El autor de la Carta a los Hebreos nos anima a correr en la fe con constancia (Hb 12, 1-4), fijos los ojos en Jesús. Y en el Evangelio es Jesús quien nos mira y se da cuenta de nosotros. Él está cerca y siempre está en medio de la gente. No tiene guardia de escolta para que la gente no lo toque. ¡No, no! Se queda ahí y la gente lo apretuja. Y cada vez que Jesús salía, había más gente. Los especialistas en estadísticas quizá habrían podido publicar: Baja la popularidad del Rabí Jesús… Pero él buscaba otra cosa: buscaba a la gente. Y la gente lo buscaba a Él: la gente tenía los ojos fijos en Él y Él tenía los ojos fijos en la gente. Pero no en la multitud, no; ¡en cada uno! Esa es la peculiaridad de la mirada de Jesús. Jesús no masifica la gente: mira a cada uno.
El Evangelio de Marcos cuenta dos milagros (Mc 5, 21-43): Jesús cura a una mujer enferma de hemorragia desde hace doce años que, en medio de la muchedumbre, consigue tocarle el manto. Y el Señor se da cuenta de que le han tocado. Luego, resucita a la hija de doce años de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga. Y como se da cuenta de que la niña tiene hambre, dice a sus padres que le den de comer. La mirada de Jesús va a lo grande y a lo pequeño. Así mira Jesús: nos mira a todos, pero mira a cada uno. Mira nuestros grandes problemas o nuestras grandes alegrías, y mira también nuestras cosas pequeñas. Porque está cerca. Jesús no se asusta de las grandes cosas, sino que también tiene en cuenta las pequeñas. Así nos mira Jesús.
Si corremos con perseverancia, teniendo fija la mirada en Jesús, nos pasará lo que le pasó a la gente después de la resurrección de la hija de Jairo, que quedaron fuera de sí llenos de estupor. Yo voy, miro a Jesús, camino delante, fijo la mirada en Jesús y ¿qué encuentro? ¡Que él ha fijado su mirada en mí! Y eso me hace sentir ese gran asombro. Es el estupor del encuentro con Jesús. ¡Pero no tengamos miedo! No tengamos miedo, como no lo tuvo aquella viejecita para ir a tocar el borde del manto. ¡No tengamos miedo! Corramos por esa senda, siempre fija la mirada en Jesús. Y tendremos esa bonita sorpresa, que nos llenara de asombro: el mismo Jesús tiene fija su mirada en mí.