– Tb 3, 1-11.24-25: Llegaron las oraciones de los dos a la presencia del Altísimo. El anciano Tobías ruega al Señor con humildad y arrepentimiento, en tanto que en otro lugar, una de sus compatriotas, Sara, insultada por una criada, se entrega al ayuno y a la oración. Dios atiende las súplicas de ambos, y les envía al arcángel San Rafael. Grande es el poder de la oración. San Juan Crisóstomo dice: " La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella, nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos, y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible... La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios; alegra nuestro espíritu, confirma nuestro ánimo " (Homilía 6 sobre la Oración).-Por encima de todo, sobre las maquinaciones contra los justos, está la providencia de Dios, que los cuida y dirige. Esta seguridad es la que provoca en ellos una esperanza sólida, aun en medio de muchas y graves dificultades. No se ven defraudados jamás. Dios les guía.Por eso hemos de abandonarnos en Él con absoluta confianza. A esto nos ayuda el Salmo 24: " A ti, Señor, levanto mi alma, Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y salvador. Recuerda, Señor, que tu ternura y misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña sus camino a los humildes ".
– 2Tm 1, 1-3, 6-12: Aviva el fuego de la gracia de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos. Nuestra vocación no depende de las propias obras buenas, sino de los designios eternos de Dios, verificados en el misterio de Cristo. El sacerdocio, concretamente, es una dignidad altísima, que sobrepasa los límites de la naturaleza humana, y que solo puede ser recibido como don de Dios. Escribe San Juan Crisóstomo:" El sacerdocio, si es cierto que se ejerce en la tierra, sin embargo, pertenece al orden de la instituciones celestes, y con mucha razón. Porque no fue un hombre, ni un ángel o arcángel, ni otra potestad creada, sino el Paráclito mismo quien consagró este ministerio e hizo que hombres, vestidos aún de carne, pudieran ejercer oficio de ángeles. Por lo cual el sacerdote ha de ser tan puro, como si se hallase en los cielos en medio de aquellas angélicas potestades." Cierto que lo que precedió a la economía de la gracia fueron cosas formidables... el humeral, la tiara, el turbante, las vestiduras elegantes, la lámina de oro, el santo de los santos... Pero si consideramos los misterios de la gracia, veremos qué poco vale todo aquel aparato del temor y espanto, y cómo aquí también se cumple lo que de la ley general dijo el Apóstol San Pablo: "aquello que fue glorioso en cierto aspecto ya no sigue siéndolo, en comparación con esta gloria preeminente" (2Co 3, 10) " (Sobre el Sacerdocio 3, 1-8).- Desde lo más profundo de nuestra humildad, en medio de este mundo grandioso de la gracia, levantamos con el Salmo 122 los ojos al Señor, de quien viene todo auxilio: " A ti, Señor, levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos, fijos en las manos de sus señores; como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia ".
–Mc 12, 18-27: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Cristo siempre salió victorioso de las dificultades que le ponían sus enemigos. Ahora a los saduceos les da una gran lección sobre la resurrección. La esperanza en la resurrección es la verdadera fuerza capaz de ordenar todas las realidades humanas en una escala de valores eternos. San Juan Crisóstomo comenta:" "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos". No es Dios -les dice- de quienes no existen, de quienes absolutamente han desaparecido y que no han de levantarse más. Porque no dijo: "Yo era", sino: "Yo soy", es Dios de quienes existen y viven. Porque a la manera que Adán, si bien estando vivo el día que come del árbol prohibido, muere por sentencia divina, así éstos, aun cuando han muerto, viven por la promesa de la resurrección... Y aún sabe el Señor de otra clase de muertos, sobre los que dice: "dejad que los muertos entierren a los muertos"." Las gentes que lo oyeron quedaron maravilladas de su doctrina. Los saduceos, entonces, se retiran derrotados. Las muchedumbres, ajenas a todo partidismo, sacan fruto. Por tanto, ya que tal es la resurrección, hagamos todo lo posible a fin de obtener en ella los primeros puestos " (Homilía 70, 3, sobre San Mateo).