19 de diciembre

El canto de entrada nos asegura que " el que ha de venir vendrá, y no tardará, y ya no habrá temor en nuestra tierra, porque Él es nuestro Salvador " (Ha 10, 37). En la oración colecta (Rótulus de Rávena) pedimos al Señor, Dios nuestro, que, ya que en el parto de la Virgen María ha querido revelar al mundo entero el esplendor de su gloria, nos asista ahora con su gracia para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la Encarnación de su Hijo.

 -Jc 13, 2-7.24-25: Un ángel anuncia el nacimiento de Sansón. Como en las narraciones evangélicas de la infancia, un ángel de Dios anuncia el nacimiento de Sansón, el libertador de Israel, que, en cuanto nazareo, tenía que llevar una vida de austeridad y privaciones. En ese pasaje escriturístico se nos muestra el proceder de Dios en la historia de la salvación. Es decir, nos muestra su bondad y su omnipotencia, que utiliza a las criaturas humanamente menos capaces para llevar a cabo su plan salvífico.

Estos prodigios evidencian una verdad, muchas veces olvidada. Cuando los instrumentos humanos actúan eficazmente, olvidamos con frecuencia que esa eficacia procede de Dios. Y así no reconocemos suficientemente la acción de Dios ni le tributamos el agradecimiento que merece.

El orgullo es el enemigo de la salvación de las almas, de la Iglesia, del cristianismo. Levanta soberbio su cabeza: quiere aniquilar la fe en Dios, la fe en Cristo, la religión cristiana. Los hombres vuelven la espalda y se alejan del verdadero Dios, buscando otros dioses que ellos mismos se fabrican. Quieren llegar así a una divinización total del pensamiento humano, a una divinización total de la vida del hombre. Del verdadero Dios, de su inmensa bondad en la creación y en la salvación, ni siquiera ha de hablarse. En cambio, todo lo que no sea Él puede consentirse, todo puede aceptarse, hasta los ideales y las aspiraciones más ridículas.

Por eso el Señor se lamenta: " Admiraos, cielos; espantaos, puertas celestes, dice el Señor. Dos errores ha cometido mi pueblo: me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, y se han construido cisternas rotas, incapaces de contener agua " (Jr 2, 13). Es una gran advertencia para nosotros.

– Desamparado, pero no desesperado, el autor del Salmo 70, mientras medita las antiguas maravillas que Dios ha realizado en su favor, le pide ser salvado de todo enemigo. Estas maravillas de tiempos pasados el Espíritu nos las recuerda para infundirnos esperanza en nuestras dificultades presentes. Por eso exclamamos: " Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día. Sé Tú mi Roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres Tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa. Porque Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. Cantaré tus proezas, Señor mío, narraré tu victoria, tuya entera. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas "

Lc 1, 5-25: Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. En estos relatos de anunciaciones de nacimientos subyace la fe. Algunos de los protagonistas de estos anuncios prodigiosos tienen una adhesión profunda de fe, mientras que otros, como aquí Zacarías, se resisten a creer.

Son frecuentes los escepticismos en Israel, que siempre se ve confundido por Dios. También esa incredulidad llega hasta el apóstol Santo Tomás. Pero hay también en Israel una tradición formidable de fe, que llega a su culmen en la Virgen María. Aunque es la fe la mejor disposición para la acción de Dios -se diría que casi la condición natural para la manifestación del milagro-, Él, Dios, no se deja vencer por la incredulidad humana, como si el escepticismo de los hombres tuviese el poder de detenerlo. Y así, aunque el milagro puede ser un premio de la fe, también puede ser a veces un motivo para creer.

Por eso Dios castiga a Zacarías, pero no retira el milagro. Y San Agustín comenta:

" Zacarías, que ha de engendrar a la voz, ahora calla. Calla por no haber creído. Con razón enmudece hasta que nazca la voz " (Sermón 290, 4).

La voz clamará en el desierto anunciando al Retoño de la raíz de Jesé, que se levantará enhiesto como una bandera, visible a todos los pueblos; ante Él enmudecen los reyes, a Él claman los pueblos infieles. Por eso hoy clama la liturgia: ¡Ven, Señor, no tardes más, sálvanos!. Establece tu reino entre nosotros: el reino de la verdad, de la justicia, del amor y de la paz. ¡Ven, Señor, no tardes más!