El libro denominado Qohélet o Eclesiastés figura en la Biblia griega y en la Vulgata después de Proverbios. En la Biblia Hebrea es uno de los cinco megillot, es decir, de los cinco rollos de pergamino que se leen en algunas fiestas judías 1. En concreto, Qohélet se lee en las sinagogas en la fiesta de los Tabernáculos (sukkot). Esta fiesta se celebra al comienzo del otoño, una vez terminada la recolección de los frutos, y la lectura del libro del Eclesiastés supone una invitación a gozar con agradecimiento de los bienes obtenidos en la cosecha, sin olvidar que son un don de Dios.
El versículo inicial parece atribuir el escrito a un rey de Jerusalén, hijo de David 2. Esto hace pensar inmediatamente en la figura de Salomón, a quien la tradición de Israel vio como prototipo de rey sabio. Junto a esa referencia, el autor de los dichos recogidos en la obra utiliza un pseudónimo, Qohélet, tan enigmático e irónico como gran parte de su contenido. No se trata de un nombre propio sino del participio femenino del verbo qahal, que significa «reunir, congregar». Su traducción literal sería «la que congrega» o «reúne». Para ilustrar su significado puede pensarse en una persona que, en medio de un mercado o de una fiesta popular, comienza a hablar en voz alta con un discurso llamativo que capta la atención de los viandantes hasta el punto de que la gente se va deteniendo y los curiosos se arremolinan en torno a su vocerío. Pero el libro en su conjunto no tiene el carácter de un discurso. Qohélet indica más bien al «hombre que enseña en la asamblea» 3.
El término griego ekklesiastés refleja de algún modo el sentido del hebreo qohélet. Designa al que reúne con su llamada a una asamblea (ekklesía).
Tras un breve Encabezamiento (Qo 1, 1) se sintetiza la idea central del libro, que resume en pocas y expresivas palabras la valoración que merece al autor sagrado todo el empeño por adquirir la sabiduría común: «¡Vanidad de vanidades –dice Qohélet–, vanidad de vanidades, todo es vanidad!» 4.
El desarrollo de las ideas es complejo, por lo que resulta difícil descubrir el orden con el que éstas se estructuran. De hecho, los diversos estudios publicados acerca de Qohélet proponen divisiones del texto muy diferentes. Lo mismo que sucede con otros libros sapienciales, por ejemplo Proverbios, la exposición del pensamiento no es lineal, sino que va perfilando las ideas poco a poco, volviendo de un modo u otro sobre ellas con diversos matices. En cualquier caso, una lectura detenida de esta obra descubre al observador atento que en los primeros capítulos las alusiones a la sabiduría más bien disuaden al lector de esforzarse por alcanzarla, mientras que a partir del capítulo 7 se comienza a ponderar la importancia de adquirir un cierto tipo de sabiduría. No se trata de un cambio de opinión en Qohélet sino de una consecuencia del diálogo figurado que va manteniendo con los sabios de su época. No vale la pena empeñarse en adquirir la sabiduría que ellos enseñan, la tradicional, ya que es vanidad, es decir esfuerzo vano, empeño inútil. En cambio, sí que tiene ventajas buscar otra sabiduría distinta, la que proporciona el temor de Dios y que se adquiere a partir de la contemplación de lo que incomprensiblemente sucede en la realidad. Por eso, el libro se podría dividir en dos partes, cada una de ellas con su propio esquema:
El razonamiento comienza mostrando que, de acuerdo con lo que se observa en la naturaleza, parece que todo es un continuo devenir cíclico en el que no se puede esperar nada nuevo, ni en el que el discurrir de los acontecimientos va a sufrir cambio alguno 5. Seguidamente se aduce la experiencia para mostrar que es empeño vano emprender cualquiera de los diversos caminos que ordinariamente se presentan en la vida para buscar la sabiduría 6. Esa exposición de motivos se continúa con una reflexión sobre el acontecer de las cosas a su tiempo 7 y con una serie de discursos en los que Qohélet sigue narrando lo que «ha visto» –fraude y corrupción, muerte, explotación, envidia, soledad, etc.–, y que le merece siempre la misma conclusión: todo carece de sentido 8. Interrumpe esta reflexión con unos consejos 9, entre los que sobresale la exhortación al temor de Dios10, y termina volviendo a considerar lo que «ha visto»: en este caso las riquezas en las que algunos ponen su confianza y que aun siendo don de Dios sólo traen consigo males11. Por eso, la conclusión de esta primera parte podría ser: ¿qué ventajas trae consigo una sabiduría que en nada aclara el sentido de la vida?
A pesar de todo lo que se ha expresado en la primera parte del libro, el autor sagrado observa que hay unas cosas que valen más que otras y que invitan a la reflexión, a la búsqueda de una sabiduría que dé razón de lo que sucede12. Pero llega a la conclusión de que no está al alcance del hombre13. Por eso, después de ponderar todo detenidamente en el corazón, concluye que «el honrado, el sabio y sus obras están en las manos de Dios»14. Éste es el punto central de la segunda parte del libro. En consecuencia, invita a aprovechar el momento presente, pero no para un goce egoísta, sino para vivir sensatamente y acordarse del Creador; el que deja escapar el tiempo oportuno desaprovechará las ocasiones propicias15.
El libro termina del mismo modo que comenzó: «¡Vanidad de vanidades –dice Qohélet–, todo es vanidad!»16. Se cierra, finalmente, con un epílogo añadido por un discípulo de este maestro de la verdadera sabiduría17.
Para comprender los modos de expresión propios de este libro conviene atender a lo que sucedía en el momento histórico en que se pronunciaron las palabras en él recogidas, muy probablemente el siglo III a.C., época en la que estaban cambiando notablemente los modos de vida hasta entonces habituales en la ciudad de Jerusalén.
Durante la época de dominio persa –finales del siglo VI a finales del siglo IV a.C.– había tenido lugar la reconstrucción del Templo y de la vida nacional de acuerdo con la Ley. La Ciudad Santa se había constituido en el centro visible del judaísmo, con un culto esplendoroso en su Santuario, desempeñado por sacerdotes bien organizados, y con unas costumbres tradicionales fuertemente arraigadas en el pueblo. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo IV a.C. fue llegando a todo el Oriente Medio el pujante influjo de la cultura griega. Sobre todo, a partir de la triunfal campaña de Alejando Magno en la segunda mitad de ese siglo, la helenización de las tierras arrebatadas por sus tropas al imperio persa cobró nuevos impulsos. Después de su muerte, las antiguas provincias de Judea y Samaría, junto con las otras del entorno, quedaron bajo el dominio de la dinastía lágida, que se hizo con el control de Egipto y estableció su capital en Alejandría.
A lo largo del siglo III a.C. la cultura griega se fue difundiendo por toda la zona gracias a la actividad de comerciantes y militares que se desplazaban de un lugar a otro. Los funcionarios de la administración lágida llegaban a las aldeas y los campos estableciendo un sistema eficaz para la recaudación de impuestos. Comenzó a proliferar un nuevo tipo de escuelas en las que se enseñaba la lengua y cultura griega. El influjo de las corrientes filosóficas del momento –especialmente, cínicos, estoicos y epicúreos– fue calando en los jóvenes. También el arte de la retórica con sus refinadas técnicas ganó adeptos.
En esa situación un maestro judío rompe con los moldes de la enseñanza tradicional en Judá. Sale a las calles y a los mercados como hacían los filósofos ambulantes e instruye a sus alumnos llamando la atención de los viandantes. Utiliza razonamientos y procedimientos retóricos análogos a los de sus competidores, como la diatriba, y va mostrando que las nuevas filosofías, que no cuentan con el temor del Señor, son ilusorias y totalmente vanas. Pero enseña igualmente que tampoco la sabiduría entendida al modo tradicional da respuesta correcta a la realidad de la vida, pues sucede que tanto para el sabio como para el necio todo termina en la muerte. En resumen, para Qohélet, todo incluso la misma sabiduría que no puede dar respuesta a los interrogantes más profundos del hombre, es esfuerzo inútil, vanidad. En cambio, la verdadera sabiduría está en reconocer la limitación del conocimiento de la vida humana, temer al Señor y aprovechar en lo posible el momento presente. Sólo de este modo, sabiendo que «todo es vanidad», el hombre se sitúa como un sabio ante la realidad de este mundo. «No existe un hombre sobre la tierra que no pueda hacer suyas estas palabras», afirma Juan Pablo II, comentando Qo 2, 1118. Sólo con esta sabiduría se está en disposición de recibir y aceptar una respuesta dada por Dios mismo que colme totalmente los legítimas aspiraciones del corazón humano. No obstante, Qohélet no tuvo aún tal respuesta, como tampoco la tuvo el sabio que escribió el libro de Job.
En las palabras del Eclesiastés resuena la riqueza de la sabiduría de Israel, junto con no pocos elementos comunes con las doctrinas de los sabios de Egipto y Mesopotamia. El autor del libro está abierto al diálogo con la cultura griega que impregnaba el ambiente cultural del momento, y conoce los esfuerzos de los sabios israelitas que le habían precedido. Pero ni unos ni otros satisfacen su búsqueda acerca del sentido de la vida. Aquéllos, por prescindir del «temor del Señor»; éstos, por no plantearse con radicalidad el problema y enseñar que al que obra bien le va bien, y al que obra mal le va mal, cuando la realidad de la vida muestra lo contrario. Por tanto, aunque considera que por esos caminos es vana toda búsqueda, no deja de preguntarse constantemente sobre el sentido de lo que ve, manteniéndose al mismo tiempo fiel a la fe en el Señor su Dios.
El mensaje y la riqueza doctrinal de este libro hay que entenderlos teniendo en cuenta el lugar que ocupa en el desarrollo progresivo de la Revelación. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, la obra se sitúa en el momento en que Dios quiere ir preparando a su pueblo para una comprensión nueva del significado de la vida y de la muerte. En la época en que se escribe ya se tiene redactada la Ley de Moisés y las promesas de los Profetas, pero todavía no se ha alcanzado la plenitud de la Revelación, que llegará solamente con el Nuevo Testamento. Y tampoco la enseñanza sapiencial, que ya había sido desarrollada por algunos sabios, como se puede ver por el libro de los Proverbios, había dado respuesta a las preguntas últimas del hombre.
En concreto, conviene tener presente que Qohélet no conoce aún lo que se refiere a la vida después de la muerte, por lo que en sus razonamientos manifiesta una gran incertidumbre sobre esta cuestión19. Todavía en el Antiguo Testamento, será necesario que pase al menos un siglo hasta que, en el libro de Daniel y después en el segundo de los Macabeos, se afirme que tras la muerte Dios retribuirá a los mártires resucitándoles de nuevo a la vida; y será ya a las puertas del Nuevo Testamento, en el libro de la Sabiduría, donde se enseñe claramente la inmortalidad del alma y la retribución de los justos tras la muerte. De ahí que la incertidumbre acerca del más allá impulse al autor de Qohélet a afrontar la vida resaltando el escaso valor de las acciones humanas: no hay que obrar bien para lograr un premio en el cielo, sino porque así ha de hacerse para vivir más felices aquí.
Algo análogo sucede con la imagen que ofrece de Dios. Él es ciertamente creador y providente20, pero aparece un tanto distante de las criaturas21. En este caso no se puede decir que este maestro de la sabiduría ignore el amor paterno y materno de Dios hacia los hombres ni sus intervenciones salvíficas –bien conocidas ya por la tradición religiosa de Israel–, pero se fija más en el respeto que merece Dios22 y en la necesidad de tener que comportarse adecuadamente con Él23.
Más significativa es la respuesta que con su obra da a la cultura imperante en su tiempo. Enseña algo de perenne actualidad: el hombre que cree en Dios no puede desentenderse de las cuestiones que afectan a sus contemporáneos, sino que movido por su fe debe salir a su encuentro para establecer un diálogo con ellos y abrir, desde sus convicciones religiosas, nuevas vías de solución a los problemas que preocupan a todos. Qohélet se toma en serio las grandes cuestiones de su momento y de todos los tiempos: la búsqueda del sentido de la vida y de cuál es la mejor actitud para afrontar las alegrías y desventuras que nunca faltan bajo el sol. En sus enseñanzas afronta las cuestiones difíciles con una actitud serena, consciente de las limitaciones de la razón humana, pero sin desanimarse ante el aparente sinsentido de la vida. Sabe convivir con problemas no resueltos, o de los que no se vislumbra un desenlace claro, sin condicionar el empeño ni la alegría de vivir, y trata de encontrarles una solución. Vive en el presente, disfruta de los momentos que tiene por delante y recomienda servir a Dios en los días de la juventud, sin esperar a que llegue la vejez cuando falten las fuerzas.
Por lo demás, sus refranes y consejos, fruto de la experiencia humana de un hombre sabio, son atinados y proporcionan una buena dosis de realismo y sentido común, que resulta siempre beneficiosa. Es cierto que, en ocasiones, algunas máximas recogidas en el libro pueden desconcertar al lector, pues proceden de la sabiduría pagana y no es fácil detectar hasta qué punto Qohélet las utiliza irónicamente. En todo caso el mensaje es claro si se lee a la luz de las palabras finales del libro: «Hemos oído todo: teme a Dios y guarda los mandamientos, que esto vale para todo hombre. Dios juzgará si es bueno o es malo todo lo que se hace, incluso lo oculto»24.
Con su libro, el autor inspirado, al mismo tiempo que subraya la validez de la razón humana en su búsqueda de la verdad, enseña el valor relativo de este mundo. Muestra cómo el sentido último de esta vida escapa a las fuerzas del hombre y prepara así el camino para la revelación de la doctrina de la gracia contenida en el Nuevo Testamento.
Algunas de las ideas que preocupan al hombre de todos los tiempos y que se encuentran reflejadas en Qohélet se ven con nueva luz en la enseñanza del Nuevo Testamento.
Por una parte, el mismo Jesús parece tener presentes ciertos elementos de la sabiduría humana expresados por Qohélet. Así, las palabras del sabio: «Todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo, (…) tiempo de llorar y tiempo de reír»25, parecen resonar en los labios del Señor cuando invita a reconocer a los oyentes qué es lo propio de cada momento, del momento de la preparación y del momento de la venida del Mesías: «¿Con quién voy a comparar esta generación? Se parece a niños sentados en las plazas que, gritando a sus compañeros, dicen: “Os hemos cantado al son de la flauta y no habéis bailado, os hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado”. Porque ha venido Juan, que no come ni bebe, y dicen: “Tiene un demonio”. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Mirad un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la sabiduría se acredita por sus propias obras»26. Jesús les reprocha así el no haber sabido reconocer los planes salvíficos de la sabiduría de Dios, que se cumplirán a pesar de la incomprensión de algunos.
De otra parte, las enseñanzas de Qohélet, cuya canonicidad fue defendida por la Iglesia desde antiguo, han de ser completadas a la luz de la doctrina evangélica. Por ejemplo, los escritos del Nuevo Testamento proporcionan elementos suficientes para comprender que la actitud ante los bienes terrenos propia de quien no tiene más perspectivas que disfrutar de esta vida se queda corta. Frente a quien pensara que «lo único bueno bajo el sol para el hombre es comer, beber y alegrarse»27, aparece la parábola de Jesús sobre el rico insensato: «Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros: “¿Qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha?” Y dijo: “Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?” Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios»28. Al mismo tiempo en el Nuevo Testamento se confirma que la sabiduría es útil para gozar de las pequeñas cosas de este mundo, en cuanto que reflejan la bondad de Dios y son ocasión de darle gloria29. En este sentido algunos Padres de la Iglesia han comentado Qohélet haciendo notar que el objetivo del autor sagrado es invitar al hombre a no quedarse prendido en la búsqueda de las riquezas ni los placeres humanos, sino a elevar la mente a Dios y dedicar todas las energías a su servicio.
Pero, sobre todo, la revelación neotestamentaria da respuesta a la inquietud de Qohélet ante la inutilidad de las cosas de este mundo. Como ya se ha indicado, el comienzo de este libro30 expresa que todo en la naturaleza parece estar en un continuo devenir cíclico sin esperanza de que pueda suceder algo realmente nuevo: «todo es vanidad»31 y todo acaba con la muerte. San Pablo está de acuerdo en que «la creación se ve sujeta a la vanidad»32, pero tiene la «esperanza de que también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios»33. Por otra parte, la conciencia de la vanidad de la vida y de las acciones humanas, expresada con tanta fuerza por Qohélet, es asumida en profundidad por el Apóstol cuando enseña que el hombre no puede justificarse por sus obras, sino por la gracia que recibe de Dios. Frente a la impotencia de la capacidad humana para entender el sentido último de la vida, San Pablo afirma que en Jesucristo se nos ha dado toda sabiduría e inteligencia, revelándonos el Misterio de la voluntad de Dios Padre34, o lo que es lo mismo, tal como lo ha enseñado el Concilio Vaticano II, que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»35. Qohélet testimonia que era imposible desvelar el misterio del hombre antes de Cristo.
1 Estos rollos son: Rut, Cantar de los Cantares, Qohélet, Lamentaciones y Ester, y vienen en la Biblia hebrea en este orden.
2 Qo 1, 1.
3 cfr Qo 12, 9-10.
4 Qo 1, 2.
5 Qo 1, 3-11.
6 Qo 1, 12-Qo 2, 26.
7 Qo 3, 1-15.
8 Qo 3, 16-Qo 4, 16.
9 Qo 4, 17-Qo 5, 11.
10 Qo 5, 6.
11 Qo 5, 12-Qo 6, 7.
12 Qo 7, 1-Qo 9, 1.
13 Qo 7, 23.
14 Qo 9, 1.
15 Qo 9, 2-Qo 12, 7.
16 Qo 12, 8.
17 Qo 12, 9-14.
18 Laborem Exercens, 27.
19 cfr Qo 3, 18-22.
20 cfr Qo 3, 10-15.
21 cfr Qo 5, 1.
22 cfr Qo 3, 14.
23 cfr Qo 4, 17-Qo 5, 6.
24 Qo 12, 13-14.
25 Qo 3, 1.4.
26 Mt 11, 16-19.
27 Qo 8, 15.
28 Lc 12, 16-21.
29 Lc 12, 27-30; 1Co 10, 31.
30 cfr Qo 1, 3-11.
31 Qo 1, 2.
32 Rm 8, 20.
33 Rm 8, 20-21.
34 cfr Ef 1, 7-9.
35 Gaudium et spes, 22.