9 de enero

1Jn 4, 11-18: Si nos amamos unos a los otros, Dios permanece en nosotros. San Juan ratifica el lazo indisoluble que existe entre la verdad y la caridad. El camino para la posesión de Dios, garantizada por la presencia de su Espíritu, consiste en creer que Jesús es el Hijo de Dios, en creer también en el amor de Dios, y en manifestar nuestro amor a nuestros hermanos, todos los hombres. Amar como Dios nos ha amado. El amor de Dios es la fuente y el modelo del amor a los hermanos.

Al amar a nuestros hermanos, amamos a Dios, pues tanto ellos como nosotros hemos nacido de Dios. La alegría de amar a nuestros hermanos es una experiencia del amor con que Dios nos ama. El amor hace a Dios presente entre nosotros. Este amor tiene como fruto la seguridad, la confianza plena en Dios, pues por él estamos unidos a Dios, que en Cristo se entregó por nosotros. Comenta San Agustín:

" La fe no puede obrar bien si no es por el amor. Ésta es la fe de los fieles, distinta de la de los demonios, pues "también los demonios creen, pero tiemblan" (St 2, 19). Ésa es la fe digna de alabanza, ésa la verdadera fe de la gracia, la que obra por amor. ¿Acaso podemos a nosotros mismos otorgarnos el poseer el amor y el poder obrar rectamente a partir de él, siendo así que está escrito: "la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado" (Rm 5, 5)?.

" La caridad, hasta tal punto es don de Dios, que se la llama Dios, según dice el Apóstol San Juan: "Dios es caridad y quien permanece en la caridad, permanece en Dios" (1Jn 4, 16) " (Sermón 156, 5).

" Os he dicho qué debéis temer y qué debéis apetecer. Buscad la caridad: penetre en vosotros la caridad. Dadle entrada, temiendo pecar; dad entrada al amor que hace que no pequéis; dad entrada al amor por el que vivís bien. Cuando la caridad entra, el temor comienza a salir. Cuanto más dentro esté ella, tanto menos será el temor. Cuando ella está totalmente dentro, no habrá temor alguno. Entre, pues, la caridad y expulse el temor (cfr. 1Jn 4, 18). Pero la caridad no entra sola, sin compañía; lleva consigo su propio temor; es ella quien lo introduce; pero se trata de un temor que dura siempre... Es el temor que teme ofender y desagradar a Dios " (Sermón 161, 9).

– Supliquemos con el Salmo 71 a Dios Padre que dé al Mesías, su Hijo bien amado, un reino universal, para que reine en el mundo la justicia, y la protección de los pobres, pues los otros reyes nunca conseguirán ese reino: " Dios mío, confía tu juicio al Rey, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos, que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, porque Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. Él se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres. Que todos los pueblos te sirvan, Señor ".

Cristo, Rey de las almas: Él es quien inspira todos nuestros impulsos y movimientos hacia el bien. Él ilumina el entendimiento con su Luz y lo somete poderosamente a su Verdad, con el yugo de la fe. Él domina las conciencias y dicta leyes, recompensa y castiga. Él sujeta las voluntades a su Ley y las hace regirse por ella. Pero sobre todo impera en las almas por su infinito amor.

Mc 6, 45-52: Vieron a Jesús andar sobre el lago. El episodio manifiesta el poder de Cristo sobre las fuerzas de la naturaleza y, manifestando ese poder, Jesucristo se revela como Dios. Es al mismo tiempo un signo de su poder salvador.

Todo esto es bello y admirable; pero no podemos olvidar lo que dice también esta lectura: " Se retiró al monte a orar " ¡Qué inefables son estas palabras! No sabemos cómo era la oración de Jesús, pero deberían ser unos coloquios inefables con el Padre. Aunque Cristo nunca reveló su intimidad con el Padre, nos comunicó su espíritu de oración al enseñarnos el padre nuestro... ¡Qué gran misterio insondable el de la oración de Jesucristo!... Orígenes dice:

" Si Jesús practica la oración ¿quién de nosotros será negligente en ella? Dice, en efecto, San Marcos: "Y a la mañana, mucho antes del amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto y allí oraba" (Mc 1, 35). San Lucas: "Y acaeció que, hallándose Él orando en cierto lugar, así que acabó, le dirigió la palabra uno de sus discípulos" (Lc 11, 1); y en otro lugar: "pasó la noche orando a Dios" (Lc 6, 12). Y San Juan describe la oración de Cristo cuando dice: "Esto dijo Jesús y, levantando sus ojos al cielo, añadió: Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique" " (Jn 17, 1) (Tratado sobre la oración 15).