En diálogo con el Señor

Contexto e historia
Fuentes y material previo
Contenido
Texto: Ut videam!, ut videamus!, ut videant!
Comentarios
Notas


Contexto e historia

Este breve texto proviene de una tertulia en Villa Tevere, el día de Navidad de 1974, poco antes de las once de la mañana. Junto a san Josemaría, estaban los que vivían en la casa, algunos alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz –que unos meses antes se había trasladado a su nueva sede, junto a la Vía Flaminia– y otras personas de los centros de la Obra en Roma.
San Josemaría comenzó refiriéndose a Florentino Pérez Embid 1, que había fallecido en Madrid dos días antes, el 23 de diciembre de 1974 2. El fundador se encontraba cansado, porque había dormido mal las dos últimas noches. Explicó que la situación de la Iglesia le preocupaba mucho. Después continuó abriendo su alma, con las palabras que se reproducen aquí. Al terminar esa intervención, hubo algunas preguntas y respuestas más o menos breves.
Se ocupó de la tertulia un artículo de Crónica de enero de 1975, dedicado a las fiestas de Navidad en Roma. Después de intercalar algún breve texto de san Josemaría, se incluían sus palabras sin interrupciónes o comentarios de la redacción, a una sola columna, con un amplio margen a la izquierda, destacándolas del resto. En medio se incluía una fotografía de san Josemaría, rodeado de miembros del Opus Dei.
Después, el texto volvió a aparecer en un artículo titulado “De Navidad a Pascua” dentro del volumen de Noticias y de Crónica de julio de 1975, donde se recogieron muchas intervenciones de san Josemaría de ese año. Había una foto en color, parecida a la que había salido en enero.
A pesar de ser parte de una tertulia, se consideró que el texto tenía una substantividad propia, a modo de breve meditación, y así se incluyó en el volumen para la causa de canonización, y después en EdcS, con el título que ahora lleva.
En EdcS se daba la siguiente explicación a pie de página: «El 25-XII– 1974, su última Navidad en la tierra, nuestro Padre estuvo de tertulia con sus hijas y luego con sus hijos en Villa Tevere. Por aquellos días, como supimos después de su marcha al Cielo, nuestro Fundador había perdido en gran parte la visión, a consecuencia de unas cataratas en los ojos. Llevando al plano sobrenatural estas circunstancias, nos impulsó a unirnos a su oración incesante por la Iglesia y por las almas, rezando muchas veces como jaculatoria las palabras del ciego de Jericó que tanto había repetido en los años de los barruntos, cuando aún no sabía lo que el Señor quería de él».
La única referencia bíblica del texto la hemos añadido los editores.

Fuentes y material previo

EdcS, 211-214; Cro1975, 58-59; Cro1975, 779-782; Not1975, 720-722. En AGP, serie A.4, m741225, se conservan transcripciones mecanografiadas: A, B, C y D.

Contenido

Las palabras de san Josemaría ponen de manifiesto –una vez más, durante las Navidades– los motivos que le hacían sufrir en aquella época: «El mundo está muy revuelto y la Iglesia también. Quizá el mundo esté como está porque así se encuentra la Iglesia» 3, afirma. Descubre detrás de ello la acción del demonio, que «existe y trabaja mucho» 4. Son años de tensiones, y ante esa situación san Josemaría propone una neta respuesta de amor y fidelidad a Dios: «Nuestra vida ha de ser de Amor; nuestra protesta tiene que ser amar» 5. Pide luces para ver cómo defender a Dios en todos los ámbitos del mundo.
De nuevo, la actitud que recomienda es luchar interiormente, sabiendo que ese combate pacífico sostiene a los demás, por la Comunión de los santos. Al mismo tiempo, exhorta a mantenerse firmes en la verdad: «Lo que es verdad, y lo era ayer, y lo era hace veinte siglos, ¡sigue siéndolo ahora! Lo que era falso no se puede convertir en verdad. Lo que era un vicio, no es una virtud» 6. Recomienda también que, en medio de las lágrimas, prevalezca el amor a los demás y la alegría que se nutre de la conversación amorosa con Dios, que el espíritu contemplativo del Opus Dei enseña a mantener durante toda la jornada.

Ut videam!, ut videamus!, ut videant!

1a El mundo está muy revuelto y la Iglesia también. Quizá el mundo esté como está porque así se encuentra la Iglesia... Querría que en el centro de vuestro corazón, estuviera aquel grito del cieguecito del Evangelio 7, con el fin de que nos haga ver las cosas del mundo con certeza, con claridad. Para eso no tenéis más que obedecer en lo poco que se os manda, siguiendo las indicaciones que os dirigen los Directores.

1b Decid muchas veces al Señor, buscando su presencia: Domine, ut videam! ¡Señor, haz que yo vea! Ut videamus!: que veamos las cosas claras en esta especie de revolución, que no lo es: es una cosa satánica... Queramos cada día más a la Iglesia, al Romano Pontífice -¡qué título más bonito el de Romano Pontífice!-, y amemos cada día más todo lo que Cristo Jesús nos enseñó en sus años de peregrinación sobre la tierra.

1c Tened mucho amor a la Trinidad Beatísima. Tened un cariño constante a la Madre de Dios, invocándola muchas veces. Sólo así andaremos bien. No separéis a José de Jesús y de María, porque el Señor los unió de una manera maravillosa. Y luego, cada uno a su deber, cada uno a su trabajo, que es oración. Cada instante es oración. El trabajo, si lo realizamos con el orden debido, no nos quita el pensamiento de Dios: nos refuerza el deseo de hacerlo todo por El, de vivir por Él, con Él, en Él.

1d Os diré lo de siempre, porque la verdad no tiene más que un camino: Dios está en nuestros corazones. Ha tomado posesión de nuestra alma en gracia, y allí lo podemos buscar; no sólo en el Tabernáculo, donde sabemos que se encuentra –vamos a hacer un acto de fe explícita– verdaderamente, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad, el Hijo de María, el que trabajó en Nazaret y nació en Belén, el que murió en el Calvario, el que resucitó; el que vino a la tierra y padeció tanto por nuestro amor. ¿No os dice nada esto, hijos míos? ¡Amor! Nuestra vida ha de ser de Amor; nuestra protesta tiene que ser amar, responder con un acto de amor a todo lo que es desamor, falta de amor.

1e El Señor va empujando la Obra. ¡Tantas vocaciones en todo el mundo! Espero este año muchas vocaciones en Italia, como en todos los sitios, pero eso depende en buena parte de vosotros y de mí, de que vivamos vida de fe, de que estemos constantemente en trato –lo acabo de decir– con Jesús, María y José.

1f Hijos míos, os parece que estoy serio pero no es así. Estoy sólo un poquito cansado.

1g A decir cada uno, por sí mismo y por los demás: Domine, ut videam! Señor, haz que yo vea; haz que vea con los ojos de mi alma, con los ojos de la fe, con los ojos de la obediencia, con la limpieza de mi vida. Que yo vea con mi inteligencia, para defender al Señor en todos los ámbitos del mundo, porque en todos hay una revuelta para echar a Cristo, incluso de su casa.

1h El demonio existe y trabaja mucho. El demonio tiene un empeño particular en deshacer la Iglesia y robar nuestras almas, en apartarnos de nuestro camino divino, de cristianos que quieren vivir como cristianos. Vosotros y yo tenemos que luchar, hijos, todos los días. ¡Hasta el último día de nuestra vida tendremos que pelear! El que no lo haga, no solamente sentirá en lo hondo de su alma un grito que le recuerda que es un cobarde –Domine, ut videam!, ut videamus!, ut videant–, yo pido por todos, haced vosotros lo mismo-, sino que comprenderá también que se va a hacer desgraciado y va a hacer desgraciados a los demás. Tiene obligación de enviar a todos la ayuda de su buen espíritu; y si tiene mal espíritu, nos enviará sangre podrida, una sangre que no debería venir a nosotros.

1i Padre, ¿usted ha llorado? Un poco, porque todos los hombres lloran alguna vez. No soy llorón, pero alguna vez, sí. No os avergoncéis de llorar: sólo las bestias no lloran. No os avergoncéis de querer: tenemos que querernos con todo nuestro corazón, poniendo entre nosotros el Corazón de Cristo y el Corazón Dulcísimo de Santa María. Y así no hay miedo. A quererse bien, a tratarse con afecto. ¡Que ninguno se encuentre solo!

1j Hijos míos, amad a todos. Nosotros no queremos mal a nadie; pero lo que es verdad, y lo era ayer, y lo era hace veinte siglos, ¡sigue siéndolo ahora! Lo que era falso no se puede convertir en verdad. Lo que era un vicio, no es una virtud. Yo no puedo decir lo contrario. ¡Sigue siendo un vicio!

1k Hijos míos, a pesar de este preludio, os tengo que repetir que estéis alegres. El Padre está muy contento, y quiere que sus hijas y sus hijos de todo el mundo estén muy contentos. Insisto: invocad en vuestro corazón, con un trato constante, a esa trinidad de la tierra, a Jesús, María y José, para que estemos cerca de los tres, y todas las cosas del mundo, y todos los engaños de Satanás los podamos vencer. De esta manera, cada uno de nosotros ayudará a todos los que forman parte de esta gran familia del Opus Dei, que es una familia que trabaja. El que no trabaje, que se dé cuenta de que no se comporta bien... Un trabajo que no es solamente humano –somos hombres, tiene que ser un trabajo humano–, sino sobrenatural, porque no nos falta nunca la presencia de Dios, el trato con Dios, la conversación con Dios. Con San Pablo diremos que nuestra conversación está en los cielos.

1l De modo que, hijos míos, el Padre está contento. El Padre tiene corazón, y da gracias a Dios Nuestro Señor por habérselo concedido. De esta manera os puedo querer, y os quiero –sabedlo– con todo el corazón. Todos unidos a decir esa jaculatoria: Domine, ut videam!, que cada uno vea. Ut videamus!, que nos acordemos de pedir que los demás vean. Ut videant!, que pidamos esa luz divina para todas las almas sin excepción.

Comentarios

1a Cfr. Lc 18, 41. add.

1c Tened mucho amor Cro1975, 58] Tened mucho cariño Cro1975, 780 EdcS, 212 || Cada instante es oración. Cro1975, 58] Cro1975, 780 EdcS, 212 del.

1e acabo de decir- Cro1975, 59] acabo de señalar- Cro1975, 780 EdcS, 212.

1f serio pero Cro1975, 59] serio, pero Cro1975, 780 EdcS, 212

1h «la ayuda de su buen espíritu»: da por sobreentendida la realidad de la Comunión de los santos, y en concreto la aplica al Opus Dei: «Formamos una gran Comunión de los santos: nos están enviando a raudales la sangre arterial y llena de oxígeno, pura, limpia», tertulia en Buenos Aires, 26-VI-1974 (en AVPIII, p. 706). La “sangre arterial” es la ayuda espiritual que se envía a los demás, cuando se lucha por ser fiel a Dios, mientras que la “sangre podrida”, como aquí la llama, sería el fruto de la falta de lucha interior, que causa un daño a los otros.

1l De esta manera Cro1975, 61] De manera que Cro1975, 782 EdcS, 214.

Notas

A la introducción
1 Florentino Pérez Embid había nacido en Huelva (España), el 12-VI-1918. Historiador, profesor y escritor, desempeñó también diversos cargos en la vida política y cultural española. Había pedido la admisión en el Opus Dei en 1943. Cfr. Antonio FONTÁN, (ed.), Florentino Pérez-Embid: Homenaje a la amistad, Barcelona, Planeta, 1977, p. 292.
2 En Cro1975, 250, dentro de un artículo en recuerdo de Florentino Pérez Embid, se incluyeron las siguientes palabras de san Josemaría en esa tertulia: «Le quería mucho. Era un escritor brillante que había publicado muchos libros y, sobre todo, era un buen hijo de Dios. Le vi por última vez en Madrid, cuando regresé de mi segundo viaje a América. Estaba muy bien preparado: yo pienso que estará en el Cielo. Pero rezad. Debemos rezar por todos, aunque tengamos la certeza de que están con Dios».
3 23.1a.
4 23. 1h.
5 23.1d.
6 23, 1j.
Al texto
7 Cfr. Lc 18, 41