– Si 17, 20-28: Retorna al Altísimo, y aléjate de la injusticia. Esta Escritura nos invita a la conversión. Una vez más nos trae la voz de Dios, lleno de misericordia y de bondad, que nos llama constantemente a convertirnos y a progresar en la vida de la perfección cristiana. Es una voz que no cesa, pues el Señor quiere superar todos los obstáculos, y lograr con nosotros una grande e íntima amistad. San Agustín dice: " ¡Qué vergüenza apegarse a las cosas, porque son buenas, y no amar el Bien que las hace buenas! El alma, por el hecho de ser alma, antes aún de ser buena por la conversión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos agrada, hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo meditamos, no nos agrada en sí misma, sino por la excelencia del arte con que fue creada. Se ama el alma en su fuente, de donde trae su origen. Y esta fuente es la Verdad y el Bien puro. No hay aquí sino bienes y, por consiguiente, es el Bien sumo. El bien solo es capaz de aumento o disminución cuando es bien que procede de otro bien." El alma, para ser buena, se convierte al Bien, de quien recibe el ser alma. Y entonces, cuando a la naturaleza se une la voluntad, para que el alma se perfeccione en el bien, es cuando se ama este bien mediante la conversión de la voluntad al Bien de donde brota todo bien... En apartándose, en cambio, el alma del Bien sumo, deja de ser buena, pero no deja de ser alma " (Tratado de la Santísima Trinidad 8).-El Salmo 31 nos recuerda la felicidad que en nosotros produce el perdón de Dios y su misericordia: " Alegraos, justos, y gozad en el Señor. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dicho el hombre a quien el Señor no le apunta su delito. Propuse: "confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia; la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. Tú eres mi refugio: me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación ".
– 1P 1, 3-9: No habéis visto a Cristo, y lo amáis; creéis en Él, y os alegráis con un gozo inefable. Como San Pablo, San Pedro da gracias al Señor por la regeneración del bautismo y por la esperanza de la herencia celeste, cuyo fundamento es la resurrección de Cristo. En medio de las pruebas presentes, hay que perseverar en la fe. San Beda escribe: " Dice San Pedro que conviene ser afligidos, porque no se puede llegar a los gozos eternos sino a través de aflicciones, y la tristeza de este mundo que pasa. "Durante algún tiempo", dice, sin embargo, porque donde se retribuye con un premio eterno, parece que es muy breve y leve lo que en las tribulaciones de este mundo parecía pesado y amargo " (Comentario a la 1 de San Pedro 1, 4).San Agustín enseña cómo la aflicción pone a prueba nuestra fe, y así la desarrolla:" Se presenta el dolor, pero vendrá el descanso. Se ofrece la tribulación, pero llegará la purificación. ¿Acaso brilla el oro en el horno del orífice? Brillará en el collar, brillará en el adorno. Sin embargo, ahora soporta el fuego para que, purificado de las escorias, adquiera brillo y esplendor " (Comentario al Salmo 61, 11).-Toda la Sagrada Escritura es una historia de salvación: la historia de las obras de Dios en favor de los hombres. Fiel a sus promesas, Dios actúa siempre para salvar. Y con Cristo el cumplimiento de las promesas llega a su plenitud. Meditamos estas maravillas con el Salmo 110: " El Señor recuerda siempre su alianza. Doy gracias a Dios de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman. Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza. Mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, dándole la heredad de los gentiles. Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza, la alabanza del Señor dura por siempre ".La esperanza de los cristianos no es la de los judíos. La venida del Hijo del Hombre no se produjo en las formas previstas por los judíos. Jesús predicó una Buena Nueva, que pocos acogieron, pues solo podía ser recibida con el corazón humilde y bien dispuesto. La Palabra de Dios madura lentamente, con la gracia, en el corazón de los hombres buenos. Este crecimiento de la Palabra divina en cada uno de los fieles, se produce en medio de muchas pruebas, les asegura la herencia gloriosa e incorruptible, y les garantiza la resurrección bienaventurada.
–Mc 10, 17-27: Vende lo que tienes y sígueme. Para ser discípulo de Cristo, es necesaria una renuncia total de cuanto se posee, una renuncia material, o al menos espiritual. El peligro de las riquezas es real, y no debe ser ignorado. Sin embargo, pobres y ricos han de tender a la perfección evangélica, pues, como enseña Casiano, " muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera (cf. 1 Cor 7, 17.20.24). Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella " (Colaciones 14). El joven rico del Evangelio no siguió la llamada de Cristo, no tanto porque tenía bienes, sino porque estaba apegado a ellos. En ese sentido dice San Juan Crisóstomo:" Lo malo no es la riqueza, lo malo es la avaricia, lo malo es el amor al dinero " (Homilía 2, 5, 8). Y en cuanto a la pobreza, " la pobreza parece a muchos un mal, y no lo es. Antes bien, si se mira serenamente e incluso filosóficamente, es un destructor de males " (Sobre los males de la vida 3 y 4).Y San Gregorio Magno:" Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles " (Homilía 17 sobre los Evangelios).