La Primera Lectura (Hb 9, 15-24-28) habla hoy de Cristo Mediador de la Alianza que Dios hace con los hombres. Jesús es el Sumo Sacerdote. Y el sacerdocio de Cristo es la gran maravilla, la más gran maravilla que nos hace cantar un cántico nuevo al Señor, como dice el Salmo responsorial (Sal 97).
El sacerdocio de Cristo se desarrolla en tres momentos. El primero es la Redención: mientras los sacerdotes de la Antigua Alianza tenían que ofrecer sacrificios cada año, Cristo se ofreció a sí mismo, una vez para siempre, por el perdón de los pecados. Con esta maravilla, nos ha llevado al Padre y recreado la armonía de la creación. La segunda maravilla es la que el Señor hace ahora, o sea, rezar por nosotros: mientras nosotros rezamos aquí, Él reza por nosotros, por cada uno, ahora vivo, ante el Padre, intercediendo para que la fe no decaiga: cuántas veces se pide a los sacerdotes que recen porque sabemos que la oración del sacerdote tiene cierta fuerza, precisamente en el sacrificio de la Misa. La tercera maravilla será cuando Cristo vuelva, pero esa tercera vez sin ninguna relación al pecado, sino para hacer el Reino definitivo, cuando nos llevará a todos con el Padre. Está pues la gran maravilla, el sacerdocio de Jesús, en tres etapas -en la que perdona los pecados una vez para siempre; en la que intercede ahora por nosotros; y la que sucederá cuando vuelva-, pero también está lo contrario, la imperdonable blasfemia. Es duro oír a Jesús decir esas cosas, pero Él lo dice, y si Él lo dice es verdad. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres -y sabemos que el Señor perdona todo si abrimos un poco el corazón, ¡todo!-: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.
La gran unción sacerdotal de Jesús la hizo el Espíritu Santo en el seno de María, y los sacerdotes, en la ceremonia de ordenación, son ungidos con el óleo. También Jesús, como Sumo Sacerdote, recibió esa unción. ¿Y cuál fue la primera unción? La carne de María con la obra del Espíritu Santo. Y el que blasfema sobre esto, blasfema sobre el fundamento del amor de Dios, que es la redención, la re-creación; blasfema sobre el sacerdocio de Cristo. Pero, ¿a quién no perdona el Señor? - ‘No! ¡El Señor lo perdona todo! Pero quien dice esas cosas está cerrado al perdón. ¡No quiere ser perdonado! ¡No se deja perdonar! Esto es lo feo de la blasfemia contra el Espíritu Santo: no dejarse perdonar, porque niega la unción sacerdotal de Jesús, que hizo el Espíritu Santo.
En resumen, las grandes maravillas del sacerdocio de Cristo y la imperdonable blasfemia, no porque el Señor no quiera perdonar a todos sino porque se está tan cerrado que no se deja perdonar: es la blasfemia contra esa maravilla de Jesús. Hoy nos hará bien, durante la Misa, pensar que aquí en el altar se hace memoria viva -porque Él estará presente ahí- del primer sacerdocio de Jesús, cuando ofrece su vida por nosotros; está también la memoria viva del segundo sacerdocio, porque Él rezará aquí; y también en esta Misa -lo diremos después del Padrenuestro- está aquel tercer sacerdocio de Jesús, cuando vuelva, que es nuestra esperanza de la gloria. En esta Misa pensemos en estas cosas bonitas. Y pidamos la gracia al Señor de que nuestro corazón no se cierre nunca -¡no se cierre nunca!- a esta maravilla, a esta gran gratuidad.