En 1986, Ediciones Palabra publicó un libro titulado Amar a la Iglesia, en el que aparecía como autor san Josemaría Escrivá de Balaguer. La obra incluía dos homilías del fundador del Opus Dei sobre la Iglesia y una tercera sobre el sacerdocio. El volumen recogía también dos escritos del beato Álvaro del Portillo, su primer sucesor al frente del Opus Dei, y una presentación a cargo de Jesús Urteaga 1. Se trata de la primera 2 de una larga serie de ediciones, traducida a una decena de lenguas, que ha superado los 50.000 ejemplares, y que constituye el texto más difundido y conocido de estas homilías. No se trata, sin embargo, de una publicación póstuma, pues ya en vida del autor las tres homilías habían aparecido, en forma de folleto, en la Colección Mundo Cristiano. Concretamente, El fin sobrenatural de la Iglesia, fechada el 28 de mayo de 1972, se publica en marzo de 1973 juntamente con la homilía sobre La Eucaristía, misterio de fe y de amor, en el n. 160; Lealtad a la Iglesia, fechada el 4 de junio de 1972, apareció publicada por primera vez en abril de 1973 en el n. 162 de esa colección, conjuntamente con la homilía sobre Vida de Fe; y Sacerdote para la eternidad, fechada el 13 de abril de 1973, aparece en agosto del mismo año, en el n. 170, junto a Madre de Dios, Madre nuestra.
Iglesia y sacerdocio son realidades intrínsecamente vinculadas –el Concilio Vaticano II habla de la Iglesia como una «comunidad sacerdotal» (LG 11)–, y la publicación conjunta de estas homilías a partir de 1986 –con el título Amar a la Iglesia, que no es original de san Josemaría–, sigue esta misma lógica unitaria 3. Se trata sin embargo de una publicación que no pretende presentar, ni siquiera sintéticamente, el pensamiento global del autor sobre estos temas, sino que busca simplemente difundir estas homilías de un modo más consistente que en una colección de folletos. Más adelante tendremos oportunidad de considerar con mayor atención la doctrina de san Josemaría sobre la Iglesia y el sacerdocio desde una perspectiva teológica; ahora, en esta primera aproximación general, nos detendremos en otros tres aspectos comunes a nuestras tres homilías: el género literario, el objetivo buscado y el tono expositivo.
Sobre lo primero conviene señalar que estamos en presencia de homilías que no fueron predicadas, si damos a la predicación el significado común de este vocablo. Queremos con esto decir que no provienen del ministerio de la palabra de san Josemaría, en el sentido de reproducir por escrito lo que sus labios pronunciaron durante un evento litúrgico en un lugar determinado y en un momento preciso 4. Tampoco son textos preparados explícitamente para ser predicados, aunque luego no lo hayan sido de hecho. Se trata, en definitiva, de textos escritos para ser editados.
En la edición crítico-histórica de Es Cristo que pasa se explica la historia de la redacción de las homilías que allí se recogen, ofreciendo diversos datos sobre el modo de trabajo de san Josemaría, que son de aplicación a las homilías que ahora nos ocupan. En líneas generales, proceden de un primer núcleo de predicación oral, o de consideraciones expuestas durante tertulias, charlas, u otros encuentros pastorales, que fueron recogidas primero por taquígrafos o por medio de registradores y sucesivamente reordenadas, documentadas y enriquecidas, pasando por revisiones sucesivas del autor hasta llegar a la versión definitiva publicada. Conviene también señalar que a medida que se iban sucediendo las versiones, las anteriores se destruían 5. Este sistema, que coloca el acento en la versión final, trae consigo un límite para el historiador: elimina en gran parte las posibilidades de reconstruir la historia redaccional del texto.
La elaboración de nuestras tres homilías se desarrolla contemporáneamente a la de las recogidas en Es Cristo que pasa y sigue un proceso similar. Naturalmente, al no tener como eje de referencia el calendario litúrgico, no se incluyeron en esa colección. Hay además otra diferencia significativa respecto a las homilías de Es Cristo que pasa: en nuestro caso, sin descartar el uso de algunos textos ya existentes en forma oral o escrita, prevalece como intención primordial, y ya desde el principio, la decisión de preparar escritos para ser publicados, sin apuntar a predicarlos, aunque manteniendo el estilo proprio de la homilética. También en este caso, como explica Antonio Aranda respecto a Es Cristo que pasa, posiblemente haya influido la buena acogida que tuvo en su momento la publicación de la "homilía del campus", Amar al mundo apasionadamente, pronunciada durante la celebración eucarística en la Universidad de Navarra, el 8 de octubre de 1967 6.
El uso del género "homilía no predicada" puede quizá llamar la atención, pero se trata en realidad de un instrumento que cuenta con una larga tradición a sus espaldas. Basta recordar, por ejemplo, cómo san Agustín se refiere a sus sermones, los cuales «unos (fueron) dictados y otros pronunciados directamente por mí» 7. Según José Oroz, el santo «predicó muchísimos sermones, parte de los cuales se nos han conservado tan solo gracias a los notarii. Compuso otros muchos que no pronunció nunca, sino que dictó a los copistas. Más aún, podemos admitir, apoyados en unas palabras suyas, como cosa probable, que llegó a dictar algunos sermones para uso de los sacerdotes de Hipona y de otras diócesis» 8. En la Introducción general a la monumental Opera omnia de san Agustín dirigida por Agostino Trapè, Franco Monteverde describe el Comentario al Evangelio de San Juan diciendo que consiste en «124 discursos, en parte pronunciados, en parte dictados» 9. Estos son los discursos presentados luego como "homilías" en el volumen XXIV. Sobre las célebres Enarrationes sobre los salmos, el obispo de Hipona afirma: «Psalmos omnes […] partim sermocinando in populis, partim dictando exposui»10. Más en particular sobre los salmos 1-31, Angelo Corticelli opina que los respectivos comentarios «no fueron ni predicados, ni escritos para ser expuestos en público»11.
No es esta la sede para profundizar en este tema12; basta con estas referencias al santo e ilustre obispo africano, distinguido por su profunda y abundante predicación, para captar la existencia y la importancia de este recurso literario, que imprime especial animación pastoral a un texto, escrito sin la intención de componer un manual de enseñanza académica. El género homilético, en efecto, no busca –al menos, como primer objetivo– exponer en modo sistemático y estructurado el pensamiento del autor, sino que apunta a mover interiormente al oyente (o al lector, en nuestro caso) hacia el amor de Dios, suscitando en él fervor y conversión. Esta peculiar conformación literaria da también razón de la asignación de una fecha; como se sigue de lo ya dicho, esta no está ceñida a un evento determinado, sino que pretende ofrecer al lector un marco existencial, dentro de un contexto cronológico más general13. En suma, si bien nuestras tres homilías no fueron materialmente pronunciadas en las fechas indicadas, fueron compuestas en el arco de esos años (1972-1973), y fueron fechadas remitiendo a una festividad, o a unas próximas ordenaciones, que adquieren valor simbólico.
Pasemos ahora al segundo aspecto anunciado más arriba: ¿cuál es el objetivo común de estas homilías? Ciertamente, está claro que el autor no pretende exponer un tratado de eclesiología o sobre el sacerdocio, como ya anticipamos. Tampoco sería exacto decir que, como idea primaria, se intenta manifestar lo más original de su pensamiento sobre estos temas. San Josemaría fue, antes de nada, un pastor, muy consciente de su obligación ante Dios tanto de dirigir a su grey hacia las buenas pasturas como de apartarla de los peligros que pudieran acecharla. Y en el período de tiempo en el que nos movemos, el fundador del Opus Dei sentía la urgencia de poner en guardia, a quien le leyera, ante planteamientos muy difundidos en esos años, que percibía claramente como nocivos.
Diversamente de las homilías recogidas en Es Cristo que pasa, que constituyen una meditación que sigue el hilo del año litúrgico, y de las de Amigos de Dios, estructuradas según un panorama de virtudes humanas y cristianas básicas, nuestras tres homilías buscan directamente asegurar, de modo vigoroso, algunos aspectos de la doctrina católica que se ven amenazados. En las introducciones particulares describiremos estos aspectos concretos, relacionados muy directamente con la vida de la Iglesia; en este momento inicial lo que interesa es saber que hay que abordar la lectura del texto teniendo en cuenta su contexto. Quien esté interesado en conocer cuáles eran los puntos específicos más característicos del autor sobre Iglesia y sacerdocio tendrá que alargar en mucho el radio de la bibliografía. Sin pretensiones de desarrollo, mencionaremos más adelante estos puntos específicos y sus respectivas fuentes.
Esta realidad influye en el tono expositivo. También aquí estas tres homilías se distancian algo de las de Es Cristo que pasa y Amigos de Dios. Pues, mientras en estas dos obras predomina una exposición lineal y distendida, ahora percibimos una clara llamada a la defensa y un cierto tremor de corazón. No se trata de alarmismos ni de desesperanzas, sino de "golpes fuertes de timón", si se me permite la expresión, por parte de quien detecta mucha niebla a diestra y siniestra, pero no deja de ver la luz del sol filtrándose en el horizonte.
Estas características generales de las homilías nos llevan a procurar evitar interrumpir el flujo lógico de ideas del autor con notas aclaratorias a pie de página. Se ha optado, por lo tanto, por anteponer al texto de las homilías sobre la Iglesia una introducción particular, repitiendo esto mismo para la tercera, sobre el sacerdocio. Eventuales notas se encontrarán en número muy reducido. El texto de las homilías ha sido controlado palabra por palabra a partir de la última versión vista por su autor, que coincide con los folletos de la Colección Mundo Cristiano, arriba mencionados14.