– Gn 18, 1-15: La visita de los tres a Abrahán junto a la encina de Mambré. Anuncio del nacimiento de Isaac, importante para la historia de la salvación. San Jerónimo explica que:
" Abrahán era rico en oro, plata, ganado, posesiones y vestidos, y tenía tanta familia que, al recibir una noticia inesperada, pudo armar un ejército de jóvenes escogidos y alcanzar junto a Dan y dar muerte a cuatro reyes, de quienes antes habían huido otros cinco. Y sin embargo, después que, habiendo cumplido muchas veces el deber de hospitalidad, mereció recibir a Dios cuando él pensaba acoger a hombres, no encomendó a criados y criadas que sirvieran a los huéspedes ni disminuyó, por encomendarlo a otros, el bien que practicaba; sino que él solo con su mujer Sara se entregó a aquel servicio de humanidad, como si hubiera dado con una presa. Él mismo les lavó los pies, él mismo trajo sobre sus hombros un lucido becerro del rebaño, permaneció en pie como un criado mientras los peregrinos comían, y sin comer él, les fue poniendo los manjares que Sara había cocido con sus manos " (Carta 66, 11 a Panmaquio).
Muchos Santos Padres y la liturgia tanto oriental como occidental han visto en esto una figura de la Santísima Trinidad. San Hilario de Poitiers dice que " vio a tres y adoró a uno ":
" ...Cuando Abrahán ve a un hombre y adora a Dios. La antigua liturgia romana tenía un responsorio en el que se decía: "tres vidit et unum adoravit" " (Tratado sobre los Misterios 2, 13-14).
-Por eso se ha escogido como salmo responsorial el Magnificat. " Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre ".
Del himno de la Virgen María se ha escrito que no es ni una respuesta a Isabel, ni propiamente una plegaria a Dios. Es una elevación y un éxtasis. La gran hora de la Virgen María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico habló María de la salud que Dios le había preparado, al final habla de la salud que alborea para su pueblo. Lo que sucedió en la Virgen María se realiza en la Iglesia de Dios. En la Virgen María está representado el pueblo de Dios.
El siervo de Dios es aquí el Pueblo de Israel: " Pero tú, Israel, eres mi siervo, yo te elegí. Jacob, progenie de Abrahán, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra, y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndote: Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechacé " (Is 41, 8 s.). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de Dios y la fidelidad a las promesas. La Virgen María se reconoce una con el pueblo de Dios. Ella fue fiel. En Ella se cumplen las promesas. Es un gran misterio el rechazo de Israel a Cristo, el Mesías. " Vi-no a los suyos y los suyos no le recibieron ".
– Lm 2, 2.10-14.18-19: Grita al Señor, levántate, Sión . Después de haber descrito el desastre de la ciudad santa, el autor del libro de las Lamentaciones llora su dolor ante las ruinas. Echa en cara a los profetas el que no le revelaran a Israel su pecado, para provocar su penitencia y perdón divino. Finalmente invita a los supervivientes a que oren con fervor. San Jerónimo explica:
" Jeremías se lamenta sobre un pueblo que no hace penitencia... Llora a quienes salen de la Iglesia por sus crímenes y pecados y no quieren volver a ella arrepintiéndose de sus pecados. Por eso, dirigiéndose a los hombres de Iglesia, a los que son llamados muros y torres de la Iglesia, la palabra profética dice: "Muros de Sión, derramad lágrimas" (Lm 2, 18), como cumpliendo con el precepto del Apóstol de "alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran" (Rm 12, 15).
" Así, con vuestras lágrimas incitaréis a llanto a los duros corazones de los que pecan para que no tengan que oír, obstinados en su malicia: "Yo te planté como viña fructífera, de simiente legítima. ¿Cómo has degenerado en amarga vid silvestre?..." No han querido volverse a Mí para hacer penitencia, sino que por la dureza de su corazón me han vuelto la espalda para injuriarme... Cuánta es la clemencia de Dios, cuánta nuestra dureza, que después de tantos pecados nos llama a la salvación. Y ni aun así queremos convertirnos al Bien " (Carta 122, 1-2, a Rústico).
– Con el Salmo 73 decimos: " No olvides sin remedio la viña de tus pobres. El enemigo ha arrancado del todo el Santuario... prendieron fuego a tu Santuario, derribaron y profanaron la morada de tu nombre ".
Este Salmo apasionado, como las mismas Lamentaciones, refleja una época trágica, si las ha habido en la historia de Israel. El templo destruido, los profetas dispersos, Dios mismo parece haber abandonado a su pueblo. Pero el salmista no desespera, sino que se vuelve a Dios suplicante y Dios otorga el perdón. Todo se restaura. Esto se repite constantemente en la historia de Israel, como hemos visto en diversas ocasiones.
Tiene aplicación en nosotros, porque el cristiano en gracia es templo vivo de Dios. Por el pecado ese templo queda destruido, profanado, como nos decía San Jerónimo en su Carta anterior. Dios nos aguarda, como el Padre del hijo pródigo. Espera de nosotros el arrepentimiento y siempre está dispuesto a la misericordia y al perdón.
– Mt 8, 5-17: Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob. La fe del centurión romano logra la salud de su criado. Jesús ve en ellos el augurio de la conversión de los pueblos paganos. Luego curó a la suegra de San Pedro. Se cumplen las profecías: " Tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades ". Comenta San Agustín sobre este milagro que Jesús hace en favor del centurión:
" Podemos nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres. Cristo, que veía el interior, Cristo a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre, al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia de la sanción.
" El Señor, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la Iglesia futura en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Del mismo modo que el Señor no entró con su cuerpo en la casa del centurión, y, sin embargo, ausente en el cuerpo y presente por su majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una Virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo las maravillas divinas. Ninguna de estas cosas realizó en los restantes pueblos. Él se había dicho: El pueblo, al que no conocí, ése me sirvió. ¿Cómo si faltó el conocimiento? Tras haber oído me obedeció (Sal 17, 45). El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó " (Sermón 62, 4).