– Si 35, 1-15: El que guarda los mandamientos ofrece un sacrificio de acción de gracias. La ofrenda del justo es aroma que asciende hasta el Altísimo, como un perfume precioso. Las obras buenas forman parte integrante del culto, y éste no agrada a Dios si no va perfumado por una vida conforme a sus mandatos. Por eso, si queremos un culto litúrgico o extralitúrgico agradable al Señor, hemos de comenzar por sacrificarnos a nosotros mismos. San Gregorio de Nisa escribe:" El olor de los perfumes se recuerda como imagen de la belleza, y no cualquier aroma describe la belleza de la esposa, sino el olor de la mirra y del incienso mezclados, para que sea uno el olor de ambos. Otra alabanza de los aromas: la mirra sirve para la sepultura de los difuntos, y el incienso está consagrado acertadamente al culto de Dios. Así, pues, el que desea dedicarse al culto de Dios no será buen incienso consagrado, si antes no fue mirra; es decir, si no mortifica los miembros que están sobre la tierra, sepultado con Aquél que abrazó la muerte por nosotros, y recibe en su propia carne, para mortificar sus miembros, aquella mirra que se tomó para la sepultura del Señor." Cuando en el decurso de la vida se obra así, toda clase de aromas mezclados como en un mortero en partes sutiles, producen aquel perfume tan suave. Y quien lo recibe se hace oloroso, lleno del Espíritu, y derrama sus perfumes " (Homilía 6 sobre el Cantar de los Cantares).-El Salmo 49 es el comienzo de una liturgia penitencial, y continúa el tema de la anterior lectura. Dios ha sellado un pacto con su pueblo, para salvarlo. " Al que sigue el buen camino, le haré ver la salvación de Dios. Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio ". La palabra acusadora de Dios es al mismo tiempo salvadora, porque hace que el hombre se vea como es y pueda iniciar su reforma interior, que concluye con la experiencia de la salvación. " El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios ".
– 1P 1, 10-16: El Espíritu de Cristo les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que le seguiría. En efecto, los profetas vaticinaron la pasión y la gloria del Mesías. Por eso los fieles, asegurados por la Escritura, han de sentirse llenos de certeza en la fe y en la esperanza, y según recuerda San Pedro, han de imitar la santidad de Dios, porque Dios es santo. San Ireneo escribe: " Uno es el Hijo, que llevó a cumplimiento la voluntad del Padre; y uno es el género humano, en el que tiene cumplimiento el designio misterioso de Dios; y "los ángeles desean contemplarlo" (1P 1, 12)." Pero los ángeles no pueden llegar al cabo de la sabiduría de Dios, por la que su criatura alcanza la perfección al conformarse con su Hijo y al incorporarse a Él; a saber, que el primogénito que de Él procede, el Verbo, descienda a la creación, que es obra de sus manos, y sea recibido en ella, y a la vez, que la creación sea capaz de recibir al Verbo y de ponerse a su nivel, por encima de los ángeles, hasta llegar a ser a imagen y semejanza de Dios " (Contra las herejías 5, 36, 3).-Dios fue desvelando poco a poco sus designios salvíficos, hasta revelarlos plenamente en Jesucristo. Todo ha sido fruto de la fidelidad de Dios a sus promesas, a pesar de las rebeldías del hombre. Por eso, las maravillas que ha obrado el Señor ponen en nuestros labios un cántico nuevo para alabarle, y lo hacemos ahora con el Salmo 97: " Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia, se acordó de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad ".
–Mc 10, 28-31: Recibiréis en este tiempo cien veces más, con persecuciones, y en la edad futura, la vida eterna. Así responde Cristo a Pedro, cuando éste le pregunta por la suerte que corresponderá a aquellos que todo lo han dejado por seguirle. Atengámonos a las palabras de Jesús, y dispongamos toda nuestra vida en función de los valores del Evangelio y del Reino de Cristo. Comencemos, pues, como los apóstoles, por el desprendimiento de los bienes materiales, y ordenemos todas nuestras realidades humanas en función del final sobrenatural y eterno que con toda certeza esperamos. Cada uno, según su vocación, ha de " dejarlo todo y seguir a Jesús ". Comenta San Juan Crisóstomo: " ¿Qué todo es ése, bienaventurado Pedro? ¿La caña, la red, la barca, el oficio? ¿Eso es lo que nos quieres decir con la palabra todo? Y él nos contesta: "Sí; pero no lo digo por vanagloria, sino que, en mi pregunta al Señor, quiero meter a toda la muchedumbre de los pobres"..." Eso es lo que hizo aquí el Apóstol, al dirigirle al Señor su pregunta en favor de la tierra entera. Porque lo que a él personalmente le atañía bien claramente lo sabía, como resulta evidente... pues quien, ya desde esta vida, había recibido las llaves del reino de los cielos, mucha mayor confianza había de tener por lo que a la otra vida se refería." Pero mirad también qué exactamente responde Pedro a lo que Cristo había pedido. Dos cosas, en efecto, había pedido el Señor al joven rico: que diera lo que tenía a los pobres y que le siguiera. Por eso Pedro dice esas dos mismas cosas: "nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" " (Homilía 64, 1 sobre San Mateo).