Córtate la mano, arráncate el ojo, pero no escandalicéis a los pequeños, es decir, a los justos, a los que se fían del Señor, los que simplemente creen en el Señor. Es lo que nos dice el Evangelio de hoy (Mc 9, 41-50). Para el Señor el escándalo es destrucción. ¿Y qué es el escándalo? El escándalo es decir una cosa y hacer otra; es la doble vida, la doble vida en todo: yo soy muy católico, voy siempre a Misa, pertenezco a esa asociación y a la otra; pero mi vida no es cristiana, no pago lo justo a mis empleados, exploto a la gente, soy sucio en los negocios, hago blanqueo de dinero… ¡doble vida! Muchos católicos son así. Y esos escandalizan. Cuántas veces hemos oído -todos, en el barrio y en otras partes-: pues para ser católico como ese, mejor ser ateo. ¡Eso es el escándalo! Te destruye. Te tira para abajo. Y eso pasa todos los días, basta ver el telediario o leer los periódicos. En los periódicos hay tantos escándalos, y también está la gran publicidad de los escándalos. Y con los escándalos se destruye.
Había una empresa importante que estaba al borde de la quiebra. Las autoridades querían evitar una huelga justa, pero que no acarrearía nada bueno, y pedían hablar con los altos cargos de la empresa. Además, la gente no tenía dinero para las necesidades diarias porque no recibían el sueldo. ¡Y el responsable, un católico, estaba de vacaciones de invierno en una playa de Oriente Medio! Y la gente supo, aunque no salió en la prensa. Eso son los escándalos. Jesús dice en el Evangelio, sobre los que producen escándalo, sin decir la palabra escándalo, pero se entiende: Pues tú llegarás al Cielo y llamarás a la puerta: ¡Soy yo, Señor! -¿Ah sí? ¡No te recuerdo! -Yo iba a la iglesia, estaba cerca de ti, pertenecí a tal asociación, hice esto… ¿No te acuerdas de todos los donativos que hice? -Sí, los recuerdo. Los donativos, de eso me acuerdo: ¡todos sucios! ¡Todos robados a los pobres! ¡No te conozco! Esa será la respuesta de Jesús a los escandalosos que llevan una doble vida.
La doble vida viene de seguir las pasiones del corazón, los pecados capitales que son las heridas del pecado original. Precisamente la primera Lectura (Si 5, 1-10) exhorta a no secundarlas y a no confiar en las riquezas, no decir: me basto a mí mismo. ¡No retrasemos la conversión! A todos, a cada uno, nos hará bien hoy pensar si hay algo de doble vida en nosotros, de parecer justos, de parecer buenos creyentes, buenos católicos, pero por debajo hacer otra cosa; si hay algo de doble vida, si hay una excesiva confianza: Bueno, luego el Señor me lo perdonará todo, y yo sigo… Si hay algo de decir: Sí, eso no está bien, me convertiré, pero hoy no: mañana. Pensemos en esto. Aprovechemos la Palabra del Señor y pensemos que, en esto, el Señor es muy duro. ¡El escándalo destruye!