EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO

El Evangelio según San Mateo es el primer libro del Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento, que narra la formación y el desarrollo del pueblo de Dios, concluye, según el orden de los manuscritos cristianos, con los libros de los profetas cuyos anuncios están a la espera de su cumplimiento. Al comienzo del Nuevo Testamento, el primer evangelio recuerda constantemente que en Jesús se cumplen las profecías y las demás Escrituras y que la obra de Jesús representa la renovación definitiva de Israel, el pueblo de la Antigua Alianza, con la formación de la Iglesia como nuevo pueblo de Dios. Así, el evangelio muestra que el cristianismo hunde sus raíces en el pueblo judío, aunque, al mismo tiempo, tiene una dimensión universal.

El Evangelio de San Mateo gozó de gran autoridad desde su composición. Fue ya conocido y usado por los documentos cristianos que conservamos de fines del siglo I: la Didaché, escrita entre los años 80 y 100; la Carta a los Corintios I del Papa San Clemente Romano, entre el 92 y el 101; la llamada Epístola de Bernabé, entre el 96 y el 98; las Cartas de San Ignacio, mártir de Antioquía, muerto hacia el 107-114; los escritos de San Policarpo, muerto el 156; etc. Su influencia fue más allá del Occidente cristiano. Eusebio de Cesarea dice que Panteno (ca. 150-216), maestro de Clemente de Alejandría, fue a la India y descubrió que allí conocían el Evangelio de Mateo, porque lo había llevado el apóstol Bernabé 1. Los Padres más antiguos lo citan con frecuencia y otros –como Orígenes, San Hilario de Poitiers, San Jerónimo, etc.– lo comentan sistemáticamente. Algunos, como San Juan Crisóstomo o Cromacio de Aquileia, dedican una larga serie de homilías a glosar todo el texto. Más habituales son las homilías sobre diversos pasajes de autores como San León Magno, San Máximo de Turín, San Pedro Crisólogo, San Gregorio el Grande, etc. Hay que anotar también los tratados sobre la oración de San Cipriano, Orígenes o Tertuliano, a propósito del Padrenuestro; o la explicación de este texto por San Agustín dentro del Discurso de la montaña (De Sermone Domini in monte). Lo mismo vale para épocas posteriores, donde encontramos comentarios de grandes doctores como Santo Tomás de Aquino, o preciosos tratados como la exposición del Padrenuestro que realiza Santa Teresa en su obra Camino de Perfección. No en vano, por su riqueza, se ha llamado a este evangelio el evangelio del catequista 2.

Antiguos testimonios aseguran que San Mateo fue el primero que puso por escrito el Evangelio de Jesucristo. Del siglo II es el testimonio de Papías, obispo de Hierápolis, que dice: «Mateo dispuso los discursos [del Señor] en la lengua de los hebreos, y cada uno los interpretó como pudo» 3. No se ha conservado ninguna copia ni descripción de este texto del que habla Papías, por lo que no sabemos si la lengua a que alude es el hebreo o el arameo; tampoco sabemos si los discursos que menciona se refieren a todo el evangelio o únicamente a las palabras del Señor. En cambio, muy pronto se usó como canónico el texto griego.

1. ESTRUCTURA Y CONTENIDO

El primer evangelio es un texto atentamente escrito, en el que hasta la misma estructura quiere trasmitir una enseñanza. En su conjunto llama la atención la presencia de cinco discursos del Señor escalonando el relato. Tales discursos se alternan con cinco secciones que contienen relatos de los signos mesiánicos de Jesús. Algunos autores ven reflejada en esta disposición del evangelio la idea de fondo que preside la obra: Jesús es la plenitud de la Ley (Pentateuco), compuesta también de cinco libros.

Sin embargo, la trama del evangelio se puede describir de otras maneras. Como en los otros dos sinópticos, en San Mateo se reconoce una estructura que, teniendo como centro la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo 4, divide la narración en dos grandes partes: hasta ese momento, la acción se desarrolla en Galilea y la predicación de Jesús –que versa sobre el Reino de los Cielos, la verdadera «justicia», la plenitud de la Ley, etc.– se dirige generalmente a las muchedumbres. Desde la confesión de Pedro, la enseñanza del Señor se destina fundamentalmente a los discípulos más cercanos y hace referencia al mesianismo sufriente de Jesús y a algunos aspectos de la futura vida de la Iglesia. Atendiendo a estos dos bloques, puede estructurarse toda la narración: así, la primera parte, que presenta la actividad de Jesús en Galilea, viene precedida del evangelio de la infancia y de la preparación del ministerio de Jesús. En la segunda parte pueden distinguirse también dos momentos: el camino desde Galilea a Jerusalén, y la actividad y sucesos de la vida del Señor en la Ciudad Santa. Esta estructura general la marca también el evangelista con un rasgo de estilo: muchas veces, hasta noventa, introduce las acciones narradas con el adverbio «entonces…», pero sólo tres veces –al comienzo del ministerio público de Jesús, después de la confesión de Pedro, y en la traición de Judas–, utiliza la expresión «desde entonces…» 5.

A grandes rasgos, el esquema del evangelio podría ser éste:

Presentación (Mt 1, 1-4, 11)

Comprende el relato del nacimiento y la infancia de Jesús (Mt 1, 1-Mt 2, 23), seguido de la narración del Bautismo y las tentaciones (Mt 3, 1-Mt 4, 11). El conjunto enseña que Jesús es el Hijo de Dios, nacido de la Virgen por obra del Espíritu Santo y al mismo tiempo es verdadero hombre, descendiente de David. Es el Mesías de Israel y el Salvador de todos los hombres, que triunfa donde otros habían fracasado al sucumbir a la tentación.

Primera parte: ministerio de Jesús en Galilea (Mt 4, 12-16, 20)

Jesús proclama, con palabras y obras, que el Reino de Dios ha llegado. Llama a sus discípulos y convoca al nuevo pueblo de Dios (Mt 4, 12-25). Como supremo Maestro, Legislador y Profeta, promulga la Nueva Ley del Reino en el «Discurso de la Montaña» (Mt 5, 1-Mt 7, 29). Su enseñanza queda avalada por «las obras del Mesías», los milagros que confirman su autoridad (Mt 8, 1-Mt 9, 38). El «Discurso de la Misión» a los Apóstoles (Mt 10, 1-42), las acciones de Jesús (Mt 11, 1-Mt 12, 50) y sus enseñanzas en «parábolas sobre el reino de los cielos» (Mt 13, 1-52) resaltan de un modo nuevo que Él es más que un Maestro: es el Mesías de Israel. Los dirigentes religiosos del pueblo escogido (Mt 11, 16-Mt 12, 45) se obstinan en rechazarlo, pero los signos de Jesús son tan evidentes (Mt 14, 13-Mt 15, 39), que San Pedro le confiesa como lo que verdaderamente es: el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 16, 13-20).

Segunda parte: ministerio camino de Jerusalén (Mt 16, 21-20, 34)

El evangelio presenta el «camino de la cruz». Los dos anuncios de la Pasión (Mt 16, 21; Mt 17, 22-23) y el sentido de la Transfiguración (Mt 17, 9.12) indican el significado de lo que va a acontecer: Jesús tiene que ser entregado y acepta su misión. Pero sabe también que tras la muerte vienen la resurrección y la glorificación. Esta enseñanza se completa con instrucciones sobre la futura vida de la Iglesia. Sobresale entre ellas el denominado «Discurso Eclesiástico» (Mt 18, 1-35). En el camino a Jerusalén (Mt 19, 1-Mt 20, 34), otros episodios ilustran diversos aspectos de la vida eclesial: la pobreza, el espíritu de servicio, etc.

Tercera parte: ministerio de Jesús en Jerusalén (Mt 21, 1-28, 20)

Comienza con la manifestación mesiánica de Cristo y la purificación del Templo (Mt 21, 1-22), y sigue con las controversias de Jesús con los judíos (Mt 21, 23-Mt 23, 39). Un motivo de fondo une estos episodios: Israel ha fracasado, no ha sido capaz de corresponder al don de Dios, y por eso Dios fundará un nuevo pueblo que dé frutos (Mt 21, 43). El llamado «Discurso Escatológico» completa la enseñanza de Jesús a sus discípulos (Mt 24, 1-Mt 25, 46): con sus palabras exhorta a la vigilancia, porque la fidelidad al don de Dios siempre se tiene que manifestar en obras. La narración cobra especial intensidad cuando se detiene en el último día de la vida de Jesús: su ofrecimiento a la voluntad del Padre (Mt 26, 26-46), su prendimiento, proceso y condena (Mt 26, 47-Mt 27, 31), su muerte (Mt 27, 32-66) y su resurrección (Mt 28, 1-20). El relato destaca la entrega serena de Jesús a su misión de Siervo del Señor y el rechazo de Israel a los planes de Dios. Los designios de Dios se cumplen en la muerte de Jesús, pero también en su resurrección (Mt 28, 6). Con ella y con el mandato apostólico se inicia una nueva etapa: Jesús, el Señor resucitado, permanece en la Iglesia, las puertas del cielo se han abierto y hay que anunciar este mensaje de salvación a todos los hombres (Mt 28, 16-20).

2. COMPOSICIÓN Y MARCO HISTÓRICO

Autor y circunstancias de composición

La atribución a Mateo de este primer evangelio aparece en todos los documentos antiguos. Encuentra, además, una cierta confirmación en el mismo evangelio, pues es el único que recoge el nombre de Mateo para designar al publicano a quien llama el Señor en los inicios de la vida pública 6 y que coincide con el Mateo que se nombra en las listas de los Doce 7. San Lucas dice que era llamado también Leví, y San Marcos, Leví el de Alfeo 8.

Su lectura permite pensar que tanto su autor como sus destinatarios inmediatos eran judíos convertidos al cristianismo. En efecto, aunque el autor evita vulgarismos y busca una buena expresión griega, se descubren en su escrito muchas formas de decir de cuño palestinense que sólo usa este evangelio: «Reino de los cielos», «Padre celestial», «ciudad santa», «casa de Israel», «la carne y la sangre», «atar y desatar», etc. Además, el autor alude, mucho más que los otros sinópticos, a costumbres judías: la ofrenda sobre el altar, el comportamiento de los sacerdotes en sábado, el uso de las filacterias, etc. 9. Todo esto hace pensar que los destinatarios primeros del evangelio son cristianos procedentes del judaísmo, para quienes las enseñanzas de la Ley siguen vigentes, aunque entendidas a la luz de la Nueva Ley de Cristo10. Sin embargo, esta circunstancia no merma el horizonte universal del Evangelio: el mandato final de hacer discípulos en todos los pueblos11, la caracterización de los cristianos como la sal de la tierra o la luz del mundo12, y el talante catequético y clarificador del Evangelio así lo hacen entrever. A veces se ha apuntado que el evangelista es un hombre que se ha aplicado a sí mismo el consejo del Señor recogido en Mt 13, 52: «Todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas».

Hay además otras circunstancias que permiten vislumbrar la comunidad a la que se dirige el evangelio. El Señor advierte a los discípulos que tendrán dificultades en su misión cristianizadora: de parte de los propios familiares, de los gentiles, gobernadores y reyes, pero, sobre todo, de los fariseos. Es fácil ver que las controversias de Jesús con escribas y fariseos miran tanto al momento en que se produjeron como al tiempo posterior de la Iglesia13. Esto se puede percibir de manera particular en la actualización que hace el evangelio de una frase de Oseas que repite el Señor dos veces: «Misericordia quiero y no sacrificio»14. Tras la destrucción del Templo, esta expresión fue invocada a menudo por el judaísmo palestinense para explicar cómo los actos de misericordia ocupaban el lugar de los actos de culto. Al evocarla en las controversias con los escribas, el evangelista quiere mostrar frente a los fariseos que el sentido de los textos sagrados, incluso el de los pasajes a los que ellos apelan, es el que le dio Jesús.

Tales rasgos llevan a pensar que el evangelio nació en la región de Antioquía de Siria, pues allí se refugiaron muchos judíos, y cristianos de origen judío, tras la destrucción de Jerusalén. Apoyaría esta hipótesis el hecho de que San Ignacio de Antioquía, a finales del siglo I, lo cite. La crítica está de acuerdo en afirmar que el Evangelio de San Mateo en la lengua de los hebreos del que habla Papías se debe datar en torno a los años cincuenta o sesenta; la versión griega, que es la canónica, podría situarse unas dos décadas más tarde.

Características teológicas y literarias

El evangelio didáctico. De lo que se ha señalado, se puede concluir que el primer evangelio tiene una fuerte unidad, también literaria, en la que cada párrafo –por lo que dice y por las circunstancias y el modo en que se dice– está lleno de intencionalidad. El estilo deja ver el cuidado que el evangelista ha puesto por ser preciso y claro en la exposición de la doctrina.

En los relatos de milagros, por ejemplo, frente a la viveza que encontramos en San Marcos, la narración de San Mateo es estilizada, solemne, evitando detalles accesorios, pero subrayando sobre todo dos cosas: la majestad de Jesús y la relación estrecha entre lo que pide quien lo solicita y la respuesta del Señor15. Y ahí encuentra el lector un modo de comportarse ahora con Jesucristo. En lo que se refiere a las palabras de Jesús, el evangelio recoge muchas expresiones en las que se deja notar la sonoridad de los vocablos, el ritmo poético, de modo que las frases del Señor sean tal vez más fáciles de retener en la memoria y acudan con más espontaneidad a los labios. Bajo este aspecto, puede decirse que este evangelio es el primer libro de catequesis cristiana.

Pero el evangelio también es catequético bajo otro punto de vista: contiene ordenadamente las normas que debe vivir el cristiano. Responde perfectamente al mandato final del Señor: «Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»16. Una mirada al Evangelio según San Mateo descubre enseguida que los discursos de Jesús contienen esos mandamientos que los Apóstoles deben enseñar y los discípulos cumplir: sobre el modo de rezar, de ayunar, de enseñar, de ejercer el ministerio en la Iglesia, etc.17.

El evangelio de los discursos del Señor. Se le ha calificado así por contener extensos discursos de Jesucristo. A través de ellos podemos percibir las palabras de Jesús y asistir a su predicación. Cinco de ellos18 –el de la montaña, el de la misión dirigido a los Doce Apóstoles, el de las parábolas, el llamado discurso eclesiástico, y el discurso escatológico– se cierran con una expresión semejante a ésta: «Cuando terminó Jesús de dar estas instrucciones…»19. Hay otros discursos de menor extensión, como el de las invectivas y controversias con los fariseos y los escribas20. En todos ellos el cristiano encuentra una guía clara para su conducta, un fundamento para su esperanza, y un aliento para su predicación y su actuación en medio del mundo.

El evangelio del cumplimiento. Más arriba se ha anotado que, aunque el destino universal del Evangelio es patente en el relato, su ambiente original debe localizarse en una comunidad en la que predominan los cristianos procedentes del judaísmo. Por tanto, aunque el evangelio trasciende las circunstancias concretas de su composición, es necesario atender a aquellos judeocristianos que fueron los destinatarios inmediatos. San Mateo cuida de mostrar, con peculiar esmero, cómo en la Persona y en la obra de Cristo se cumple todo el Antiguo Testamento ya que Jesús es el Mesías prometido. Presenta las acciones y palabras de Jesús a la luz de diversos textos del Antiguo Testamento: en su relato se pueden encontrar hasta 150 alusiones a esos textos, de las que 50 son citas explícitas de los libros sagrados. Además, son muchas las ocasiones en las que el evangelista hace notar expresamente que con un acontecimiento determinado «se cumplió lo que había dicho Dios por medio del profeta»21. Pero el cumplimiento del Antiguo Testamento va más allá de que las acciones de Jesús estuviesen anunciadas en él. La Ley que Dios entregó a Israel debe cumplirse, desde el mandamiento más grande al más pequeño22, y se cumple en su espíritu, no tanto en su literalidad, en la Nueva Ley propuesta por Jesucristo. Una frase del discurso de la Montaña puede resumir esta actitud: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud»23.

3. ENSEÑANZA

Es claro que la enseñanza primera de los cuatro evangelios es sobre Jesucristo y sobre su obra. Las acciones y las palabras de Jesús, y de las diversas personas que se acercan a Él, acaban por revelar quién es verdaderamente y el alcance para la salvación de los hombres de cuanto hace y dice. De los Apóstoles, enviados por Cristo, nos llega ese caudal de doctrina. Pero cada evangelista ha subrayado unos aspectos particulares. Si hubiera que condensar en breves trazos la enseñanza del Evangelio de San Mateo, podría hacerse en torno a dos nociones: la Persona de Jesucristo y la Iglesia fundada por Él.

Jesucristo

Jesús, tal como aparece narrado por San Mateo, se caracteriza sobre todo por su majestad, algo así como lo que intuitivamente percibimos en un mosaico bizantino o en un Pantocrátor de nuestras iglesias medievales. Hombre verdadero y, al mismo tiempo, verdadero Dios y Señor de todo lo creado. Estas características se expresan muy bien con los títulos que se aplican a Jesús a lo largo del evangelio.

Jesús es, antes que nada, el Hijo de Dios. Desde la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, hasta la fórmula trinitaria del Bautismo al final, San Mateo afirma e insiste en que Jesús, el Cristo, es el Hijo de Dios24. Son numerosos los pasajes que mencionan las relaciones entre el Padre y el Hijo: Jesús es el Hijo del Padre, el Padre es Dios y el Hijo es igual que el Padre. Ahora bien, los hombres sólo podemos conocer esta filiación divina por el don sobrenatural de la fe25. A la luz de esta verdad esencial, todos los demás títulos mesiánicos, con los que el Antiguo Testamento preanunció a Jesús, adquieren su más profundo sentido: Hijo de David, Rey, Hijo del Hombre, Mesías, Señor.

Otra manera de afirmar la divinidad de Jesús es con la denominación Enmanuel, «Dios con nosotros». Es el título que tiene el Niño desde su concepción26; y una paráfrasis de ese nombre es la que utiliza Jesús para afirmar su presencia en medio de su Iglesia: «Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»27. También al final del evangelio, en el envío de sus discípulos, el Señor utiliza una glosa de ese nombre para afirmar su presencia en medio de la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Así como Dios estaba con Israel en el desierto y con los guías de su pueblo –Moisés, Josué, etc.–, así estará Jesús con la Iglesia: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»28.

Pero Jesús no sólo es el Hijo de Dios, es también el Hijo del Hombre. Jesús se denomina así a lo largo del evangelio, aunque, sobre todo, muestra con sus obras que su caminar terreno fue el del Siervo del Señor humilde, profetizado por Isaías, que con sus palabras y sus milagros29 cumple el designio salvador de Dios sobre los hombres. Una de las características del Siervo del Señor es el rechazo por parte de sus congéneres. San Mateo contiene enseñanzas y hechos que iluminan, en su profundidad y dramatismo, el misterio de la reprobación de Jesús, el Mesías prometido, por parte de los dirigentes judíos, que arrastraron tras de sí a buena parte del pueblo. El evangelista va exponiendo de diversas maneras ese misterio: unas veces, al relatar los episodios de la repulsa de escribas, fariseos y príncipes de los sacerdotes hacia Jesús; otras, al narrar los sufrimientos de su Pasión, donde hace ver cómo esos acontecimientos de su vida no son una frustración del plan divino, sino que estaban previstos y anunciados por los Profetas, y son su cumplimiento30. Por eso advierte el Señor que la promesa de Dios se dará a otro pueblo que dé sus frutos31. Ese nuevo Pueblo es la Iglesia.

La Iglesia

A San Mateo se le ha llamado el evangelio eclesiástico. Una razón es que fue el más usado en la Iglesia antigua, y otra, más profunda, que en él aparece constantemente la Iglesia como realidad. Ya el mismo nombre de Iglesia se encuentra tres veces en este evangelio32. Además, la Iglesia, sin ser nombrada expresamente así, se percibe en el trasfondo de la narración: es insinuada de diversas formas en buen número de parábolas; anunciada su fundación y explícitamente expresada en la promesa del Primado a Pedro; incipiente de algún modo en el discurso del cap. 18; vista en figura en algunos episodios, como el de la tempestad calmada; sugerida como el nuevo y verdadero Israel en la parábola de los viñadores homicidas; fundamentada su misión de instrumento universal de salvación en el mandato misional del final del evangelio. En resumen, la Iglesia está palpitando a lo largo del texto evangélico, y siempre presente en la mente y en el corazón del evangelista.

En estrecha relación con la eclesiología está la noción de Reino de Dios, o Reino de los Cielos, que instauró y predicó Jesús. San Mateo habla 51 veces del Reino; San Marcos 14, y San Lucas 39. Pero mientras estos dos últimos usan la fórmula «el Reino de Dios», Mateo, excepto en cinco ocasiones, utiliza «el Reino de los Cielos». Era éste un modo de decir habitual, para no pronunciar por respeto el nombre de Dios. El Reino de Dios se instaura con la llegada de Jesús, y Él mismo explica, especialmente en las parábolas, las características de ese Reino. Estos aspectos son resaltados por el primer evangelio, llamado también por ello el evangelio del Reino.

1 cfr Historia ecclesiastica 5, 10, 3.
2 «Los evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza oral transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura catequética. ¿No ha sido llamado el relato de San Mateo evangelio del catequista, y el de San Marcos, evangelio del catecúmeno?» (Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, 11).
3 Eusebio de Cesarea, Historia ecclesiastica 3, 39, 16.
4 cfr Mt 16, 13-20.
5 Mt 4, 17; Mt 16, 21; Mt 26, 16.
6 cfr Mt 9, 9.
7 cfr Mt 10, 1-4; cfr Mc 3, 13-19; Lc 6, 12-16; Hch 1, 13.
8 cfr Lc 5, 27; Mc 2, 14.
9 cfr Mt 5, 23; Mt 12, 5; Mt 23, 5.
10 cfr Mt 5, 18-19.
11 cfr Mt 28, 19.
12 cfr Mt 5, 13-14.
13 cfr Mt 10, 17-21; Mt 23, 34.
14 «Id y aprended qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 9, 13); «Si hubierais entendido qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio, no habríais condenado a los inocentes» (Mt 12, 7).
15 Así, la respuesta de Jesús a las súplicas es muchas veces «que se haga según tu fe». Cfr, por ejemplo, Mt 8, 5-13 frente a Lc 7, 1-10; o Mt 9, 18-26 frente a Mc 5, 21-43.
16 Mt 28, 18-20.
17 cfr Mt 6, 1-18; Mt 23, 1-12; Mt 18, 1-35; etc.
18 cfr Mt 5, 1-Mt 7, 29; Mt 10, 1-42; Mt 13, 1-52; Mt 18, 1-35; Mt 24, 1-Mt 25, 46.
19 cfr Mt 7, 28; Mt 11, 1; Mt 13, 53; Mt 19, 1; Mt 26, 1.
20 cfr Mt 23, 13-36; Mt 12, 25-45.
21 cfr Mt 1, 22-23; Mt 2, 5.15.17-18.23; Mt 3, 3-4; Mt 4, 14-16; Mt 8, 17; Mt 12, 17-21; Mt 13, 14.35; Mt 21, 4-5; Mt 26, 56; Mt 27, 9-10.
22 cfr Mt 5, 18-19.
23 Mt 5, 17.
24 cfr Mt 1, 20; Mt 28, 19.
25 cfr Mt 11, 25-27; Mt 16, 16-17.
26 cfr Mt 1, 23
27 Mt 18, 20.
28 Mt 28, 20; cfr Ex 40, 34-38.
29 cfr Mt 8, 16-17; Mt 12, 15-21.
30 cfr Mt 12, 17; Mt 13, 35; Mt 26, 54.56; Mt 27, 9; etc.
31 cfr Mt 21, 43.
32 cfr Mt 16, 18 y Mt 18, 17 (dos veces).