El Gran Desconocido

Texto
Nota histórica
Líneas teológico-espirituales de fondo
a) Actualidad de la Pentecostés
b) Fuerza de Dios y debilidad humana
c) Dar a conocer a Cristo
d) Tratar al Espíritu Santo
Notas

Homilía en la fiesta de Pentecostés
Lugar en el libro: 13ª
Datación: 25-V-1969
Primera edición: I-1971
Orden de edición: 8ª

Nota histórica

La homilía de san Josemaría sobre el Espíritu Santo ocupa un lugar especial entre sus escritos, sea por su génesis y contenido, sea por el contexto histórico en el que vio la luz. El Gran Desconocido es, de hecho, una de las homilías que más netamente desvelan la fidelidad del autor al amor de Dios y su personal compromiso con la misión recibida al servicio de la Iglesia y de todos los hombres. En tal sentido, es comparable a la homilía Amar al mundo apasionadamente, publicada en el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, y a la homilía Hacia la santidad, incluida en el volumen Amigos de Dios. Esa tríada constituye, a mi entender, la cumbre literaria y teológico-espiritual del patrimonio homilético que san Josemaría nos ha legado. Inmediatamente después vendría –siempre según mi opinión– la homilía: Cristo presente en los cristianos, que ya hemos considerado.

Aunque la doctrina expuesta alimentara ya su alma desde muchos años antes, cabría decir que El Gran Desconocido se fue gestando en el corazón y en la cabeza del autor a finales de los años 60 y comienzo de los 70 del siglo XX. Él, de hecho, datará el escrito a 25 de mayo de 1969, solemnidad litúrgica de Pentecostés.

La homilía vio la luz en medio de unas circunstancias –ya aludidas en distintos momentos– socialmente complejas (tras los sucesos de mayo del 68), y pastoralmente delicadas (era el periodo de la primera recepción del Concilio Vaticano II). No pocas dificultades doctrinales y disciplinares se cernían en aquellos años sobre la Iglesia, entorpeciendo también de paso el sereno desarrollo de la vida espiritual y religiosa de los fieles. San Josemaría sufría, rezaba y movía a muchos a la oración1. Fortalecido con la acción estimulante de la gracia había salido también, por decirlo así, a la palestra: había entrado decididamente en “combate" por el bien de las almas, llevando tras de sí el empuje apostólico del Opus Dei. Uno de sus colaboradores cercanos de aquellos años, José Luis Illanes, ha escrito: “Nos encontrábamos en 1971, en momentos en los que en bastantes ambientes eclesiales se percibían actitudes marcadas por la desorientación doctrinal o, en otros casos, por el desconcierto o el pesimismo. En ese contexto san Josemaría no sólo intensificó su fe y su oración, sino que quiso dar testimonio público de esa fe. La homilía El Gran Desconocido forma parte de ese testimonio. De ahí el interés tan especial que puso en ella: la trabajó con gran cuidado y dedicación"2.

La voluntad de escribir y publicar esta homilía en tales circunstancias histórico-biográficas, dice también necesaria relación con el dinamismo pneumatológico en que se desenvuelve, en aquellos años –siempre, en verdad, había mantenido un trato intenso con el Paráclito–, la vida cotidiana de su autor. El texto se encuentra situado, en efecto, en el interior de un momento temporal y espiritual fuertemente marcado por su trato con la Tercera Persona trinitaria. Y trae también consigo, por la misma razón, el eco de un extenso periodo del camino del fundador, que irá a desembocar en la Consagración del Opus Dei al Espíritu Santo, que decide llevar a cabo el 30 de mayo de 1971.

Primero comunicó a sus hijos, el domingo 21 de febrero de 1971, la noticia de que próximamente haría dicha Consagración. En esa ocasión les decía: “Sabéis que el Padre no es amigo de proponer devociones particulares a sus hijas e hijos. Me gusta que cada uno tenga sus propias devociones, pocas, sencillas y sólidamente arraigadas, y que de vez en cuando las dejéis, para volver luego a recogerlas con mayor piedad. Pero siempre las vuestras, las devociones de cada uno. Sin embargo, a lo largo de la historia de la Obra hemos sentido la necesidad de hacer todos juntos –cor unum et anima una! (Hch 4, 32)– la Consagración de nuestras familias a la Sagrada Familia de Nazareth, la Consagración de la Obra al Dulcísimo Corazón de María y al Corazón Sacratísimo de Jesús. Y ahora, cuando por bondad divina contemplamos este florecer del Opus Dei en almas de toda raza, lengua y nación, haré por vez primera la Consagración de la Obra al Espíritu Santo, el próximo día de Pentecostés. En estos momentos es muy necesaria. Será un acto de entrega y de oración personal, de cada uno, y también corporativo"3.

Con aquella Consagración iba a culminar un singular itinerario histórico y espiritual, al que hacen referencia otras palabras de san Josemaría en esa misma reunión familiar: “Os he llevado de la mano a María, a Jesús, a Dios Padre, a la Sagrada Familia y al Espíritu Santo. La filiación divina y el amor a la Virgen son característica principalísima de nuestra vocación, y el cariño al Hijo es obra de una enseñanza que nos ha dejado su Madre, que es también Madre nuestra. Ahora, Dios nuestro Señor ha querido que manifestáramos también una veneración especial –que estaba en la entraña de la Obra desde el principio– por ese Gran Desconocido, que es el Espíritu Santo. Me parece que tenemos bien completo nuestro itinerario espiritual. No es fruto del entendimiento humano, no es cosa mía: es fruto del querer de Dios, que ha querido que sea así el camino nuestro"4.

Los presentes escuchaban las palabras de san Josemaría en medio de un gran silencio, y el fundador continuó diciendo: “Todos los cristianos invocan a Dios Padre, aunque sólo sea con la boca, en el Padrenuestro. Y también a Jesucristo, el Verbo encarnado, y a su Madre, la Virgen Santísima. A mí me causa mucha alegría, pero del Espíritu Santo no se acuerda casi nadie: sólo la Iglesia, en algunas de las oraciones litúrgicas. Puedo deciros, hijos, que gracias a Dios siempre he tenido mucha devoción a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Cuando era sacerdote joven, me molestaban las cintas del Breviario y prefería usar unos papeles largos, doblados, para señalar las páginas. No quería llevar estampas, para no apegarme a esas imágenes; me gustan mucho las devociones piadosas y las imágenes piadosas, pero personalmente decidí desde hace mucho no quedarme con estampas: lo hice por un motivo que no es del caso. En esos papeles blancos solía escribir: ure igne Sancti Spiritus!; quema con el fuego del Espíritu Santo. De modo que mi devoción al Paráclito es vieja"5.

En aquella reunión del 21 de febrero, sus hijos le escucharon también estas palabras: “Que améis más al Espíritu Santo. Me daría mucha pena que perdierais esta devoción, que nunca puede desaparecer en el Opus Dei, a cada una de las tres Personas divinas: al Padre, al Hijo, y a este Gran Desconocido que es el Espíritu Santo". Y refiriéndose directamente a la homilía recién escrita y a su título, señaló: “Tras mucho pensarlo, decidí dar este título a la homilía, porque es más periodístico y, además, porque desde 1934 llamo así a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad"6.

Luego, llegó el 30 de mayo. En la anotación de aquel día del Diario del Colegio Romano de la Santa Cruz se lee: “30 de mayo. Fiesta de Pentecostés. Esperábamos con especial ilusión esta fecha, porque el Padre nos había anunciado que hoy haría la Consagración de la Obra al Espíritu Santo por primera vez. Nos dábamos cuenta de lo que supone estar junto al Padre en un acontecimiento como éste y con todo lo que el Padre nos ha venido diciendo en las tertulias desde hace meses, acerca de nuestra devoción a la Santísima Trinidad, al Espíritu Santo, hemos procurado prepararnos para este día"7.

Por lo que se refiere a la fecha de datación de El Gran Desconocido, 25 de mayo de 1969, la documentación es, no obstante, reducida. De aquel día, domingo de Pentecostés, consta simplemente que san Josemaría dirigió por la mañana un medio de formación espiritual a algunos de sus hijos, cuyo leitmotiv fue la paz y la serenidad que da el Espíritu Santo, cuyo auxilio no falta nunca8. Nada más sabemos de aquella jornada en relación con nuestro texto.

Sí se conoce bien, en cambio, el proceso seguido en la elaboración final de la homilía, que comenzó, como había sucedido en ocasiones anteriores, a partir de una nueva petición a san Josemaría por parte de la revista “Studi Cattolici", que estaba preparando un número especial sobre el Paráclito, que tendría por título: “La comunión en el Espíritu Santo", y cuya salida coincidiría con el Octavario por la unidad de los cristianos. La redacción de la revista le hizo llegar el deseo de incluir, en dicho número, un texto inédito suyo, que esperaban poder recibir, si la petición era aceptada, antes del 20 de diciembre. Tales propuestas siempre habían sido acogidas favorablemente por san Josemaría, pero en este caso, tratándose de una temática tan vivamente presente en su alma y tan acomodada a las necesidades de la Iglesia y de todos los fieles, la reacción fue inmediata9.

Comenzó a trabajar en el texto de El Gran Desconocido hacia mediados de noviembre de 1970, pues en las semanas anteriores estuvo ocupado en la redacción de El matrimonio, vocación cristiana10. La homilía fue escrita en castellano y, tras los sucesivos retoques y correcciones, fue traducida al italiano y remitida a la revista. Se conserva un original mecanografiado –catorce folios a doble espacio, con treinta y ocho notas a pie de página–, titulado simplemente: EL GRAN DESCONOCIDO. No contiene la fecha ni el nombre del autor11.

Ese texto, despojado de algunos elementos añadidos, se corresponde con la penúltima versión en castellano, inmediatamente anterior a la que será traducida al italiano y enviada a “Studi Cattolici". ¿Cuáles son esos elementos añadidos? Se trata de dos series diversas de correcciones, ambas procedentes del autor aunque realizadas en periodos distintos, que se han incorporado al original por el procedimiento de superponer el texto corregido sobre el anterior, fijándolo simplemente en los extremos con cinta adhesiva, lo que permite leer también lo que hay debajo. Las correcciones corresponden a cambios de palabras o retoques de frases, e incluso algún añadido: esos folios nos muestran el texto original de la homilía en el último tramo de su elaboración.

Y eso se puede verificar gracias a una primera serie de correcciones superpuestas (concretamente cinco), que son anteriores a la traducción italiana pues ésta ya las ha incorporado. Como se tradujo al italiano entre el 15 y el 20 de diciembre de 1970, cabe sostener que el texto castellano subyacente, anterior a esa fecha, es el de la penúltima redacción de la homilía. Sobre ésta realizó el autor a mediados de diciembre esas últimas cinco correcciones (que señalaremos al anotar el texto), dando paso de ese modo a la versión que fue traducida al italiano y enviada a “Studi Cattolici" el 23 de diciembre.

El original mecanografiado de la traducción italiana –diecinueve folios a doble espacio, con notas en los últimos dos–, que también se conserva12, coincide en todo con esa versión en castellano. Sólo añade un primer folio con los nombres de la homilía y de su autor: “IL GRANDE SCONOSCIUTO", “di Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER", nombre del autor que se vuelve a incluir al final del texto, antes de las notas. Ese texto salió de Roma hacia Milán, como acabamos de señalar, el 23 de diciembre de 1970. Si descontamos el tiempo empleado en la traducción, se puede afirmar que la homilía fue elaborada en unas cuatro semanas: aproximadamente del 15 de noviembre al 15 de diciembre.

La edición italiana: Il Grande Sconosciuto, primera en absoluto, fue publicada por “Studi Cattolici", en su n. 119 (enero de 1971), pp. 7-13. Estaba incluida, según lo previsto, en un cuaderno titulado: “La comunione nello Spirito Santo", referido a la semana de oración por la unidad de los cristianos, con textos –junto al de san Josemaría– de Adriana Zarri, Enzo Lodi y Flavio Capucci, más una breve antología patrística.

Recién enviada la homilía a Italia, el Consejo General hizo llegar el texto en castellano a la Comisión Regional de España para ser publicado, señalando que la versión italiana iba a aparecer en “Studi Cattolici"13.

Si la edición italiana fue inmediatamente publicada, no sucedió lo mismo con la edición en castellano, que se retardó algunos meses para hacer coincidir su publicación con el tiempo litúrgico14. Ese retraso permitió que fueran incorporadas al futuro texto castellano algunas modificaciones de nuevo cuño (que no estaban en el primer texto italiano publicado), realizadas por el autor en el periodo comprendido entre enero y mayo de 1971. Fueron un total de diecisiete modificaciones (las señalaremos en su momento), no hechas de una vez sino en momentos diversos, de las que se fue advirtiendo a la Comisión Regional de España, para que fueran introducidas en el texto antes de ser publicado.

Ya con fecha de 25 de enero de 1971 se informó de las dos primeras correcciones15. Poco después, el 1 de febrero, se notifica una nueva corrección, y lo mismo sucede con otras, los días 3 y 6 de febrero. En esta última fecha se comunicaba una modificación importante: san Josemaría había añadido al texto original una larga frase, completamente nueva, que decía así: “Me viene a la mente considerar hasta qué punto será extraordinariamente importante y abundantísima la acción del Divino Paráclito, mientras el sacerdote renueva el sacrificio del Calvario, al celebrar la Santa Misa en nuestros altares"16. La relectura que estaba haciendo del original castellano le sugería, como vemos en este caso, no sólo correcciones de forma sino también notables aportaciones de contenido.

Tras esas primeras modificaciones vinieron enseguida otras. De hecho, D. Javier Echevarría escribía el 23 de febrero de 1971 una carta a Francisco García Labrado (secretario de la Comisión Regional de España), en la que después de hacer referencia a las “modificaciones que Mariano ha hecho en el texto de su homilía El Gran Desconocido, y que vosotros tenéis ahí", le decía: “Procura que se hagan cuanto antes esas correcciones en el texto"17. En la misma misiva añadía una indicación importante respecto a las ya editadas: “También quería decirte que no publiquéis nada –que no hagáis nuevas ediciones–, de las que ya han aparecido en la prensa o en folletos, antes de recibir unas modificaciones que ha introducido Mariano. Pienso que mañana se habrán terminado de recoger, y os las mandaremos enseguida. Adviértelo, para evitar que saquen nuevas ediciones, sin contar con esas notas"18. Estas palabras dan testimonio de cómo el autor continuaba releyendo los textos e introduciendo mejoras, incluso cuando ya habían sido publicados en aquellas primeras ediciones populares y no definitivas, pues la meta última era, en realidad, el futuro libro que las reuniría.

Entretanto, en las páginas de aquel original mecanografiado de la penúltima redacción en castellano, que se conservaba en Roma y al que nos referíamos más arriba, se fueron añadiendo también las modificaciones introducidas por el autor: las cinco anteriores a la edición italiana y las diecisiete anteriores a la edición en castellano. Aquel original acabó siendo efectivamente con el tiempo –como proclama con cierta solemnidad la octavilla que lo acompaña– el “Ejemplar definitivo a fecha de 17.IV.71"19.

La primera edición en castellano de El Gran Desconocido apareció como un inserto de dieciséis páginas, encartado dentro de la revista “Mundo Cristiano", n. 100 (mayo de 1971). San Josemaría había establecido que se publicase en España en la época de Pentecostés, y esa solemnidad, en 1971, se celebró el 30 de mayo20.

Líneas teológico-espirituales de fondo

Ante la Solemnidad de Pentecostés

En la Nota Histórica hemos puesto de manifiesto el contexto general en el que fue redactada esta homilía, así como el clima espiritual personal –intensamente centrado en el trato con la Tercera Persona trinitaria–, que reinaba, de manera aún más particular durante aquella época, en el alma de san Josemaría. El dolor y la inquietud por los males que afligían a la Iglesia y a las almas, se conjugaban en su corazón con la paz y la alegría de su abandono filial en Dios. Pero le urgían mucho las necesidades espirituales de sus hijas e hijos, así como las de tantos fieles cristianos sometidos a los vaivenes de una situación eclesial y social portadora de graves desorientaciones doctrinales y prácticas.

Le apremiaba además, al mismo tiempo, el deseo de fortalecer en todos los miembros de la Iglesia –laicos, ministros y religiosos– a los que pudieran llegar esas páginas, la convicción de que, hoy como ayer y como siempre, la acción rectora y providente del Espíritu Santo es continua y eficaz. Su contemplación del misterio de Pentecostés, fuente sobrenatural de la que brota inagotablemente la vitalidad de la Iglesia y del alma cristiana, se convirtió así en ocasión de redactar un texto que transmite fortaleza en la fe, firmeza en la esperanza y audacia en el amor.

En esta gran homilía, por él tan deseada y trabajada, san Josemaría hace partícipe al lector de la segura confianza en el Paráclito que embargaba su propio ánimo, esto es, de la certeza de que “su presencia y su actuación lo dominan todo"21. Sobre tal melodía de fondo, va dibujándose paso a paso en el escrito, con finos trazos teológicos y espirituales, una tesis de importancia capital para el cristiano: si abrimos completamente nuestra vida al trato con el Espíritu Santo, si nos dejamos conducir por el camino que Él nos muestra, nada será capaz de herir o ensombrecer nuestra esperanza22.

Hilo conductor de la homilía

El hilo conductor de la homilía no viene dado por una sola idea, sino que se compone de varios elementos articulados, entre los que destaca, en primer lugar, la idea de que el Espíritu santo, enviado por el Padre y el Hijo para que esté siempre con nosotros (cfr. Jn 14, 16), “continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea –siempre y en todo– signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios (cfr. Is 11, 12)"23.

Tal idea de fondo se encuentra acompañada, y al mismo tiempo reforzada, por una tesis teológica de singular relevancia, en la que se condensa, en cierto modo, toda la eclesiología católica: “La Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla"24. Por tanto, como corolario inmediato, destacable en todo momento, pero aún más en las circunstancias en que san Josemaría lo redactaba, escribe: “Dudar de la Iglesia, de su origen divino, de la eficacia salvadora de su predicación y de sus sacramentos, es dudar de Dios mismo, es no creer plenamente en la realidad de la venida del Espíritu Santo"25.

En consecuencia, a todos en la Iglesia, jerarquía y fieles, conscientes de esa Presencia eficiente del Paráclito, se les pide adoptar –de mil maneras, con la multiforme variedad que establecen la diversidad de dones, vocaciones y carismas– una misma actitud ante el Espíritu Santo, que la tradición cristiana ha resumido en un solo concepto: “docilidad", y que puede formularse así: “Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón"26.

Siguiendo el hilo indicado, la homilía va desarrollando su contenido unitario a través de ciertas líneas de reflexión, perfectamente formuladas en los ladillos:

a) Actualidad de la Pentecostés (nn. 128-129)

El Espíritu Santo continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, hoy como siempre, desde el día de Pentecostés. Nada debe, en consecuencia, significar una prueba quebrantadora para nuestra fe, ni debilitar nuestra esperanza. El significado de la Pentecostés, el mensaje divino de victoria, de alegría y de paz que trae consigo, “debe ser el fundamento in­quebrantable en el modo de pensar, de reaccionar y de vivir de todo cristiano"27.

Subraya, pues, el autor, que Pentecostés ha traído consigo un modo cristiano de pensar, de reaccionar, de vivir: un estilo de vida, marcado esencialmente por la docilidad interior al Espíritu Santo. Ésa y no otra, como irá mostrando la homilía, es la razón de su actualidad.

b) Fuerza de Dios y debilidad humana (nn. 130-131)

El sugestivo contenido de este nuevo parágrafo, en el que los acentos son puestos con particular énfasis en la primera parte del binomio (es decir, en la “fuerza de Dios"), para nivelar el grave contrapeso aportado por la experiencia de la segunda (esto es, de la “debilidad humana"), puede quedar ahora reflejado en tres formulaciones de alta densidad teológico-espiritual, que conoce bien todo lector de san Josemaría:

– “Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios (Is 59, 1): no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por los hombres"28.

– “La acción del Espíritu Santo puede pasarnos inadvertida", ... pero, en realidad, como sabemos por la fe, “obra constantemente"29.

– “Si tuviéramos fe recia y vivida, y diéramos a conocer audazmente a Cristo, veríamos que ante nuestros ojos se realizan milagros como los de la época apostólica"30.

c) Dar a conocer a Cristo (nn. 132-133)

La sucesiva línea de reflexión aborda de nuevo un tema permanente del libro: “Dar a conocer a Cristo", expresando de ese modo el contenido y la razón de ser de la misión apostólica de la Iglesia en su conjunto y de cada fiel cristiano en particular.

El significado teológico profundo de ese “dar a conocer a Cristo", como recuerda la homilía, resulta patente desde aquellas primeras palabras que dirigió el apóstol Pedro a las gentes de Jerusalén, tras Pentecostés. San Josemaría lo expresa así: “Hacer llegar el anuncio solemne y tajante" de que “Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida"31. El Espíritu Santo seguirá alzando en la historia esa misma voz, hasta el fin de los tiempos, a través de los cristianos: Cristo, Dios y Hombre verdadero, es el único Redentor de los hombres. Sólo en Él hay salvación. Por eso, también ahora –apunta san Josemaría–, “nos corresponde anunciar, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio"32.

En la entraña de ese mensaje doctrinal se halla inscrita también –a la luz de la verdadera humanidad del Verbo Encarnado– la proclamación y la defensa de la dignidad del hombre. “Esa es la gran osadía de la fe cristiana" –escribirá san Josemaría con firme apoyo teológico en la tradición–: “proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios"33.

d) Tratar al Espíritu Santo (nn. 134-138)

Y se llega así a la última línea de desarrollo de la homilía, en la que las verdades de fe y los elementos teológicos precedentes desembocan en una extensa reflexión espiritual, que cabría describir como una glosa de la doctrina paulina, latente en todo el texto: “Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rm 8, 14). Al mismo tiempo, estos últimos números de la homilía pueden resumirse en una viva exhortación del autor: “Dejaos guiar por Él". “Dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida"34.

Construye san Josemaría esta última parte del texto sobre tres categorías teológico-espirituales, en las que, en cierto modo, se encierra toda la sabiduría espiritual cristiana, pues conforman el “estilo de vida" de quienes son guiados (y se dejan guiar) por el Paráclito hacia la identificación con Cristo: “docilidad, vida de oración y unión con la Cruz"35. He aquí, sintetizado por nosotros, su contenido, en tres breves frases, teológicamente densas:

– Docilidad: “Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre"36.

– Vida de oración, de diálogo de amor con Dios: “Acostumbrémonos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de san­ti­fi­car"37.

– Unión con la Cruz: “El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos"38.

Notas

1 Puede verse, por ejemplo, el relato biográfico que se hace en Vázquez de Prada, III, especialmente cap. 23, 1 (“Me duele la Iglesia"), 360ss.
2 J. L. Illanes, Recuerdos en relación con las obras o escritos de San Josemaría, cit., p. 15.
3 Notas de una reunión familiar, 21-II-1971 (en Crónica, junio 1971, p. 6, en AGP, Biblioteca, P01).
4 Notas de una reunión familiar, 21-II-1971, cit.
5 Ibid.
6 Ibid. En realidad, ya utilizaba ese nombre (“el Gran Desconocido") al menos desde 1932 como consta en un pasaje de sus Apuntes íntimos (Cuaderno VI, apunte del martes 22-XI-1932): «No olvides que eres templo de Dios. El Espíritu Santo está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones. Frecuenta el trato del Espíritu Santo –el Gran Desconocido– que es quien te ha de santificar». Esas palabras fueron recogidas más tarde en el punto 57 de Camino, como señala P. Rodríguez en la edición crítico-histórica del libro, que en el comentario a ese punto ha escrito: “«El Gran Desconocido». En este punto y en su original del Cuaderno VI aparece por primera vez esta expresión para designar al Espíritu Santo, que será característica en el lenguaje espiritual del autor". Sobre el origen inmediato de tal designación –tras estudiar la cuestión atentamente– estamos de acuerdo con el mencionado autor (l.c., notas 15 y 16), que sugiere la autoría directa de san Josemaría, inspirado quizás en el Decenario al Espíritu Santo de Francisca Javiera del Valle, en cuya “Dedicatoria" manifiesta la autora: “la grande pena de mi corazón y el ardiente deseo que ya tantos años tiene mi alma, y mi pena es el que no es conocida la tercera Persona a quien todos llamamos Espíritu Santo, y mi deseo es que le conozcan todos los hombres, pues es desconocido aun de aquellos que te sirven y te están consagrados".
7 En AGP, serie M.2.2, leg. 429, cuaderno 16.
8 Así lo señala la anotación del 25 de mayo de 1969, del Diario del Centro del Consejo General, en la que también se ha dejado constancia de que san Josemaría, comentando el versículo: “Non turbetur cor vestrum neque formidet" (Jn 14, 27), les decía que se trata de un buen consejo pues nada hay que pueda quitar la serenidad a un hijo de Dios: ni las cosas pasadas porque las arreglamos con compunción alegre, yendo derechos a los brazos de nuestro Padre Dios, que nos espera, contentos de tener ese trono; ni lo presente, pues si la gracia del Espíritu Santo no falta nunca, qué nos puede preocupar en estas condiciones; ni tampoco lo futuro, porque estamos en manos de la Divina Providencia, y además procuraremos poner todos los medios humanos" (AGP, serie M.2.2, leg. 430, cuaderno 17).
9 Quiso también especialmente que el texto pudiera servir de ayuda a las personas ocupadas del gobierno pastoral de la Iglesia. “San Josemaría deseaba además que esta homilía sobre el Espíritu Santo llegara cuanto antes a los ambientes de la curia romana, a los que tuvo muy presentes durante toda su elaboración, pues sabía bien que en la curia terminaba por incidir, desde muy diversas vías, toda la vida de la comunidad cristiana, con su vitalidad, pero también con sus problemas y sus inquietudes, y que de la actitud de esa curia dependía la resolución o al menos el desarrollo de muchas cuestiones" (J. L. Illanes, Recuerdos en relación con las obras o escritos de San Josemaría, cit., p. 15).
10 Como ha sido señalado en el lugar correspondiente, san Josemaría había terminado de redactar la homilía El matrimonio, vocación cristiana a comienzos de noviembre de 1970. El día 7 de ese mes la remitía a Luis María Ansón, para ser editada en “Los Domingos de ABC".
11 Cfr. AGP, serie A.3, leg. 101, carp. 3. Ese original mecanografiado está acompañado de una octavilla que dice: “Ejemplar definitivo a fecha 17-IV-71". Este dato lo anotamos ahora sólo a efectos de localización del original, pero ni la fecha, ni lo que se lee en la octavilla se debe tener en cuenta pues podría inducir a error: es preciso seguir leyendo lo que explicamos a continuación.
12 Está archivado en AGP, serie A.3, leg. 101, carp. 3.
13 Cfr. com/cg/28-XII-1970 (en AGP, serie A.3, leg. 100, carp. 3, exp. 5). Un dato significativo acerca del interés de san Josemaría por la eficacia espiritual y pastoral de aquel texto, viene dado por el hecho de que quiso dar a conocer el contenido de la homilía, antes de su publicación en castellano, a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz. Concretamente, el 31 de enero de 1971, mientras se encontraba con ellos en un rato de tertulia, pidió que trajeran el texto e hizo que se leyera. Uno de los allí presentes ha escrito: “Escuchó atentamente toda la lectura, fijándose en la reacción que los diversos párrafos producían. Aspiraba a que la homilía fuera un texto que fomentara la fe en el Espíritu Santo y en la Iglesia. Así ha ocurrido a lo largo de los años pasados desde entonces; y así ocurrió en aquel primer momento: todos los presentes teníamos clara conciencia, que se hacía más neta a medida que progresaba la lectura, de escuchar un texto que salía desde lo más hondo de su corazón" (J. L. Illanes, Recuerdos en relación con las obras o escritos de San Josemaría, cit., p. 15).
14 A las dos semanas del anterior había llegado, en efecto, a la Comisión Regional de España un nuevo escrito, del Consejo General (cfr. com/cg/16-I-71; en ibid.), con la siguiente indicación: “1. Parece preferible que ese escrito no se publique ahora en vuestro país, sino con ocasión de Pentecostés. 2. Retenedlo pues hasta ese momento".
15 Se hacía por medio de com/cg/25-I-1971 (en ibid.), en el que se ruega también información de que las correcciones han sido hechas.
16 Cfr. com/cg/6-II-1971 (en ibid.). La frase se encuentra en Es Cristo que pasa, 130e. Al pie de una copia de esa comunicación, san Josemaría escribió en rojo la palabra: “Javi", inscrita en un círculo trazado por él mismo: confiaba en que D. Javier Echevarría se ocuparía de que ésa y las demás modificaciones fuesen incluidas en España en el texto aún inédito.
17 Una copia de esa carta se conserva en AGP, serie A.3, leg. 100, carp. 3, exp. 5.
18 Al día siguiente, 24 de febrero, volvía en efecto a escribir D. Javier al mismo destinatario enviándole fotocopia de los artículos aparecidos en “Los Domingos de ABC", con unas correcciones que se habían de incluir cuando se volvieran a publicar. Y añadía: “Aún tengo que enviarte más correcciones, de las homilías que se han publicado en folletos de MC, que procuraremos hacerte llegar cuanto antes. Mientras no recibas estas correcciones, no deben salir nuevas ediciones del folleto. Te agradeceré que me pongas unas letras, acusando recibo de mi carta de ayer y de ésta. Cuando hayamos terminado de hacerte los envíos, te lo diré expresamente. La única que se puede publicar, como se os ha indicado es El Corazón de Cristo, que debe aparecer cuanto antes". La respuesta a esas dos misivas vino de Alejandro Cantero, miembro también de la Comisión Regional de España. Con fecha de Madrid, 1-III-71, escribía: “Muy querido D. Javier: Hemos recibido sus dos cartas fechadas los días 23 y 24 de febrero. También hemos comunicado su contenido a los que han publicado las homilías". Y después de referirse a otros asuntos no relacionados con ese tema, añadía al final una “Nota", que dice: “La homilía sobre el Espíritu Santo saldrá en MC del mes de mayo –que se cierra a mediados de abril– si no se nos dice lo contrario" (el texto de esa correspondencia se puede ver en ibid.).
19 Se encuentra, como ya ha sido indicado, en AGP, serie A.3, leg. 101, carp. 3. La octavilla vuelta es un aviso de llamada telefónica dirigida el día anterior, 16-IV-71, a José Luis Soria, que trabajaba en aquella época en Roma, en las oficinas del Consejo General, cerca de san Josemaría.
20 Fue publicada también, más adelante, en la colección de Folletos “Mundo Cristiano", n. 138, febrero de 1972 (junto con El Corazón de Cristo, paz de los cristianos). San Josemaría añadió también una pequeña corrección sobre un ejemplar de dicho Folleto. La introdujo el 13-VI-1972 (cfr. com/cg/24-VI-72; AGP, serie A.3, leg. 100, carp. 3, exp. 3).
21 Es Cristo que pasa, 127e.
22 Cfr. ibid., 138a.
23 Ibid., 128b.
24 Ibid., 131b.
25 Ibid., 131c.
26 Ibid., 130c.
27 Ibid., 129d.
28 Ibid., 130a.
29 Ibid., 130b.
30 Ibid., 131g.
31 Ibid., 132d.
32 Ibid., 132b.
33 Ibid., 133d.
34 Ibid., 134a.
35 Ibid., 135a.
36 Ibid., 135b.
37 Ibid., 136b.
38 Ibid., 137a.