Vocación cristiana

Texto
Nota histórica
Líneas teológico-espirituales de fondo
a) Los Apóstoles, hombres corrientes
b) Ya es hora de despertar
c) Misericordia divina y correspondencia humana
d) Formación doctrinal: la fe y la inteligencia
Notas

Homilía en el Domingo I de Adviento
Lugar en el libro: 1ª
Datación: 2-XII-1951
Primera edición: X-1972
Orden de edición: 14ª

Nota histórica

Esta homilía de Adviento, una de las últimas en ser publicadas por separado, fue incluida, sin embargo, en primer lugar en Es Cristo que pasa. La oportunidad de esa decisión es manifiesta dada la ordenación del libro conforme al calendario litúrgico, cuyo inicio es el tiempo de Adviento, en el que la Iglesia se prepara a celebrar los comienzos de la salvación. Es lógico que sea también un periodo muy adecuado para que la predicación de la Iglesia, al hacerse eco de la Encarnación del Verbo, preste especial atención al fundamento cristológico de la existencia cristiana.

La homilía se halla relacionada, en sus líneas de fondo, con dos meditaciones predicadas por san Josemaría a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz, durante un retiro mensual que tuvo lugar el 2 de diciembre de 1951. En consecuencia, algunos de los argumentos tratados en el texto fueron originariamente expuestos de modo oral ante unas personas del Opus Dei. Sin embargo, al preparar la publicación de la homilía casi veinte años después, el autor escribe no sólo para miembros de la Obra sino para cualquier fiel cristiano, partícipe en la Iglesia de la común vocación bautismal o, como aquí será llamada, vocación cristiana.

El 11 de abril de 1972 había sido remitida a la Comisión Regional de España desde el Consejo General otra homilía (En la Epifanía del Señor), y la que ahora estudiamos fue enviada el 9 de junio. Teniendo en cuenta los ritmos de trabajo mencionados en capítulos anteriores, esta última fecha indica que la redacción del texto debió quedar finalizada a comienzos de junio. Es probable, por tanto, que la preparación para la imprenta de Vocación cristiana, la realizase el autor entre la segunda quincena de abril y los últimos días de mayo de 1972.

Nos ha llegado una copia mecanografiada de la última redacción1. Su datación corresponde al 2 de diciembre de 1951, domingo primero de Adviento. Como hemos señalado, y así consta en el Diario del Colegio Romano de la Santa Cruz, en aquella jornada san Josemaría había predicado a los alumnos dos meditaciones del retiro mensual de diciembre2. En el Archivo de materiales procedentes de la enseñanza oral del fundador, dentro de la carpeta correspondiente al citado retiro mensual3, se conservan numerosas fichas breves escritas por diversos oyentes de ambas meditaciones, así como apuntes algo más extensos. Algunos pasajes de la homilía guardan cierto paralelismo con esos materiales, por lo que cabe pensar que fueron tenidos en cuenta en su redacción. En las anotaciones al texto, en los lugares oportunos, dejaremos constancia4.

La primera de las meditaciones de aquel retiro tenía como tema la vocación personal a seguir a Cristo, como instrumentos al servicio de la obra redentora. Partiendo de la llamada que el Señor dirigió a los Doce –hombres corrientes, ni mejores ni peores que los demás, pero elegidos personalmente para ser apóstoles–, san Josemaría fue mostrando a sus oyentes la responsabilidad de amar y defender la propia vocación personal de cristianos al servicio de la Iglesia, y en definitiva la responsabilidad de ser santos. En la segunda meditación de aquella mañana, continuando con el mismo argumento de fondo, contemplado ahora, sin embargo, desde otra perspectiva, les habló de los medios para llevar adelante con la gracia de Dios la propia llamada, y ser así buenos instrumentos en las manos de Dios.

Tales medios quedaban fundamentalmente resumidos en tres: a) vida de oración y de mortificación, b) formación intelectual, y c) empeño por mantener una continua presencia de Dios. Mientras que los compases iniciales de la homilía Vocación cristiana (nn. 1-3) guardan, como veremos, cierta relación con la primera de aquellas meditaciones, los siguientes (nn. 4-11) están relacionados más bien con la segunda.

Como es habitual en los textos que estudiamos –ya se ha dado razón de este hecho en la Introducción general– sólo se ha conservado en el Archivo General de la Prelatura un ejemplar de la última redacción de nuestra homilía. Es un original mecanografiado de trece folios de extensión y cincuenta notas a pie de página, sin correcciones, titulado “Vocación cristiana", con un subtítulo entre paréntesis que dice: “(Homilía pronunciada el 2 de diciembre de 1951, primer domingo de Adviento)".

En el mensaje del fundador del Opus Dei están presentes desde el inicio los elementos fundamentales de la noción de vocación cristiana: la llamada a la plenitud de la vida cristiana en el mundo y por parte de personas de las más variadas condiciones y profesiones. Sin embargo, la expresión “vocación cristiana", que da título a la homilía, no aparece en los materiales previos que sirvieron de base para redactarla, es decir, en las ya citadas meditaciones m511202a-b, que fueron tituladas respectivamente: “Una llamada divina" y “Santos para santificar".

En realidad la expresión “vocación cristiana" sólo se popularizó en el lenguaje teológico, espiritual o pastoral, a partir del Concilio Vaticano II. El Concilio, en efecto, además de utilizar el término “vocación" aplicado a los fieles cristianos en general, o –como era más común– a los diversos grupos de fieles (laicos, sacerdotes o religiosos), también usa la fórmula “vocación cristiana", en distintos pasajes5. Pudiera ser, por tanto, que la literalidad de dicha expresión –no evidentemente el concepto6–, en el sentido que tiene en Lumen gentium, Gaudium et spes y Apostolicam actuositatem, sea en nuestra homilía –y en otros textos redactados definitivamente por el autor en la misma época– de inspiración conciliar7.

En todo caso, se entiende bien que san Josemaría, con su profunda convicción de la dimensión vocacional de la existencia, al dirigirse en estos textos a una muchedumbre –digámoslo así– de fieles corrientes, llamados a seguir a Cristo buscando la santificación en medio del mundo (o la santificación del mundo desde dentro), utilice con gusto y exactitud la expresión “vocación cristiana". Con ella quiere significar la toma de conciencia, por parte de los fieles, de la grandeza y las exigencias de los dones recibidos con el bautismo, o en otras palabras, de su vocación bautismal.

Así, pues, el significado de la fórmula “vocación cristiana" incluye dos aspectos inseparables: a) el don de Dios, que a través del bautismo incorpora a la criatura al misterio de Cristo y la invita a identificarse con Él; y b) la aceptación por parte de la criatura de esa llamada y la decisión de seguirla fielmente. En síntesis, la noción de “vocación cristiana" incluye la de vocación bautismal junto con la toma de conciencia, por parte del cristiano, de la grandeza y exigencia (honor et onus) de los dones recibidos.

Es, por tanto, una fórmula muy adecuada para “traducir" al ámbito general del pueblo de Dios, ideas y enseñanzas válidas en sí mismas para todos los bautizados (pues no son sino exigencias del ser cristiano), que el fundador ha dirigido también, en el ámbito particular de la Obra, a los miembros del Opus Dei, en cuanto fieles corrientes que han tomado conciencia de su vocación bautismal a través de su específica vocación a la Obra. En esos casos, es habitual que expresiones del tipo: “vuestra vocación", o “la vocación a la Obra que habéis recibido", etc., usadas por ejemplo en una meditación dirigida a personas del Opus Dei –y que luego fue tenida en cuenta como material de trabajo para redactar una de estas homilías–, puedan aparecer en el nuevo texto del autor como: “vuestra vocación cristiana", o “la vocación cristiana que habéis recibido", sin que varíe el sentido del texto. Se verán ejemplos puntuales en algunas de las anotaciones a pie de página.

La homilía Vocación cristiana vio la luz en Madrid, en la Colección “Noray", nº 27, en octubre de 1972. Se publicó también poco después en la colección de Folletos “Mundo Cristiano", nº 154, diciembre de 1972, acompañada de la homilía Cristo Rey8.

Líneas teológico-espirituales de fondo

Adviento: Cristo nos llama nuevamente a seguirle

La expectativa del nacimiento de Cristo es siempre ocasión propicia para meditar el misterio de nuestro vivir en Él, siendo partícipes de su filiación divina y de su misión de salvación. Ésta será, en efecto, la trama esencial de la homilía, desarrollada a su vez con gran riqueza de argumentos y de matices.

A partir de los primeros compases –ya desde el título–, el autor deja signos claros de la idea central antes mencionada: la existencia cristiana ha de ser tenida, ante todo, como una existencia vocacional. Así entiende san Josemaría, yendo a su raíz, el seguimiento de Cristo, y ésta ha de ser también la llave que sus lectores utilicemos para entrar en los contenidos del texto. Lo sugiere ya, de algún modo, la primera frase al establecer –mediante unos significativos dos puntos– la mutua implicación entre “el principio de nuestra vida cristiana" y “la vocación que hemos recibido"9. Ahí se puede detectar la perspectiva de fondo de estas páginas y el hilo a seguir: la vida del cristiano corriente (él es, junto con Cristo, el principal protagonista del libro) en medio del mundo, iluminada y conformada a través de la gracia y de la personal correspondencia con el modelo de existencia terrena del Hijo de Dios, es un hecho radicalmente vocacional. Debe ser traído como tal a la luz y puesto de relieve, en primer lugar ante los mismos cristianos pero también, por la propia lógica evangelizadora del seguimiento de Cristo, ante las múltiples identidades de la cultura contemporánea10.

Mensaje del título e hilo conductor

En ésta, como en las restantes homilías que componen Es Cristo que pasa, el título es revelador de su contenido esencial. El título Vocación cristiana, quiere resaltar que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha convertido en realidad el significado profundo de la existencia humana, purificándolo y restaurándolo tras el pecado de Adán. Tal significado (cristiano), enteramente relativo al encuentro definitivo con Dios, o dicho de otro modo, enteramente vocacional, tiene estas características fundamentales: a) la existencia del hombre ya no es simplemente el puro existir terreno, como hombre entre hombres, sino que está enriquecida por una invitación, una llamada, a vivir en comunión con Cristo, que pide ser acogida plenamente en la fe; b) esa llamada impulsa al compromiso personal del creyente con la obra redentora del Señor; c) supone, pues, en fin, la unidad del cristiano con la Iglesia y con su misión.

Ese nuevo sentido de la vida del hombre sobre la tierra, que sólo se descubre al recibir y aceptar el don de la fe en Cristo, queda perfectamente expresado con la fórmula “vocación cristiana". Toda la vida del creyente, su existencia personal con todas sus determinaciones, queda felizmente incorporada, mediante la fe, en el misterio de Cristo. La existencia cotidiana del discípulo, cuando de verdad se decide a serlo, adquiere un horizonte nuevo y abarcante, donde nada –salvo el pecado– queda excluido. Las coordenadas profundas de su persona han pasado a denominarse: llamada a la santidad y misión apostólica.

Los primeros párrafos de la homilía que estudiamos –el n. 1 en su conjunto–, desarrollan en cierto modo lo que acabamos de señalar y ofrecen también una idea precisa de quiénes son los destinatarios directos del libro, aunque ningún posible lector quede excluido. Unas pinceladas del propio autor son suficientes para dibujar las características de los que él, mediante un estilo literario que busca despertar la complicidad del lector, contempla como oyentes o interlocutores suyos, aunque se encuentren alejados en el tiempo o en el espacio11. Son personas que, con la gracia de Dios, no sólo gozan de raíces y actitudes cristianas, mantenidas quizás desde la infancia, sino que también y sobre todo han tomado la decisión de esforzarse “por vivir enteramente la fe"12, y de empeñarse “seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles"13. No sólo, pues, personas bautizadas que quizás siguen a Cristo de lejos, sino cristianos que han descubierto la grandeza de la vocación bautismal y han respondido que sí a Dios, sabiéndose portadores de una misión evangelizadora.

Así, pues, la noción de vocación cristiana, subyacente en todos los contenidos de la homilía, contempla no sólo la recepción de la gracia bautismal y con ésta la adquisición de la condición de cristiano, sino sobre todo la aceptación personal, por parte del bautizado, del don recibido y la decisión de vivir plenamente –y, en ese sentido, vocacionalmente– sus exigencias (seguimiento, imitación e identificación con Cristo)14.

El ideal de estar con Cristo y renovar el mundo con Él, expresado desde el inicio de la homilía mediante la noción de “vocación cristiana", vuelve a encontrarse, al final de sus páginas, formulado de otra manera, a través de una noción teológico-espiritual, muy propia de san Josemaría: “unidad de vida". He aquí el pasaje: “Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida –el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras– llena de Dios. (...) El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria"15.

Las palabras transcritas sugieren una semejanza de significado entre “el panorama de nuestra vocación cristiana" y “esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro". Lo primero vendría a ser como el horizonte o la vista que abarca la mirada del creyente, cuando todas las cosas (su propia realidad, la de los demás, la de la entera creación) son contempladas por él desde la luz y la perspectiva de la llamada cristiana a la santidad y al apostolado. Lo segundo, aunque sea quizás de más difícil descripción, con este único texto como base16, queda suficientemente explicado por una frase anterior: “Toda la vida –el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras– llena de Dios". Ese es el sentido básico de la “unidad de vida" de la que habla san Josemaría; y es también, en síntesis, la sustancia de la existencia vocacional cristiana17.

La vía que el autor recorre para llegar desde: “el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido", con que arranca la homilía, hasta: “esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro", con la que se alcanza la meta, es un camino muy bien estructurado. Sus distintas etapas vienen señaladas por los ladillos del texto.

a) Los Apóstoles, hombres corrientes

El objeto de atención de este primer apartado (“la vocación de los primeros doce"18), consiste no tanto en la singularidad de los Doce como grupo y núcleo del futuro ministerio pastoral de la Iglesia –lo que se denomina el Colegio Apostólico–, sino en la llamada personal que Cristo dirige a cada uno de aquellos primeros discípulos, para que le sigan y lleguen a ser pescadores de hombres. El apartado está dirigido a recordar la gratuidad de la vocación cristiana (nada exige que Cristo llame a una persona a seguirle: llama porque quiere, sin condiciones), y la grandeza del don.

Tres ideas destacan en su desarrollo. Las dos primeras constituyen el fundamento de la argumentación: a) aquellos discípulos no poseían características singulares o destacables: eran “hombres corrientes, con defectos, con debilidades, con la palabra más larga que las obras"19; b) pero fueron los primeros llamados por Cristo con vocación personal, “para hacer de ellos pescadores de hombres, corredentores, administradores de la gracia de Dios"20. La tercera idea es, sencillamente, c) la aplicación de ese precedente al aquí y ahora del lector de la homilía: “Algo semejante ha sucedido con nosotros"21. Cristo llama también hoy a cada cristiano a seguirle personalmente “sin que haya mediado mérito alguno por nuestra parte", y esa elección inmerecida exige como primera respuesta, para estar en condiciones de comprenderla y agradecerla, humildad: “no crecer en humildad significa perder de vista el objetivo de la elección divina: ut essemus sancti, la santidad personal. (...) Desde esa humildad, podemos comprender toda la maravilla de la llamada divina"22.

b) Ya es hora de despertar

El siguiente paso del razonamiento de san Josemaría sobre la dimensión vocacional de la existencia del bautizado en medio del mundo, se apoya en el pasaje de Rm 13, 11-12: “Ya es hora de despertarnos de nuestro letargo, pues estamos más cerca de nuestra salud que cuando recibimos la fe. La noche avanza y va a llegar el día. Dejemos, pues, las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz". La referencia muestra que, al tiempo de predicar la meditación de 1951 o cuando retocaba el texto de la homilía de 1972, estaba moviéndose en el contexto litúrgico del primer Domingo de Adviento, de cuya liturgia de la Palabra siempre han formado parte esos versículos paulinos, antes como Epístola y ahora como segunda lectura del Ciclo A.

“Ya es hora de despertar" significa, como es lógico, que para el sincero discípulo de Cristo cualquier periodo histórico, cualquier circunstancia cultural o social –también ésas tan concretas en las que se desenvuelve la vida cotidiana del lector– se presenta siempre como tiempo propicio para “asumir esta responsabilidad de apóstoles con nuevo espíritu, con ánimo, despiertos"23. En realidad, más que a glosar esa idea, que es de por sí evidente por la naturaleza misma de la vocación cristiana, el autor se va a ocupar de enumerar, primero, los obs­táculos que se alzan ante el discípulo y, en segundo lugar, a mostrar que son vencibles.

Los verdaderos obstáculos, mencionados otras muchas veces en estas homilías según sus distintos elementos, son los que anidan en el interior de la persona como fruto de la herida del pecado. Los ha catalogado para siempre el apóstol Juan (cfr 1Jn 2, 16), estableciendo tres grandes categorías: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y –“el peor de los males, la raíz de todos los descaminos"– la soberbia arrogante, “que conduce a despreciar a los demás hombres, a dominarlos, a maltratarlos"24.

Tales obstáculos (“el desorden de la sensualidad y de la fácil ligereza; el desatino de la razón que se opone al Señor; la presunción altanera, esterilizadora del amor a Dios y a las criaturas"25), constituyen dificultades ciertas y graves para el desarrollo de la vocación cristiana, esto es, para el afianzamiento en el corazón y en la inteligencia del discípulo de “esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios". Pero los medios para superarlas (vida de oración, formación doctrinal y espíritu de penitencia), sostenidos sobre el más fuerte de los fundamentos (la misericordia paterna de Dios), pueden resultar invencibles. De tal fundamento y de tales medios tratan los siguientes apartados.

c) Misericordia divina y correspondencia humana

El fundamento permanente e inexpugnable del discípulo de Cristo, en su esfuerzo por superar aquellos graves obstáculos, es la misericordia paterna de Dios “que la liturgia nos hace implorar"26. Late en esa convicción de san Josemaría la impronta, hondamente impresa en su espíritu fundacional, del don de la filiación divina, que hace del cristiano un hijo adoptivo del Padre, es decir, “otro Cristo". “En este clima de la misericordia de Dios, se desarrolla la existencia del cristiano. Ese es el ámbito de su esfuerzo, por comportarse como hijo del Padre"27. El enfoque del tema, desde la conciencia de la adopción filial, nos sitúa –habrá ocasión de comprobarlo repetidamente– ante la clave quizás más característica de estas homilías.

Sobre dicha conciencia ha de alzar el cristiano su existencia filial, poniendo los medios necesarios “para lograr que la vocación se afiance"28. San Josemaría, intencionadamente, centra la atención del lector sobre dos de esos medios, “que son como ejes vivos de la conducta cristiana: la vida interior y la formación doctrinal, el conocimiento profundo de nuestra fe"29.

Vida interior, en primer lugar, cuyo espacio de referencia es situado, lógicamente, por el autor en los ejes heredados de la tradición espiritual cristiana: la oración y la mortificación personales. Oración en sus diversas formas –que aquí sólo se evocan–, pero sobre todo oración marcada con un gran subrayado: “continua, como el latir del corazón, como el pulso"30. Y con la oración continua –denominada también aquí: “presencia de Dios constante"–, el espíritu de mortificación. En este contexto, contemplando la generosa donación de Cristo por nuestros pecados –por los que también nosotros hemos de reparar–, enuncia san Josemaría una idea de alto contenido espiritual y pastoral: “La vocación cristiana es vocación de sacrificio, de penitencia, de expiación"31. ¡Qué importante es, para captar el verdadero sentido de la mortificación cristiana, entenderla en clave de vocación, de invitación aceptada, de voluntaria unión al sacrificio de Cristo! Es decir, como realidad afirmativa, provechosa y alegre: “la sal de nuestra vida"32.

d) Formación doctrinal: la fe y la inteligencia

Junto a la vida interior (construida sobre la oración y el espíritu de mortificación), necesaria para proteger y desarrollar la vocación de los hijos de Dios, menciona san Josemaría, el otro “eje vivo" de la conducta cristiana: la formación doctrinal. Quiere grabar en sus lectores –especialmente en los que desarrollan su vida y su trabajo en medio de la sociedad– una doble persuasión con importantes consecuencias espirituales y apostólicas.

Primer aspecto considerado: la piedad sin doctrina puede decaer fácilmente en sensiblería y pietismo vacío; por tanto: “piadosos como niños: pero no ignorantes"33. O, de otro modo, con frase muy lograda: “Piedad de niños y doctrina segura de teólogos"34. Segundo aspecto a destacar: la buena preparación doctrinal del fiel ha de orientarse ante todo a mejorar su conocimiento de Dios; pero también, inseparablemente, a colmar el deseo de “alcanzar la más profunda significación de este mundo, que es hechura del Creador"35. Así, desde la integración de los conocimientos humanos con la ciencia teológica, cabe mostrar la compatibilidad “entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación divina"36.

Correspondencia humana, fiada en la misericordia divina: trabajo, oración, apostolado. “No salimos nunca de lo mismo: todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentar ese trato continuo con Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser oración; y todo trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo el alma se enrecia en una unidad de vida sencilla y fuerte"37. Reencontramos, pues, la gran noción: unidad de vida, en la que se encierra “todo el panorama de nuestra vocación cristiana"38.

Conclusión: La esperanza del Adviento

La homilía llega así a su cumplimiento. “No quería deciros más en este primer domingo de Adviento"39. En los párrafos finales el autor se limita a recordar lo que ha descrito: “la realidad de la vocación cristiana"40. Nada queda por añadir, salvo una postrera exhortación: “Has sido llamado a una vida de fe, de esperanza y de caridad. No puedes bajar el tiro y quedarte en un mediocre aislamiento"42. La mirada final se dirige a la Santísima Virgen, imagen viva de la esperanza, a cuya protección maternal encamina san Josemaría al lector, con una idea a la que será preciso retornar: “Nuestra Señora, Santa María, hará que seas alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, ¡el mismo Cristo!"42.

Notas

1 Cfr. AGP, serie A.3, leg. 101, carp. 3.
2 En la anotación del Diario de ese 2 de diciembre de 1951, entre otras cosas, se lee: “2 de Diciembre, Domingo: Como se había previsto, el Padre nos dice Misa –ayudado por José Ramón– y da las dos primeras oraciones del retiro: la de antes de la Misa y la de las 10.30. Es verdaderamente difícil trasladar aquí todo lo que nos ha dicho. Nos ha hablado, en resumen, de (...) vocación, medios, oración, oración contemplativa, humildad... en fin, toda nuestra vida" (cfr. AGP, serie M.2.2, leg. 428, cuaderno 4).
3 Cfr. AGP, serie A.4, m511202 a-b.
4 Se debe advertir, sin embargo, que hemos optado por limitar a lo indispensable las referencias a esa documentación, que será estudiada atentamente en la edición crítica de las meditaciones pronunciadas por san Josemaría, que se halla en la actualidad en fase de preparación. Aquí nos limitamos a describir las características principales de esos materiales, y a justificar el uso que hacemos de ellos.
5 Así, por ejemplo, en Lumen gentium, 44 (hablando de los deberes de la vocación cristiana en general) y Gaudium et spes, 49 (refiriéndose al matrimonio como vocación cristiana y a las exigencias que conlleva); también en Apostolicam actuositatem, 1 y 2 (calificándola en ambas ocasiones de vocación al apostolado); Ad gentes, 18 (en relación más bien a la vocación consagrada); Optatam totius, 7 (mencionando su dimensión apostólica).
6 La noción de vocación bautismal, o la doctrina acerca del sentido vocacional de la existencia cristiana, forman parte de la predicación oral y escrita de san Josemaría desde el comienzo de su enseñanza como fundador del Opus Dei. No es esta breve nota el lugar para alargarnos sobre el tema, que se podría comentar ampliamente sin más que acudir a los textos del fundador, en los que es muy frecuente la referencia a la llamada bautismal (es decir, a la vocación de todos los cristianos) a seguir a Cristo e identificarse con Él, así como a la vocación específica de los fieles del Opus Dei, que en nada se distinguen de aquéllos salvo en la misión de hacer el Opus Dei en la tierra. Baste con aportar un pequeño ejemplo que tomamos del comentario al punto 913 de Camino en la edición crítico-histórica del libro, preparada por Pedro Rodríguez. El punto de Camino suena así: “No lo dudes: tu vocación es la gracia mayor que el Señor ha podido hacerte. –Agradécesela". El comentario del editor es el siguiente: “El punto procede (...) de los Apuntes íntimos; es decir, cuando lo escribe en el Cuaderno, san Josemaría está pensando en el llamamiento al Opus Dei, que entiende como gracia que desarrolla y configura la existencia cristiana en el mundo acuñada en el Bautismo. No tiene que modificar una letra para dirigir ese pensamiento a todos los lectores: cada existencia cristiana es un llamamiento bautismal de Dios que espera ser «reconocido» y «correspondido» en su Amor".
7 Además de ser usada en esta homilía, y en la que lleva por título: El matrimonio, vocación cristiana, la expresión había sido utilizada con cierta frecuencia en el libro Conversaciones (1968), en el mismo sentido y, como es probable, con el mismo origen (cfr. Conversaciones, 24f, 3a, 8a , 92e, 112c, 116b, 118a,. Sobre Conversaciones, cfr. la edición crítico-histórica preparada por J. L. Illanes y A. Méndiz, cit.
8 Como dato anecdótico cabe señalar que esas dos homilías iban a ser la primera y la última, respectivamente, del libro Es Cristo que pasa, ya entonces (diciembre, 1972) en avanzado proceso de edición. En realidad, la decisión de ordenar el Índice del libro siguiendo el calendario litúrgico había sido tomada oficialmente en abril de 1972 [cfr. com/cg/14-IV-1972 (en AGP, serie A.3, leg. 101, carp, 4, exp. 1)], pero esa decisión no afectaba, como es lógico, a la publicación de las homilías por separado. En un ejemplar de ese Folleto “Mundo Cristiano", n. 154, fueron señaladas por san Josemaría dos pequeñas erratas de cajista (corresponden a los actuales n. 1a (Via | Vias) y n. 7c, nt27 (Eccli 18, 2 | Ecclo XVIII, 12), que fueron corregidas en sucesivas ediciones y puestas en conocimiento de quienes traducían las homilías a otras lenguas (cfr. com/cg/23-III-1973; en AGP, serie A.3, leg. 101, carp. 1, exp. 2).
9 “Comienza el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido" (Es Cristo que pasa, 1a).
10 De esa tarea, en algunos de sus principales aspectos, se ocupa la homilía. Lo hacen constar, por ejemplo, casi al final de su recorrido, estas palabras: “Hemos visto la realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad, para acercarlas a Él, unirlas a la Iglesia, extender el reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos" (cfr. ibidem, 11a).
11 Sobre el estilo literario del autor, y en concreto sobre el modo dialogante o interlocutorio de estas homilías, cfr. las obras de: M. A. Garrido (ed.), La obra literaria de Josemaría Escrivá, cit. J. M. Ibáñez Langlois, Josemaría Escrivá como escritor, cit. C. Sánchez Lanza, Rasgos estilísticos en los escritos de Escrivá de Balaguer, cit. J. Paniello, Las “Homilías" de San Josemaría..., cit.
12 Es Cristo que pasa, 1b.
13 Ibid., 1c.
14 Puesto que esas características se encuentran desarrolladas, de un modo u otro, no sólo en esta homilía o en este libro, sino también en las otras obras de san Josemaría, y han sido ya estudiadas bajo diversas perspectivas por distintos autores, recogemos aquí un breve elenco de textos, que se complementan con otros que citaremos en diversos momentos y, sobre todo, con el elenco bibliográfico incluido al inicio. Cfr., por ejemplo: J. L. Illanes, Mundo y santidad, Rialp, Madrid 1984. P. Rodríguez, Vocación, trabajo, contemplación, Eunsa, Pamplona 1987. M. Belda [et al.], Santidad y mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1996. F. Ocáriz, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en: P. Rodríguez [et al.], El Opus Dei en la Iglesia. Introducción eclesiológica a la vida y el apostolado del Opus Dei, Rialp, Madrid 2000, 135-197. A. Aranda, Theologische Dimensionen der christlichen Berufung, en: M. Hauke [et al.], “Donum Veritatis. Theologie im Dienst an der Kirche", Verlag Friedrich Pustet, Regensburg 2006, 97-108. J. Echevarría, Por Cristo, con Él y en Él: escritos sobre san Josemaría, Palabra, Madrid 2007.
15 Es Cristo que pasa, 11c-d.
16 Haremos referencia a esta importante noción en diversos momentos a lo largo de estas páginas: entre las obras citadas en la Bibliografía, se pueden ver, por ejemplo: I. de Celaya, Vocación cristiana y unidad de vida, en: AA.VV., “La misión del laico en la Iglesia y en el mundo", Eunsa, Pamplona 1987, pp. 951-965. J. L. Illanes, Iglesia en el mundo: la secularidad de los miembros del Opus Dei, en: P. Rodríguez [et al.], El Opus Dei en la Iglesia, cit., 230 ss. A. Aranda, La logica dell’unità di vita: l’insegnamento di san Josemaría Escrivá, en: “Studi Cattolici" 523 (2004) 636-644.
17 Lo expresa todavía con mayor elocuencia la frase inmediatamente anterior a las mencionadas: “Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras". He ahí el meollo cristológico de la unidad de vida. He ahí también, consecuentemente, para san Josemaría, el corazón mismo del fenómeno vocacional cristiano.
18 Es Cristo que pasa, 2a.
19 Ibid., 2g.
20 Ibid.
21 Ibid., 3a.
22 Ibid.
23 Ibid., 4a.
24 Ibid., 4b.
25 Ibid., 7a.
26 Ibid. Tal fundamento inquebrantable, continuamente confirmado y en sí mismo invencible, es asimismo inagotable: “Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si –por nuestra culpa y nuestra debilidad– caemos, el Señor nos socorre y nos levanta" (ibid., 7c).
27 Ibid., 8a.
28 Ibid.
29 Ibid.
30 Ibid., 8e.
31 Ibid., 9b.
32 Ibid., 9e.
33 Ibid., 10b.
34 Ibid.
35 Ibid., 10c.
36 Ibid.
37 Ibid., 10f.
38 Ibid., 11d.
39 Ibid., 11a.
40 Ibid.
41 Ibid., 11b.
42 Ibid., 11e.