Amigos de Dios

Para que todos se salven

Lugar en el libro: 16ª
Datación: 16-IV-1954
Primera edición: V-1973
Orden de edición: 5ª

1. Nota histórica

La homilía Para que todos se salven, quinta de las publicadas por separado entre las que compondrían Amigos de Dios, salió de Roma hacia España el 25 de febrero de 1973 1. Pocos días más tarde era enviada también a otros países para su traducción y publicación en diversas lenguas 2.

El original mecanografiado ocupa trece folios, a doble espacio, con cuarenta y tres notas a pie de página 3. Aunque es la redacción última, se advierten, sin embargo, dos leves retoques, incorporados al texto después de suprimir con líquido corrector lo anterior y mecanografiar encima lo nuevo. Se trata de dos indicaciones hechas oralmente por el Autor en la última lectura del original, anterior a su envío a la imprenta 4.

Para redactar la homilía, san Josemaría utilizó los apuntes tomados por los oyentes de la meditación que predicó en Roma a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz, el 16 de abril de 1954, viernes de la semana de Pasión, durante un curso de retiro. De esa predicación se conservan dos versiones más o menos completas 5, así como numerosas fichas breves de distintos oyentes.

En la anotación correspondiente a ese día del Diario del Colegio Romano, ha quedado también consignado un valioso testimonio de aquella meditación, que tuvo lugar, según se indica, a las 12.15 6.

Para que todos se salven vio la luz por vez primera en Madrid, editada en el "Folleto Mundo Cristiano", n. 165, de mayo de 1973. Al leer ese folleto, san Josemaría introdujo, en rojo, una nueva pequeña corrección autógrafa 7. La homilía se editó también contemporáneamente en el folleto n. 36 de la Colección "Noray".

2. Líneas teológico-espirituales de fondo

Participar en el afán de almas que late en el Corazón de Cristo

Ese que acabamos de escribir podría ser un buen modo de expresar la sustancia del ideal apostólico cristiano. Lo hemos tomado del último párrafo de la homilía ("Pídele a María, Regina apostolorum, que te decidas a ser partícipe de esos deseos de siembra y de pesca, que laten en el Corazón de su Hijo", 273b), y nos va a servir de punto de referencia, porque es también, sin duda, el hilo conductor de las reflexiones del Autor.

Una prueba de lo que acabamos de decir consiste en comprobar que esa misma "sustancia" se encuentra también en el párrafo primero: "La vocación cristiana, esta llamada personal del Señor, nos lleva a identificarnos con Él. Pero no hay que olvidar que Él ha venido a la tierra para redimir a todo el mundo, porque quiere que los hombres se salven (cfr. 1Tm 2, 4). No hay alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre (cfr. 1P 1, 18-19)" (256a).

Así, pues, de principio a fin, la homilía se encuentra completamente referida a la obra redentora de Cristo, realizada por Él de un modo definitivo en los acontecimientos de la Pascua, y cuyos efectos salvíficos se derraman sin cesar sobre los hombres, por medio de la Iglesia, a lo largo de la historia. La acción evangelizadora de la Iglesia en su conjunto, y el trabajo apostólico de los cristianos, pueden ser concebidos, en efecto, como una misteriosa y eficaz colaboración, como instrumentos (a través de la oración, del testimonio personal y de las obras), en la que san Josemaría describe como la "posibilidad, sobrenatural y humana, que Nuestro Padre Dios pone en las manos de sus hijos: participar en la Redención operada por Cristo" (263a).

Vocación cristiana a la santidad y al apostolado, que en el espíritu de san Josemaría –y lo hallamos también en esta homilía–, se realizan de facto, se entretejen con los momentos y circunstancias de la vida cotidiana: "El apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente, no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo" (264b).

La homilía encierra una riqueza extraordinaria en todos sus apartados, y tendremos ocasión –más aún, en cierto modo tendremos la "necesidad"– de detenernos en muchos párrafos en el inmediato comentario. Dejamos ahora a la consideración del lector algunas de sus afirmaciones.

El fermento y la masa (nn. 257-258)

La imagen de la levadura que una mujer pone en la masa para hacerla fermentar, es utilizada en forma de parábola por Cristo (cfr. Lc 13, 20-21), aplicada al crecimiento y expansión del Reino de Dios, empresa grandiosa que a lo largo de la historia se desarrolla entre los hombres con pocos efectivos. Desde ese momento, es utilizada en la literatura cristiana en el mismo sentido; así también lo hace san Josemaría en esta ocasión: "Nosotros queremos seguir al Señor, y deseamos difundir su Palabra. Humanamente hablando, es lógico que nos preguntemos también: pero, ¿qué somos, para tanta gente? En comparación con el número de habitantes de la tierra, aunque nos contemos por millones, somos pocos. Por eso, nos hemos de ver como una pequeña levadura que está preparada y dispuesta para hacer el bien a la humanidad entera" (257a).

Para ser fermento cristiano en medio de la sociedad –no siendo mejor que los demás, sino uno más entre todos–, además de poseer los dones y capacidades que el Señor concede con la gracia de la fe, es preciso querer serlo: "poner esos talentos, esas cualidades, al servicio de todos: utilizar esos dones de Dios como instrumentos para ayudar a descubrir a Cristo" (258a).

Faenas de pesca (nn. 259-261)

De nuevo acude san Josemaría al lenguaje metafórico utilizado por el Señor en el Evangelio, y en este caso tomando ocasión de un pasaje particularmente significativo: el de la llamada a los Apóstoles para que le sigan y sean pescadores de hombres. Antes de llamarles, ha subido Jesús a la barca de Pedro y Andrés, ha predicado desde allí a los que se agolpan en la orilla y, finalmente, ha ordenado internarse en el mar y echar las redes para pescar. "Es Cristo el amo de la barca" –escribe el Autor–; "es Él el que prepara la faena: para eso ha venido al mundo, para ocuparse de que sus hermanos encuentren el camino de la gloria y del amor al Padre. El apostolado cristiano no lo hemos inventado nosotros. Los hombres, si acaso, lo obstaculizamos: con nuestra torpeza, con nuestra falta de fe" (260b).

Todo está lleno de simbolismo en esa escena evangélica. La muchedumbre que escucha a Cristo desde la orilla con atención, con deseo de aprender, representa a todos aquellos para los que ya no bastan las explicaciones habituales, ni se satisfacen con las mentiras de los falsos profetas; aquellos que, "aunque no lo admitan entonces, (…) sienten hambre de saciar su inquietud con la enseñanza del Señor" (260a). Los Apóstoles son testigos de una pesca milagrosa, pero "Jesús, al salir a la mar con sus discípulos, no miraba solo a esta pesca. Por eso, cuando Pedro se arroja a sus pies y confiesa con humildad: apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador, Nuestro Señor responde: no temas, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar (Lc 5, 8.10). Y en esa nueva pesca, tampoco fallará toda la eficacia divina: instrumentos de grandes prodigios son los apóstoles, a pesar de sus personales miserias" (261b).

Se repetirán los milagros (nn. 262-263)

Los milagros del Evangelio se repiten, porque la voluntad divina de salvación, su amor sin medida, son siempre actuales: "Dios quiere que todos se salven: esto es una invitación y una responsabilidad, que pesan sobre cada uno de nosotros. La Iglesia no es un reducto para privilegiados. (…) ¿Os acordáis de cómo estaban las redes? Cargadas hasta rebosar: no cabían más peces. Dios espera ardientemente que se llene su casa (cfr. Lc 14, 23); es Padre, y le gusta vivir con todos sus hijos alrededor" (263b). Al recordar esa voluntad salvífica y esa espera ardiente de Dios, quiere san Josemaría subrayar que ambas están unidas, también por expreso querer divino, a la lucha por la santidad y al trabajo apostólico de los discípulos de Cristo, allí donde se encuentren: "También a nosotros, si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión, en nuestra vida ordinaria, me atrevo a asegurar que el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros y, si fuera preciso, de los más extraordinarios" (262a).

Apostolado en la vida ordinaria (nn. 264-266)

El título del nuevo apartado es ya una clara indicación del punto dónde el Autor desea poner el acento. Quiere, en efecto, destacar que las circunstancias de la vida cotidiana del cristiano corriente (su vida, su familia, su trabajo cotidiano, sus deberes, las diversas tareas de todos los días, sus relaciones de amistad, etc.), todo aquello, en definitiva, donde es simplemente uno más entre los demás, tiene también una dimensión nueva cuando se contempla con ojos de fe: la vida ordinaria es camino de santificación, y es también el marco natural de acción apostólica.

El trato personal, la amistad leal y auténtica, el ejemplo que atrae con naturalidad y sencillez, la palabra amable pero llena de la fuerza de la fe, etc., todo lo que, en fin, llevan consigo los hombres de Dios, es instrumento de apostolado pues derrama en los demás el aroma del Señor, el bonus odor Christi (cfr. 2Co 2, 15). Apostolado en la vida ordinaria, "pescadores de hombres, apóstoles. (…) Todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca" (266a).

Las almas son de Dios (n. 267)

Al considerar la segunda pesca milagrosa, relatada por san Juan, nos ayuda san Josemaría a advertir un detalle, lleno de sentido sobrenatural, que quizás podría pasarnos desapercibido si no los mirásemos con mirada de fe. Los discípulos están volviendo a la orilla con la red llena de peces (cfr. Jn 21, 8), y: "Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya" (267a). Él ha hecho el milagro, Él ha atraído los peces a la red; los apóstoles simplemente le han obedecido y han recogido el fruto. La consecuencia en la que el Autor quiere que nos fijemos es muy clara: todo se ha desarrollado así, "para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia –su anuncio y su realidad de salvación– no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia divina" (ibid.).

Audacia para hablar de Dios (nn. 268-273)

El apostolado es audaz cuando es consecuencia de la fe y del amor a Cristo, y entonces es también eficaz. "Me resulta muy difícil creer en la eficacia sobrenatural de un apostolado que no esté apoyado, centrado sólidamente, en una vida de continuo trato con el Señor. En medio del trabajo, sí; en plena casa, o en mitad de la calle, con todos los problemas que cada día surgen, unos más importantes que otros. Allí, no fuera de allí, pero con el corazón en Dios" (271).

Fe y audacia, llenas de eficacia, allí, es decir, en medio de la vida de cada día, sin necesidad de cambiar de sitio: "¿quién ha dispuesto que para hablar de Cristo, para difundir su doctrina, sea preciso hacer cosas raras, extrañas? Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado" (273a).

Notas

1 com/cg/25-II-1973, en AGP, A.3, 108-1-3. En la minuta de preparación de esa comunicación, además de las indicaciones usuales (homilía destinada al segundo volumen y edición previa como folleto), se lee, en rojo y en mayúsculas: "URGE"; no sabemos el porqué de esa urgencia. El envío precedente había sido realizado diecisiete días antes, el 8 de febrero, lo que significa que, en líneas generales, se estaba manteniendo el ritmo habitual de finalización de los originales por parte del Autor.
2 com/cg/2-III-1973, en ibid. Como en casos anteriores, esos países eran Francia, Portugal, Italia, Alemania y Estados Unidos. A Inglaterra, Irlanda y Australia les fue comunicado que podían pedir la traducción a Estados Unidos cuando fuese aprobada.
3 Se conserva en AGP, A.3, 108-1-3. En las referencias patrísticas falta todavía, como es habitual en estos originales, la remisión al Migne.
4 Serán recogidas al comentar el texto, pero también aquí las dejamos ya señaladas:
Orig. – Texto corregido – Nuevo texto – Nº ADD
2 – No se puede leer – "se elabore, convirtiéndose en" – 257b
4 – No se puede leer – "siempre un" – 260a
En otra carpeta archivada en A.3, 110-2-16, se conserva una fotocopia de ese texto, con esos retoques ya añadidos a mano, y también con los números marginales definitivos (256-273; los antiguos eran: 279-296).
5 Versión A): se encuentra recogida en cuatro copias semejantes, aunque mecanografiadas en formatos distintos; una está más trabajada que las demás (con las erratas ya corregidas, las referencias bíblicas completas, etc.). Tomamos como texto básico de referencia la designada como m540416 (archivada en AGP, A.4), en cuya primera página se lee, sucintamente manuscrita, una indicación elocuente: "utilizada Para que todos se salven"; la fecha también está escrita a mano, y contiene una errata en el día del mes, pues dice: "15-4-54". Consta de cinco folios, mecanografiados a doble interlineado. El título consta de una parte mecanografiada: "DE UNA PLÁTICA SOBRE APOSTOLADO", y de un añadido a mano: "Y PROSELITISMO"; debajo se lee: "Colegio Romano. Ejercicios Espirituales. S. Santa 1954". Los párrafos han sido numerados manualmente. Versión B): fotocopia de un texto manuscrito (que no se conserva) de ocho cuartillas por las dos caras; en la primera, como encabezamiento ser lee: "16-Abril, 1954, Ejercicios Espirituales. Del Padre". Y debajo: "Colegio Romano (casi literal)". Es una versión semejante a la A, aunque menos completa. El oyente que la redactó es, según se lee en la primera página, Alberto H.
6 Transcribimos, por su interés, el texto de la anotación (se encuentra en AGP, M.2.2, 427-22), en el que hemos añadido entre paréntesis y cursiva las referencias bíblicas omitidas por el oyente-redactor: "Nuestra vocación tú sabes que nos lleva a identificarnos con Cristo. Y, como a Él, nos invade una inmensa sed de almas, de todas las almas, que cada una le ha costado a Cristo toda su sangre. / Nosotros, que somos pocos aunque seamos muchos miles, nos hemos de ver como un fermento pequeño, levadura entre la masa. La levadura buena, la que está bien preparada, se deja disgregar y disolver bien en la masa. ¡Como nosotros entre la muchedumbre! / Si nosotros queremos ser santos es porque queremos ser apóstoles. Nuestra vida no es egoísmo: es meternos en el torrente circulatorio de la sociedad y llegar a todos los órganos, desde los más profundos a los más superficiales. Y hacer la gran labor de convertir en pan esa masa informe. Pan que sea paz en las familias, y Hostia en el altar. Pan de Dios. ¡Pan queremos hacer, Señor, de todos los hombres! / (…) Vamos a ver unas fichas que escribí hace muchos años: Jer XVI, 16 (Mira: voy a enviar muchos pescadores –oráculo del Señor– a pescarlos). Esta es nuestra gran labor: pescar. Los hombres están nadando en aguas muy amargas, en medio de olas agitadísimas. Se devoran unos a otros por la fuerza del odio, del rencor, de la incomprensión. Y viven tristes y angustiados, aunque parezca a veces que tienen alegría. Necesitamos meterles en la red divina y hacer que se amen. / Ninguno que se acerque al Opus Dei se puede apartar de este calor sobrenatural, fuego divino, que nos consume, ¡que me consume, no me importa decíroslo aunque soy un pobre hombre! Hay que preparar bien las cosas para que el mundo arda con ese fuego divino que Jesucristo vino a traer a la tierra. Nosotros somos esos pescadores que envía el Señor. Somos (…) pescadores de hombres. ¿Quieres venir conmigo a pescar? / Abramos el evangelio de san Lucas por el capítulo V. Cristo rodeado de la muchedumbre. Sube a una de las barcas y le dice a Pedro: Duc in altum! (cfr. Lc 5, 4). A esta pesca también nos invita Jesucristo a nosotros: ¡eh, tú, a pescar! ¡La muchedumbre es vuestra porque es mía! Señor, le decimos con visión humana como Pedro, el ambiente es frío… no tenemos medios… ¡¡A pescar!!, repite Jesús. / Y entonces –no te rías– en el Opus Dei hacemos milagros. Damos vista a los cegados por las pasiones. Los mudos, que no hablaban más que de porquerías, tienen ya purificada la lengua y hablan como hombres, no como bestias. Y al paralítico, aquel poltrón que veía las cosas y nos las hacía… ¡levántate y anda! Y al muerto (iam foetet)… ¡surge!, ¡que tú también puedes! ¡¡Que tú puedes!! A todas las gentes, a todas las criaturas que tienen almas que salvar. / Fecundidad de la pesca. Y se rompen las redes, y hay que llamar a los de la otra barca para que cojan también, que hay mucho. / ¿Queréis que vayamos a pescar otra vez? Es una pesca algo diferente. Abrimos el Evangelio por san Juan, capítulo XXI. Después de la Resurrección, es Simón Pedro que dice: ‘voy a pescar’ (cfr. Jn 21, 3). Era pescador antes de ser apóstol, antes de ser sacerdote, Cabeza de la Iglesia… y continúa siéndolo después. Como vosotros. Como nuestros sacerdotes. / Y Natanael y Tomás Dídimo le dicen: vamos nosotros contigo (cfr. ibid.). Mane autem facto… No habían pescado nada. Aparece Jesús en la ribera. ¡Cuántas veces, Jesús, pasas a nuestro lado y no te vemos! No te llevas ni una mirada de cariño, ni una palabra amorosa, ni una obra fecunda en la que cuajaron los deseos generosos de tus hijos. / Y Cristo les grita: ‘¡Muchachos, ¿tenéis algo de comer?’ (cfr. ibid. 5). … Jesús, que es ya un cuerpo glorioso. ¡Qué escena tan encantadora, tan familiar!… ‘¡Echad la red a la derecha!’… Ya no es una pesca corriente, es una pesca especial. No son peces corrientes. Es el pescador que pesca pescadores. / El discípulo a quien Jesús amaba dice a Pedro: Dominus est! (cfr. ibid. 7). ¡Qué mirada de amor! El amor es el que primero capta las delicadezas. Aquel joven que amaba a Cristo con la pureza de un corazón que nunca estuvo corrompido fue el primero en verle. / Pedro, misit se in mare (cfr. ibid.). Pedro es la fe: se echó al mar con una audacia de maravilla. ¡Con el amor y la fe, adónde llegaremos hijos míos! / Llevaron los peces a los pies de Jesús, a la orilla: 153 contados. Llevaron los peces, como nosotros las vocaciones, a los pies de Jesús. Y la red no se rompió. Y no tuvieron que acudir a otros, porque esos peces eran para ellos. He ahí el proselitismo. Estos no estropean nada. No rompen la disciplina interna. Son para Jesucristo en su Opus Dei. ¿Está claro? / Quisiera que supieseis entusiasmar a vuestros amigos, a vuestros parientes, a vuestros vecinos, a vuestros compañeros…, porque nosotros somos una brasa encendida, al rojo, y esa brasa tiene que quemar lo que toque, o al menos levantar la temperatura. Y si no, se apaga. Eficacia operativa la de mis hijos, que solo con su presencia queman. / (…) No quiero dejar de decir que meditéis las palabras de san Marcos, en el capítulo IX. Dice Juan: ‘Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba los demonios y no está con nosotros, y se lo hemos prohibido’ (cfr. Mc 9, 38) … Y Jesús contesta: ‘No se lo prohibáis… El que no está contra nosotros…’. A nosotros no nos molesta nadie. Que es un mar enorme el mar de las almas y hay trabajo para todos. ¡Que améis la labor de los demás! / ¡A pescar, hijos míos! No puede quedar tranquilo ningún hijo de Dios en su Opus Dei si no siente de continuo, como el latir de sus venas, el hambre de proselitismo".
7 Consiste en sustituir el término latino eum por eo, en la nt. 41, en el actual n. 271a. El ejemplar del folleto corregido está archivado en AGP, A.3, 108-1-5. La corrección del Autor fue comunicada a cuantos se ocupaban de las ediciones de las homilías en las distintas lenguas mediante com/cg/11-V-1973 (en ibid.). Durante los trabajos preparatorios de la primera edición también fueron corregidas (previa consulta al Autor) varias erratas de pequeña entidad, que indicaremos en el lugar oportuno.