Este Domingo manifiesta una gran alegría por la proximidad de la solemnidad de Navidad: " Estad alegres siempre en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca " (entrada: Flp 4, 4-5). Por eso la Iglesia exhorta en la comunión: " Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis, mirad a vuestro Dios, que va a venir a salvaros " (Is 35, 4).
En la oración colecta (Rótulus de Rávena), al Señor que ve cómo su pueblo espera con fe el Nacimiento de su Hijo, le pedimos nos conceda llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, de modo que podamos celebrarla con alegría desbordante.
En el ofertorio (Veronense) pedimos al Señor que, al presentarle nuestras ofrendas, lleve a cabo en nosotros las obras de salvación que ha querido realizar por el sacramento eucarístico. Y lo mismo se suplica en la postcomunión (Gregoriano): " que la comunión que hemos recibido nos prepare a las fiestas que se acercan, purificándonos del pecado ".
La nota característica de este Domingo tercero de Adviento es la del gozo. Al recorrer los formularios litúrgicos de este Domingo, nos encontramos con términos que crean una atmósfera dilatada de gozo, de alegría: canto de entrada, oración colecta... No se trata de una alegría frívola, vacía y pagana de hombres irresponsables, sino de la alegría profunda de sabernos amados por Dios y redimidos por Cristo. Esta alegría de nuestra fe nos lleva también al gozo de darla a conocer a los demás.
– Is 35, 1-6.10: Dios vendrá y nos salvará. Al tiempo de la promesa ha seguido la plenitud de la realidad. En Cristo Jesús, superado ya el tiempo de la esperanza, hemos podido contemplar la belleza y la gloria de Dios Salvador. Él ha venido en persona a salvarnos.
Tres ideas principales se nos ofrecen en esta lectura: un nuevo Éxodo, el renacimiento de una fe y el culmen de la salvación. Es una síntesis y una conclusión de toda la Historia de la Salvación. Dios y su pueblo se han reencontrado de nuevo. El retorno a la Tierra prometida significa la esperanza escatológica que tiene como objeto el reino universal de Dios. Todos hemos sido rescatados por Cristo. El Redentor nuevo, que se nos ha dado, quiere que todos los hombres retornen a Dios con un gozo profundo y perdurable.
– Con el Salmo 145 expresamos nuestro anhelo de salvación: " Ven, Señor, a salvarnos ". El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos del ciego, endereza a los que se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda...El Señor reina eternamente.
– St 5, 7-10: Mantenéos firmes, porque la venida del Señor está cerca. La fidelidad, la esperanza y la responsabilidad activa nos son ahora necesarias para prepararnos a la segunda venida del Señor, de Cristo-Juez, y alcanzar de este modo el fruto de la salvación: nuestra identificación con Él.
La paciencia, fruto del Espíritu Santo, es el signo característico del cristiano. Es un atributo de Dios: " Lento a la ira y rico en clemencia " (Sal 102, 8). Mostrarse pacientes es la primera característica de la caridad. Dios recompensa la paciencia fiel de sus héroes sufridos. Esto es lo que vemos en tantos ejemplos bíblicos y en la misma historia de la Iglesia.
– Mt 11, 2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Juan el Bautista envía sus emisarios para cerciorarse de la realidad del Cristo-Mesías. Él es un ejemplo viviente frente al riesgo de una vida frívola, vacía y antievangélica por ignorancia de Cristo. ¡Cuántos hay en el mundo que aún no lo conocen!
¿Qué hemos de hacer? No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hemos de hacer todo lo posible para que todos conozcan a Cristo y vayan a Él. Juan solo se preocupa de que sus discípulos vayan a Jesús. " ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? " ¡He ahí el gran interrogante de los discípulos de Juan, del pueblo de Israel, de toda la humanidad! Y Jesús da su respuesta, clara, dictada por la plena conciencia de su divina misión:
Sí, soy yo. Y esto nos lo dice Jesús con hechos bien ciertos: " los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, la alegre nueva es anunciada a los pobres " Un amor práctico, desinteresado: he ahí el signo de todo cristianismo auténtico. En Cristo ha aparecido el verdadero reino del amor que salva y ayuda, que se entrega a los pobres, que se inclina hacia los enfermos y los cura, que no retrocede ante los mismos leprosos y que domina la muerte.
Así viene Él a nosotros, hoy y todos los días, para hacernos felices con su amor. Y esto es lo que también hemos de hacer nosotros con los demás: amarlos como Él los amó.
Cristo vino hace veinte siglos. No obstante todavía no lo hemos tomado en serio: aún no tenemos exacta conciencia de la necesidad que tenemos de Él; aún no hemos decidido conformar nuestra conducta con su doctrina salvadora y santificadora; aún no estamos identificados plenamente con Él. Por todo esto, el misterio de Navidad debe suponer para nosotros una revisión auténtica y profunda de nuestra vida y conducta a la luz de Cristo.
– Is 61, 1-2.10-11: Desbordo de gozo con el Señor. Isaías proclama el anuncio de la venida de Cristo como un tiempo de gracia, como un año jubilar que debe rehacer y renovar exterior e interiormente nuestras vidas, en plena fidelidad al amor de Dios Salvador. El principio que mueve al profeta es típicamente bíblico: Dios quiere dar a su pueblo una gloria nueva y espléndida para mostrar así a las naciones que lo habían humillado, que Él es poderoso y socorre a los humildes.
Dios no tiene necesidad de nadie para realizar sus proyectos, pero se complace en utilizar a los hombres como sus instrumentos, incluso a los menos aptos. Israel, concretamente, fue reducido casi a la nada y ahora es instrumento válido para Dios.
Este año de gracia sirve, pues, para consolar a los tristes, a los fieles abatidos de que hablaba antes. En este año se ve la manifestación misericordiosa de Dios. Una nueva era se abre para los afligidos de Sión, los cuales dejarán la ceniza del duelo para recibir la diadema, el signo de la alegría. La liberación está cerca. Esto es lo que nos inculca la liturgia de hoy con estos textos bíblicos.
" ¡El Señor está cerca! " No tengáis miedo ni preocupación alguna. Más aún: manifestadle a Él, en vuestras oraciones y en vuestras acciones de gracias, todas vuestras inquietudes y preocupaciones. Él está cerca y viene como Libertador y Salvador: " Señor, tú has bendecido a tu tierra y has destruido el cautiverio de Jacob ", es decir, del pueblo de Israel, que gemía en la cautividad de Babilonia.
Sufrimos actualmente la cautividad de la humanidad, y la de cada uno de nosotros, pues siempre estamos necesitados de alguna liberación, de un progreso más perfecto en la vida espiritual. Y por eso hoy, con la liturgia de la Iglesia, clamamos: " ¡El Señor está cerca! " ¡Pusilánimes, tened valor, no os asustéis! ¡Alegraos continuamente! Aun en medio de las necesidades y angustias, en medio de inquietudes y sobresaltos, en medio de las dificultades y desalientos de la vida. ¡El Salvador está cerca!
– Y por eso entonamos también ahora con la Virgen María el Magnificat: " Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava... Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación... A los hambrientos los colma de bienes... Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia ". El espíritu de humildad y alegría expresado por la Virgen María en el Magníficat, es repetido de generación en generación. San Ildefonso de Toledo le suplica con gran ternura:
" Señora mía, dueña y poderosa sobre mí, Madre de mi Señor, Sierva de tu Hijo, engendradora del que creó el mundo, a tí te ruego, te oro y te pido que yo tenga el espíritu de tu Hijo... Tú eres la elegida de Dios, recibida por Dios en el Cielo, próxima a Dios e íntimamente unida a Dios... Me llego a ti, la única Virgen y Madre de Dios. Te suplico, la sola hallada esclava de tu Hijo, que me otorgues también consagrarme a Dios y a ti, ser esclavo de tu Hijo y tuyo, servir a tu Señor y a ti. A Él como a mi Hacedor, a ti como Madre de nuestro Hacedor... Que ame a Jesús en aquél espíritu en quien tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo...
" Alegrándome yo con los ángeles, gozoso con las palabras angélicas, me congratulo con mi Señora, me alegro con aquélla de la cual el Verbo de Dios se hizo carne, porque creí lo que ella conoció, porque conocí que es Virgen y Madre, porque por medio de ella sucedió que la naturaleza de mi Dios se viniese a mi naturaleza " (De Virginitate perpetua Sanctæ Mariæ I y XII).
– 1Ts 5, 16-24: Que todo vuestro ser, alma y cuerpo sea custodiado sin reproche hasta la Parusía del Señor. La verdadera alegría cristiana, que nos proclama San Pablo, es el gozo de ser de Cristo y para Cristo, y solo puede consistir en la renuncia al mal y en la fidelidad amorosa al Espíritu de Jesús. Tal es la voluntad del Padre para nuestra salvación.
La alegría del cristiano consiste en comprobar la continua presencia amorosa y solícita de Dios en la propia vida, y en reconocer la posibilidad de responder por la gracia a su amor. La oración cristiana no es solo de petición y acción de gracias, es también de afectos y de coloquio contemplativo sobre las perfecciones divinas. La oración, en su sentido más profundo, es fruto de la vida divina que invade al hombre y hace de el un verdadero hijo de Dios. A Él le llamamos Padre, y lo hacemos con toda propiedad.
– Jn 1, 6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis. Con su vida y su mensaje de purificación espiritual, el Bautista nos invita hoy a buscar con sincera ansiedad a Cristo, actuante ya en nosotros por la gracia y el Evangelio. Hemos de compenetrarnos con su Corazón sagrado. Comenta San Agustín:
" Le preguntan los judíos: "¿Eres tú el Cristo acaso?" Si no fuera porque todo valle ha de ser rellenado y todo monte rebajado, él hubiese encontrado la ocasión para engañarles. Ellos querían escuchar de su boca lo que creían respecto a él. Tan maravillados estaban de su gracia que, sin duda, hubiesen creído lo que él les hubiera dicho... Pero hubiese perdido el mérito propio...
" En efecto, Juan no alumbra a todo hombre. Cristo sí. Juan reconoce que es una lámpara, para que no la apague el viento de la soberbia. Una lámpara puede encenderse y apagarse. La Palabra de Dios no puede apagarse, pero sí la lámpara " (Sermón 289, 4, predicado antes del año 410. Unas 16 veces trata San Agustín de esto en sus Sermones. En el 380, 7, dice que Juan Bautista es la luz iluminada y Cristo la luz que le ilumina).
La liturgia de la palabra constituye hoy, en relación con otros textos litúrgicos de este domingo, un pregón de alegría evangélica, cifrada para el creyente, en el gozo íntimo de ser de Cristo, por vocación predestinada y por el don de la fe. Es, además, la alegría de quien se sabe destinado al encuentro con Jesucristo en su segunda venida.
La próxima Navidad nos proclamará el misterio del Emmanuel -Dios con nosotros- y la posibilidad que el misterio de Cristo nos ofrece: la alegría de vivir ahora en la más entrañable intimidad con Él en su Iglesia a través de su liturgia.
– So 3, 14-18: El Señor se alegrará en ti. En los días amargos de la cautividad de Babilonia, el Espíritu puso en los labios de Sofonías un mensaje de esperanza para su pueblo: Dios mismo habitará entre sus elegidos.
El profeta subraya la responsabilidad de los dirigentes del pueblo: sacerdotes y profetas son acusados severamente, pues se les atribuye la corrupción en las diversas clases del pueblo. Pero también el pueblo es culpable. Solo hay, pues, un remedio: la conversión, que se traduce en la observancia de las normas de la ley. Justicia para con todos, que no se oprima a los débiles, sino que se preste ayuda a los pobres, respeto a los extranjeros, puntual cumplimiento de los deberes del culto para con Dios.
De este modo se restablecerá la amorosa relación entre Dios y su pueblo, como en los años más felices de la historia de Israel. El tono de estas palabras hace resaltar más la alegría que Dios prepara a su pueblo elegido. El Señor nos ama infinitamente y nos ayuda en todas nuestras necesidades. El Señor está cerca.
Pues bien, éste es el mismo Redentor que nació en Belén hace unos dos mil años. Es el mismo que esperamos hoy como Libertador en su segunda venida, al fin de los tiempos. Es el mismo que " transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa " (Flp 3, 21).
" ¡Ven, Señor Jesús! " (Ap 22, 20), suplicaban los cristianos de los primeros siglos y ahora lo hacemos también nosotros siempre en la celebración la Eucaristía, después de la consagración. Y hoy, concretamente, hemos de estar preparados a esa venida ante la proximidad de la Navidad. Hemos de revestirnos de una cordial y santa bondad para con todos y cada uno de nuestros hermanos, todos los hombres.
– Como Salmo, cantamos con el profeta Isaías: " El Señor es mi Dios y Salvador; confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor... Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas " (Is 12).
– Flp 4, 4-7: El Señor está cerca. Vivir en la cercanía de Dios, en la intimidad del Verbo encarnado, constituye la raíz más profunda de la alegría cristiana y la clave de una vida destinada a la eternidad. Comenta San Agustín:
" ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en las cosas deshonrosas y deformes. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo... Por lo tanto, hermanos, "alegraos en el Señor", no en el mundo, es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no con la flor de la vanidad. Sea ése vuestro gozo dondequiera, y cuando os halléis así, "el Señor está cerca; no os inquietéis por nada" " (Sermón 171, 4-5).
– Lc 3, 10-18: ¿Qué hemos de hacer? La alegría de ser de Cristo nos da a todos una actitud de sinceridad para adaptar nuestra vida incondicionalmente a la voluntad amorosa de Dios: ¿Qué tenemos que hacer?
El Adviento, en cuanto tiempo de preparación para Navidad, es decir, para el encuentro salvífico con Cristo, entraña profundas actitudes penitenciales: disponibilidad por la renuncia, disponibilidad por la esperanza, disponibilidad por la alegría.
La Virgen María es el modelo perfecto. Su Fiat decisivo y total es la actitud de conversión más perfecta alcanzada por una criatura humana en la historia de la salvación. " ¡Alegraos en el Señor! " Él purificará y elevará vuestros pensamientos, curará vuestra desmedida afición a lo terreno y orientará hacia Dios vuestros afanes, vuestras preocupaciones, vuestro amor y toda vuestra vida. " Olvidad vuestras preocupaciones ". No os angustie el tener que renunciar a las cosas terrenas y caducas. Depositad en Dios todas vuestras inquietudes. Abrid de par en par las puertas de vuestro corazón al Señor, que viene, que está en medio de nosotros, y decidle: " ¡Muestra, Señor, tu poder y ven a salvarnos! "