En estos días de tanto sufrimiento, hay mucho miedo. El miedo de los ancianos, que están solos en los asilos de ancianos o en los hospitales o en sus casas y no saben lo que puede pasar. El miedo de los trabajadores sin trabajo fijo que piensan en cómo alimentar a sus hijos y ven venir el hambre. El temor de muchos servidores sociales que en este momento ayudan a mandar adelante la sociedad y pueden contraer la enfermedad. También el miedo –los temores– de cada uno de nosotros: cada uno sabe cuál es el suyo. Roguemos al Señor para que nos ayude a tener confianza y a tolerar y vencer los miedos.
En la primera lectura hemos visto la escena del motín del pueblo. Moisés fue al Monte para recibir la Ley: Dios se la dio, en piedra, escrita con su dedo. Pero el pueblo se aburrió y se aglomeró alrededor de Aarón y le dijo: "Pero, este Moisés, hace tiempo que no sabemos dónde está, dónde se ha ido, y estamos sin guía. Haznos un dios para ayudarnos a seguir adelante". Y Aarón, que más tarde se convirtió en sacerdote de Dios, pero allí era un sacerdote de la estupidez, de los ídolos, dijo: "Pues sí, denme todo el oro y la plata que tengan", y se lo dieron todo e hicieron ese becerro de oro (cf. Ex 32, 1-7).
En el salmo hemos oído el lamento de Dios: «En Horeb se fabricaron un ternero, adoraron una estatua de metal fundido: así cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come pasto» (Sal 105, 19-20). Y aquí, en este momento, cuando comienza la Lectura: «El Señor dijo a Moisés: "Baja enseguida, porque tu pueblo, ése que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: ‘Éste es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto’"» (Ex 32, 7-9). ¡Una verdadera apostasía! Del Dios vivo a la idolatría. No tuvieron paciencia para esperar el regreso de Moisés: querían algo nuevo, querían algo, un espectáculo litúrgico, algo…
Sobre esto quisiera mencionar algunas cosas. En primer lugar, esa nostalgia idolátrica en el pueblo: en este caso, pensaba en los ídolos de Egipto, la nostalgia de volver a los ídolos, de volver a lo peor, sin saber esperar al Dios vivo. Esta nostalgia es una enfermedad, también nuestra. Uno comienza a caminar con el entusiasmo de ser libre, pero luego comienzan las quejas: "Bueno, es un momento difícil, el desierto, tengo sed, quiero agua, quiero carne… pero en Egipto comíamos cebollas, cosas buenas y aquí no hay…". La idolatría es siempre selectiva: te hace pensar en las cosas buenas que te da, pero no te hace ver las cosas malas. En este caso, ellos pensaban en cómo estaban en la mesa, con esas comidas tan buenas que les gustaban tanto, pero olvidaban que esa era la mesa de la esclavitud. La idolatría es selectiva.
Y otra cosa: la idolatría hace que lo pierdas todo. Aarón, para hacer un ternero, les pidió: "Dadme oro y plata", pero era el oro y la plata que el Señor les había dado cuando les dijo: "Pedid oro a los egipcios en préstamo", y luego se fueron con ellos. Es un regalo del Señor, y con el don del Señor fabrican un ídolo (Ex 11, 1-9). Y eso es muy feo. Pero este mecanismo también nos sucede a nosotros: cuando tenemos actitudes que nos llevan a la idolatría, nos apegamos a cosas que nos alejan de Dios, porque hacemos otro dios y lo hacemos con los dones que el Señor nos ha dado. Con la inteligencia, con la voluntad, con el amor, con el corazón… estos son los dones propios del Señor que usamos para hacer idolatría.
Sí, algunos de ustedes pueden decirme: "Pero yo no tengo ídolos en casa. Tengo el Crucifijo, la imagen de Nuestra Señora, que no son ídolos…" – No, no: en tu corazón. Y la pregunta que deberíamos hacernos hoy es: ¿cuál es el ídolo que tienes en tu corazón, en mi corazón? Esa salida escondida donde me siento bien, que me aleja del Dios vivo. Y también tenemos una actitud muy astuta con la idolatría: sabemos esconder los ídolos, como hizo Raquel cuando huyó de su padre y los escondió en la silla del camello y entre sus ropas. Nosotros también, entre nuestras ropas del corazón, hemos escondido muchos ídolos.
La pregunta que me gustaría hacer hoy es: ¿cuál es mi ídolo? Mi ídolo de la mundanidad… y la idolatría llega también a la piedad, porque querían el becerro de oro no para hacer un circo: no. Para adorar: "Se postraron ante él" (cf. Sal 105, 19 y Ex 32, 8). La idolatría te lleva a una religiosidad equivocada, es más: muchas veces la mundanidad, que es idolatría, te hace cambiar la celebración de un sacramento en una fiesta mundana. Un ejemplo: no sé, pienso, pensemos, no lo sé, imaginémonos la celebración de una boda. No sabes si es un sacramento donde los recién casados realmente dan todo y se aman ante Dios y prometen ser fieles ante Dios y recibir la gracia de Dios, o es una exhibición de modelos, cómo se viste ese o el otro o el de más allá… la mundanidad. Es una idolatría. Este es un ejemplo. Porque la idolatría no se detiene: siempre continúa.
Hoy la pregunta que me gustaría hacer a todos nosotros, a todos: ¿cuáles son mis ídolos? Cada uno tiene el suyo. ¿Cuáles son mis ídolos? Donde los escondo. Y que el Señor no nos encuentre, al final de nuestras vidas, y diga de cada uno de nosotros: "Te has pervertido. Te has desviado del camino que te había indicado. Te has postrado ante un ídolo".
Pidamos al Señor la gracia de conocer a nuestros ídolos. Y si no podemos expulsarlos, por lo menos arrinconarlos…
Las personas que no pueden recibir la comunión hacen la comunión espiritual:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.