Entrada: " Ven, Señor, y no tardes. Ilumina lo que esconden las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos " (Hb 2, 3; 1Co 4, 5). En la oración colecta (Gelasiano), pedimos a Dios todopoderoso que la fiesta, ya cercana, del Nacimiento de su Hijo nos reconforte en esta vida y nos obtenga la recompensa eterna.
– Is 45, 6-8.18.21-26: Ábrase la tierra y brote al Salvador. El oráculo profético anuncia la llegada de la salvación que será el Justo en persona, el Mesías, que trae la victoria a su pueblo. Yavé se revela como el Señor único de la naturaleza y de la historia. La creación es signo y escenario de la salvación, que desciende y cala como el rocío, germina como un fruto de la tierra, con la fuerza de Dios. San Buenaventura resume esta historia:
" Ya en el principio de la creación de la naturaleza, colocados en el Paraíso los primeros padres y justamente arrojados después por divino decreto en pena de haber comido del fruto vedado, la soberana misericordia no dilató el retraer al camino de la penitencia al hombre extraviado, dándole esperanza de perdón en la promesa de un Salvador futuro. Y porque ni la ignorancia o la ingratitud hiciesen ineficaz a nuestra salud tan grande dignación de Dios, en las cinco edades de este siglo dejó de anunciar, prometer y revelar con figuras la venida de su Hijo por medio de los patriarcas, jueces, sacerdotes, reyes y profetas, desde el justo Abel hasta Juan el Bautista, a fin de que, multiplicados en el discurso de muchos miles de tiempos y de años los grandes y maravillosos oráculos, levantase nuestras inteligencias a la fe e inflamase nuestros corazones con ardientes deseos " (El árbol de la vida, Del misterio del origen I,2)
Solo Dios puede salvar al hombre. A esa salvación invita a todos. Y es Jesucristo el que de hecho realiza esa salvación universal. Estamos habituados a pensar que Dios hace uso de las capacidades y de la actividad de los cristianos para actuar en la historia. Pero el profeta Isaías subraya que Dios se sirve a veces de instrumentos desconocidos y no necesariamente santos. No podemos encerrar la acción de Dios en nuestros pobres esquemas.
Todo radica en la obediencia a la voluntad de Dios. El cristiano descubrirá el valor de la sumisión a las circunstancias cuando la fe le revele en ello la mano de Dios. Él sabrá esperar, no tanto las etapas de una evolución de la que es artífice consciente, sino el tiempo de Dios. El Señor lo dice claramente. Solo Él es el Dios único y verdadero. No hay otro.
Él nos ha salvado por medio de Jesucristo. No podemos esperar otros mesianismos. Dios es un juez justo y salvador y no hay ninguno más... Él lo ha jurado por su nombre; de su boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: " Ante Él se doblará toda rodilla y por Él jurará toda lengua ". Todos hemos de proclamar: " Solo el Señor tiene la justicia y el poder ". El torrente de vida divina se desborda e invade a la naturaleza humana, asumida por el Hijo al encarnarse entre nosotros. Abramos, pues, nuestra alma a esta invasión de vida divina. Acerquémonos a ella, llenos de fe, de veneración, de amor, de agradecimiento y de fervientes deseos.
– Al volver de Babilonia, Israel experimentó una vez más el amor que Dios le tenía. Dios anuncia la paz a su pueblo. Por el libertador Ciro la anuncia a Israel en el destierro, por la venida de Cristo la anuncia al mundo pecador; por su venida gloriosa la anunciará finalmente a todos los hombres. ¡Que venga este anuncio de paz! ¡Que las nubes lluevan al Justo! Así nuestra tierra dará su fruto.
Es lo que pedimos con el Salmo 84: " Voy a anunciar lo que dice el Señor. Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante Él, la salvación seguirá sus pasos ".
-Lc 7, 19-23: Jesús curó muchas enfermedades y libró de malos espíritus. Para Juan, como para los cristianos contemporáneos, vale el principio de que Dios escucha no nuestros deseos, sino sus promesas. Nosotros, en general, creemos saber lo que Dios debería hacer para ser Dios: y cuando la verdadera obra de Dios se manifiesta, no sabemos reconocerla. Pero sigue siendo verdad que Dios es el Señor de la historia, tanto de cada persona, cuanto del mundo, y dirige los acontecimientos para servir a su designio de amor y de salvación.
Por eso se ha de evitar una lectura superficial de los acontecimientos y hay que procurar descubrir en todo el signo de la venida del Reino. Es objeto de una especial misericordia divina quien no se escandaliza de Él. Para el bien de los hombres Él realiza milagros, pero no quiere la popularidad. Encarna la misión del Siervo que sufre. Él ha de morir en la cruz y resucitar.
Jesús se define por sus obras. Y éstas son signos de su misterio. Pero el encuentro con Él nos introduce siempre en su misterio. Y por no avenirse a esto muchos se escandalizaron de Él. No comprendieron la realidad sublime de su misión santificadora. Y lo mismo sucede ahora. El encuentro con Jesucristo se produce a través del misterio de la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. El Vaticano II en la Constitución Dei verbum, 10, da las claves definitivas de la fe que salva: Escritura, Tradición y Magisterio.