14ª semana del Tiempo Ordinario, sábado

Años impares

Gn 49, 29-33; Gn 50, 15-24: Dios cuida de vosotros y os sacará de esta tierra. Muere Jacob en Egipto. José vuelve a asegurar el perdón a sus hermanos y les revela cómo Dios se ha servido de sus pruebas para salvar la vida de su pueblo. "Por la fe, José, moribundo, evocó el éxodo de los hijos de Israel" (Hb 11, 22).

El futuro del pueblo de Dios no depende de la autoridad del "patriarca", sino de la buena voluntad entre los hermanos y sus tribus respectivas. José es el primero en esta necesidad de la concordia y fraternidad. Sus motivos para esto son profundos; el mal que hicieron con él se ha convertido en bien de todos. Está lejos de la venganza, pues reconoce en todos estos sucesos la providencia de Dios. Es ocasión para reflexionar sobre el perdón de las ofensas, como tantas veces aparece en la Sagrada Escritura, principalmente en el Nuevo Testamento.

No es necesario que ocurran grandes injurias para que nos ejercitemos en esta prueba de caridad. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos rencorosos y vengativos. Escuchemos un testimonio de San Cipriano:

 " Es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados, si nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna ofensa" (Tratado sobre la oración 23-24).

Pero no tenemos necesidad de textos patrísticos. Son bien expresivos los textos evangélicos de Mt 18, 21-35; Lc 6, 36-37.

– El responsorio recoge algunos versos del Salmo 104, ya expuesto en días anteriores. En esta ocasión se indica el estribillo: "humildes, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón".

La humildad consiste esencialmente en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres y en la sabia moderación de los deseos de gloria. Cristo nos dejó como lección especial para que la aprendiéramos de Él: la humildad (Mt 11, 29). Por eso escribió San Gregorio Magno:

"Dígase a los humildes, que al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con Dios y dígase a los soberbios, al par que ellos se engríen, descienden, a imitación del ángel apóstata" (Regla Pastoral 3, 18).

Y San Agustín:

"Cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección" (Sermón sobre la humildad).

Y también:

"Si me preguntáis qué es lo más esencial en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: primero la humildad, segundo la humildad y tercero la humildad" (Carta 118)

Años pares

Is 6, 1-8: Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos. El profeta Isaías relata su vocación: vio al Señor en toda su majestad. Se repite en la liturgia eucarística diaria el triple Santo que Isaías oyó en el cielo. San Jerónimo comenta:

"Y entonces, con sus labios realmente purificados, dijo al Señor: "Heme aquí, envíame". Antes había dicho: "¡Miserable de mí, que estoy perdido!". Mientras vive Ozías, tú no entiendes, Isaías, que eres miserable, y no eres movido a compunción; pero una vez que ha muerto, entonces te das cuenta de que tienes labios impuros, entonces comprendes que eres indigno de la visión de Dios.

"Ojalá también yo sea movido a compunción y, después de la compunción, me haga digno de predicar a Dios; pues además de ser yo hombre y tener los labios impuros, habito en medio de un pueblo que tiene labios impuros. Isaías, que era justo, había pecado sólo de palabra. Pero yo, que miro con ojos de concupiscencia, a quien mi mano escandaliza y peco con el pie y con todas las partes de mi cuerpo, todo lo tengo impuro y, habiendo manchado mi túnica después de haber sido bautizado es espíritu, necesito la purificación del segundo bautismo, es decir, del de fuego" (Carta 18 A,11, a Dámaso).

– Con el Salmo 92 proclamamos: "El Señor reina, vestido de majestad... Tu trono está firme desde siempre y Tú eres eterno". Es el trono que vio Isaías. Pero nosotros lo vemos también con un sentido cristológico. Cristo es el Señor, con su Resurrección. Nosotros somos el reino de Dios y de Cristo. La Iglesia, con palabras de este Salmo aclama a Cristo y reconoce en Él al Rey magnífico y poderoso, al Príncipe de la Paz, cuyo reino no tiene fin y diariamente lo llamamos Rey y Señor.

Evangelio

Mt 10, 24-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Cristo da ánimo a sus discípulos para el tiempo de la persecución, de las contrariedades y de las pruebas. Proclamemos sin temor nuestra fe en todos los lugares y ante todos los hombres, con nuestras palabras y con nuestras obras. San Juan Crisóstomo dice:

"Mirad cómo los pone por encima de todo. Porque no les persuade a despreciar sólo toda solicitud y la maledicencia y los peligros y las insidias, sino a la muerte misma, que parece ser lo más espantoso de todo. Y no sólo la muerte en general, sino hasta la muerte violenta... Como lo hace siempre, también aquí lleva su razonamiento al extremo opuesto. Porque, ¿qué es lo que viene a decir? ¿Teméis la muerte y por eso vaciláis en predicar? Justamente porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la predicación os librará de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan de quitar la vida, contra lo que es principal en vosotros, nada han de poder, por más que se empeñen y porfíen...

"De suerte que si temes el suplicio, teme el que es mucho más grave que la muerte del cuerpo. Mirad cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos de la muerte. No; permite que mueran; pero les hace merced mayor que si no lo hubiera permitido. Porque mucho más que librarlos de la muerte es persuadirlos que desprecien la muerte. Así, pues, no los arroja temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo el dogma de la inmortalidad del alma y cómo, plantada en ella esa saludable doctrina, pasa a animarlos por otros razonamientos...

"No los temáis, pues. Aun cuando lleguen a dominaros, sólo dominarán lo que haya de inferior en vosotros, es decir, vuestro cuerpo. Y éste, aun cuando no lo mataran vuestros enemigos, la naturaleza vendrá sin remedio a arrebatároslo. De manera que ni aun en eso tienen vuestros enemigos verdadero poder, sino que se lo deben a la naturaleza. Y si eso temes, mucho más es razón que temas lo que es más que eso; que temas al que puede echar alma y cuerpo en el infierno" (Homilía 34, 2-3 sobre San Mateo).