Homilía La ascensión del Señor a los cielos
Lugar en el libro: 12ª
Datación: 19-V-1966
Primera edición: IV-1972
Orden de edición: 11ª
Como se ha indicado en páginas anteriores1, las cuatro homilías editadas por vez primera en “Suplemento", en 1972, fueron: La Ascensión del Señor a los cielos, La Virgen Santa, causa de nuestra alegría, El respeto cristiano a la persona y a su libertad y Cristo Rey. Se enviaron, casi al mismo tiempo, desde el Consejo General a las diversas Regiones, para que fueran editadas allí prontamente. La razón de anticipar la edición esos textos en el ámbito de distribución de “Suplemento" era clara: se trataba de hacer llegar lo antes posible a los miembros del Opus Dei esos escritos del fundador, todavía inéditos pero ya dispuestos para la publicación (aunque con un iter de aparición más o menos largo)2. De ese modo, podrían leerlos también con prontitud las personas que frecuentaban las actividades de formación de la Obra. Se tenía ya entonces, en efecto, una amplia y feliz experiencia del bien que estaban produciendo por todo el mundo las homilías hasta el momento distribuidas.
A la que ahora estudiamos, La Ascensión del Señor a los cielos, se alude por vez primera en una comunicación remitida a todas las Regiones, en la que se informaba de su aparición en “Suplemento", en la primera quincena de abril de 19723. El texto de esa nota presentaba algunos aspectos novedosos. La homilía podía ver la luz como folleto o bien –éste era un matiz nuevo respecto a lo establecido pocos meses antes–, en un periódico o revista del país: se mencionaban, pues, nuevamente las revistas.
La comunicación fue enviada a la Región de España, y también, con una redacción levemente distinta (pues se recordaba que las versiones en otras lenguas debían ser revisadas y aprobadas en Roma antes de ser publicadas), a las Regiones que se ocupaban de las traducciones: Italia, Alemania, Francia, Irlanda, Portugal y Estados Unidos4.
Se conserva el original mecanografiado de la última revisión de la homilía5: catorce folios sin correcciones, con cuarenta y cuatro notas a pie de página, más un folio final adjunto, cuyo contenido coincide con el texto de presentación de la homilía en “Suplemento" de 1-15 abril 1972. En la primera página del original, debajo del título: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS, se indica entre paréntesis: (“Homilía pronunciada el 19-V-1966, festividad de la Ascensión del Señor").
Si nos atenemos a la idea, ya recordada, de que la redacción final de una homilía venía a durar unas cuatro o cinco semanas, cabe sostener que La Ascensión del Señor a los cielos debió ser escrita entre mediados de febrero y mediados de marzo de 1972. Hacia el 27 de marzo hubo de estar ya lista, pues ese día se sugirió que fuese incluida en el fascículo de “Suplemento" de la primera quincena de abril-72. El texto que aparece ahí coincide, en efecto, con el del original mecanografiado.
Se carece de documentación acerca de su proceso de elaboración, así como de la datación en el día de la Ascensión del año 1966. Desconocemos asimismo los materiales previos de origen oral, sobre los que hubiera podido apoyarse san Josemaría para redactarla. Es plausible también pensar que, dada la avanzada fecha de su elaboración, en relación con la edición del libro, quizás fue directamente escrita para ser publicada e incluida en dicho volumen.
La Ascensión del Señor a los cielos fue prontamente editada como folleto en la Colección “Noray", n. 23, abril de 19726, e incluida también, poco después, por la revista “Mundo Cristiano", en su n. 112, de mayo de 1972.
Ante el misterio de la Ascensión del Señor
La oración contemplativa de san Josemaría se concentra ahora en el misterio de la Ascensión del Señor a los cielos, con cuya realización lleva Cristo a cumplimiento la misión que ha recibido del Padre, al que ahora retorna definitivamente. El mundo al que llegó en la humildad de Belén, y el que ahora deja en el gozo de la resurrección, sólo aparentemente son el mismo. En realidad, ha tenido lugar una transformación radical, pues Cristo ha vencido al pecado que esclavizaba al hombre, ha cancelado la culpa que impedía la unión filial con Dios y ha derrotado para siempre al gran instigador, Satanás, padre de la mentira. El Hijo de Dios, vencedor también de la muerte, retorna al Padre y confía a la Iglesia –a cada cristiano y a la comunión de todos ellos– la continuidad de su misión de salvación.
El Hijo, que había sido amorosamente enviado a un mundo derruido y maltrecho, vuelve gloriosamente al Padre, pudiendo decir: “He terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera" (Jn 17, 4). Considera san Josemaría esa partida del Señor –que junto al gozo queda cubierta ante sus ojos, como ante los de aquellos discípulos que vieron alejarse a Jesús, con el sutil velo de tristeza que causa la ausencia de quien se ama–, para resaltar que la separación será sólo física y, sobre todo, como puramente temporal, sólo pasajera.
La marcha al cielo del Resucitado trae consigo una luz poderosa, que, al derramarse sobre la Iglesia y el alma cristiana, las hace capaces de comprender la novedad sobrenatural con que Dios, en Cristo, ha revestido al hombre y con él a la entera creación. La vuelta del Hijo al Padre ha desvelado, en efecto, el sentido último de la existencia humana: alcanzar su plenitud individual y colectiva en la adhesión a Jesucristo por la fe y la caridad; y, al mismo tiempo, también ha sido desvelado el significado pleno de la existencia cristiana: mostrar en la tierra, a la par de realizarlo, ese camino de salvación.
Hilo conductor de la homilía
El hilo conductor del texto, dirigido a personas cristianas y orientado a ilustrar y encender su fe, está formado por dos cabos, esencialmente entrelazados: 1) Cristo, que ha subido al Padre, permanece también cercano a cada uno de nosotros y busca nuestra intimidad; 2) nos ha confiado la continuidad histórica de su misión redentora. La existencia cristiana ha quedado, pues, signada por el don y la llamada –que podría parecer doble, pero que, en realidad, forma unidad– a la identificación con Cristo (tratarle, conocerle, amarle) y a la prolongación de su presencia efectiva en medio de la sociedad (darlo a conocer).
Muchos son los pasajes de la homilía en los que cabría encontrar una cierta formulación de ese hilo conductor. Valga éste como ejemplo por todos: “Jesús se ha ido a los cielos, decíamos. Pero el cristiano puede, en la oración y en la Eucaristía, tratarle como le trataron los primeros doce, encenderse en su celo apostólico, para hacer con Él un servicio de corredención, que es sembrar la paz y la alegría"7.
La noción de “corredención", fuertemente presente en esta homilía –y determinante para captar sus claves de fondo–, es muy apreciada por el autor. Y concretamente, por una sencilla razón: porque al contemplar, con san Pablo y con la tradición doctrinal cristiana, el misterio de Cristo privilegiando la perspectiva de su función redentora (aunque resaltando a la vez con fuerza la inseparabilidad entre persona y misión), también resulta necesariamente destacada esa misma dimensión en el misterio de la existencia cristiana, como existencia del alter Christus. Lo expresan nítidamente, por ejemplo, estas palabras: “La gran misión que recibimos, en el Bautismo, es la corredención. Nos urge la caridad de Cristo (cfr. 2Co 5, 14), para tomar sobre nuestros hombros una parte de esa tarea divina de rescatar las almas. Mirad: la Redención, que quedó consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (1Co 1, 23), por voluntad de Dios continuará haciéndose hasta que llegue la hora del Señor. (...) De ahí el deseo vehemente de considerarnos corredentores con Cristo, de salvar con Él a todas las almas, porque somos, queremos ser ipse Christus, el mismo Jesucristo, y Él se dio a sí mismo en rescate por todos (1Tm 2, 6)" 8.
Líneas de desarrollo
El mencionado hilo de fondo queda desplegado en la homilía, siguiendo diversas líneas de desarrollo mutuamente entrelazadas, cuyos contenidos han quedado perfectamente sintetizados en los seis ladillos que dividen el texto. Los dejamos ahora simplemente señalados, con alguna breve aportación, en espera de posteriores elucidaciones.
El Señor se ha ido junto al Padre, pero ha querido permanecer también cercano a cada uno de los que le buscan. “Si sabemos contemplar el misterio de Cristo, si nos esforzamos en verlo con los ojos limpios, nos daremos cuenta de que es posible también ahora acercarnos íntimamente a Jesús, en cuerpo y alma. Cristo nos ha marcado claramente el camino: por el Pan y por la Palabra, alimentándonos con la Eucaristía y conociendo y cumpliendo lo que vino a enseñarnos, a la vez que conversamos con Él en la oración"9. Y, nos parece que, como ya otras homilías están dedicadas al trato eucarístico con Jesús, ésta se fijará más directamente en la relación personal con Él a través de la oración.
Con una frase de tono sobrio y, al mismo tiempo –como otras que acostumbra a escribir–, de estilo solemne, el autor señala de manera concluyente: “El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración"10. Y pondrá interés en subrayar que se refiere a la oración desarrollada día y noche, a través de cauces distintos, manteniendo viva la presencia del Señor. “Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones –aun las más pequeñas– se llenarán de eficacia espiritual"11. En esa oración continua, en ese trato ininterrumpido con el Señor, nace y se fortalece la responsabilidad apostólica del cristiano, esto es, la voluntad de participar personalmente en la misión redentora de Cristo.
El apostolado del cristiano es siempre participación en la obra redentora de Jesucristo, ya consumada en el misterio de la Cruz, pero realizándose aún en la historia, hasta el final de los tiempos. Consiste en “desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo"12. Y requiere “dejar obrar al Señor, mostrarse enteramente disponible, para que Dios realice –a través de sus criaturas, a través del alma elegida– su obra salvadora"13. En el entorno de estos números de la homilía, enuncia san Josemaría algunos principios teológicos fundamentales de su enseñanza espiritual y pastoral, cuya exposición –aquí apenas incoada, aunque ya iluminante– se hallará desplegada por todo este libro y por los restantes volúmenes del autor. Nos referiremos a dichos principios en los lugares correspondientes del texto anotado, pero ya desde ahora, como in nuce, pueden ser resaltados:
– “El mundo es santificable; a los cristianos nos toca especialmente esa tarea"14.
– “La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de Él los poderes sagrados"15.
– “No cabe disociar la vida interior y el apostolado, como no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor"16.
Basta leer el comienzo del n. 123 para apreciar inmediatamente su intencionalidad: “Os he trazado, con la doctrina de Cristo, no con mis ideas, un camino ideal de cristiano. Convenís en que es alto, sublime, atractivo. Pero quizá alguno se pregunte: ¿es posible vivir así en la sociedad de hoy?"17. En el cuerpo del texto describirá san Josemaría –con palabras que parecen escritas hoy– las graves dificultades por las que atraviesan tantas conciencias individuales y el conjunto de la sociedad. También en el campo del Señor, en el ámbito de la Iglesia, ha sido sembrada y ha crecido con vigor la mala semilla de la cizaña. Los tiempos aparentan ser inadecuados para el arraigo de la fe... Pero no lo son cuando, justamente, se contemplan las cosas a la luz de la fe. Entonces, desde esa perspectiva, hay que decir: “Amamos esta época nuestra, porque es el ámbito en el que hemos de lograr nuestra personal santificación. No admitimos nostalgias ingenuas y estériles: el mundo no ha estado nunca mejor"18. Luego la conclusión sólo puede ser una: “Hemos de ser optimistas (...) Dios no pierde batallas"19.
Al ascender el Señor a los cielos ha dejado la tarea de santificar el mundo en manos de los cristianos, unidos a Él mediante la Eucaristía y la oración. Esa es la luz del misterio de la Ascensión. Con una expresión muy querida por san Josemaría, describirá dicha tarea como “una siembra de paz y de alegría", pues son dones procedentes de la obra redentora. Y se enuncia también otro principio teológico, de amplia perspectiva espiritual y pastoral: “El apostolado cristiano no es un programa político, ni una alternativa cultural: supone la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y de alegría"20.
Cristo ha subido a la casa del Padre, y allí nos espera; más aún, allí nos conduce, mientras nos hace incoativamente partícipes aquí abajo, por la gracia, de los dones que se harán realidad plena en el cielo. El final de la homilía contiene una fuerte llamada a la esperanza, y por tanto a la responsabilidad de vivir en esta tierra de acuerdo con la meta sobrenatural, ya incoada en nosotros. Concluye, pues, este profundo texto con una exhortación –tan propia del espíritu del fundador del Opus Dei– a la unidad de vida: “No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones"21.