1894 Cinco son las causas de las enfermedades que afligen a los hombres: la de aumentar sus méritos, como aconteció con Job y los mártires; la de conservar su humildad, de lo que es ejemplo San Pablo combatido por Satanás (2Co 12); que conozcamos nuestros pecados y nos enmendemos, como sucedió a María hermana de Moisés (Nm 12) y al paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1 ss.); para mayor gloria de Dios. como ocurrió con el ciego de nacimiento (Jn 9) y con Lázaro (Jn 11); y la que es un principio de condenación, como ocurrió con Herodes (Hch 12<) y con Antioco (2R 9) (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. IV, p. 55).
1895 Vosotros tenéis que desarrollar una tarea altísima, estéis llamados a completar en vuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cfr. Col 1, 24). Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas. Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los del Crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos incidían a la humanidad contemporánea. En vosotros, Cristo prolonga su pasión redentora. ¡Con El, si queréis, podéis salvar el mundo! (JUAN PABLO II, Turín, 13-lV-1980).
1896 Si el demonio nos comienza a amedrentar con que nos faltara la salud, nunca haremos nada (SANTA TERESA, C. de perfección, 10, 6).
1897 Mientras estamos enfermos, podemos ser cargantes: no me atienden bien, nadie se preocupa de mi, no me cuidan como merezco, ninguno me comprende... El diablo, que anda siempre al acecho, ataca por cualquier flanco; y en la enfermedad, su táctica consiste en fomentar una especie de psicosis, que aparte de Dios, que amargue el ambiente, o que destruya ese tesoro de méritos que, para bien de todas las almas, se alcanza cuando se lleva con optimismo sobrenatural –¡cuando se ama!– el dolor. Por lo tanto, si es voluntad de Dios que nos alcance el zarpazo de la aflicción, tomadlo como señal de que nos considera maduros para asociarnos mas estrechamente a su Cruz redentora (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 124).
1898 El demonio ayuda mucho a hacerles inhábiles, cuando ve un poco de temor. No quiere el mas para hacernos entender que todo nos ha de matar y quitar la salud; hasta tener lagrimas nos hace temer de cegar. He pasado por esto, y por eso lo se; y no se yo que mejor vista ni salud podemos desear que perderla por tal causa. Como soy tan enferma, hasta que me determine en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada sin valer nada, y ahora hago bien poco. Mas como quiso Dios entendiese este ardid del demonio, y como me ponla delante el perder la salud, decía yo: Poco va en que me muera. Si el descanso: No he menester descanso, sino cruz. Así otras cosas. Vi claro que en muy muchas, aunque yo de hecho soy harto enferma, que era tentación del demonio, o flojedad mía; que después que no estoy tan mirada y regalada, tengo mucha mas salud (SANTA TERESA, Vida, 13, 4).
1899 Dime amigo,-Preguntó el Amado –¿tendrás paciencia si te doblo tus dolencias? Sí– respondió el Amigo-, con tal que dobles mis amores. (R. LLULL Libro del Amigo y del Amado, 8).
1900 Sufres... y no querrías quejarte.-No importa que te quejes –es la reacción natural de la pobre carne nuestra–, mientras tu voluntad quiere en ti, ahora y siempre, lo que quiera Dios (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 718).
1901 Si la salud poco firme u otras causas no permiten a alguno mayores austeridades corporales, no por ello le dispensan jamas de la vigilancia y de la mortificación interior (Pío XII, Sacra virginitas, 25-111-1954, 24).
1902 En ocasiones una enfermedad hace entrar en el buen camino a quien era malvado cuando sano. Igualmente puede ocurrir a propósito de otra desgracia cualquiera: La tribulación hará comprender (Is 28, 19) (SANTO TOMÁS, Sobre el doble precepto de la caridad, 1.c., p. 223).
1902b Cuando estés enfermo, ofrece con amor tus sufrimientos, y se convertirán en incienso que se eleva en honor de Dios y que te santifica (SAN JOSEMARÍA ESCRIVA, Forja, n. 791).
1903 El mismo Apóstol dice también que cuando estaba delicado era cuando se sentía fuerte, pues la fortaleza de Dios se manifiesta francamente en nuestra debilidad. Sed animosa en medio de las aflicciones de vuestra casa. Estas largas enfermedades son buena escuela de caridad para los que asisten a ella, y de amorosa conformidad para los pacientes; los unos están al pie de la cruz con nuestra Señora y San Juan, cuya piedad imitan; los otros están en la cruz con el Salvador, cuya pasión comparten (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 8, 1. c., p. 71).
1903b La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1501).
1904 El Señor no había venido solamente a curar los cuerpos, sino también a guiar a las almas por el camino de la verdadera sabiduría; así como ya no prohibía comer antes de lavarse las manos, así enseña aquí que conviene temer solo la lepra del alma (que es el pecado), porque la lepra del cuerpo no sirve de impedimento a la practica de la virtud (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 26).
1905 Vosotros tenéis un puesto importante en la Iglesia, si sabéis interpretar vuestra situación difícil a la luz de la fe y si, bajo esta luz, sabéis vivir vuestra enfermedad con corazón generoso y fuerte. Cada uno de vosotros puede entonces afirmar con San Pablo: " Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, a favor de su Cuerpo que es la Iglesia " (Col 1, 24) (JUAN PABLO II, Sobre la fortaleza. Aud. gen. 15-XI-1978).
1906 Muchos son mártires en cama. Yace el cristiano en el lecho, le atormentan los dolores, reza, no se le escucha, o quizás se le escucha, pero se le prueba, se le ejercita, se le flagela para que sea recibido como hijo. Se hace mártir en la cama y le corona el que por el estuvo pendiente en la cruz (SAN AGUSTÍN, Sermón 286).
1907 El sabe ciertamente que con frecuencia nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación (SAN GREGORIO NAC~ANCENO, Disertaci6n 7).
1908 Si sabes que esos dolores –físicos o morales– son purificación y merecimiento, bendícelos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 219).
1909 El sufrimiento es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros, cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que, después del pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del espíritu y el desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve valido para la eternidad (JUAN PABLO II, Aloc. 24-III-1979).
1910 Para quien cree en Cristo, las penas y los dolores de la vida presente son signos de gracia y no de desgracia, son pruebas de la infinita benevolencia de Dios, que desarrolla aquel designio de amor, según el cual, como dice Jesús, el sarmiento que de fruto, el Padre lo podara, para que de más fruto (Jn 15, 2) (PABLO VI, Hom. 5-X-1975).
1910b Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no solo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cfr. Is 53, 4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1, 29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces este nos configura con Él y nos une a su pasión redentora (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1505).
1911b Una preparación para el último tránsito. Si el sacramento de la Unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta vida" (in exitu viae constituti) (Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la ha llamado también sacramentum exeuntium ("sacramento de los que parten") (ibíd.). La Unción de los enfermos acaba por conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece, al término de nuestra vida terrena, un escudo para defenderse en los últimos combates y entrar en la Casa del Padre (cfr. ibíd.: DS 1694) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1523).
1911 Prosiguiendo la obra de purificación comenzada por la Penitencia, la Extremaunción establece al hombre en una santidad sin tacha, que hace a su alma inmediatamente capaz de la visión de la Trinidad reservada a los corazones puros. Esta ella pronta a comparecer ante Dios. La liturgia de la Unción de los enfermos [...] pide la remisión plenaria de los pecados y la vuelta a la salud para el alma y para el cuerpo: [...] Aun después de una larga vida culpable, el cristiano que recibe con las disposiciones requeridas el sacramento de los moribundos, se va directamente al cielo, sin pasar por el purgatorio. La Extremaunción obra con la misma plenitud de gracia que el sacramento de la Confirmación con respecto al Bautismo. Los Padres y los Doctores de la Iglesia, se han complacido en descubrir en el la " consumación " de la obra purificadora de Cristo. Ningún rastro de pecado ya: todo esta perdonado y purificado (M. M. PHILIPON, Los sacramentos en la vida cristiana, pp. 343-344).
1912 La presencia de María y su ayuda maternal en esos momentos (de enfermedad grave) no debe ser pensada como cosa marginal y simplemente paralela al sacramento de la unción. Es, mas bien, una presencia y una ayuda que se actualiza y se transmite por medio de la unción misma. El robustecimiento que la unción confiere al enfermo contiene como uno de sus elementos integrantes el influjo de la Virgen, influjo que llega al enfermo bajo la modalidad propia de este sacramento. Aunque el enfermo haya perdido el uso de sus facultades y no pueda pensar en la Virgen ni invocarla, recibe la ayuda mariana, porque esta se transmite y es comunicada por el sacramento mismo. Supuesto que María sirvió bajo Cristo y con Cristo al misterio de la redención, es necesario aceptar todas las consecuencias implicadas en un hecho tan fundamental (A. BANDERA, La Virgen María y los Sacramentos, p. 184-185).
1913 Si el organismo de gracia instituido por Nuestro Señor no implicase de por si la asistencia de María a los enfermos en peligro de muerte, seria imposible entender que la Virgen es en verdad " Madre de los hombres, especialmente de los fieles " (LG 54). ¿Que es, aun en el orden humano, una madre que se quede lejos de su hijo moribundo o en peligro de muerte? Para María, ser Madre de los hombres no es un titulo honorífico, sino un misterio de gracia conducente a la salvación (A. BANDERA, La Virgen María y los Sacramentos, p. 185).
1914 La Virgen Santísima, que en el Calvario, estando de pie valerosamente junto a la cruz del Hijo (cfr. Jn 19, 25), participo en primera persona de su pasión, sabe convencer siempre a nuevas almas para unir sus propios sufrimientos al sacrificio de Cristo, en un "ofertorio" que, sobrepasando el tiempo y el espacio, abraza a toda la humanidad y la salva (JUAN PABLO II, Hom. 11-XI-1980).