 1R 19, 1-18; Jr 36.
9 Jon 1, 4-Jon 2, 1.
10 Jon 3, 5-10.
11 Jon 4, 1-2.
12 cfr Jon 3, 4.
13 Jon 4, 11.
14 Jr 18, 7-8.
15 cfr 2R 14, 25-27.
16 cfr Na 3, 1-4.
17 Is 23, 6; Is 66, 19.
18 Jon 3, 3.
19 Jon 2, 1-2.11.
20 Jon 4, 6-8.
21 cfr Mt 12, 39-41; Lc 11, 29-32.
22 Jon 1, 9.
23 Jon 3, 3.
24 Jon 3, 7.
25 cfr Rm 9, 6-8.29-30.
26 Mt 12, 39-41; cfr Lc 11, 29-32.