Al menos desde el siglo VI la Iglesia ha honrado en los días inmediatos a la Navidad del Señor a los Santos niños Inocentes. Recoge el hecho el evangelista San Mateo en la segunda lectura de esta fiesta. Se los considera como las primicias de los redimidos, en el sentido exacto de esta palabra, pues confiesan a Cristo, no con sus palabras, pero sí con su sangre.
La oración colecta (del Misal anterior) dice que los mártires inocentes proclaman la gloria del Señor en este día no con sus palabras sino con su sangre, y pide a Dios que nos conceda por su intercesión testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos.
– 1Jn 1, 5-2, 2. No tiene esta perícopa una relación especial con la fiesta de hoy, salvo ciertas alusiones a la sangre de Jesús, que " es la víctima ofrecida por los pecados ". De este modo ilumina el misterio de la muerte de los Niños Inocentes, que siendo inmolados a causa de Jesús, fueron hechos así miembros de su Cuerpo.
– Salmo 123: " Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador. Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos, tanto ardía su ira contra nosotros. Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes. La trampa se rompió y escapamos "...Estas palabras se aplican a los Niños Inocentes, que por su muerte salieron a una vida mejor, vertiendo su sangre a causa de Cristo.
– Mt 2, 13-18: Herodes mandó matar a todos los niños en Belén. Se cumplió así el oráculo: " Un grito se oye en Ramá: llanto y lamentos grandes. Es Raquel, que llora a su hijos y rehusa el consuelo, porque ya no viven ". Comenta San Quodvultdeus:
" Nace un niño pequeño, que es un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen a adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian a Herodes que ha nacido un Rey, él se turba, y para no perder su reinado, lo quiere matar. Si hubiera creído en Él, estaría seguro en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.
" "¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido a expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te enfureces, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños. Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón"...
" Los niños sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el libertador concede libertad y el salvador da la salvación... ¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que triunfen así los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla, valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria " (Sermón 2, sobre el Símbolo).
La Iglesia recuerda hoy y venera a los Santos Inocentes, pero, durante la octava de Navidad las Vísperas celebran esa solemnidad. Por eso exponemos su contenido teológico y espiritual con las Homilías de Navidad de San León Magno.
En la primera dice: " Hoy, amadísimos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos. No es justo dar lugar a la tristeza cuando nace la vida para acabar con el temor de la muerte y para llenarnos de gozo con la eternidad prometida. Nadie se crea excluido de participar de este gozo, pues una misma es la causa de la común alegría, ya que nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, así como a nadie halló libre de culpa, así vino a librar a todos del pecado. Exulte el santo, porque se acerca el premio; alégrese el pecador, porque se le invita al perdón; anímese el gentil, porque se le llama a la vida.
" Al llegar la plenitud de los tiempos (Ga 4, 4), señalada por los inescrutables designios del divino consejo, tomó el Hijo de Dios la naturaleza humana para reconciliarla con su autor y vencer al diablo, inventor de la muerte, por la misma naturaleza que Él había dominado (Sb 2, 24)... Se eligió una Virgen de la estirpe real de David que, debiendo concebir un fruto sagrado, lo concibió antes en su espíritu que en su cuerpo.
" Por lo cual, amadísimos, demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado, nos resucitó a la vida en Cristo (Ef 2, 5) para que fuésemos en Él una nueva criatura, una nueva obra de sus manos.
" Por lo tanto, dejemos al hombre viejo, con sus acciones (Col 3, 9) y renunciemos a las obras de la carne, nosotros que hemos sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2P 1, 4), y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué Cabeza y de qué Cuerpo eres miembro. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas (Col 1, 13), has sido trasladado al reino y claridad de Dios. Por el sacramento del Bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas, no te entregues otra vez como esclavo al demonio, pues has costado la sangre de Cristo, quien te redimió según su misericordia y te juzgará conforme a la verdad ".
En la homilía segunda dice: " Exultemos en el Señor, amadísimos, y alegrémonos con un gozo espiritual, pues se ha levantado para nosotros el día de una nueva redención, día preparado desde largo tiempo, día de una felicidad eterna. He aquí, en efecto que el círculo del año nos actualiza de nuevo el misterio de nuestra salvación; misterio prometido desde el comienzo del mundo, otorgado al fin, y hecho para durar siempre.
" Es digno en este día que, elevando nuestros corazones hacia lo alto (1Co 10, 11), adoremos el misterio divino, para que la Iglesia celebre con gran alegría lo que ha procedido de un gran don de Dios... Al llegar, pues, amadísimos, los tiempos señalados para la redención del hombre, nuestro Señor Jesucristo, de lo alto de su sede celestial, baja hasta nosotros. Sin dejar la gloria del Padre, viene al mundo según un modo nuevo, por un nuevo nacimiento. Modo nuevo, ya que invisible por naturaleza, se hace visible por nuestra naturaleza; incomprensible, ha querido hacerse comprensible; el que fue antes que el tiempo, ha comenzado a ser en el tiempo. Siendo Señor del universo, ha tomado la condición de siervo, velando el resplandor de su majestad. Dios impasible, no se ha desdeñado de ser hombre pasible; y siendo inmortal se somete a la muerte...
" El Señor Cristo Jesús ha venido, en efecto, para quitar nuestra corrupción, no para ser su víctima; no a sucumbir en nuestros vicios, sino a curarlos. Ha venido a sanar nuestra enfermedad, consecuencia de nuestra corrupción y todas las llagas que manchan nuestra alma ".