Viene a continuación el tema de la porfía. Sobre ella se formulan dos preguntas:
Objeciones por las que parece que la porfía no es pecado mortal:
1. El pecado mortal no se halla entre los varones espirituales. Sin embargo, se da la porfía, a tenor del testimonio de San Lucas22, 24: Hubo porfía entre los discípulos de Jesús sobre quién de ellos sería el mayor. Por tanto, la porfía no es pecado mortal.
2. A nadie bien dispuesto debe agradar el pecado mortal en el prójimo. Ahora bien, escribiendo a los Filipenses1, 17 afirma el Apóstol: Otros, por porfía, predican a Cristo, y después añade: Esto me alegra y seguirá alegrándome. La porfía, pues, no es pecado mortal.
3. Algunos porfían en juicio o en disputa sin ánimo de ofender al prójimo, sino sobre todo procurando el bien. Es el caso, por ejemplo, de quienes porfían disputando con los herejes. Por eso, comentando la Glosa las palabras: Sucedió un día... (1Re14, 1) escribe: Los católicos no provocan porfías con los herejes si no se sienten por ellos provocados. La porfía, pues, no es pecado mortal.
4. Finalmente, parece que Job porfió con Dios, a tenor de las palabras del texto39, 2: ¿Acaso el que contiende con Dios descansa con facilidad? Ahora bien, Job no pecó mortalmente porque de él dice el Señor: No habéis hablado delante de mí cosa a derechas como mi siervo Job (Jb 42, 7). En consecuencia, la porfía no siempre es pecado mortal.
Contra esto: está el precepto del Apóstol en 2Tm 2, 14: No quieras porfiar con palabras, y en Gál5, 20 enumera la porfía entre las obras de la carne, que quienes las hacen no poseerán el reino de Dios. Ahora bien, todo lo que priva del reino de Dios y contradice un precepto es pecado mortal. Por tanto, la porfía es pecado mortal.
Respondo: Contender es dirigirse contra uno. Por eso, así como la disputa implica oposición en la voluntad, la contención o porfía la implica en las palabras. Por eso mismo, cuando el discurso procede de la oposición, se llama también contención, figura retórica descrita por Cicerón en estos términos: Se da contención cuando el discurso se hace con cosas contrarias como ésta: la lisonja tiene dulces principios y finales amarguísimos . Ahora bien, en el discurso, la oposición puede presentar dos aspectos: el que se refiere a la intención del contendiente y el que se refiere a la forma. En el primer caso es necesario considerar también si falsea la verdad, acción vituperable, o impugna la falsedad, lo cual es laudable. Cuando se trata de la forma, hay que distinguir igualmente doble modalidad: Si respeta los justos límites de la persona y del tema, lo cual es laudable, y por eso Cicerón, en III Rhet., considera la discusión fogosa adecuada para confirmar y refutar; o si el modo excede la condición de la persona y del tema, en cuyo caso resulta vituperable.
Si, pues, se toma la porfía como impugnación de la verdad y es una impugnación intemperada , es pecado mortal. En este sentido, la define San Ambrosio: La porfía es impugnación de la verdad con presunción clamorosa. Pero si es impugnación de la falsedad hecha con mesura, es laudable. Y si se trata de impugnación de la falsedad, pero de forma inadecuada, puede ser pecado venial, salvo el caso de que llegue a ser tan desordenada que resulte escandalosa para los demás. Por eso el Apóstol, en 2Tm 2, 14, después de decir no quieras porfiar, añade: Para nada sirve sino para desedificación de los demás.
1. Los discípulos de Cristo no tenían intención de combatir la verdad, porque cada uno defendía lo que le parecía verdadero. Había, sin embargo, desorden en su discusión, ya que contendían de un tema no planteado, es decir, el del primado de honor. Todavía, como comenta la Glosa , no eran espirituales. Por eso la atajó el Señor.
2. Quienes por porfía predicaban a Cristo eran dignos de reprensión, porque aunque no impugnaban la verdad de la fe, sino que la predicaban, impugnaban, sin embargo, la verdad promoviendo dificultades al Apóstol, que predicaba la verdad de la fe. Por eso el Apóstol no se goza de su porfía, sino del fruto que de ella se seguía, a saber: que Cristo era anunciado, pues también de los males se siguen ocasionalmente bienes.
3. Según la naturaleza perfecta de la porfía, que es pecado mortal, quien contiende en juicio impugna la verdad de la justicia, y quien contiende en disputa pretende combatir la verdad de la doctrina. No es ésta la forma de discutir de los católicos con los herejes, sino a la inversa. Mas, tomada la porfía en su naturaleza imperfecta, es decir, en cuanto entraña viveza de palabras, no siempre es pecado mortal.
4. La porfía se toma allí en el sentido general de discusión. En efecto, Jb 13, 3 había dicho: Hablaré con el Omnipotente y deseo disputar con Dios. En manera alguna era su intención impugnar la verdad, sino descubrirla, y en esa búsqueda no había ni desorden de ánimo ni voces.
¿Es la porfía hija de la vanagloria?
Objeciones por las que parece que la porfía no es hija de la vanagloria:
1. La porfía tiene cierta afinidad con el celo, y por eso escribe el Apóstol en 1Co 2, 3: Habiendo entre vosotros celos y porfías, ¿no sois acaso carnales y os comportáis como hombres? Ahora bien, el celo pertenece a la envidia. Luego la porfía viene más bien de la envidia.
2. La porfía va acompañada de clamor. Ahora bien, el clamor, según San Gregorio en XXXI Moral., nace de la ira. Luego la porfía nace también de la ira.
3. La ciencia, entre otras cosas, parece que es motivo de soberbia y de vanagloria, a tenor de las palabras del Apóstol en 1Co 8, 1: La ciencia hincha. Pues bien, la porfía proviene muchas veces de la falta de ciencia, que nos da el conocimiento de la verdad y no se combate. La porfía, pues, no es hija de la vanagloria.
Contra esto: está el testimonio de la autoridad de San Gregorio en XXXI Moral.
Respondo: Como queda expuesto (q.37 a.2), la discordia es hija de la vanagloria porque cada uno de cuantos están en desacuerdo se aferra a su propio parecer y ninguno se aviene al del otro, siendo, por otra parte, lo propio de la soberbia y de la vanagloria buscar la excelencia personal. Pues bien, así como quienes están en desacuerdo lo están por encontrarse aferrados al propio sentir de su corazón, así lo están también quienes disputan por defender de palabra lo que les parece. Hay, pues, la misma razón para hacer de la porfía y de la discordia hijas de la vanagloria.
1. La porfía, como la discordia, tienen afinidad con la envidia en cuanto a alejamiento de aquel con quien discuerda o con el que contiende. Pues bien, en cuanto a mantenerse en su postura, el que discute conviene con la soberbia y con la vanagloria, es decir, en cuanto se aferra a su propio parecer, como hemos expuesto.
2. En la discusión de que hablamos aquí, el clamor de las palabras tiene como fin impugnar la verdad. No es, por lo mismo, lo principal de la porfía. Por eso no es necesario que la porfía provenga de la misma fuente de la que proviene el clamor.
3. La soberbia y la vanagloria toman principalmente ocasión de los bienes, incluso de los que son contrarios, como lo es, por ejemplo, ensoberbecerse por la humildad. Pero esa procedencia no es directa, sino accidental, ya que no hay inconveniente en que un contrario nazca de otro contrario. Por lo mismo, tampoco hay inconveniente en que lo que procede directamente de la soberbia o de la vanagloria tenga por causas contrarias aquellas de las que puede provenir ocasionalmente la soberbia.
Suma Teológica - II-IIae (Secunda secundae)
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