El testimonio de Job y la pintura del Juicio universal de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina son dos iconos que pueden reavivar nuestra certeza del encuentro personal con el Señor. Lo volvió a proponer el Papa relanzando a cada uno el consejo, dirigido por Pablo a los cristianos de Tesalónica, de «animarse mutuamente», y, es decir, «hablar de la venida del Señor», lo único que cuenta, sin perder tiempo en habladurías de sacristía.
En la misa celebrada el martes 1 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, el Pontífice sugirió también una serie de preguntas para un examen de conciencia acerca de cómo estamos viviendo la espera del Señor.
El Papa Francisco se inspiró precisamente para su meditación en el pasaje litúrgico de la primera carta que «el apóstol Pablo escribió a la comunidad de Tesalónica» (1Ts 5, 1-6. 9-11).
Tal vez, destacó, «esta carta es la primera escrita por él» y la dirigió a «una comunidad un poco inquieta» por preocuparse sobre «cómo y cuando» sería y llegaría el día del regreso del Señor.
Era tan así que ya en el pasaje leído el día anterior, precisó el Papa, san Pablo se ve obligado a recomendar no estar «tristes como los que no tienen esperanza». En efecto, la comunidad se preguntaba: «¿Qué sucede a los muertos? ¿Adónde van los muertos?». Y también: «¿Cuándo viene el Señor?». Y alguno respondía: «No, viene súbito. Y si viene súbito, no trabajemos».
Así, Pablo, hombre «concreto», tiene que dirigirse a los cristianos de Tesalónica con una expresión fuerte: «Quien no trabaja, que no coma». En definitiva, afirmó el Papa, a esta «comunidad con un cierto estilo» el apóstol «debe enseñar el camino de la paz».
Y también el pasaje de la epístola del día anterior ponía en guardia de no estar «tristes porque el Señor vendrá y vuestros muertos están con Él».
Pero Pablo mira más lejos: «Y así estaremos siempre con el Señor». Esta afirmación, dijo el Papa Francisco, «es una consolación grande» y «es lo que nos espera a todos nosotros». Además, añadió, «el pasaje de ayer acababa con un consejo: animaos mutuamente y edificaos con estas palabras».
Pero «también hoy –dijo el Papa– el pasaje que hemos leído termina con el mismo verbo: animaos mutuamente».
Es, en efecto, «precisamente el consuelo que da la esperanza: el Señor vendrá, y vendrá cuando Él quiera venir, cuando Él vea que haya llegado el momento». Nadie puede decir cuando será: Pablo escribe que el Señor «vendrá como un ladrón, como los dolores a una mujer embarazada: ¡viene!».
Y en esta perspectiva «¿qué debemos hacer nosotros?».
Pablo sugiere, precisamente, este consejo: «Animaos, animaos mutuamente». Es decir, invita a hablar de estas cosas juntos. «Y yo –dijo el Papa Francisco– os pregunto: ¿hablamos del hecho que el Señor vendrá, que nos encontraremos con Él?». ¿O, en cambio, «hablamos de muchas cosas, incluso de teologías, de asuntos de Iglesia, de sacerdotes, de religiosas, de monseñores, de todo eso»?.
Y, añadió, «¿es esta esperanza nuestro consuelo?».
El consejo de Pablo es animarse recíprocamente, alentarse en comunidad. Y sobre el tema el Papa Francisco propuso un auténtico examen de conciencia: «En nuestras comunidades, en nuestras parroquias, ¿se habla del hecho que esperamos al Señor que viene o se habla de esto, de aquel, de aquella, para pasar un poco el tiempo y no aburrirse demasiado? ¿Cuál es mi consuelo? ¿Es esto la esperanza? ¿Estoy seguro de que el Señor vendrá a buscarme y me llevará con Él? ¿Tengo esta certeza?».
El Papa repitió luego las palabras del salmo responsorial (Sal 26): «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida». E inmediatamente propuso otra pregunta: «¿Tienes esa certeza de contemplar al Señor?».
Al respecto, el Papa Francisco quiso hacer referencia a «ese final tan bonito del capítulo 19 del Libro de Job», explicando que «Job sufrió mucho», y, sin embargo, «en medio de sus dolores, sus llagas, sus incomprensiones, del sufrimiento de no comprender por qué le sucedía eso, decía: yo estoy seguro, yo sé que mi Redentor vive; yo sé que Dios está vivo y lo veré, y lo veré con estos ojos».
Un testimonio que interpela a cada uno de nosotros. Y, así, el Papa propuso también una reflexión directa: «¿Creo en esto? ¿O mejor no pensar? Pensamos en otra cosa, porque esta certeza de que el Señor vendrá a mi encuentro, a llevarme con Él... Esta es nuestra paz, este es nuestro consuelo, esta es nuestra esperanza».
«Es verdad, Él vendrá a juzgar –añadió– y cuando vamos a la Capilla Sixtina vemos esa hermosa escena del Juicio final: ¡es verdad!». Pero «pensemos también que Él vendrá a mi encuentro para que yo lo vea con estos ojos, lo abrace y esté siempre con Él.
Esta es la esperanza que el apóstol Pedro nos pide que expliquemos con nuestra vida a los demás, y dar testimonio de esperanza».
Así, pues, esta es la consolación auténtica: «Estoy seguro –esta es la verdadera certeza– de contemplar la bondad del Señor». Por ello, continuó el Papa relanzando el consejo de Pablo, «animaos mutuamente y edificaos unos a otros.
Y así iremos adelante». Por lo demás, precisamente «en la oración al inicio de la misa –recordó– hemos pedido al Señor que Él haga crecer la semilla que ha sembrado en nosotros, esa semilla de bondad, esa semilla de gracia».
El Papa Francisco continuó la homilía pidiendo «al Señor la gracia de que esa semilla de esperanza que ha sembrado en nuestro corazón se desarrolle, crezca hasta el encuentro definitivo con Él», para poder afirmar: «Tengo la certeza de que veré al Señor»; «tengo la certeza de que el Señor vive»; «estoy seguro de que el Señor vendrá a mi encuentro». Es este «el horizonte de nuestra vida».
Por lo tanto, concluyó, «pidamos esta gracia al Señor y animémonos unos a otros con las buenas obras y las buenas palabras, por este camino».