Entrada: " Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya " (Ap 5, 9-10).
Colecta (del misal anterior, y antes del Gregoriano): " Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección ".
Ofertorio: " Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre ".
Comunión: " Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Aleluya " (Rm 4, 25).
Postcomunión: " Dios todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección ".
– Hch 5, 34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Una notable intervención de Gamaliel -el maestro de Saulo- inclina a los sanedritas a dar libertad a los Apóstoles. Pero, no obstante esto, fueron azotados y amenazados. Sin embargo, ellos salieron gozosos por haber sufrido a causa del nombre de Jesús. La situación es dispar: para los judíos sanedritas el nombre de Jesús se convierte en causa de rabia, fracaso, envidia y venganza; pero para los fieles seguidores de Cristo es fuerza, valentía, liberación y gozo en el sufrir por Él. El sentido de la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo nos lo da Juan Pablo II:
" La alegría cristiana es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría! " (Alocución de 24-III-1979)
– El cristiano es hombre que vive su presente proyectado hacia el futuro; salvación consumada que es vida eterna. Gozo de esperar la patria celeste. Espera vivida con la ayuda del Señor. Así lo proclamamos con el Salmo 26: " El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor ".
– Jn 6, 1-15: Jesús repartió los panes; todo lo que quisieron. La multiplicación de los panes y de los peces renueva el prodigio del maná en el desierto; Jesús se muestra en el presente caso como un nuevo Moisés, a quien aventaja en todo. Pero el milagro conecta también con la Última Cena y con las comidas con el Resucitado. La consignación de este episodio por seis veces en los cuatro Evangelios, evidencia el entusiasmo que debió despertar en la catequesis primitiva, sin duda por el valor simbólico que esta multiplicación tuvo desde muy pronto. Comenta San Agustín:
" Ciertamente es mayor milagro el gobierno de todo el mundo que la alimentación de cinco mil hombres con cinco panes. Y con todo de aquello nadie se admira. De esto nos admiramos, no porque sea mayor, sino porque es rara. Y a la verdad, ¿quién ahora alimenta a todo el mundo sino Aquél que con pocos granos produce los alimentos? Jesucristo obró, pues, como Dios. Con el mismo poder con que multiplica pocos granos produciendo las mieses, hizo que en sus manos se multiplicasen los cinco panes. El poder estaba en las manos de Cristo. Aquellos cinco panes eran como semillas, no puestas en la tierra, sino multiplicadas por Aquél que hizo la tierra. Presentó, pues, este milagro a nuestros sentidos para ejercitar nuestra mente. Quiso que admirásemos al Dios invisible a través de sus obras visibles, a fin de que, robustecidos en la fe y purificados por ella, deseáramos ver a aquel Dios cuya invisible realidad nos manifiestan las cosas visibles... Preguntemos a los mismos milagros qué nos predican de Cristo, pues también ellos tienen un lenguaje para quien sabe comprenderlos. En efecto, siendo Cristo el Verbo de Dios, todo lo que hace el Verbo es también una Palabra para nosotros " (Tratado 24 sobre el Evangelio de San Juan).