Saludo en la visita a la catedral de Svetitskhoveli.
Misjeta. Sábado 1 de octubre de 2016

Viaje apostólico a Georgia y Azerbaiyán (30.IX-2.X.16)

Santidad,

Señor Primer Ministro,

Distinguidas Autoridades

e ilustres Miembros del Cuerpo Diplomático,

Queridos Hermanos Obispos y Sacerdotes,

Queridos hermanos y hermanas:

Al concluir mi peregrinación en Georgia, doy gracias a Dios por tener un momento de recogimiento en este templo santo. Deseo también dar gracias de corazón aquí por la acogida recibida, por vuestro emotivo testimonio de fe, por el buen corazón de los georgianos. Me vienen a la mente, Santidad, las palabras del Salmo: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza» (Sal 133, 1-2). Querido hermano, el Señor, que nos ha concedido la alegría de encontrarnos y de intercambiar el beso santo, rocíe sobre nosotros el ungüento perfumado de la concordia y derrame abundantes bendiciones sobre nuestro camino y el de este amado pueblo.

La lengua georgiana está llena de expresiones significativas que describen la fraternidad, la amistad y la cercanía entre las personas. Hay una, noble y genuina, que manifiesta la disponibilidad para reemplazar al otro, la voluntad de hacerse cargo de él, de decirle con la vida «me gustaría estar en tu lugar»: shen genatsvale. Compartir en la comunión de la oración y en la unión de las almas las alegrías y las angustias, llevando los unos las cargas de los otros (cf. Ga 6, 2): que nuestro caminar juntos esté marcado por esta fraterna actitud cristiana.

Esta magnífica catedral, que alberga muchos tesoros de fe y de historia, nos invita a hacer memoria del pasado. Es muy importante, ya que «la caída del pueblo comienza allí, dónde termina la memoria del pasado» (I. Chavchavadze, El pueblo y la historia, en Iveria, 1888). La historia de Georgia es como un libro antiguo en el que cada página nos habla de testimonios santos y de valores cristianos, que han forjado el alma y la cultura del país. Este valioso libro narra, también gestas de gran apertura, acogida e integración. Son valores inestimables y siempre válidos, para esta tierra y para toda la región, tesoros que reflejan bien la identidad cristiana, la cual se mantiene cuando permanece bien fundamentada en la fe y al mismo tiempo está siempre abierta y disponible, nunca rígida o cerrada.

El mensaje cristiano –este lugar sagrado nos lo recuerda– fue durante siglos el pilar de la identidad georgiana: ha dado estabilidad en medio de tantas agitaciones, incluso cuando el destino del País ha sido abandonado por desgracia tantas veces amargamente a su propia suerte. Pero el Señor nunca ha abandonado a la amada tierra de Georgia, porque él es «fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones, sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan» (Sal 145, 13-14).

La tierna y compasiva cercanía del Señor está aquí representada de manera particular por el signo de la túnica sagrada. El misterio de la túnica «sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23), ha atraído la atención de los cristianos desde los comienzos. Un Padre antiguo, san Cipriano de Cartago, dijo que en la túnica indivisa de Jesús aparece ese «vínculo de concordia, que une inseparablemente», esa «unidad que viene de lo alto, es decir del cielo y del Padre, que no podía ser desgarrada de ninguna manera» (De catholicae Ecclesiae unitate, 7). La túnica sagrada, misterio de la unidad, nos exhorta a experimentar un gran dolor por las divisiones de los cristianos habidas a lo largo de la historia: son desgarros reales infligidos en la carne del Señor. Al mismo tiempo, sin embargo, la «unidad que viene de lo alto», el amor de Cristo que nos ha reunido dándonos no solamente su túnica, sino también su propio cuerpo, nos impulsa a no conformarnos y a ofrecernos a nosotros mismos siguiendo su ejemplo (cf. Rm 12, 1): nos animan al amor sincero y a la comprensión recíproca para recomponer las laceraciones, impulsados por un espíritu de límpida hermandad cristiana. Todo esto requiere ciertamente un camino paciente, que hay que cultivar con confianza en los demás y con humildad, sin miedo y sin desalentarse, sino más bien con la alegre certeza que la esperanza cristiana nos hace pregustar. Ella nos anima a creer que se pueden remediar las contraposiciones y remover los obstáculos, nos invita a no renunciar nunca a las oportunidades de encuentro y de diálogo, así como a custodiar y mejorar juntos lo que ya existe. Pienso, por ejemplo, en el diálogo que se está desarrollando en la Comisión Mixta Internacional y en otras fecundas ocasiones de intercambio.

San Cipriano afirmaba también que la túnica de Cristo, «única, indivisible, toda de una sola pieza, indica la inseparable concordia de nuestro pueblo, de nosotros que nos hemos revestido de Cristo» (ibíd.). Aquellos que han sido bautizados en Cristo, dice el apóstol Pablo, se han revestido de Cristo (cf. Ga 3, 27). Por lo tanto, a pesar de nuestros límites y más allá de cualquier distinción histórica y cultural, estamos llamados a ser «uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28) y a no poner en primer lugar la discordia y las divisiones entre los bautizados, porque realmente es mucho más lo que nos une que lo que nos divide.

En esta Catedral Patriarcal muchos hermanos y hermanas reciben el bautismo, que en la lengua georgiana expresa muy bien la vida nueva recibida en Cristo, indicando una iluminación que da sentido a todo, porque conduce fuera de la oscuridad. En georgiano, incluso la palabra «educación» viene de la misma raíz y por lo tanto está estrechamente emparentada con el bautismo. La nobleza de la lengua induce así a pensar en la belleza de una vida cristiana que desde el comienzo es luminosa y se mantiene así si permanece en la luz del bien y rechaza la oscuridad del mal; si, manteniendo la fidelidad a las propias raíces, no cede a las cerrazones que ensombrecen la vida, sino que está siempre bien dispuesta a aceptar y aprender, a ser iluminada por todo aquello que es bello y verdadero. Que las espléndidas riquezas de este pueblo sean conocidas y apreciadas; que podamos compartir cada vez más, para el enriquecimiento común, los tesoros que Dios da a cada uno, y nos ayudemos mutuamente a crecer en el bien.

Aseguro de corazón mi oración para que el Señor, que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5), por la intercesión de los santos hermanos Apóstoles Pedro y Andrés, de los mártires y de todos los santos, aumente el amor entre los creyentes en Cristo y la búsqueda luminosa de todo aquello que nos pueda acercar, reconciliar y unir. Que la hermandad y la colaboración crezcan en todos los ámbitos; que la oración y el amor nos ayuden a acoger cada vez más el ardiente deseo del Señor para todos los que creen en él por la palabra de los Apóstoles: que todos sean «uno» (cf. Jn 17, 20-21).