Antología de Textos

MORTIFICACION

1. Ellos le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos; pero tus discípulos comen y beben. Respondióles Jesús: ¿ Queréis vosotros hacer ayunar a los convidados a la boda mientras con ellos está el esposo? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces, en aquellos días ayunarán (Lc 5, 33-35).
El Señor declara aquí su divinidad y llama a sus discípulos los amigos del esposo, sus amigos. Están con Él y no necesitan ayunar. En el Cielo, en la contemplación de Dios, no será tampoco necesario el ayuno, ni ninguna otra muestra de penitencia. Sin embargo, cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán. Cuando Cristo no esté visiblemente presente, será necesaria la mortificación para poder verle con los ojos del alma.
La Iglesia de los primeros tiempos conservó la práctica del ayuno, en el espíritu definido por Jesús. Los Hechos de los Apóstoles mencionan celebraciones de culto acompañadas de ayuno (cfr. Hch 18, 2 s; 14, 22). San Pablo, durante su abrumadora labor apostólica, no se contenta con sufrir hambre y sed cuando las circunstancias lo exigen, sino que añade repetidos ayunos (cfr. 2Co 6, 5; 11, 27).
La Iglesia ha permanecido fiel a esta tradición, procurando mediante el ayuno disponemos a recibir mejor las gracias del Señor. Hemos de practicarlo con fe, acompañado de oración, sabiendo que estamos haciendo algo muy grato a Dios.
Y, junto al ayuno, otras muestras frecuentes de mortificación, porque si las abandonáramos, nos dominarían las pasiones y dejaríamos de contemplar al Señor. Por el contrario, cuando el alma se purifica mediante la mortificación, la vida interior progresa en el trato con Dios, porque la mortificación "purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad" (SAN AGUSTÍN, Sermón 73). Y la fuente de esta mortificación estará ordinariamente en la labor diaria.
En alguna ocasión, el dolor y la mortificación los encontramos en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido, en incomprensiones, en injusticias graves. Pero lo normal será que nos encontremos con pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia; puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que hemos de cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más nos eran necesarios, dificultades producidas por el frío o el calor, pequeñas incomprensiones, una leve enfermedad que nos hace estar con menos capacidad de trabajo ese día...
Estas contrariedades pueden ser, cada día, ocasión de crecer en espíritu de mortificación, paciencia, caridad, santidad en definitiva, o bien pueden ser motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. La contrariedad -pequeña o grande- aceptada produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada o con una íntima rebeldía que sale enseguida al exterior en forma de tristeza o de malhumor.

2. Ante las mortificaciones pasivas de cada jornada hemos de tomar una actitud decidida. Nos ayudará cada mañana considerar que ese día recién estrenado tiene su cruz. El cristiano que va por la vida rehuyendo el sacrificio no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye, también, la propia santidad.
Esta disposición abierta ante la mortificación no es fácil mantenerla a lo largo del día. "Despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo. Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta no es negocio de muchos, sino de pocos" (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el sacerdocio, 3).
Las contrariedades aceptadas y ofrecidas a Dios no oprimen, no pesan; por el contrario, disponen el alma para la oración, para ver a Dios.

3. La mortificación interior lleva al control de la imaginación y de la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles. De modo especial hemos de mortificar los movimientos desordenados del amor propio, de la soberbia y de la sensualidad.
La mortificación debe ser también exterior, con referencia a los sentidos externos: la vista, el oído, el gusto, la lengua; evitando, por ejemplo, conversaciones inútiles, murmuraciones, etc. Mortificación que hace referencia directamente al cuerpo: un poco menos de comodidad, caprichos, etc.
También se manifestará en pequeñas mortificaciones a lo largo del día, que mantienen el alma despierta y alegre y que son el mejor medio para no caer en la desidia y dejadez espiritual. Muchas de ellas nacen con el mismo día: levantarnos a la hora prevista, venciendo la pereza en este primer momento, ofrecimiento de la enfermedad, del cansancio, trabajo bien hecho y acabado en sus detalles pequeños, puntualidad, sobriedad en las comidas, contrariedades e imprevistos, cuidado de las cosas que usamos, orden, frío, calor, guarda de los sentidos, vencimiento del propio egoísmo para que los demás estén alegres, sonreír cuando estamos cansados y los demás necesitan de esa sonrisa, constancia en las tareas que emprendemos, rendir el propio juicio, limosna, ayuno especialmente en determinadas épocas del año... También mortificaciones corporales, con el oportuno consejo pedido en la dirección espiritual o en la confesión.
Con la mortificación nos elevamos hasta el Señor; sin ella quedamos a ras de la tierra.

Citas de la Sagrada Escritura

En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto. Jn 12, 24
Os digo, pues: Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Ga 5, 16
Si padecemos con El, también con El viviremos. Si sufrimos con El, con El reinaremos. 2Tm 2, 11
Mejor que el valiente es el que aguanta, y el que sabe dominarse vale más que el que conquista una ciudad. Pr 16, 32
Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Ga 6, 14
El que ama su vida, la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Jn 12, 25
Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Ga 5, 24
Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome cada día su cruz y sígame. Lc 9, 23
Llevando siempre en el cuerpo la Cruz de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 2Co 4, 10
Si viviereis según la carne, moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. Rm 8, 13
Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los otros venga yo a ser reprobado. 1Co 9, 27
Mortificad, pues, vuestros miembros de hombre terreno. Col 3, 5
Necesidad de mortificar la carne y todas las concupiscencias para tener la vida del espíritu: Rm 6, 12; Rm 8, 12-13
La verdadera caridad impone privaciones para socorrer al prójimo: 2Co 8, 2-5
Mortificación de la lengua: St 1, 26; St 3, 3-12
La mortificación es principio de paz: St 4, 1-10

Necesidad de la mortificación

3596 (La penitencia) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 73).

3597 Tomar la cruz –el cumplimiento costoso del deber o la mortificación cristiana asumida voluntariamente– es [...] componente indispensable del seguimiento de Jesucristo. Si alguno quiere venir en pos de mí-dice el Señor-niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígueme (Lc 9, 23). Estas palabras de Jesús conservan hoy su vigencia de siempre porque son palabras dichas a todos los hombres de todos los tiempos, y expresan una condición inexcusable del seguimiento de Cristo: y el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo (Lc 14, 27). Un Cristianismo del que pretendiera arrancarse la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas serían hoy residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan sólo de nombre; pero ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres. (J. ORLANDIS, Las bienaventuranzas, Pamplona 1982, pp. 71-72).

3598 Al ser, pues, nocivo para el cuerpo el demasiado cuidado y un obstáculo para su alma, es una locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso con él (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).

3599 Este gusto por la virtud no se adquiere sino a trueque de una profunda contrición del corazón y una perfecta mortificación de los sentidos (CASIANO, Colaciones, 5).

3600 La pureza del alma está en razón directa de la mortificación del cuerpo. Ambas van a la par. No podemos, pues, gozar de la perpetua castidad si no nos resolvemos a guardar una norma constante en la temperancia (CASIANO, Instituciones, 5).

3601 El resultado de la mortificación debe ser el abandono de las malas acciones y de las voluntades injustas. Y esto no excusa de practicarla a quienes están enfermos, pues en un cuerpo débil puede encontrarse un alma sana (SAN LEÓN, en Catena Aurea, vol. 1, pp. 281-282).

3602 ¡ Desde el momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la mortificación, podemos decir que de él ha desaparecido la religión! Para conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3603 Donde no hay mortificación no hay virtud (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 180).

3604 Al decir porque son pocos los que la encuentran (la senda estrecha), manifiesta la desidia de muchos; y por eso advirtió a los que le escuchaban que no atendiesen al bienestar de muchos, sino a los trabajos de los pocos (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, pp. 438-439).

3605 El sacrificio del cuerpo y su aflicción es acepto a Dios, si no va separado de la penitencia; ciertamente es un verdadero culto a Dios (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 5).

3606 La Iglesia exige la mortificación externa corporal para declarar las virtudes de un siervo de Dios (BENEDICTO XIV, cfr. De beatificacione Sanctorum, III).

3607 Quien a Dios busca queriendo continuar con sus gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 3, 3).

3608 Si queremos guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente, sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3609 El que no es perfectamente mortificado en sí, pronto es tentado y vencido en cosas bajas y viles (Imitación de Cristo, 1, 6, 1).

3609b La santidad tiene la flexibilidad de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite -si no es ofensa a Dios- otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. Si los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el riesgo de volvernos tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo.
La santidad no tiene la rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural (SAN JOSEMARÍA ESCRIVA, Forja, n. 156).

La oración acompañada de mortificación

3610 Creer que admite a Su amistad a gente regalada y sin trabajos es disparate (SANTA TERESA, C. de perfección, 18, 2).

3611 Si no eres mortificado, nunca serás alma de oración (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 172).

"Mortificaciones pequeñas". Algunos ejemplos y detalles

3612 Es necesario [...] ser muy generosas [...] y tener gran valor para despreciar nuestras malas inclinaciones, nuestro mal humor, nuestras rarezas y sensiblerías, mortificando continuamente todo esto en todas las ocasiones (SAN FRANCISCO DE SALES, Plática XIV, Del juicio propio, 1. c.).

3613 En la comida no debes sentir disgusto cuando los alimentos no sean de tu agrado; haz, más bien, como los pobrecitos de Jesucristo, que comen de buen grado lo que les dan, y dan las gracias a la Providencia (J. PECCI –León XIII– Práctica de la humildad, 24).

3614 Difícilmente se refrenarán las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si [...] se es incapaz de mortificar siquiera un poco las delicias del paladar (CASIANO, Colaciones, 5).

3615 Un buen cristiano no come nunca sin mortificarse en algo (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3616 Debe ponerse en guardia contra estas tres especies de gula mediante una triple observancia. Ante todo, deberá esperar, para comer, la hora fijada; luego, se contentará con una cantidad prudente, no permitiéndose llegar hasta el exceso; por último, comerá de cualesquiera manjares y especialmente de los que puedan obtenerse a un precio módico (CASIANO, Instituciones, 5).

3616b Cuídame el ejercicio de una mortificación muy interesante: que tus conversaciones no giren en torno a ti mismo. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Forja, n.152).

3617 Los cotidianos, aunque ligeros, actos de caridad: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella tal cual incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida. Y como estas ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son excelente medio de atesorar muchas riquezas espirituales (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, III. 35).

3618 También es muy cierto que aquel que ama los placeres, que busca sus comodidades, que huye de las ocasiones de sufrir, que se inquieta, que murmura, que reprende y se impacienta porque la cosa más insignificante no marcha según su voluntad y deseo, el tal, de cristiano sólo tiene el nombre; solamente sirve para deshonrar su religión, pues Jesucristo ha dicho: Aquel que quiera venir en pos de mi, renúnciese a si mismo, lleve su cruz todos los días de su vida, y sígame (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3619 Prepárate [...] a sufrir por nuestro Señor muchas y grandes aflicciones, y aun también el martirio; resuélvete a sacrificarle lo que más estimas si quieres recibirle, sea el padre, la madre, el hermano, el marido, la mujer, los hijos, tus mismos ojos y tu propia vida, porque a todo ello ha de estar preparado tu corazón; pero en tanto que la divina Providencia no te envía tan sensibles y grandes aflicciones, en tanto que no exige de ti el sacrificio de tus ojos, sacrifícale a lo menos tus cabellos, quiero decir que sufras con paciencia aquellas ligeras injurias, leves incomodidades y pérdidas de poca consideración que ocurren cada día, pues aprovechando con amor y dilección estas ocasioncillas, conquistarás enteramente su corazón y le harás del todo tuyo (SAN FRANCISCO DESALES, Introd. a la vida devota, 3, 35).

3620 Donde más fácilmente encontraremos la mortificación es en las cosas ordinarias y corrientes: en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de penitencia... Tiene espíritu de penitencia el que sabe vencerse todos los días, ofreciendo al Señor, sin espectáculo, mil cosas pequeñas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, en Gran enciclopedia Rialp 16, 336).

La mortificación interior

3621 Mas, me diréis vosotros, ¿cuántas clases de mortificaciones hay? Hay dos: una es interior, otra es exterior, pero las dos van siempre juntas (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3622 Si la salud poco firme u otras causas no permiten a alguno mayores austeridades corporales, no por ello le dispensan jamás de la vigilancia y de la mortificación interior (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-3-1954).

3623 Así, aunque viva en la soledad o retirado en una celda, la vanidad le hace deambular con la mente por casas y monasterios, y le muestra en su fantasía una multitud de almas que se convierten al imperio y eficacia de su palabra. El desgraciado, juguete de tales quimeras, parece sumergido en un profundo sueño. De ordinario vive seducido por la dulzura de estos pensamientos. Absorto en tales imágenes, ni advierte lo que hace ni se da cuenta de lo que sucede en torno. Ni siquiera repara en la presencia de sus hermanos. El infeliz va meciéndose, cual si fueran verdad, en las fantasías que soñó despierto (CASIANO, Instituciones, 11).

3624 Si haces alguna mortificación extraordinaria, procura preservarte del veneno de la vanagloria, que destruye a menudo todo su mérito (J. Pecci –León XIII–, Práctica de la humildad, 34).

3625 Es ciertamente imposible que la mente no se vea envuelta en múltiples pensamientos; pero aceptarlos o rechazarlos sí que es posible al que se lo propone. Aunque su nacimiento no depende enteramente de nosotros, está desde luego en nuestra mano el darles acogida o soslayarlos (con la ayuda de la gracia) (CASIANO, Colaciones, 1).

Alegría en la mortificación

3626 Mortificación no es pesimismo, ni espíritu agrio (J. ESCRIVÁ DE BAEAGUER, Es Cristo que pasa, 37).

3627 (Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara...). Aquí se habla de la costumbre que existía en Palestina de ungirse la cabeza los días de fiesta, y mandó el Señor que cuando ayunemos nos manifestemos contentos y alegres (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 380).