La homilía Para que todos se salven, quinta de las publicadas por separado entre las que compondrían Amigos de Dios, salió de Roma hacia España el 25 de febrero de 1973 1. Pocos días más tarde era enviada también a otros países para su traducción y publicación en diversas lenguas 2.
El original mecanografiado ocupa trece folios, a doble espacio, con cuarenta y tres notas a pie de página 3. Aunque es la redacción última, se advierten, sin embargo, dos leves retoques, incorporados al texto después de suprimir con líquido corrector lo anterior y mecanografiar encima lo nuevo. Se trata de dos indicaciones hechas oralmente por el Autor en la última lectura del original, anterior a su envío a la imprenta 4.
Para redactar la homilía, san Josemaría utilizó los apuntes tomados por los oyentes de la meditación que predicó en Roma a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz, el 16 de abril de 1954, viernes de la semana de Pasión, durante un curso de retiro. De esa predicación se conservan dos versiones más o menos completas 5, así como numerosas fichas breves de distintos oyentes.
En la anotación correspondiente a ese día del Diario del Colegio Romano, ha quedado también consignado un valioso testimonio de aquella meditación, que tuvo lugar, según se indica, a las 12.15 6.
Para que todos se salven vio la luz por vez primera en Madrid, editada en el "Folleto Mundo Cristiano", n. 165, de mayo de 1973. Al leer ese folleto, san Josemaría introdujo, en rojo, una nueva pequeña corrección autógrafa 7. La homilía se editó también contemporáneamente en el folleto n. 36 de la Colección "Noray".
Ese que acabamos de escribir podría ser un buen modo de expresar la sustancia del ideal apostólico cristiano. Lo hemos tomado del último párrafo de la homilía ("Pídele a María, Regina apostolorum, que te decidas a ser partícipe de esos deseos de siembra y de pesca, que laten en el Corazón de su Hijo", 273b), y nos va a servir de punto de referencia, porque es también, sin duda, el hilo conductor de las reflexiones del Autor.
Una prueba de lo que acabamos de decir consiste en comprobar que esa misma "sustancia" se encuentra también en el párrafo primero: "La vocación cristiana, esta llamada personal del Señor, nos lleva a identificarnos con Él. Pero no hay que olvidar que Él ha venido a la tierra para redimir a todo el mundo, porque quiere que los hombres se salven (cfr. 1Tm 2, 4). No hay alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre (cfr. 1P 1, 18-19)" (256a).
Así, pues, de principio a fin, la homilía se encuentra completamente referida a la obra redentora de Cristo, realizada por Él de un modo definitivo en los acontecimientos de la Pascua, y cuyos efectos salvíficos se derraman sin cesar sobre los hombres, por medio de la Iglesia, a lo largo de la historia. La acción evangelizadora de la Iglesia en su conjunto, y el trabajo apostólico de los cristianos, pueden ser concebidos, en efecto, como una misteriosa y eficaz colaboración, como instrumentos (a través de la oración, del testimonio personal y de las obras), en la que san Josemaría describe como la "posibilidad, sobrenatural y humana, que Nuestro Padre Dios pone en las manos de sus hijos: participar en la Redención operada por Cristo" (263a).
Vocación cristiana a la santidad y al apostolado, que en el espíritu de san Josemaría –y lo hallamos también en esta homilía–, se realizan de facto, se entretejen con los momentos y circunstancias de la vida cotidiana: "El apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente, no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo" (264b).
La homilía encierra una riqueza extraordinaria en todos sus apartados, y tendremos ocasión –más aún, en cierto modo tendremos la "necesidad"– de detenernos en muchos párrafos en el inmediato comentario. Dejamos ahora a la consideración del lector algunas de sus afirmaciones.
La imagen de la levadura que una mujer pone en la masa para hacerla fermentar, es utilizada en forma de parábola por Cristo (cfr. Lc 13, 20-21), aplicada al crecimiento y expansión del Reino de Dios, empresa grandiosa que a lo largo de la historia se desarrolla entre los hombres con pocos efectivos. Desde ese momento, es utilizada en la literatura cristiana en el mismo sentido; así también lo hace san Josemaría en esta ocasión: "Nosotros queremos seguir al Señor, y deseamos difundir su Palabra. Humanamente hablando, es lógico que nos preguntemos también: pero, ¿qué somos, para tanta gente? En comparación con el número de habitantes de la tierra, aunque nos contemos por millones, somos pocos. Por eso, nos hemos de ver como una pequeña levadura que está preparada y dispuesta para hacer el bien a la humanidad entera" (257a).
Para ser fermento cristiano en medio de la sociedad –no siendo mejor que los demás, sino uno más entre todos–, además de poseer los dones y capacidades que el Señor concede con la gracia de la fe, es preciso querer serlo: "poner esos talentos, esas cualidades, al servicio de todos: utilizar esos dones de Dios como instrumentos para ayudar a descubrir a Cristo" (258a).
De nuevo acude san Josemaría al lenguaje metafórico utilizado por el Señor en el Evangelio, y en este caso tomando ocasión de un pasaje particularmente significativo: el de la llamada a los Apóstoles para que le sigan y sean pescadores de hombres. Antes de llamarles, ha subido Jesús a la barca de Pedro y Andrés, ha predicado desde allí a los que se agolpan en la orilla y, finalmente, ha ordenado internarse en el mar y echar las redes para pescar. "Es Cristo el amo de la barca" –escribe el Autor–; "es Él el que prepara la faena: para eso ha venido al mundo, para ocuparse de que sus hermanos encuentren el camino de la gloria y del amor al Padre. El apostolado cristiano no lo hemos inventado nosotros. Los hombres, si acaso, lo obstaculizamos: con nuestra torpeza, con nuestra falta de fe" (260b).
Todo está lleno de simbolismo en esa escena evangélica. La muchedumbre que escucha a Cristo desde la orilla con atención, con deseo de aprender, representa a todos aquellos para los que ya no bastan las explicaciones habituales, ni se satisfacen con las mentiras de los falsos profetas; aquellos que, "aunque no lo admitan entonces, (…) sienten hambre de saciar su inquietud con la enseñanza del Señor" (260a). Los Apóstoles son testigos de una pesca milagrosa, pero "Jesús, al salir a la mar con sus discípulos, no miraba solo a esta pesca. Por eso, cuando Pedro se arroja a sus pies y confiesa con humildad: apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador, Nuestro Señor responde: no temas, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar (Lc 5, 8.10). Y en esa nueva pesca, tampoco fallará toda la eficacia divina: instrumentos de grandes prodigios son los apóstoles, a pesar de sus personales miserias" (261b).
Los milagros del Evangelio se repiten, porque la voluntad divina de salvación, su amor sin medida, son siempre actuales: "Dios quiere que todos se salven: esto es una invitación y una responsabilidad, que pesan sobre cada uno de nosotros. La Iglesia no es un reducto para privilegiados. (…) ¿Os acordáis de cómo estaban las redes? Cargadas hasta rebosar: no cabían más peces. Dios espera ardientemente que se llene su casa (cfr. Lc 14, 23); es Padre, y le gusta vivir con todos sus hijos alrededor" (263b). Al recordar esa voluntad salvífica y esa espera ardiente de Dios, quiere san Josemaría subrayar que ambas están unidas, también por expreso querer divino, a la lucha por la santidad y al trabajo apostólico de los discípulos de Cristo, allí donde se encuentren: "También a nosotros, si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión, en nuestra vida ordinaria, me atrevo a asegurar que el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros y, si fuera preciso, de los más extraordinarios" (262a).
El título del nuevo apartado es ya una clara indicación del punto dónde el Autor desea poner el acento. Quiere, en efecto, destacar que las circunstancias de la vida cotidiana del cristiano corriente (su vida, su familia, su trabajo cotidiano, sus deberes, las diversas tareas de todos los días, sus relaciones de amistad, etc.), todo aquello, en definitiva, donde es simplemente uno más entre los demás, tiene también una dimensión nueva cuando se contempla con ojos de fe: la vida ordinaria es camino de santificación, y es también el marco natural de acción apostólica.
El trato personal, la amistad leal y auténtica, el ejemplo que atrae con naturalidad y sencillez, la palabra amable pero llena de la fuerza de la fe, etc., todo lo que, en fin, llevan consigo los hombres de Dios, es instrumento de apostolado pues derrama en los demás el aroma del Señor, el bonus odor Christi (cfr. 2Co 2, 15). Apostolado en la vida ordinaria, "pescadores de hombres, apóstoles. (…) Todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca" (266a).
Al considerar la segunda pesca milagrosa, relatada por san Juan, nos ayuda san Josemaría a advertir un detalle, lleno de sentido sobrenatural, que quizás podría pasarnos desapercibido si no los mirásemos con mirada de fe. Los discípulos están volviendo a la orilla con la red llena de peces (cfr. Jn 21, 8), y: "Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya" (267a). Él ha hecho el milagro, Él ha atraído los peces a la red; los apóstoles simplemente le han obedecido y han recogido el fruto. La consecuencia en la que el Autor quiere que nos fijemos es muy clara: todo se ha desarrollado así, "para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia –su anuncio y su realidad de salvación– no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia divina" (ibid.).
El apostolado es audaz cuando es consecuencia de la fe y del amor a Cristo, y entonces es también eficaz. "Me resulta muy difícil creer en la eficacia sobrenatural de un apostolado que no esté apoyado, centrado sólidamente, en una vida de continuo trato con el Señor. En medio del trabajo, sí; en plena casa, o en mitad de la calle, con todos los problemas que cada día surgen, unos más importantes que otros. Allí, no fuera de allí, pero con el corazón en Dios" (271).
Fe y audacia, llenas de eficacia, allí, es decir, en medio de la vida de cada día, sin necesidad de cambiar de sitio: "¿quién ha dispuesto que para hablar de Cristo, para difundir su doctrina, sea preciso hacer cosas raras, extrañas? Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado" (273a).