1ª semana del Tiempo Ordinario, martes

 Años impares

Hb 2, 5-12: Dios juzgó conveniente perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. La condición de Cristo en su vida terrena es aparentemente contradictoria. Comenta San Agustín:" Considera como dicho de Él: "ha sido hecho un poco inferior a los ángeles" (Hb 2, 7). Y si ya has puesto tus ojos en su forma de siervo, no te quedes en ella, levántate por encima y confiesa que Cristo es igual al Padre. ¿Por qué oyes con tanto agrado: "El Padre es mayor que yo"? Escucha con mayor satisfacción aún: "Yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn 10, 30)." Ésta es la fe católica, que navega como entre Escila y Caribdis, como se navega en el estrecho entre Sicilia e Italia: por una parte rocas que provocan el naufragio; y por otra, remolinos que devoran las naves. Si la nave va a dar contra las rocas, se destrozan; si va a parar al remolino, es engullida " (Sermón 229 G,4).El pensar en Cristo o en cualquier otro punto del campo de la fe, hay que tener cuidado de ir siempre por el buen camino, sin desviarse, sin caer ni en excesos ni en defectos. Lo conseguiremos siempre si seguimos la doctrina de la Iglesia. Como dice el concilio Vaticano II," la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados de tal modo que ninguno puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas " (Dei verbum 10).-La grandeza del hombre adquiere su verdadera dimensión al contemplar la humanidad de Cristo, exaltada en la resurrección. La verdadera humanidad se alcanza al compartir la grandeza y la gloria de Jesús resucitado. Es la obra de Dios en Jesucristo y en nosotros, cantada por el Salmo 8: " ¡Señor, Dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad... " Diste a tu Hijo " el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies ".

Años pares

1S 1, 9-20: El Señor se acordó de Ana, que vino a ser madre de Samuel. El Señor escucha la súplica de los humildes y éstos glorifican a Dios. Siempre la aflicción será una escuela de ferviente oración; una oración no solo de palabras, sino nacida del corazón. Muchas veces los Santos Padres nos hablan bellamente de la oración. Oigamos a Tertuliano:" En el pasado la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora en favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. Y ¿qué tiene de sorprendente que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y poderosa para el bien..." La oración fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie... ¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos " (La oración 29, 2).-Dios manifiesta su fuerza en la debilidad de las criaturas, como se ha visto en el caso de Ana. Ella viene a ser madre de Samuel por el poder misericordioso de Dios, al que había implorado con una oración salida de lo más íntimo de su corazón. Y nosotros mismos, que tenemos experiencia de los favores de Dios, cantamos con júbilo el mismo cántico de Ana, anunciando a todos los hombres la misericordia de Dios salvador:" Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador. Mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor. Los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan... El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y herede un trono de gloria ".

Evangelio

Mc 1, 21-28: Les enseñaba con autoridad. Jesús se manifiesta en la sinagoga, enseñando con autoridad y curando a un poseso. Los testigos de tales acontecimientos quedan estupefactos y la fama de Jesús comienza a extenderse. Cristo tiene todo el poder salvador del Padre, domina sobre todas las cosas, y puede comunicar a los hombres el amor del Padre. Por eso una de las manifestaciones de este poder es su capacidad de expulsar al demonio, es decir, de dominar al " antipoder ", al enemigo del Padre, quitándole el señorío que tiene sobre los hombres.También nosotros estamos dominados con frecuencia por el poder enemigo, que es todo lo que ahoga en nosotros el amor de Dios. Y esa cautividad nuestra solo puede superarse dejándonos dominar por el poder salvador de Cristo. Comenta San Agustín:" ¿Qué dijeron los demonios?: "Sabemos quién eres tú, el Hijo de Dios". Y escucharon: "¡Callad!". ¿No dijeron ellos lo mismo que dijo Pedro, cuando [Jesús] les preguntó [a los discípulos]: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Después de que escuchó lo que opinaban las gentes de fuera, volvió a interrogarles, diciendo: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondió Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Lo que dijeron los demonios, eso mismo lo dijo Pedro. Pero los demonios escucharon: "¡Callad!" Y en cambio a Pedro le dijo: "Dichoso eres tú"." Pues bien, distínganos a nosotros lo que les distinguía a ellos. ¿Qué movía a los demonios? El temor. ¿Y a Pedro? El amor. Elegid y amad. Es la fe también la que distingue a los cristianos de los demonios... Pero si nos distinguimos en la fe, distingámonos de igual manera en las costumbres y en las obras, inflamándonos de la caridad de que estaban privados los demonios " (Sermón 234, 3).