Antología de Textos

JUICIO TEMERARIO

1. Condenó el Señor el juzgar mal, por ligereza o malicia, de la conducta, sentimiento o intenciones de los demás: No juzguéis-nos dice- y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis se os juzgará, y con la medida con que midáis se os medirá (Mt 7, 1-2).
San Pablo, al hablar de la caridad, destaca como nota sobresaliente el no juzgar mal de los demás: la caridad es paciente, es benigna..., no piensa mal... (1Co 13, 4 ss).
El juicio temerario nace de un corazón poco recto y se funda en leves apariencias. Santo Tomás explica así las causas de los juicios y de las sospechas temerarias: "La sospecha implica una falta cuando se funda en ligeros indicios. Y esto puede suceder de tres modos: 1.°) Porque uno es malo en sí mismo, y por ello fácilmente piensa mal de otros, según aquellas palabras de la Sagrada Escritura: el necio, andando en su camino y siendo él el necio, a todos juzga necios (Si 10, 3). 2.°) Porque tiene mal afecto a otro; pues cuando alguien desprecia u odia a otro o se irrita y le envidia, piensa mal de él por ligeros indicios, porque cada cual cree lo que le apetece. En tercer lugar, la sospecha puede venir de la larga experiencia; por lo que dice Aristóteles que los ancianos son muy suspicaces, ya que muchas veces han tenido experiencia de los defectos de otros (SANTO TOMÁS, S.Th. II-II, q. 60, a. 3).
2. Una manifestación de humildad es evitar el juicio negativo sobre los demás. Es más difícil emitir ese juicio si se conocen las propias miserias.
Es un hecho comprobado que quien tiene deformada la vista, ve deformadas las cosas, aunque sean rectas.
Cuando se juzga a alguien sin comprensión, se analiza fríamente su conducta, sin profundizar en los verdaderos motivos que haya podido tener esa persona para actuar; o se le atribuye solo lo menos bueno o lo malo. Nuestra visión será siempre limitada. Solo Dios lee en los corazones y da el verdadero valor a las circunstancias que acompañan a una acción.
3. Dios, que conoce las verdaderas raíces del actuar humano, es quien verdaderamente comprende, justifica y perdona; los hombres que las ignoran solo saben, con frecuencia, emitir un juicio de condenación. Es la caridad la que puede evitar el juicio negativo. La comprensión lleva a juzgar a los demás como quisiéramos que nos juzgaran a nosotros.
Incluso cuando haya que juzgar, es necesaria una excusa que quite parte de la posible dureza al hecho que se juzga.

Citas de la Sagrada Escritura

No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio con que juzgareis seréis juzgados, y con la medida con que midiereis se os medirá. Mt 7, 1
No queráis juzgar por las apariencias, sino juzgad por un juicio recto. Jn 7, 24
¿Quién eres tú para juzgar al que es siervo de otro? Si cae, o se mantiene firme, esto pertenece a su amo: pero firme se mantendrá, pues poderoso es Dios para sostenerle. Rm 14, 4
¿Por qué tú condenas a tu hermano?, o ¿por qué tú desprecias a tu hermano, cuando todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo? Rm 14, 10
Uno solo es el legislador y el juez que puede salvar y puede perder. Tú, empero, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo? St 4, 12-13
No nos juzguemos, pues, ya más los unos a los otros, y mirad sobre todo que no pongáis tropiezo o escándalo al hermano. Rm 4, 13
Cuanto a mi, muy poco se me da ser juzgado por vosotros o de cualquier tribunal humano, oye ni aun a mi mismo me juzgo. 1Co 4, 3
Por lo cual eres inexcusable, ¡oh hombre!, quienquiera que seas, tú que juzgas a otros, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas. Rm 2, 1

Se funda en leves apariencias y nace de un corazón poco recto

3249 No digas: "Fulano es un borracho", por haberle visto embriagado una vez; ni le llames adúltero por haber visto que cayó en este pecado [...]. Paróse una vez el sol para contribuir a la victoria de Josué; oscurecióse otra en testimonio de la victoria del Salvador. ¿Diremos por esto que es innoble u oscuro? Una vez se embriagó Noé, otra Lot, y éste, además, cometió un gravísimo incesto; sin embargo, a ninguno de los dos se puede llamar borracho, ni a Lot incestuoso. No fue San Pedro sangriento porque una vez derramó sangre; ni porque blasfemó en una ocasión, blasfemo; que el nombre de vicioso o virtuoso se adquiere por la continuación y el hábito; así que es impostura tratar a uno de colérico o ladrón por haberle visto una vez encolerizarse o robar (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 29).

3250 Si tuviésemos la dicha de estar libres del orgullo y de la envidia, nunca juzgaríamos a nadie, sino que nos contentaríamos con llorar nuestras miserias espirituales, orar por los pobres pecadores, y nada más, bien persuadidos de que Dios no nos pedirá cuenta de los actos de los demás, sino sólo de los nuestros (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el juicio temerario).

3251 ¿De dónde nace esta apreciación injusta con los demás? Parece como si algunos tuvieran continuamente puestas unas anteojeras, que les alteran la vista. No estiman, por principio, que sea posible la rectitud o, al menos, la lucha constante por portarse bien. Reciben todo, como reza el antiguo adagio filosófico, según el recipiente: en su previa deformación. Para ellos, hasta lo más recto, refleja –a pesar de todo– una postura torcida que, hipócritamente, adopta apariencia de bondad (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 67).

3252 El juicio temerario es un pensamiento o una palabra desfavorables para el prójimo, fundados en leves apariencias. Solamente puede proceder de un corazón malvado, lleno de orgullo o de envidia; puesto que un buen cristiano, penetrado como está de su miseria, no piensa ni juzga mal de nadie; jamás aventura su juicio sin un conocimiento cierto, y eso todavía cuando los deberes de su cargo le obligan a velar sobre las personas cuyos actos juzga (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el juicio temerario).

3253 Contribuyen de ordinario en gran manera a producir sospechas y juicios temerarios el miedo, la ambición y otras semejantes flaquezas del espíritu (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 28).

No debemos juzgar a los demás, si no existe un deber que lo exija

3254 A pesar de todos los datos y de las señales al parecer más inequívocas, estamos siempre en gran peligro de juzgar mal las acciones de nuestro prójimo. Lo cual debe inducirnos a no juzgar jamás los actos del vecino sin madura reflexión y aun solamente cuando tenemos por misión la vigilancia de la conducta de aquellas personas, en cuyo caso se encuentran los padres (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el juicio temerario).

3255 "No juzguéis y no serés juzgados", porque con el "juicio que juzgareis seréis juzgados" (Mt 7, 1-2). Aparte de la razón apuntada, es también peligroso juzgar a nuestros semejantes, porque ignoramos en absoluto la necesidad o la razón que hace legítima o al menos venial aquella acción que nos choca o nos sorprende (Casiano, Instituciones, 5, 29).

3256 No queramos juzgar.-Cada uno ve las cosas desde su punto de vista... y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento, sus ojos, muchas veces
Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios, asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta..

¡Qué poco valen los juicios de los hombres! No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 451).

3257 Para juzgar sobre lo que hace o dice una persona, sin engañarnos, sería necesario conocer las disposiciones de su corazón y la intención con que dijo o hizo tal o cual cosa (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el juicio temerario).

3258 Evita como un mal gravísimo el juzgar los hechos del prójimo; antes bien, interpreta benignamente sus dichos y hechos, buscando con industriosa caridad razones con que excusarlos y defenderlos. Y si fuera imposible la defensa, por ser demasiado evidente el fallo cometido, procura atenuarlo cuanto puedas, atribuyéndolo a inadvertencia o a sorpresa, o a algo semejante, según las circunstancias; por lo menos, no pienses más en ello, a no ser que tu cargo te exija que pongas remedio (J. Pecci –León XIII–, Práctica de la humildad, 14).

3259 No admitas un mal pensamiento de nadie, aunque las palabras u obras del interesado dan pie para juzgar así razonablemente (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 442).

3260 Hemos de examinar muy detenidamente los hechos, antes de emitir nuestros juicios sobre el prójimo, por temor de engañarnos, lo cual acontece con suma frecuencia (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el juicio temerario).

3261 ¿Quién puede juzgar al hombre? La tierra entera está llena de juicios temerarios. En efecto, aquel de quien desesperábamos, en el momento menos pensado, súbitamente se convierte y llega a ser el mejor de todos. Aquel, en cambio, en quien tanto habíamos confiado, en el momento menos pensado, cae súbitamente y se convierte en el peor de todos. Ni nuestro temor es constante ni nuestro amor indefectible (San Agustín, Sermón 46, sobre los pastores, 24-25).

3262 Puede suceder que quien interpreta en el mejor sentido se engañe más frecuentemente; pero es mejor que alguien se engañe muchas veces teniendo buen concepto de un hombre malo que el que se engaña raras veces pensando mal de un hombre bueno, pues en este caso se hace injuria a otro, lo que no ocurre en el primero (Santo Tomás, S.Th. II-II, q. 60, a. 4 ad 1).

3263 La causa de tantos juicios temerarios es el considerarlos como cosa de poca importancia; y, no obstante, si se trata de materia grave, muchas veces podemos cometer pecado mortal (Santo Cura de Ars, Sermón sobre e/juicio temerario).

Caridad y comprensión con las acciones de los demás

3264 Al juzgar al prójimo, debemos tener en cuenta su flaqueza y su capacidad de arrepentirse (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el juicio temerario).

3265 Si (el mal ajeno) es dudoso, puedes lícitamente tomar precauciones contra él, por si es cierto; pero no debes condenarle cómo si ya fuera cierto (San Agustín, Coment. sobre el Salmo 147, 16).

3266 Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte (San Bernardo, Serm. sobre el Cantar de los Cantares, 40).

3267 ¿Quién eres tú para juzgar el acierto del superior?-¿No ves que él tiene más elementos de juicio que tú; más experiencia; más rectos, sabios y desapasionados consejeros; y, sobre todo, más gracia, una gracia especial, gracia de estado, que es luz y ayuda poderosa de Dios? (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 457).